En primer lugar, el hombre fue creado para portar la semejanza de Su Hacedor. “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza” (v. 26). Las dos frases: “A nuestra imagen” y “a nuestra semejanza” son expresiones paralelas. La segunda reitera la primera en términos diferentes pero sinónimos.
No piense que existe una distinción vital entre la “imagen” de Dios y Su “semejanza”, como si una palabra aludiera a similitudes espirituales entre Dios y los hombres, y la otra designara algún tipo de parecido físico. Algunos comentaristas han supuesto de forma equivocada que las expresiones reiterativas tienen algún tipo de significado doble, pero en el lenguaje hebreo no existe tal distinción. Se trata de términos paralelos y la repetición cumple la función de subrayar la importancia del principio bíblico. Esta clase de paralelismo es una forma muy común y típica en hebreo. Se emplea para recalcar y no para establecer contrastes. En este caso, el paralelismo subraya la gran importancia de esta verdad: que el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios.
Ahora bien, ¿qué significa esto? Antes de explorar esa pregunta, considere el hecho de que, independientemente de lo que signifique, tiene que ser algo sublime e inefable. No se trata de un estado al cual puedan llegar criaturas inferiores mediante un proceso evolutivo. No es algo que pueda adquirirse con mutaciones arbitrarias y exitosas en el código genético. No es algo que venga como resultado de alguna desviación afortunada en el ADN de algún primate superior. Después de todo, es aquello mismo que diferencia a la humanidad de cualquier otro animal creado. Es lo que define la identidad única del ser humano, y la razón por la que Dios tuvo un interés tan personal en la creación de esta especie en particular. Esto explica por qué la Biblia insiste tanto en el hecho de que Dios creó a Adán con Sus propias manos. Él formó a esta criatura de una manera especial, para que llevara el sello de Su propia semejanza. El hombre fue hecho a imagen de Dios, y esto le aparta de todas las demás criaturas en el universo físico.
¿Qué es la imagen de Dios? La palabra hebrea que se traduce “imagen” es tselem, proviene de una raíz que hace referencia a la técnica de esculpir. Es la misma palabra que se utiliza para hablar de imágenes esculpidas (Éx. 20:4). Casi parece transmitir la idea de que el hombre fue labrado conforme a la figura de Dios, como si Dios fuese en esencia el molde o patrón que define la personalidad humana. Esto no se aplica a ninguna otra cosa en el universo.
Es claro que debido a que la imagen de Dios es el carácter distintivo de la humanidad, debe describir algún aspecto de la naturaleza humana que los animales no pueden tener. Por lo tanto, esto no puede hacer referencia al aspecto físico del hombre ni a su constitución biológica. Lo cierto es que tenemos muchas características biológicas que son comunes a los animales. Esto es natural porque todos vivimos en el mismo ambiente, y es de esperarse que tengamos muchas de las mismas características biológicas y fisiológicas propias del reino animal. Nuestros órganos internos funcionan de forma parecida, en muchos casos nuestro esqueleto presenta grandes similitudes, e incluso nuestro aspecto exterior guarda un claro parecido con el de algunos primates. Si la frase “a imagen de Dios” fuera una referencia a la manera en que nuestros cuerpos fueron construidos, y que por lo tanto tenemos cierta semejanza física con nuestro Hacedor, también sería correcto afirmar que los chimpancés gozan de cierta semejanza a Dios.
Pero es evidente que esto no se refiere a la parte material del hombre. Tampoco se refiere a la biología ni a la fisiología. Y mucho menos es una referencia a nuestro aspecto de criaturas hechas de carne y hueso. Después de todo, “Dios es espíritu” (Jn. 4:24), y “un espíritu no tiene carne ni hueso” (Lc. 24:39).
El concepto de “imagen de Dios” tiene que ver más que todo con los atributos espirituales del hombre: ser conscientes de nuestra propia existencia, de la moral y de los demás seres, pero en especial nuestra conciencia de Dios mismo. (Los animales son conscientes, pero no de sí mismos, ni de su moral, ni tampoco pueden tener una relación realmente personal).
Antes de que la imagen de Dios en el hombre se viera empañada por el pecado, Adán compartía de forma pura e inmaculada todos los atributos comunicables de Dios (aquellas cualidades de la naturaleza divina que son capaces de reflejarse en las criaturas). Estas incluyen la santidad, la sabiduría, la bondad, la verdad, el amor, la gracia, la misericordia, la paciencia y la justicia. Es indudable que la imagen de Dios en el hombre todavía incluye ciertas características que reflejan algunas de las virtudes de Dios que aprendemos a través de la creación, tales como la apreciación de la belleza, las habilidades creativas y el amor a la vida y la diversidad. Por supuesto, esa imagen también debe incluir nuestras facultades racionales. Por ejemplo, es seguro que la imagen divina explica nuestra capacidad para entender principios abstractos, sobre todo conceptos morales como justicia, rectitud, santidad, verdad y bondad. Por eso la semejanza divina en el hombre incluye los aspectos más elevados de nuestro intelecto y nuestras emociones: nuestra capacidad para razonar y resolver problemas, la detección misma de esos problemas, al igual que emociones como tristeza, entusiasmo, enojo, alegría y satisfacción. (Todas estas cosas pueden disfrutarse a plenitud conforme a disposiciones divinas que encontramos en las Escrituras).
Pero, sobre todo, la imagen de Dios se resume en la palabra personalidad. Somos personas. Nuestra vida consiste en el establecimiento y el mantenimiento de relaciones personales. Tenemos la capacidad de hacer compañerismo. Podemos amar a otras personas como Dios las ama. Entendemos y apreciamos la comunión. Tenemos una capacidad asombrosa para el lenguaje. Tenemos conversaciones. Sabemos lo que es expresar pensamientos, transmitir y discernir actitudes, dar y recibir amistad, percibir una noción de hermandad universal, comunicar ideas y participar en las experiencias de los demás. Los animales no pueden hacer estas cosas en el mismo sentido en que lo hacen las personas.
Esta es la razón por la que Dios, al crear al hombre, dijo de inmediato que no era bueno que estuviera solo. La imagen de Dios es personalidad, y la personalidad solo puede funcionar en el contexto de relaciones personales. La capacidad del hombre para establecer relaciones personales íntimas necesitaba ser ejercitada. Lo más importante es que el hombre fue diseñado para tener una profunda relación personal con Dios mismo.
(Adaptado de La batalla por el comienzo)