La Segunda Venida de Jesús es uno de los temas más destacados en las Escrituras. Su importancia se refleja en los 1.527 pasajes que aluden a este evento. En el Nuevo Testamento, de aproximadamente 8.000 versículos, 330 —es decir, 1 de cada 25— se refieren específicamente al regreso de Cristo. Junto con la fe, no hay otro tema mencionado con tanta frecuencia. Sin embargo, muchos creyentes en la actualidad han desvalorizado la importancia de este evento, y en muchos casos han llegado a malinterpretar lo inminente que será Su regreso. En Romanos 13:11–14, Pablo exhorta a los creyentes a ver el regreso inminente de Jesús como motivo para despertar y despojarse de todo pecado. En este blog hablaremos del último mandato que encontramos en este pasaje.
¡Vístanse!
No vamos a estar completamente preparados para el amanecer del nuevo día a no ser que nos pongamos el atuendo apropiado: “Vistámonos las armas de la luz... vestíos del Señor Jesucristo” (Ro. 13:12, 14).
De nuevo, la imagen es la de un soldado que ha pasado la noche de borrachera desenfrenada. Ha vuelto a casa tambaleándose y se ha quedado dormido con la ropa arrugada y manchada a causa de su borrachera. El día estaba a punto de romper el alba. Ya era hora de despertarse, despojarse de la ropa sucia y ponerse algo limpio y dispuesto para la batalla. La expresión “armas de la luz” hace alusión a una guerra. Aunque el regreso de Cristo es inminente, esto no nos disculpa para abandonar la batalla. En las Escrituras no se sugiere una sola vez que el pueblo de Dios tenga que irse a sentar en un monte en algún lugar para ponerse a esperar el regreso del Señor.
De hecho, desde ahora y hasta Su regreso, estamos involucrados en una batalla “contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Ef. 6:12). La cercanía del regreso de nuestro Señor no mengua la seriedad de la batalla. No es hora de aflojar en nuestra diligencia, sino precisamente de hacer todo lo contrario: debemos enfrentar la batalla con un vigor renovado al saber que el tiempo es corto. “Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes” (Ef. 6:13).
En otras palabras, no somos soldados que están fuera de servicio, libres para divertirse y entregarse a los placeres carnales de la vida nocturna. Estamos en servicio activo y nuestro General podría aparecer en cualquier momento. Por lo tanto: “Andemos como de día, honestamente; no en glotonerías y borracheras, no en lujurias y lascivias, no en contiendas y envidia” (Ro. 13:13). El cristiano que no está viviendo en santidad y obediencia de acuerdo con las prioridades celestiales, es un cristiano que no ha captado la trascendencia del regreso inminente del Señor. Si genuinamente estamos esperando que nuestro Señor se manifieste en cualquier momento, esa bienaventurada esperanza debería motivarnos a ser fieles y andar como es debido, no sea que nuestro Señor vuelva y nos encuentre andando indebidamente, sin obedecerle ni honrarle. En palabras del mismo Cristo: “Velad, pues, porque no sabéis cuándo vendrá el señor de la casa; si al anochecer, o a la medianoche, o al canto del gallo, o a la mañana; para que cuando venga de repente, no os halle durmiendo. Y lo que a vosotros digo, a todos lo digo: Velad” (Mr. 13:35–37).
Hay más todavía: “Sino vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne” (Ro. 13:14). De nuevo, cuando seamos glorificados, seremos instantáneamente conformados a la imagen de Cristo, semejantes a Él, tanto como sea posible para nosotros como seres humanos. La semejanza a Cristo es, por ende, la meta hacia la cual Dios nos está haciendo avanzar (Ro. 8:29). Incluso ahora mismo el proceso de nuestra santificación tiene por objeto conformarnos a Su imagen, y así debe ser. Al crecer en la gracia, también crecemos en nuestra semejanza a Cristo. Debemos convertirnos en un reflejo del carácter y la santidad de Cristo, y eso es lo que Pablo quiere decir cuando escribe: “Vestíos del Señor Jesucristo”. Tenemos que procurar la santificación, seguir a Cristo en nuestra conducta y carácter, dejar que Su mente esté en nosotros y hacer que Su ejemplo guíe nuestro andar (Fil. 2:5; 1 P. 2:21).
Pablo comparó su deber pastoral de discipular a los gálatas con padecer dolores de parto, puesto que laboraba con grandes esfuerzos para que ellos alcanzaran la semejanza a Cristo: “Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros” (Gá. 4:19). Cuando escribió a los corintios, también describió la santificación como el proceso mediante el cual serían hechos de nuevo a semejanza de Cristo: “Nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (2 Co. 3:18). En otras palabras, progresamos de un nivel de gloria a otro al ir avanzando en dirección a la meta final, de modo que vestirse del Señor Jesucristo es sencillamente un mandato por procurar la santificación (el tema principal de Romanos 12–16).
Cuando Pablo les escribió a los gálatas: “Todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos” (Gá. 3:27), les quiso decir en esencia que la santificación comienza con la conversión. Desde el primer momento en que tenemos fe, somos revestidos de la justicia de Cristo. Eso es lo que significa ser justificados. En palabras del profeta Isaías: “En gran manera me gozaré en Jehová, mi alma se alegrará en mi Dios; porque me vistió con vestiduras de salvación, me rodeó de manto de justicia” (Is. 61:10).
Pero ese es apenas el comienzo de lo que significa vestirse de Cristo. La justificación es un evento que ocurre una vez para siempre, pero la santificación es un proceso continuo. La orden que dice “vestíos del Señor Jesucristo” en Romanos 13 es un mandamiento por buscar la santificación a semejanza de Cristo.
La esperanza del regreso inminente de Cristo es, por ende, como la bisagra sobre la que gira nuestro entendimiento adecuado de la santificación.
Por eso es tan importante cultivar una expectación vigilante de la venida inminente de Cristo. No se trata de que nos obsesionemos con los eventos que ocurren a diario en el planeta tierra. De hecho, si su interés en el regreso de Cristo se convierte en una fascinación recalcitrante con todo lo que sucede en este mundo, es porque usted no ha entendido de qué se trata en realidad. El conocimiento de la inminencia del regreso del Señor debe hacer que nuestro corazón se dirija al cielo, “de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo” (Fil. 3:20).
“Por lo cual, oh amados, estando en espera de estas cosas, procurad con diligencia ser hallados por él sin mancha e irreprensibles, en paz” (2 P. 3:14).
(Adaptado de La segunda venida)