Solo hay un Dios verdadero, y Él exige adoración exclusiva. Esa es la esencia del primer mandamiento que Dios dio a Moisés en el Monte Sinaí. Esa también es la verdad inquebrantable e inmutable acerca de Dios desde la eternidad pasada hasta la eternidad futura.
Deuteronomio 6:4 señala la unicidad y exclusividad de Dios como la esencia de Su ley: “Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es”. La verdad de que solo hay un Dios era fundamental para la identidad de los hebreos y era el rasgo distintivo de la nación israelita, quien vivía en medio de una sociedad politeísta. Ellos decían: “Hay un solo Dios”. Aunque los israelitas habían vivido entre los egipcios (cuyos múltiples dioses eran llevados a extremos absurdos) se habían aferrado a su fe en Jehová como el verdadero Dios. Dios se reveló a ellos como el único Dios, y cualquier israelita que se atreviera a adorar a otro dios era condenado a muerte.
Jesús afirmó la importancia de la singularidad de Dios. En Marcos 12, un escriba le pregunto cuál era el mandamiento más importante y Jesucristo, sin dudarlo, hizo eco de Deuteronomio 6:4: “El primer mandamiento de todos es: Oye, Israel; el Señor nuestro Dios, el Señor uno es. Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas” (Mr. 12:29–30). Sin negar Su propia deidad, y al mismo tiempo reconociendo que hay un solo Dios, Jesús enseñó que el mandamiento más importante es ofrecer lealtad total con todo el corazón, alma, mente y fuerza al único Dios verdadero.
El Padre y el Hijo son uno
En Juan 10:30, Jesús dijo: “Yo y el Padre uno somos”. Esta es una declaración de igualdad con Dios y al mismo tiempo, es una reafirmación de que hay un solo Dios.
Pablo hizo énfasis en la unidad y la igualdad del Padre y el Hijo en su primera epístola a los corintios, quienes estaban viviendo en medio de una sociedad pagana. Los ídolos estaban en todas partes de la ciudad y quienes los adoraban, les llevaban ofrendas de comida. Los sacerdotes de los templos de los ídolos manejaban los mercados de comida y vendían la comida que quedaba de lo que se había ofrecido a los ídolos. Algunos creyentes la compraban, tal vez porque la conseguían a mejor precio que la comida de los mercados convencionales.
Otros cristianos estaban preocupados por quienes comían los alimentos que habían sido ofrecidos a los ídolos. Podían aceptar una invitación a cenar y después, rehusarse a comer si se enteraban que la comida provenía de las ofrendas a los ídolos. Esto estaba causando serios problemas en la comunidad y por eso Pablo escribió 1 Corintios 8 para decirles cómo resolver el problema. El versículo 4 resume su enseñanza: “Acerca, pues, de las viandas que se sacrifican a los ídolos, sabemos que un ídolo nada es en el mundo, y que no hay más que un Dios”. Un ídolo no es nada. Si la comida ofrecida a los ídolos es la mejor oferta del pueblo, tómela, cómala. Esto no va a marcar una diferencia significativa espiritualmente. Un ídolo no es nada. Y no hay otro Dios sino uno.
Pablo continúa:
“Pues, aunque haya algunos que se llamen dioses, sea en el cielo, o en la tierra (como hay muchos dioses y muchos señores), para nosotros, sin embargo, solo hay un Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas, y nosotros somos para él; y un Señor, Jesucristo, por medio del cual son todas las cosas, y nosotros por medio de él” (1 Co. 8:5–6).
¿Cómo pueden todas las cosas existir gracias a Dios Padre y todas las cosas existir gracias al Señor Jesús, y nosotros existir gracias a Dios y por medio del Señor Jesús? A primera vista, parecería una contradicción. Pero Pablo nos enseña claramente que Dios el Padre y el Señor Jesucristo son uno. Es otra afirmación de la absoluta deidad de Jesucristo sin dividir a Dios en partes.
El Padre y el Espíritu son Uno
El Espíritu Santo también se identifica como Dios. Pedro le dijo a Ananías: “¿Por qué llenó Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo, y sustrajeses del precio de la heredad?” (Hch. 5:3). Después, en el versículo siguiente, le explica con más detalle: “No has mentido a los hombres, sino a Dios” (Hch 5:4). Si mentirle al Espíritu Santo implica mentirle a Dios, quiere decir que el Espíritu Santo es, de hecho, Dios.
Primera de Corintios 3:16 dice: “¿No sabéis que sois templo de Dios […]?” —y como prueba, agrega— “¿[...] el Espíritu de Dios mora en vosotros?”. En el capítulo 6, el argumento va más allá. El versículo 19 dice: “Vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros” (1 Co. 6:19). Y en 1 Corintios 6:20, Él agrega la exhortación: “Glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo”. Esto identifica al Espíritu Santo con Dios a lo largo de docenas de otros versículos; es más, la enseñanza completa del Nuevo Testamento subraya esta verdad: El Espíritu Santo es Dios.
Entonces, ¿cómo podemos conciliar el hecho de que las Escrituras enseñan que el Padre es Dios, Jesús es Dios y el Espíritu Santo es Dios, y sin embargo no hay más que un solo Dios? La respuesta a esa pregunta la cosideraremos la próxima semana cuando estudiemos la doctrina de la Trinidad.
(Adaptado de Adorar: ¡La máxima prioridad!)