¿Se puede creer en Cristo, pero no en la autoridad e infalibilidad de la Biblia?
Puede intentarlo, pero se encontrará ante un dilema muy real: si dice que cree en Cristo, pero duda de la veracidad de la Biblia, está siendo incoherente e incluso irracional. Cristo respaldó la Biblia como verdadera y autoritaria. Por lo tanto, si usted da a Cristo un lugar de honor y autoridad en su vida, para ser coherente tiene que dar a las Escrituras ese mismo honor y autoridad.
Jesús y el Antiguo Testamento
¿Qué pensaba Jesús de las Escrituras de Su época, el Antiguo Testamento? ¿Consideraba que tenía autoridad? Al parecer, en Mateo 23:35, Él define el canon hebreo como los libros que van desde el Génesis (Abel) hasta la época después del exilio de 2 Crónicas (Zacarías), que abarca todo el Antiguo Testamento desde el punto de vista de la cronología hebrea.
También es importante señalar que Jesús nunca citó ni aludió a ninguna obra apócrifa. ¿A qué se debe esto? El erudito bíblico F.F. Bruce explica lo siguiente:
“[los apócrifos] no eran considerados canónicos por los judíos ni de Palestina ni de Alejandría, y que nuestro Señor y sus apóstoles aceptaron el canon judío y confirmaron su autoridad por el uso que hicieron de él, mientras que no hay pruebas que demuestren que consideraran la literatura apócrifa (o la mayor parte de ella que había aparecido en su época) como igualmente autorizada”[1]F.F. Bruce, The Books and the Parchments (London:Pickering and Inglis, 1950), 27..
Aunque se trata de un argumento basado en el silencio, no deja de ser significativo que sesenta y cuatro veces Jesús citara o aludiera al Antiguo Testamento, mientras que Él nunca se refirió a otras fuentes. Cristo puso Su sello de aprobación en el Antiguo Testamento de varias maneras clave.
Jesús reconoció libremente que toda la Escritura apuntaba a Él. En Juan 5:39, por ejemplo, Jesús dijo a los líderes judíos: “Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí”. Más tarde, a los dos discípulos de camino a Emaús, Jesús “les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían” (Lc. 24:27). A Sus discípulos les dijo: “Estas son las palabras que os hablé, estando aún con vosotros: que era necesario que se cumpliese todo lo que está escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos” (Lc. 24:44).
Cristo también dijo que había venido para cumplir toda la Escritura. En Mateo 5:17, Él aseguró a Sus discípulos que no pretendía abolir la Ley ni los Profetas, sino darles cumplimiento. Una prueba de esto es que Jesús se sometió voluntariamente a las enseñanzas del Antiguo Testamento, así como también corrigió a aquellos que lo acusaban falsamente (Mr. 2:23–28). Además, Jesús se vio a Sí mismo como el cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento. En Mateo 26:24, Él relató que Él, el Hijo del Hombre, sería traicionado “según está escrito de él”. Unos versículos más adelante, Jesús reconoció a Pedro que podía invocar instantáneamente a doce legiones de ángeles para protegerse. Sin embargo, esto no habría sido según el plan de Dios: “¿Pero cómo entonces se cumplirían las Escrituras, de que es necesario que así se haga?”. (Mt. 26:54). En otras palabras, Jesús vino a cumplir las Escrituras. Su visión de la Escritura era que todo giraba en torno a Él y cada detalle debía cumplirse.
Jesús comparó la duración de las Escrituras con la duración del universo. Él dijo: “Pero más fácil es que pasen el cielo y la tierra, que se frustre una tilde de la ley” (Lc. 16:17). Así que “se cumplirán todas las cosas escritas por los profetas acerca del Hijo del Hombre” (Lc. 18:31).
Jesús también corroboró la historicidad y validez de personas y acontecimientos del Antiguo Testamento. Por ejemplo, Él confirmó la creación de Adán y Eva al preguntar: “¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo, y dijo: Por esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne?” (Mt. 19:4–5).
Algunos han intentado calificar el relato del primer asesinato, en el que Caín mató a Abel, como una alegoría —ficción que enseña una verdad espiritual. Pero Jesús, en una confrontación con los fariseos, dijo: “Desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías, que murió entre el altar y el templo; sí, os digo que será demandada de esta generación” (Lc. 11:51).
En otra ocasión, Jesús hizo referencia a Lot y a su mujer: “Mas el día en que Lot salió de Sodoma, llovió del cielo fuego y azufre, y los destruyó a todos… Acordaos de la mujer de Lot” (Lc. 17:29, 32).
A lo largo de los años, algunos han negado la naturaleza histórica del diluvio. Pero Jesús creía en el diluvio que ocurrió en el tiempo de Noé. Él declaró: “Mas como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del Hombre. Porque como en los días antes del diluvio estaban comiendo y bebiendo, casándose y dando en casamiento, hasta el día en que Noé entró en el arca” (Mt. 24:37–38).
Y hay muchos otros hechos en el libro del Génesis que Él corroboró, como el llamado de Dios a Moisés (Mr. 12:26). En Juan 6:31–32, Jesús habló del maná del cielo. En Juan 3:14 se refirió a la serpiente de bronce que fue alzada en el desierto, por medio de la cual el pueblo de Israel fue sanado. Una y otra vez, Jesús reconoció y confirmó la autoridad del registro del Antiguo Testamento.
La naturaleza de Dios y Su Palabra
Al examinar el testimonio de Jesús sobre las Escrituras, tenemos que aceptar una de tres posibilidades. La primera es que no hay errores en el Antiguo Testamento, tal como Jesús enseñó. Segunda, hay errores, pero Jesús no los conocía. Tercera, hay errores y Jesús los conocía, pero los encubrió.
Si la segunda alternativa es cierta —que el Antiguo Testamento contiene errores que Jesús desconocía— entonces se deduce que Jesús era un hombre falible; obviamente no era Dios y podemos descartar todo el asunto. Si la tercera alternativa es cierta —que Jesús conocía los errores, pero los encubrió— entonces no era honesto, no era santo, ciertamente no era Dios, y de nuevo, toda la estructura del cristianismo se desmorona como un castillo de arena golpeado por las olas del mar.
Acepto la primera proposición —que Jesús consideraba el Antiguo Testamento como la Palabra de Dios, autoritaria y sin errores.
La conclusión obvia aquí es que Jesús aceptó la autoridad del Antiguo Testamento y transmitió esa misma autoridad al registro del Nuevo Testamento (Jn. 14:26; 15:26–27; 16:12–15). Él lo vio como el equivalente de Su propia palabra. El registro del cumplimiento tiene tanta autoridad como el registro predictivo.
El Salmo 119:160 nos dice que: “La suma de tu palabra es verdad” (énfasis añadido). Eso solo puede ser verdad si las partes son verdad. Basado en la autoridad de Cristo, yo creo que lo son. Un cuerpo autoritario exige partes inerrantes.
No se puede permitir que la razón anule la revelación ni que la autoridad de Cristo sea usurpada por quienes Él creó. Lo que está en juego es nada menos que la naturaleza de Dios.