Nuestros primeros antepasados, Adán y Eva, fueron el momento culminante de la historia de la creación. Todos los actos creativos anteriores de Dios —todo lo demás en el universo material— formaron el escenario para que la humanidad floreciera como portadora de la imagen de Dios. Como ya hemos visto en esta serie, Dios diseñó a Adán para que mantuviera una relación con Él mismo y con Eva. Además, la unión matrimonial entre el primer hombre y la primera mujer fue diseñada para fructificar, multiplicar y llenar la tierra (Gn. 1:28) con su descendencia.
Aquí vemos un tercer propósito para el cual Dios creó a la raza humana: fuimos creados para recibir gozo y bendición de la mano de Dios. Él hizo nuestra raza para poder derramar su bondad sobre todos nosotros. Génesis 1:28 dice que después de la creación de Adán y Eva, “los bendijo Dios”.
“Bendijo” se refiere a algo más que una consagración ceremonial. Dios no solo invocó alguna fórmula o bendición verbal. Lo que esto sugiere es que Él les confirió bienestar. Les hizo prosperar. Los hizo felices.
Ese es todavía el designio de Dios para la raza humana. Él quiere que le disfrutemos y que disfrutemos la bondad abundante de Su creación. El apóstol Pablo dijo que “el Dios vivo... nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos” (1 Ti. 6:17). El sabio del Antiguo Testamento escribió: “He aquí, pues, el bien que yo he visto: que lo bueno es comer y beber, y gozar uno del bien de todo su trabajo con que se fatiga debajo del sol, todos los días de su vida que Dios le ha dado; porque esta es su parte” (Ec. 5:18).
En el caso de Adán, todo el disfrute y la bendición en el mundo fueron suyos en un paraíso libre de todo mal y pecado. Adán podía tener todo lo que quisiera, en un ambiente perfecto, con un clima perfecto, con una compañera ideal y con el mandato divino de disfrutar y utilizar todo (con una sola restricción) libremente.
“Y dijo Dios: He aquí que os he dado toda planta que da semilla, que está sobre toda la tierra, y todo árbol en que hay fruto y que da semilla; os serán para comer. Y a toda bestia de la tierra, y a todas las aves de los cielos, y a todo lo que se arrastra sobre la tierra, en que hay vida, toda planta verde les será para comer. Y fue así” (Gn. 1:29–30).
Observe que Adán, al igual que todas las demás criaturas en el reino animal, eran vegetarianos en este punto. No había pecado y, por ende no había muerte. En consecuencia, no podían existir animales carnívoros. Todos los animales eran dóciles, y aun las especies que ahora son carnívoras también se alimentaban de vida vegetal únicamente. Debemos entender que el mundo estaba lleno de comida en abundancia y variedad inimaginables. Dondequiera que mirara, Adán veía comida deliciosa que colgaba de los árboles. El mundo entero reflejaba la bondad y generosidad abundantes de Dios. Después de todo, Dios pudo haber creado un cielo de color marrón, un agua parda y un mundo sin color —sin nada que comer, salvo arroz. En lugar de esto, Él creó el mundo con una variedad inmensa de frutas y vegetales deliciosos, y creó todas estas cosas para que las disfrutáramos.
Además, nos dio sentidos para disfrutar estas bendiciones a plenitud. Dios nos ha dado esas habilidades para bendecirnos, para que seamos capaces de disfrutar todo lo hecho por Él. Adán y Eva recibieron libertad total para disfrutar cualquier cosa que quisieran en el huerto de Dios.
No obstante, nuevamente hubo una excepción significativa. En todo el universo de frutas y vegetales creados por Dios, un árbol fue declarado como fuera de límites. “Mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Gn. 2:17). Ellos eran libres de comer todo lo que quisieran de cualquier otro árbol, incluido el árbol de la vida, pero Dios les prohibió comer del árbol del conocimiento del bien y del mal. Comer del fruto prohibido les acarrearía el juicio de Dios y traería como resultado la muerte.
Y tan solo un capítulo después (Génesis 3), Adán y Eva hicieron justo lo que Dios había prohibido. No solo acarrearon juicio sobre sí mismos y toda la raza humana, sino también una maldición sobre toda la creación. Aquello que Dios había hecho para su gozo y felicidad, fue estropeado por el pecado. La muerte entró al mundo, y al lado de la muerte, enfermedad, espinos, trabajo arduo y dificultades de todo tipo (Gn. 3:17–19). El pecado arruinó ese paraíso perfecto.
No obstante, Dios lo había hecho bueno desde un principio. Lo había hecho para bendecir a la humanidad y ese fue uno de Sus propósitos en la creación. Incluso en este mundo arruinado por el pecado, Él todavía cumple ese propósito. Su creación, aún en su estado caído, está llena de bendiciones para nosotros.
(Adaptado de La batalla por el comienzo)