Toda forma de incredulidad no es más que otra manifestación de idolatría. Incluso los ateos se refutan a sí mismos expresando odio hacia el Dios que niegan. La creación es una prueba de la existencia de un Creador, pero quienes no reconocen al Dios de la Biblia a menudo imaginan que fue obra de una superpotencia nebulosa, distante e indiferente. Al igual que los deístas, que imaginan a Dios como un gran relojero que da cuerda a su creación y luego la abandona a su suerte, los incrédulos —algunos de los cuales profesan ser cristianos— van por la vida esperando que esta fuerza cósmica impersonal actúe finalmente a su favor.
Pero el Dios vivo y verdadero no es distante, indiferente o impersonal. Nuestros atributos de emoción, intelecto y voluntad no surgieron porque sí. Dios nos hizo a Su imagen. Él se ha revelado en la Biblia como una persona y allí se usan títulos personales para describirlo: se le llama Padre, es presentado como un pastor, se le llama hermano, amigo y consejero. La Escritura usa pronombres personales para referirse a Él.
Sabemos que Dios es una persona porque piensa, actúa, siente, habla y se comunica. Toda la evidencia que se halla en la creación y en las Escrituras indica que Él es una persona.
Pero, también sabemos que Dios es espíritu. Él no existe en un cuerpo que pueda tocarse y verse, como nuestros cuerpos. Jesús dijo: “Porque un espíritu no tiene carne ni huesos” (Lc. 24:39). Él también señaló que la comprensión de estas realidades básicas es esencial para un culto aceptable: “Dios es espíritu, y quienes lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad” (Jn. 4:24).
Dios no puede reducirse ni a una imagen física, ni a un resumen teológico. Es un espíritu personal y debe ser adorado en la plenitud de la eternidad de Su perpetua existencia. Isaías 40:18–26 explica el concepto:
¿A qué, pues, haréis semejante a Dios, o qué imagen le compondréis? El artífice prepara la imagen de talla, el platero le extiende el oro y le funde cadenas de plata. El pobre escoge, para ofrecerle, madera que no se apolille; se busca un maestro sabio, que le haga una imagen de talla que no se mueva.
¿No sabéis? ¿No habéis oído? ¿Nunca os lo han dicho desde el principio? ¿No habéis sido enseñados desde que la tierra se fundó? Él está sentado sobre el círculo de la tierra, cuyos moradores son como langostas; él extiende los cielos como una cortina, los despliega como una tienda para morar. Él convierte en nada a los poderosos, y a los que gobiernan la tierra hace como cosa vana. Como si nunca hubieran sido plantados, como si nunca hubieran sido sembrados, como si nunca su tronco hubiera tenido raíz en la tierra; tan pronto como sopla en ellos se secan, y el torbellino los lleva como hojarasca. ¿A qué, pues, me haréis semejante o me compararéis? dice el Santo. Levantad en alto vuestros ojos, y mirad quién creó estas cosas; él saca y cuenta su ejército; a todas llama por sus nombres; ninguna faltará; tal es la grandeza de su fuerza, y el poder de su dominio.
En otras palabras, si trata de reducir a Dios a algo distinto a un espíritu, algo que pueda verse o tocarse, ¿qué va a hacer para representarlo? ¿Puede hacer un dibujo de Él? ¿Puede tallar una imagen de Él? ¿Puede fundir plata y hacer una estatua de Él? ¿Qué va a hacer para que se parezca a Él? ¿Con qué lo va a comparar? ¿Cómo puede representar adecuadamente a Dios por medio de un ídolo o una imagen? No puede. Él es el Dios del universo, así que no puede ser tallado en una pequeña pieza de madera.
Debemos tener cuidado de no pensar en Dios en términos humanos. Números 23:19 dice: “Dios no es hombre”. Cuando la Biblia habla de los ojos de Dios, o de su brazo y de otras figuras, está usando lo que llamamos antropomorfismos. Esta es una palabra que proviene de dos palabras griegas anthropos, que significa “hombre” y morphae, “forma” o “cuerpo”. Un antropomorfismo habla de Dios en términos humanos para permitirnos comprender mejor el concepto. Pero tales expresiones no deben tomarse al pie de la letra. Dios no es un hombre.
La Biblia usa tales descripciones visuales para adaptarse a nuestro limitado entendimiento y debemos tener cuidado de no empeñarnos en interpretarlas de forma muy literal. Dios es espíritu, no es literalmente de carne y hueso. La Biblia habla de las alas de Dios que cubren a Sus hijos, pero no quiere decir que Dios sea un pájaro.
Primera de Timoteo 1:17 habla de Él como el Dios invisible. Juan 1:18 dice: “A Dios nadie lo ha visto nunca”. Nunca ningún hombre verá a Dios. Dios se dio a conocer a los israelitas en el Antiguo Testamento mediante una columna de luz y una columna de fuego, y por medio de la shekinah —Su gloria— en el templo. En algunas ocasiones, Dios se manifestó de formas especiales, como una zarza ardiente y mediante visiones. Pero estas apariciones no revelan la esencia verdadera de Dios. Él es espíritu.
Puede que Dios no sea físicamente de carne y hueso como nosotros, pero eso no significa que esté ausente. Puede que sea invisible, pero eso no significa que esté distante. El Dios vivo y verdadero de las Escrituras es íntimo, activo y constantemente obra todas las cosas para nuestro bien y Su gloria (Ro. 8:28).
(Adaptado de Adorar: ¡La máxima prioridad!)