En todo el Nuevo Testamento, se llama reiteradamente a los creyentes a abrazar la perspectiva de aquellos que pertenecen a Cristo y, por tanto, amorosamente se someten a Él como Amo. Este tipo de perspectiva tiene implicaciones serias de cómo nosotros actuamos y pensamos como creyentes.
Propiedad exclusiva
La ley romana consideraba a los esclavos como “propiedad en control absoluto de un dueño”[1]Thomas Wiedemann, Greek & Roman Slavery (New York: Routledge, 1988), p.15.. Los sirvientes empleados, al igual que los empleados modernos, podían elegir a sus señores y renunciar si así lo querían, sin embargo, los esclavos no tenían tal opción[2]S. Scott Bartchy ha señalado esta distinción entre esclavos y libertos: “Por supuesto, si el liberto no registraba un contrato restringido como precio de su libertad, tenía una ventaja sobre el esclavo en la que podía dar aviso de que él estaba abandonado” (First-Century Slavery & 1 Corinthians 7:21 [Eugene, OR: Wipf and Strock, 2002], p.74).. Sea que se les vendiera a esclavitud o nacieran en ella, los esclavos pertenecían por completo a aquellos que los poseían.
El Nuevo Testamento trata con este tema al explicar el pasado pecaminoso del creyente y la relación presente con Cristo. Aunque nacimos como esclavos del pecado, habiendo heredado de Adán un estado esclavizado, Cristo nos adquirió a través de su muerte en la cruz[3]Romanos 5:18-19; Efesios 2:1-3; cp. 1 Pedro 1:19-19; Apocalipsis 5:9.. Se nos compró con un precio; por tanto, no estamos más bajo la autoridad del pecado. En lugar de ello, estamos bajo el dominio exclusivo de Dios[4]Romanos 6:14; 1 Corintios 7:23.. Cristo es nuestro nuevo amo[5]Cp. Leland Ryken, James C. Wilhoit, Tremper Longman III, eds., “Slave, Slavery”, The Dictionary of Biblical Imagery (Downers Grove, IL: InterVarsity, 1998), p. 797. El artículo advierte que: “desde la perspectiva bíblica, toda persona está sujeta a esclavitud, ya sea al pecado o a Dios”. John J. Pilch repite ese pensamiento en “Slave, Slavery, Bond, Bondage, Oppression”. Él observa que “en la Biblia, nadie es alguna vez realmente ‘libre’, más bien siempre es esclavo de alguien. Israel aceptó con gratitud su nueva posición como ‘esclavos de Dios’. Pablo sugiere lo mismo para los cristianos” (Donald E. Gowan, ed,. Westminster Theological Wordbook of the Bible [Louisville: Westminster Juan Knox Press, 2003], pp. 475-76).. Como Pablo dijo a los romanos: “Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados; y libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia” (Romanos 6:17-18).
Como cristianos, somos parte de “un pueblo propio” (Tito 2:14), estamos unidos a la multitud de aquellos que “son de Cristo” (Gálatas 5:24) y lo adoramos como nuestro “Amo en los cielos” (Colosenses 4:1). Así como los esclavos del primer siglo recibirían nombres nuevos de sus amos terrenales[6]William Blair, An Inquiry into the State of Slavery amongst the Romans (Edimburgo:Thomas Clark, 1833; repr., Detroit: Negro History Press, 1970), p. 116. Blair explica que “los dueños que por primera vez adquirían esclavos, les daban los apelativos que les parecían adecuados: aquellos para los esclavos comprados se tomaban más comúnmente del nombre de su país o lugar de nacimiento o de los nombres más usados allí, también del lugar de adquisición: los esclavos tomados en guerras con frecuencias se les nombraba en honor a sus captores”., a cada uno se nos dará un nombre nuevo en Cristo. Él mismo prometió en Apocalipsis 3:12 al que triunfe: “Yo lo haré columna en el templo de mi Dios, y nunca más saldrá de allí; y escribiré sobre él el nombre de mi Dios, y el nombre de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén, la cual desciende del cielo, de mi Dios, y mi nombre nuevo”. Los creyentes en el estado eternal servirán al Señor como sus esclavos por siempre “y su nombre estará en sus frentes” (Apocalipsis 22:4). El simbolismo es ineludible, como explica un comentarista: “Escribir el nombre sobre cualquier cosa es una expresión figurativa común en hebreo que denota el tomar posesión absoluta de, o convertirse en propiedad total de alguien”[7]A.Plummer, The Revelation of St. John the Divine, The Pulpit Commentary (reimpr., Grand Rapids: Eerdmands, 1978), p.113.. Recibiremos el nombre de Cristo porque seremos su posesión exclusiva por siempre.
