La llegada de Cristo a este planeta hace dos mil años no fue un plan B divino después de los intentos fallidos de redención por parte de Dios en el Antiguo Testamento. Más bien, todo lo que ocurrió en el Antiguo Testamento apuntaba a la venida del Mesías y culminó en ella. El envío del Salvador siempre había sido el plan de Dios, desde la eternidad pasada.
“Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo” (He. 1:1–2). El Antiguo Testamento era simplemente Dios hablando al pueblo judío (“los padres”) a través de los profetas de muchas maneras diferentes y en una serie de momentos distintos, mientras el calendario divino marchaba inexorablemente hacia la llegada del Salvador.
Los profetas eran hombres que hablaban en nombre de Dios, y lo hacían “muchas veces”, es decir, en distintos momentos de la historia. En otras palabras, el Espíritu de Dios habló a través de los escritores del Antiguo Testamento en treinta y nueve libros diferentes. Y estos libros vienen a nosotros en diversas formas literarias: Gran parte de la literatura es prosa narrativa e historia, gran parte es profecía, otra es poesía, y una pequeña parte aparece como ley.
Además, los siervos de Dios recibieron Sus palabras “de muchas maneras”, o por diferentes métodos. A veces les hablaba directamente con palabras audibles. Otras veces les hablaba indirectamente e incitaba sus mentes con los pensamientos que quería transmitirles. Luego había otros métodos por los que Dios comunicaba Su verdad: Parábolas, tipos, símbolos, ceremonias e incluso tablas de piedra (los Diez Mandamientos). Pero todo era inspirado, inerrante y verdaderamente lo que Dios quería que se escribiera, de la manera que Él quería que se escribiera.
El Antiguo Testamento es básicamente una revelación progresiva; va de un grado menor de plenitud a un grado mayor de plenitud. Comienza con lo que el apóstol Pablo llamó más tarde los rudimentos básicos (Gá. 4:3, 9; Col. 2:8, 20), las primeras normas y reglamentos de la ley. Y luego explica las cosas con más detalle mediante tipos y ceremonias. Por último, los libros proféticos desarrollan una comprensión más completa del programa redentor de Dios (1 P. 1:10–12).
La profecía perfeccionada
El escritor de Hebreos y otros escritores del Nuevo Testamento reconocieron que todas esas características del Antiguo Testamento afirmaban su carácter divino. Cuando Pablo escribió: “Toda la Escritura es inspirada por Dios” (2 Ti. 3:16), se refería al Antiguo Testamento. Y Pedro hacía lo mismo cuando dijo: “Ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada... sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 P. 1:20–21).
Hebreos 1 muestra que Jesucristo es tanto la culminación como el tema de las Escrituras del Antiguo Testamento. Desde Génesis 3:15 (la primera alusión a Cristo y al evangelio) hasta Malaquías 4:1–3 (una referencia al regreso de Cristo en juicio contra los impíos), el Señor Jesús es el tema a lo largo de todo el Antiguo Testamento. Él es quien aparece en los sacrificios y ceremonias descritos en los cinco libros de Moisés. Es el gran profeta y rey prometido una y otra vez (Nm. 24:17; Dt. 18:15, 18; Sal. 2:6; 24:7–10; 45:6; 89:27; Is. 9:7; 32:1; 42:1–2; 52:7; 61:1; Jer. 23:5; Dn. 7:14; Mi. 5:2; Zac. 9:9).
Sin embargo, la preparación del Antiguo Testamento para Cristo esta fragmentada, es decir que Ninguno de sus libros o escritores presenta el cuadro completo del Salvador. Solo obtenemos una visión parcial aquí y otra allá, y los escritores inspirados las presentaron a lo largo de un período de mil quinientos años. Como dice el apóstol Pedro:
“Los profetas que profetizaron de la gracia destinada a vosotros, inquirieron y diligentemente indagaron acerca de esta salvación, escudriñando qué persona y qué tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, el cual anunciaba de antemano los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos” (1 P. 1:10–11).
Los profetas no podían aclararlo todo; se preguntaban exactamente sobre quién estaban escribiendo y cuándo exactamente ocurriría todo.
La revelación progresiva del Antiguo Testamento preparó a sus lectores para la venida de Cristo. Pero nadie vio una imagen completa del Mesías hasta que realmente Él vino, la cual se revela en el Nuevo Testamento.
El escritor de Hebreos afirma que Cristo es la revelación completa de Dios cuando dice que Dios “en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo” (He. 1:2). Cuando Jesús vino, Dios reveló el cuadro completo. Continuaremos explorando este tema en el próximo blog.
(Adaptado y traducido de God in the Manger)