“Despiértate, tú que duermes, y levántate de los muertos, y te alumbrará Cristo” (Ef. 5:14).
De todos los breves resúmenes del evangelio que escribió Pablo, pocos se citan más frecuentemente que Efesios 2:8–9. Este es uno de los primeros pasajes que memorizan los nuevos cristianos: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe”.
El contexto inmediatamente anterior y posterior de estos dos versículos no es tan bien conocido, pero el párrafo completo (Ef. 2:1–10) supone un estudio muy instructivo y edificante del evangelio según Pablo. Es un texto rico, que unifica varios temas vitales del evangelio. En estos pocos versículos, Pablo enseña algunas de las verdades más profundas sobre la depravación humana, la gracia divina, la soberanía de Dios, la regeneración, la justificación, la santificación y el caminar del verdadero creyente.
Pero el punto central del pasaje es simple y directo. Pablo está explicando a los santos de Éfeso que su conversión a Cristo fue literalmente un milagro análogo a la resurrección de Cristo de los muertos y Su ascensión al cielo.
Este tema se introdujo por primera vez en el capítulo de apertura de la epístola, donde Pablo estaba describiendo cómo oraba por la iglesia efesia (Ef. 1:17–23). Una de sus peticiones de oración específica era que ellos pudieran conocer “la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza, la cual operó en Cristo, resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales” (vv. 19–20). El párrafo de apertura de Efesios 2 es una explicación detallada de esa cláusula enfatizada. Es la exégesis de Pablo de su propia petición de oración.
Es su respuesta a los lectores que se pudieran preguntar: “¿Cuál es la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos?”. A fin de cuentas, estamos hablando del poder que levantó a Cristo de los muertos y después lo llevó a los lugares celestiales, poder milagroso que no solo derrota a la muerte, sino que literalmente trasciende a todo poder terrenal. ¿Qué relevancia tiene “el poder de su resurrección” (Fil. 3:10) “para con nosotros los que creemos”, no solo en la resurrección final, sino en nuestra experiencia presente?
Para responder a estas preguntas, Pablo regresa al conocido punto de inicio de la presentación de su evangelio: las malas noticias del problema del pecado de la humanidad. Los primeros tres versículos de Efesios 2 constituyen la descripción más desalentadora y aterradora de Pablo respecto a la condición de apuro del pecador. Esta vez no está enfocado en la malvada depravación del pecado o la atadura diabólica que esclaviza a los pecadores. Aquí, para enfatizar lo desesperanzada que es realmente la situación humana, asemeja a los creyentes con personas muertas.
Esta no es una metáfora frívola. No es en verdad una metáfora. Pablo verdaderamente se refiere a que el pecado ha infligido una herida mortal en toda la raza humana, y los pecadores en su estado caído están espiritualmente muertos, insensibles a la realidad divina, carentes de cualquier impulso justo, “sin esperanza y sin Dios en el mundo” (Ef. 2:12). Él habla largo y tendido sobre esas aterradoras palabras (“muertos en [sus] delitos y pecados” [2:1]) en los siguientes tres versículos.
Pero entonces, cuando parece claro que la reprobación del pecador es algo irreversible, cambia repentinamente el tono, como lo hizo en Romanos 3:21. Pablo continúa explicando cómo a los que son redimidos, Dios mismo los ha resucitado espiritualmente de la muerte, y se les ha concedido un gran privilegio: la condición de perfectamente justos ante el Juez eterno. Es como si ellos hubieran ascendido al cielo, y estuvieran sentados en un lugar de honor junto a Cristo (Ef. 2:6).
Este pasaje está lleno de temas que a estas alturas deberían resultarnos familiares. Esto se debe a que son los temas cardinales del evangelio de Pablo: la muerte y la resurrección, el pecado y la gracia, la fe en lugar de las obras y la salvación como un regalo gratuito de Dios, dejando al cristiano sin razón alguna para jactarse. Por tanto, aunque estamos entrando en un pasaje nuevo, una vez más nuestro estudio exige que volvamos a visitar algunos temas que ya tratamos. Debido a que son doctrinas tan vitales, la repetición será útil para nuestro entendimiento. Estas verdades son lo suficientemente ricas para justificar el hecho de repasarlas una y otra vez. Además, de todos los grandes textos paulinos del evangelio, Efesios 2:1–10 unifica los temas vitales con una claridad suprema y nos da una oportunidad única de revisarlos desde una perspectiva nueva. Este es el texto completo del pasaje en cuestión:
“Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás. Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Ef. 2:1–10).
No pase por alto el punto principal de este pasaje: cuando un pecador acude a Cristo en busca de salvación, es porque Dios ha hecho un milagro de resurrección espiritual. El término teológico común para esto es regeneración o el nuevo nacimiento. Es lo mismo que Jesús estaba hablando con Nicodemo: “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Jn. 3:3). Nuestro Señor continuó describiendo al pueblo redimido, todos los verdaderos creyentes, como aquellos que han “nacido del Espíritu” (v. 8). En otro lugar Él dijo: “El espíritu es el que da vida” (6:63). Pablo igualmente dijo que los creyentes son salvos “por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo” (Tit. 3:5).
Aquí encontramos una sencilla definición: la regeneración es un milagro realizado por el Espíritu Santo, por medio del cual Él da vida a un alma espiritualmente muerta. Este acto en el que Dios da vida es un renacimiento espiritual completo para vida eterna, no es un milagro menor que una resurrección corporal literal de los muertos.
Por cierto, resurrección y renacimiento son conceptos similares, y la Biblia usa ambos en referencia al Cristo resucitado. Él es “el primogénito de entre los muertos” (Col. 1:18; Ap. 1:5). “Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho” (1 Co. 15:20). Tanto renacimiento como resurrección son descripciones igualmente aptas del milagro que se produce cuando Dios regenera a un pecador espiritualmente muerto y da a esa persona el regalo de la salvación.
En las próximas semanas estaremos observando cuidadosamente las palabras de Pablo en este pasaje.
(Adaptado de El Evangelio Según Pablo )