Cuando Dios dijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza” (Gn.1:26), quiso dar a entender que Él mismo es un Dios de relaciones personales, y Él nos creó conforme a Su propia semejanza para que pudiéramos entrar en una relación con Él.
Douglas F. Kelly escribe:
Dios mismo nunca ha existido como un individuo independiente, solitario o “aislado”. Más bien, siempre ha existido en la plenitud de una existencia similar a la de una familia (cp. Ef. 3:14, 15: “el Padre de quien... toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra”). También, como solía decir el magnánimo san Atanasio en el siglo cuarto: “Al Padre nunca le ha faltado su Hijo”. El misterio asombroso del origen de la personalidad es que el Dios único existe como tres personas en un ser o “sustancia”.[1]Douglas F. Kelly, Creation and Change [Creación y cambio] (Fearn, Ross-shire, UK: Christian Focus, 1997), 220..
Además, al ser creados por Dios a Su imagen, Él nos hizo personas, es decir, con el propósito de tener relaciones personales, en particular con Él.
Es imposible divorciar esta verdad de que el hombre es una criatura ética. Todas las relaciones verdaderas tienen aspectos éticos infranqueables. En este punto se activan los atributos comunicables de Dios, a pesar de que nuestro sentido de la ética y la moral haya sido afectado por la caída de la humanidad en pecado. Todos los humanos podemos hacer las distinciones básicas entre el bien del mal. Incluso los ateos más obstinados comprenden el concepto de virtud y la necesidad de moralidad. De hecho, un aspecto inherente de la humanidad verdadera es la sensibilidad moral. Por instinto sabemos que existe una diferencia entre lo bueno y lo malo.
Todo esto nos hace distintos del resto de la creación. Ante todo, es algo propio de la parte invisible del hombre, que es su espíritu. Es aquello que nos convierte en seres espirituales, y es la parte de nuestra humanidad que los científicos nunca encontrarán en nuestro ADN. No es algo que haya sido programado en nuestros cromosomas porque es de origen y naturaleza espiritual. Esta es la personalidad humana que nos hace semejantes a Dios aún en nuestra condición de seres caídos.
En cuanto a lo físico, estamos hechos de elementos terrenales como el polvo de la tierra. De hecho, al morir nuestros cuerpos volverán al polvo. Como es obvio, esto no es algo que pueda decirse de Dios. Sin embargo, nuestra condición de persona es eterna —y esto es lo que nos hace semejantes a Dios. La imagen de Dios se encuentra, por lo tanto, en la parte inmaterial de nuestro ser.
Esto no quiere decir que nuestra forma corporal carezca por completo de elementos propios de la imagen divina. Como lo dijo Juan Calvino:
“La imagen de Dios se extiende a toda la dignidad por la que el hombre supera a las demás especias de animales... Aunque la sede y el lugar principal de la imagen de Dios se haya colocado en el espíritu y el corazón, en el alma y sus potencias, no obstante, no hubo parte alguna, incluso en su mismo cuerpo, en la que no brillasen algunos destellos” [2]Juan Calvino, Institución de la religión cristiana, (Capellades, España: Felire, 2013), 1.15.3, p. 117..
La postura misma del ser humano, erguido sobre sus pies, le distingue de los animales de cuatro patas y de las criaturas que se arrastran sobre el suelo.
La postura natural de los animales dirige su mirada a la tierra, mientras que el hombre ha sido diseñado para levantar la mirada a los cielos, donde puede contemplar la gloria que Dios allí despliega. Esta es una de las muchas maneras en que la gloria de Dios se refleja hasta en la constitución física de nuestra especie.
Nuestras leguas, con su capacidad para formar palabras y hablar en lenguajes llenos de significado, también reflejan nuestra semejanza a Dios.
Nuestros mismos rostros, con ojos expresivos y una gran cantidad de expresiones faciales significativas, han sido diseñados de manera especial para la comunicación y las relaciones personales. Así pues, aunque el cuerpo humano no es el portador principal de la imagen de Dios en el hombre, el cuerpo mismo ha sido elaborado de forma especial para que pueda servir como un vehículo a través del cual se manifiesta a plenitud esa imagen.
Henry Morris escribió lo siguiente:
“Solo podemos decir que, aunque Dios no tiene un cuerpo físico, Él diseñó y formó el cuerpo del hombre para permitirle ejecutar funciones que Dios mismo ejecuta sin necesidad de un cuerpo. Dios Puede ver (Gn. 16:13), oír (Sal. 94:9), oler (Gn. 8:21), tocar (Gn. 32.32) y hablar (2 P. 1:18), sin necesidad de los órganos que corresponden a estos sentidos. Por ende, el cuerpo humano tiene algo único que le hace compatible con la manifestación que Dios ha hecho de sí mismo en la historia, y como Dios conoce todas sus obras desde el principio (Hch. 15:18), Él debió haber diseñado el cuerpo del hombre con esto en mente. Por esa razón, utilizó un diseño diferente al que usó para los animales, y le asignó al hombre una postura erguida que le permite levantar el semblante y tener expresiones faciales que correspondan a ciertos sentimientos y emociones, así como un cerebro y una lengua capaces de razonar y articular pensamientos y lenguaje.
”Por supuesto, Él también sabía que en el cumplimiento de los tiempos Él mismo habría de convertirse en hombre. En aquel día, prepararía un cuerpo humano para su Hijo (He. 10:5; Lc. 1:35), quien al tomar forma de siervo fue “hecho semejante a los hombres” (Fil. 2:7), así como el hombre había sido hecho semejante a Dios”[3]Henry Morris, The Genesis Record [El registro de Génesis] (Grand Rapids:Baker, 1976), 74–75..
No solo fue Adán quien portó la imagen de Dios, sino también la mujer y la descendencia de ambos. Este hecho se refleja así en el texto: “Hagamos al hombre a nuestra imagen... Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo...” (vv. 26–28, cursivas añadidas). El antecedente del plural “los” es el pronombre “hombre”, que se emplea en sentido genérico en este caso. Es una referencia clara a Adán y a toda la humanidad, y el resto del texto sagrado confirma esta verdad. Génesis 9:6 prohíbe todos los actos de homicidio “porque a imagen de Dios es hecho el hombre”, y Santiago 3:9 nos prohíbe aún maldecir a cualquier semejante porque todos los seres humanos “están hechos a la semejanza de Dios”.
La verdad de que la humanidad fue hecha a imagen y semejanza de Dios es el punto de partida para una comprensión bíblica de la naturaleza humana. Es la explicación de nuestros deseos y necesidades espirituales. Nos ayuda a entender la conciencia humana. Establece nuestra responsabilidad moral. Revela la esencia misma del significado y el propósito de la vida humana y está llena de significado práctico y doctrinal.
Sin embargo, la religión de la evolución quiere borrar por completo esta verdad de la conciencia colectiva de la raza humana. Por eso, los cristianos no pueden permitirse abandonar la batalla contra la teoría de la evolución. Porque la vida no carece de sentido. Las personas no son accidentes cósmicos producidos por el tiempo y el azar.
Todos somos descendientes directos de Adán y Eva, creados a imagen de Dios, hechos para conocer —y ser conocidos por— nuestro amoroso Creador. Por eso estamos aquí y por eso estamos llamados a predicar el evangelio de la reconciliación con Dios.
(Adaptado de La batalla por el comienzo)