Pablo incluye un último punto en este pasaje que no se debe pasar por alto ni menospreciar. Dios también es glorificado mediante la justicia producida por Su gracia en nosotros. “Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Ef. 2:10). Ya hemos hablado de esta parte del pasaje anteriormente. Ahora regresemos a él para examinarlo con más precisión.
Demasiadas personas citan Efesios 2:8–9 y ponen todo el énfasis en el perdón completo y gratuito que recibimos cuando somos justificados, como si ese fuera el final, en vez de ser el comienzo de las muchas bendiciones que alcanzamos por la fe. La gente también hace un mal uso de la palabra gracia como si fuera una licencia para pecar. Esa siempre ha sido una opinión favorecida por lobos con piel de cordero y personas cuya profesión de fe en Cristo o bien es falsa o meramente superficial.
La Epístola de Judas fue escrita para advertir a los primeros cristianos acerca de los peligrosos falsos maestros que se habían introducido inadvertidamente en la comunión de los verdaderos creyentes. Judas los describe como “hombres impíos, que convierten en libertinaje la gracia de nuestro Dios” (Jud. v. 4). Pedro dijo que ellos: “Prometen libertad, y son ellos mismos esclavos de corrupción” (2 P. 2:19). Él también urgió a los cristianos a no usar su libertad como un manto para el vicio (1 P. 2:16).
De la misma manera, Pablo advirtió a los creyentes que no “uséis la libertad como ocasión para la carne” (Gá. 5:13). El apóstol obviamente se había encontrado con la idea común de que la gracia de algún modo nos da permiso para pecar abiertamente. Él consideraba que esa manera de pensar era muy absurda. “¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?” (Ro. 6:1, 2).
En los primeros nueve versículos de Efesios, Pablo repetidamente deja claro que las buenas obras no son meritorias, ni son un prerrequisito para la fe. Después, en el versículo 10 deja igualmente claro que las buenas obras son, no obstante, el fruto que se espera de la regeneración.
De hecho, el punto es incluso más fuerte que eso. Como Dios es soberano (uno de los puntos centrales de este pasaje), las buenas obras son inevitables en las vidas de los que son salvos. A fin de cuentas, nosotros fuimos “creados en Cristo Jesús para” buenas obras. Dios mismo ordenó nuestras buenas obras “de antemano [en la eternidad pasada] para que anduviésemos en ellas” (Ef. 2:10). Así que las buenas obras no se eliminan en el evangelio según Pablo, sino que simplemente se ponen en su debido lugar.
Este es el punto del versículo 10: con la misma eficacia con la que la gracia fue la fuente de su fe, la gracia de Dios también es la que produce buenas obras en los creyentes. Nada de esto es meritorio. El único mérito justo en el evangelio le pertenece a Cristo. Los creyentes se aferran a Cristo (y así obtienen el mérito de la justicia de Dios) por fe. Las buenas obras del creyente, preparadas de antemano por Dios, son el fruto inevitable de la fe. Incluso la motivación y el poder para esas obras están suplidos misericordiosamente por Dios (Fil. 2:13). Cada creyente genuino debería, por tanto, ser celoso de buenas obras.
(Adaptado de El Evangelio Según Pablo )