La creación de la raza humana fue el objeto central del propósito creativo de Dios desde el principio. En un sentido importante, todo lo demás fue creado para la humanidad, y cada paso de la creación hasta este punto tuvo un propósito esencial: la preparación de un ambiente perfecto para Adán.
La raza humana todavía se mantiene en el centro del propósito de Dios para el universo entero. Esto lo sabemos porque la Biblia dice que todas las demás cosas perecerán y dejarán de existir. Según lo dicho por el Señor Jesús, vendrá un tiempo en que “el sol se oscurecerá, y la luna no dará su resplandor, y las estrellas caerán del cielo, y las potencias que están en los cielos serán conmovidas” (Mr. 13:24–25). En última instancia, el mismo firmamento se desvanecerá como un pergamino que se enrolla (Ap. 6:13–14). “Los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas” (2 P. 3:10). Es decir, todas las cosas que fueron creadas también serán “desechadas”, y todo lo que existe en este universo cesará de existir. Todo, a excepción de la humanidad.
Dios creó al ser humano para glorificar y disfrutar de Él para siempre. Mucho tiempo después que todos los demás elementos de este universo se hayan desvanecido, una gran multitud de seres humanos redimidos habitarán en la presencia del Señor para siempre.
En otras palabras, el despliegue de la creación es como la construcción de un teatro en el que se presenta la grandiosa historia divina de la redención. El hombre es el personaje principal, y en el clímax de la historia, el mismísimo Hijo de Dios se convierte en hombre para resolver el drama de la salvación y la reconciliación de todas las cosas en Dios. Este es el propósito por el cual fue creado el universo entero: para que la gracia, la misericordia y la compasión de Dios fueran depositadas en este ser que Dios había creado a Su propia imagen. Al final del drama, el teatro queda destruido. Este es un pensamiento profundo que debería hacernos humildes.
Es evidente que la creación de la raza humana es el asunto central en Génesis 1. Todo lo demás culmina en este acontecimiento, y el texto bíblico dedica más espacio a la descripción de la creación de Adán que al de todos los demás aspectos de la creación. De hecho, puesto que este acto final de creación es tan crucial, todo el capítulo 2 de Génesis se dedica a la ampliación de la descripción susodicha. Cabe aclarar que Génesis 2 no es una historia diferente ni un relato alternativo, sino la descripción ampliada del mismo día sexto en Génesis 1. En Génesis 1:26–31 aprendemos las verdades básicas acerca del día sexto:
“Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra. Y dijo Dios: He aquí que os he dado toda planta que da semilla, que está sobre toda la tierra, y todo árbol en que hay fruto y que da semilla; os serán para comer. Y a toda bestia de la tierra, y a todas las aves de los cielos, y a todo lo que se arrastra sobre la tierra, en que hay vida, toda planta verde les será para comer. Y fue así. Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera. Y fue la tarde y la mañana el día sexto”.
Tenga presente que la creación de Adán ocurrió el mismo día en que todas las demás criaturas terrestres fueron creadas. Todo esto sucedió en un período de veinticuatro horas, es decir, una sola rotación terrestre.
Adán, como vemos en el texto, fue objeto de la creación especial y personal de Dios. No se puede hacer justicia al texto con la noción de que Adán evolucionó de alguna forma previa de vida animal. Génesis 2:7 es muy explícito: “Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente”. El segundo capítulo de Génesis también describe cómo la primera mujer, Eva, fue formada por Dios a partir del costado de su esposo (v. 22). De modo que el hombre y la mujer fueron creados por separado y de forma individual a través de actos directos y esmerados de Dios.
Las genealogías en Génesis empiezan con una corroboración de esta verdad: “El día en que creó Dios al hombre, a semejanza de Dios lo hizo. Varón y hembra los creó; y los bendijo, y llamó el nombre de ellos Adán, el día en que fueron creados” (Gn. 5:1–2). Este versículo empieza y termina con referencias a un solo día en que Dios hizo a la humanidad. De forma reiterada la Biblia alude a ese día especial (cp. Dt. 4:32). Fue el día sexto en la semana de creación, y en él tuvo lugar el acto culminante de coronación en la fiesta creativa de Dios.
En este punto del proceso de creación ocurre un cambio significativo. El versículo 26 empieza con las palabras conocidas: “Entonces dijo Dios”. Se trata de la misma fórmula empleada para introducir todos los demás actos de creación anteriores (cp. vv. 3, 6, 9, 11, 14, 20, 24). Sin embargo, hay un cambio súbito y notable en el lenguaje. Hasta este punto, todas las menciones de “dijo Dios” fueron seguidas por mandatos como “sea” y “sean” (vv. 3, 15), “haya” (vv. 6, 14), “júntense las aguas” (v. 9), “produzca” y “produzcan” (w. 11, 20, 24). Estas órdenes siempre se dan en términos de fiat: ¡Hágase! Tales expresiones son impersonales en el sentido de que son mandatos que no van dirigidos a una persona en particular. Son decretos soberanos del Creador que de inmediato traen cosas a existencia ex nihilo, de la nada. Nunca antes había dicho Dios “hagamos” con respeto a alguna cosa creada.
Esta es la primera vez en que la expresión “dijo Dios” va seguida por los pronombres personales: “Hagamos al hombre a nuestra imagen” (v. 26, cursivas añadidas). Esto habla de la creación de Adán en términos personales únicos y exclusivos. En las Escrituras se emplean de forma deliberada esos términos para recalcar la relación íntima de Dios con esta parte especial de Su creación. De esta manera establece una relación personal entre Dios y el hombre que no existe en otro aspecto de la creación. Ni la luz, ni el agua ni los demás elementos de la tierra, ni el sol, ni la luna, las estrellas o los grandes cuerpos estelares, ni siquiera las demás criaturas vivientes que hizo. Ninguna de estas cosas creadas puede disfrutar la relación que Dios estableció con la raza humana. Todas ellas fueron creadas por Dios mediante Su decreto fiat, y ellas empezaron a existir como Él se los mandó. Sin embargo, no se alude en las Escrituras a alguna identificación personal o íntima entre Dios y esas cosas.
La relación de Dios con la humanidad es única en toda la creación, y por consiguiente las Escrituras en cada ocasión representan de manera vívida la intervención personal de Dios en la creación del hombre: “Jehová Dios formo al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente” (Gn. 2:7) y formó al padre de toda la humanidad “a su imagen y semejanza” (Gn. 1:26).
En los próximos días analizaremos las implicaciones que tiene para la vida comprender quiénes somos realmente y el glorioso propósito que Dios tiene para nosotros como portadores de Su imagen.
(Adaptado de La batalla por el comienzo)