Sumisión Completa
Ser esclavo no significaba solamente pertenecer a otra persona; también implicaba estar disponible siempre a obedecer a esa persona en todas las maneras. El único deber del esclavo era llevar a cabo los deseos del amo, y anhelaba hacer tal cosa sin vacilación o reparo. Después de todo: “los esclavos no conocen otra ley sino la palabra de su amo; no tienen derechos propios; son propiedad absoluta de su amo y están obligados a ofrecerle obediencia incuestionable”[8]William Barclay, The Letter of James and Peter (Louisville: Westminster John Knox Press, 2003), p.39..
Por esta razón el Nuevo Testamento reiteradamente llama a los creyentes a obedecer fielmente a su Señor. Como explica un autor:
“Como Cristo es Señor, así el cristiano es esclavo, hasta la esclavitud, debiendo obediencia incuestionable. Pablo explícitamente compara la esclavitud espiritual con la literal (e.g., Colosenses 3:22-24), habla de marcas de esclavo y de los sellos de la posesión de Cristo y desarrolla en detalle el concepto de cristianos como adquisición que pertenece a su Señor: “No sois vuestros. Porque habéis sido comprados por precio”. Estar vivo del todo: “Resulta ... en beneficio de la obra”, ¡el esclavo solo existe para trabajar! (1 Corintios 6:19, 20; Filipenses 1:22). Por tanto, la consagración es la sumisión moral completa al reclamo y dominio absoluto de Cristo”[9]Reginald E.O White, Christian Ethics (Macon, GA: Mercer UP, 1994), p.166. White es un antiguo director del Baptist Theological College de Escocia..
La sumisión al señorío de Cristo, una actitud del corazón que por sí misma se desarrolla en obediencia a Él, es el marco que define a aquellos convertidos genuinamente. El apóstol Juan en 1 Juan 2:3 es explícito al respecto al decir: “Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos”.
Como sus esclavos, se espera de nosotros: “obedecer” (1 Pedro 1:2), para “que presentéis [nuestros] cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es [nuestro] culto racional” (Romanos 12:1), y que “guardamos sus mandamientos, y hagamos las cosas que son agradables delante de él” (1 Juan 3:22). “Porque habéis sido comprados por precio,” dijo Pablo a los corintios, “glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo” (1 Corintios 6:20). Y después, dijo: “Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios” (10:31).
Aquellos que afirman pertenecer a Cristo, pero persisten en patrones de desobediencia traicionan la realidad de esa profesión. El apóstol Juan lo explica así: “Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad” (1 Juan 1:6). Esto es especialmente cierto sobre los maestros falsos, a quienes el Nuevo Testamento describe como “esclavos de corrupción” (2 Pedro 2:19) y que “no sirven a nuestro Señor Jesucristo, sino a sus propios vientres” (Romanos 16:18). Son “hombres impíos, que convierten en libertinaje la gracia de nuestro Dios, y niegan a Dios, el único soberano, y a nuestro Señor Jesucristo” (Judas 4; cp. 2 Pedro 2:1). El verdadero hombre de Dios, en cambio, es “el siervo [esclavo] del Señor” haciéndose a sí mismo “útil al Señor, y dispuesto para toda buena obra” (2 Timoteo 2:24, 21).
(Adaptado de Esclavo)