El legalismo se disfraza mejor cuando se instala en nuestras conciencias. Desde allí, puede provocarnos, instándonos a ser mejores y a esforzarnos más en nuestra existencia frágil y caída.
Esas conciencias culposas anhelan ser apaciguadas. Las religiones falsas siempre llenan ese vacío ofreciendo un sistema de obras. Las religiones hechas por el hombre son particularmente atractivas para los pecadores agobiados, desesperados por silenciar los gritos de sus conciencias.
El catolicismo romano es un gran ejemplo. Ya hemos señalado sus cánones que niegan la salvación por gracia. Sin embargo, además de eso, el dogma católico también afirma la justicia por obras a través de su doctrina de la penitencia:
“Liberado del pecado, el pecador debe todavía recobrar la plena salud espiritual. Por tanto, debe hacer algo más para reparar sus pecados: debe ‘satisfacer’ de manera apropiada o ‘expiar’ sus pecados. Esta satisfacción se llama también ‘penitencia’”[1]Catecismo de la Iglesia Católica, párrafo 1459..
En su libro El Evangelio según Roma, James McCarthy explica cómo se aplica y se hace cumplir la penitencia entre los católicos romanos: “Para ayudar a la persona a reparar su pecado, el sacerdote impone un acto de penitencia. Se selecciona para que esté ‘en consonancia con la naturaleza de los delitos y la capacidad de los penitentes’”[2]James G. MacCarthy, The Gospel According to Rome (Eugene, OR: Harvest House Publishers, 1995), 79.. Antes de su conversión, Martín Lutero era considerado por sus pares católicos como un penitente con mucha “capacidad”. Como resultado, sufrió atrozmente bajo el peso de la penitencia católica romana.
Lutero contra el Legalismo
La conciencia de Lutero estaba atormentada por su incapacidad de vencer el pecado en su vida. Por eso, se sometía constantemente a rigurosas penitencias, tal como describe vívidamente James Kittelson:
“Largos períodos sin comer ni beber, noches sin dormir, un frío que calaba los huesos sin abrigo ni manta que le diera calor -y la autoflagelación- eran habituales e incluso esperados en la vida de los monjes responsables… [Lutero] no se limitaba a hacer oraciones, ayunos, privaciones y mortificaciones de la carne, sino que los hacía con fervor. . . . Incluso es posible que las enfermedades que tanto le aquejaron en sus últimos años se desarrollaran como resultado de la abnegación rigurosa de sus propias necesidades corporales”[3]James M. Kittelson, Luther the Reformer, Fortress Press ed. (Minneapolis, MN: Fortress Press, 2003), 55..
No es de extrañar que la conversión de Lutero a Cristo fuera profundamente eufórica y liberadora. Las palabras del apóstol Pablo en Romanos 1:17 - "El justo por la fe vivirá"- fueron el pararrayos que encendió a Lutero, desencadenó la Reforma y sacudió al mundo.
Protestantes Profesantes, Católicos Practicantes
Todos los verdaderos protestantes se unen con gusto a Martín Lutero en la proclamación de la justicia que viene por medio de la fe en Cristo, completamente independiente de cualquier esfuerzo humano. Aun así, las duras prácticas de su antiguo monasterio perduran a menudo en nuestras conciencias enclaustradas.
Sin duda, la mayoría de los cristianos aborrece la doctrina católica de la penitencia. Sin embargo, muchos se auto-flagelan interiormente por su conciencia llena de culpa. Saben que su relación con Dios depende de la obra expiatoria de Cristo, pero siguen considerando que se trata de una reconciliación frágil, una que siempre está en peligro. Puede que Dios los haya adoptado como Sus hijos, pero siguen viviendo con el temor constante de ser repudiados si cometen un pecado muy grave. Por esta razón, muchas iglesias están llenas de protestantes que piensan y actúan como católicos.
Yo lo sé, porque solía ser uno de ellos. Entendía que fui salvo sólo por gracia, sólo por medio de la fe, sólo en Cristo. Pero mi relación con Dios se sentía como una continua montaña rusa que subía y bajaba con mi comportamiento. Algunos días, me sentía extra obediente a Sus mandamientos y consecuentemente, caminaba con la confianza de que Dios debía estar complacido conmigo. Otros días, me sentía humillado por actos de desobediencia y me daba mucha vergüenza acercarme a Él en oración. Entonces, me tocaba inclinar la balanza a mi favor esforzándome más y haciéndolo mejor.
Puede que fuera imperceptible para mis amigos cristianos, pero mi mente estaba atormentada por la culpa y el miedo legalistas. Peor aún, en realidad pensaba que mi penitencia mental demostraba gran humildad y rectitud. Pero vivir bajo ese tipo de presión no es una forma de piedad, ni refleja una opinión baja de uno mismo. Más bien, revela incredulidad con respecto a la Palabra de Dios y una opinión baja de Cristo en Su papel como nuestro Abogado celestial:
“Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros… Y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo. Y él es la propiciación por nuestros pecados” (1 John 1:9-2:2).
Con respecto a Cristo como nuestro Abogado, John MacArthur escribe:
“Todos los que están ante el tribunal de la justicia divina son culpables de violar la santa ley de Dios; ‘todos están bajo pecado. Como está escrito: No hay justo, ni aun uno’ (Romanos 3:9-10), y ‘cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos’ (Santiago 2:10). La sentencia justa que la corte divina debe dictar es castigo eterno en el infierno, ‘porque la paga del pecado es muerte’ (Romanos 6:23).
“Pero no todo es irremediable para los culpables, porque hay que tener en cuenta a un personaje más en este escenario del tribunal divino: el Señor Jesucristo, quien actúa como mediador o abogado defensor para todos los que confían que Él les dé la salvación. Sin embargo, Jesucristo es el abogado defensor más extraordinario, ya que no sostiene la inocencia de sus clientes, sino que más bien reconoce que son culpables. No obstante, nunca ha perdido un caso, y nunca lo perderá (Juan 6:39; cp. Romanos 8:29-30). Usando el lenguaje de la corte, Pablo declaró: ‘¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros’ (Romanos 8:33-34; cp. Colosenses 2:13-14). Esa última frase es la clave de cómo el Señor Jesucristo gana infaliblemente la absolución de todos los que ponen su fe en Él. Cristo intercede por los pecadores ante el Padre basándose en Su propia sustitución de muerte expiatoria, la cual pagó totalmente la pena del pecado de todos los que confían en que les dé la salvación, supliendo así las exigencias de la justicia de Dios”[4]John MacArthur, Comentario MacArthur del Nuevo Testamento: 1 Pedro a Judas (Grand Rapids: Portavoz, 2017), 455..
Dependemos de Cristo para Salvarnos y Guardarnos
Fue John MacArthur quien descargó el golpe mortal a mi legalismo interior cuando dijo: “Si pudiera perder mi salvación, la perdería”. Inmediatamente, entendí su punto. Si mantener mi posición correcta con Dios dependiera de mis propios esfuerzos para complacerlo, entonces estaría tan condenado al fracaso como cualquier esfuerzo propio para lograr mi propia salvación. Debemos depender de Cristo en todo. Si confío en Él para salvarme, entonces también necesito confiar en el que me guarda de caer fuera de Su gracia.
“Yo les doy vida eterna [a mis ovejas]; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre” (John 10:28-29).