Así como los rayos del sol iluminan y calientan la Tierra, Cristo es la luz gloriosa de Dios que brilla en los corazones de los hombres. Eso es lo que quiere decir el autor de Hebreos cuando describe a Jesucristo —Dios el Hijo encarnado— como “el resplandor de la gloria [de Dios]” (He. 1:3).
“Resplandor” significa literalmente “emitir luz”, lo que indica que Jesús es la manifestación de Dios para nosotros. Jesucristo es el resplandor de lo que Dios es, y así lo afirmó durante Su ministerio terrenal: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn. 8:12).
Cristo transmite esa luz a nuestras vidas para que podamos irradiar la gloria de Dios a los demás. Dios envió Su luz gloriosa, en la persona de Jesucristo, a un mundo moralmente oscuro para llamar a los pecadores hacia sí. Nadie sería capaz de ver o disfrutar del verdadero resplandor de Dios si no fuera por Su Hijo y por aquellos que le conocen.
Es verdaderamente una bendición saber que Jesucristo puede morar en tu vida e impartir la luz espiritual necesaria para ver y creer a Dios. El resplandor de Jesús apunta a la salvación, que a su vez resulta en perdón, reconciliación, paz, gozo y comunión genuina por toda la eternidad.
Ver a Jesús, ver a Dios
Hebreos 1:3 continúa declarando que Jesucristo es “la representación exacta de la naturaleza [de Dios]”. Jesús posee la naturaleza de Dios Padre. Es decir, tiene todos los atributos indispensables de quién es y qué es Dios, como la inmutabilidad (no cambia), la omnisciencia, la omnipotencia y la omnipresencia. Es el sello o réplica exacta de Dios. En palabras del Credo Niceno, Jesucristo es “Dios mismo de Dios mismo”.
El apóstol Pablo nos enseña igualmente en Colosenses 1:15: “Él es la imagen del Dios invisible”. Aquí, a diferencia de Hebreos 1:3, la palabra griega traducida “imagen” es eikōn, de la que obtenemos el término español “icono”, que significa una copia o reproducción exacta. Pero ambos versículos comunican la misma verdad.
Cristo posee la naturaleza misma de Dios y manifiesta perfectamente todos Sus atributos. El Hijo de Dios encarnado muestra la esencia de Dios a todo el que lo ve.
Siempre que se habla del niño en el pesebre, se habla nada menos que de Dios mismo. En el próximo blog, consideraremos el rol soberano de Cristo en el sostenimiento de la creación y la salvación de los pecadores.
(Adaptado y traducido de God in the Manger)