El Espíritu Santo es la tercera persona de la Trinidad, quien aparece a lo largo de todas las Escrituras, desde Génesis hasta Apocalipsis. Debido a que una visión verdadera del Dios trino es esencial para la verdadera adoración, una comprensión exacta del Espíritu Santo es absolutamente vital. Es por esta razón que dedicaremos las siguientes semanas al estudio del Espíritu Santo, también conocido como Pneumatología.
Dios Espíritu Santo[1]Esta sección es extraída de: John MacArthur, Teología Sistemática (Grand Rapids: Portavoz, 2015), 342‒43..
La primera referencia al Espíritu Santo se encuentra en el primer capítulo de Génesis (Gn. 1:2) y su última mención está en el último capítulo del Nuevo Testamento (Ap. 21:10). El término hebreo rúaj aparece 378 veces en el Antiguo Testamento, aunque el mismo término en arameo aparece 11 veces (solo en Daniel). Principalmente significa “espíritu” (1 S. 16:14), “viento” (Éx. 10:13) o “aliento” (Gn. 6:17, LBLA). Por otro lado, el término griego pneuma —que tiene el mismo significado que el término hebreo rúaj— aparece 379 veces en el Nuevo Testamento, aunque se refiere al Espíritu Santo en más de 245 ocasiones.
Las Escrituras también proporcionan suficiente evidencia de que el Espíritu Santo posee todos los elementos esenciales de una persona como para clasificarlo como la tercera persona divina de la Trinidad. Su principal obra es guiar a las personas a Jesucristo (Jn. 15:26; 16:14), trayendo a los pecadores a un conocimiento verdadero del Salvador por medio del evangelio y conformándolos mediante las Escrituras a la gloriosa imagen de Hijo de Dios (2 Co. 3: 17‒18).
La promesa
La promesa de Jesús de enviar el Espíritu Santo, nuestro Pastor silencioso, es una de las más importantes de todas las registradas en las Escrituras. Nuestro Señor lo explicó primero a Sus discípulos diciendo:
“Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros. No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros” (Jn. 14:16‒18).
Esta garantía de Jesús fue dada en la primera parte del discurso en el aposento alto, la noche antes de Su crucifixión. Las palabras de esperanza de Cristo llegaron en un momento crucial para los discípulos, que estaban confundidos y turbados ante la perspectiva de Su muerte y partida. La promesa de enviar a Su Espíritu es también parte de la rica herencia del Señor a todos los creyentes de hoy.
El ministerio de Jesús y el Espíritu
Desde los primeros días del ministerio del Espíritu Santo, fue evidente que Él tendría un papel importante en lo que Jesús diría y haría. El bautismo de Jesús es un ejemplo perfecto: “Y Jesús, después que fue bautizado, subió luego del agua; y he aquí los cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre él. Y hubo una voz de los cielos, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mt. 3:16‒17).
Todo lo que Cristo hizo lo llevó a cabo mediante el poder y la fortaleza del Espíritu (vea Hch. 1:12). Por ejemplo, muchos milagros de Jesús y la reacción del pueblo ante ellos demostraron que Su ministerio tenía una facultad sobrenatural (lea cómo los discípulos reaccionaron cuando calmó la tormenta, según Mt. 8:23‒27). Por otro lado, la oposición (sobre todo la de los fariseos) no reconoció el papel del Espíritu en Su ministerio. De hecho, los fariseos llegaron increíblemente a la conclusión de que Jesús hacía todo por el poder de Satanás. Su acusación blasfema impulsó a Jesús a hacer una fuerte declaración pública para defender Sus acciones y declarar que el Espíritu era Su verdadera fuente de poder (Mt. 12:22‒37).
Cristo fue enfático dejando claro que las obras poderosas que la gente veía en Su ministerio eran prueba de la obra del Espíritu. Jesús no estaba tan preocupado por las críticas que recibía sobre Su papel como el Hijo del hombre, sino más bien por la blasfemia contra la persona invisible —el Espíritu Santo— que facultaba Su ministerio. Jesús es verdaderamente un modelo para nosotros en Su respeto por la persona y la obra del Espíritu Santo.
Si vamos a honrar al Espíritu Santo con reverencia y el respeto que se le deben a Su condición real, necesitamos discernir correctamente Su verdadero ministerio, haciendo coincidir nuestros corazones, mentes y voluntades con Su maravillosa obra.
En las siguientes semanas, examinaremos esta obra a través de la promesa de Jesús hecha a los discípulos en el aposento alto, ya que Su compromiso va mucho más allá de la enseñanza y el consejo dados solo a los discípulos, pues tiene grandes implicaciones para todos los creyentes del nuevo pacto.
(Adaptado de El Pastor silencioso, Teología Sistemática, y Fuego Extraño)