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La mayoría de los cristianos estarían de acuerdo en que la Escritura debe guiar nuestra adoración. Pero ¿cómo se traduce eso en nuestros servicios semanales en la iglesia? Inmediatamente surgen preguntas prácticas sobre cómo se debe usar sola Scriptura para regular la adoración.
Alguien podría señalar que nada menos que Charles Spurgeon utilizó el principio regulador para descartar el uso de cualquier instrumento musical en la adoración. Spurgeon se negó a permitir un órgano en el Tabernáculo Metropolitano porque creía que no había justificación bíblica para la música instrumental en la adoración cristiana. Algunos cristianos hoy en día siguen oponiéndose a la música instrumental por los mismos motivos.
Pero en Grace Community Church, utilizamos instrumentos de todo tipo, desde trompetas y arpas hasta címbalos. En el Salmo 150 encontramos una clara justificación bíblica para la música instrumental en la adoración.
Obviamente, no todos los que afirman la veracidad del principio regulativo están necesariamente de acuerdo en todos los detalles sobre cómo debe aplicarse. Algunos señalan estas diferencias en cuestiones prácticas para sugerir que todo el principio regulativo es insostenible. William Cunningham señaló que los críticos del principio a menudo tratan de desacreditarlo recurriendo a la táctica de la reductio ad absurdum (reducción al absurdo):
Quienes rechazan este principio, sea cual sea la causa, suelen intentar ponernos en dificultades aplicándole una interpretación muy estricta, lo que le da una apariencia de absurdo. [Pero] el principio debe interpretarse y explicarse con sentido común... Pueden surgir dificultades y diferencias de opinión sobre los detalles, incluso cuando se aplica el buen juicio y el sentido común a la interpretación y aplicación del principio; pero esto no es motivo para negar o dudar de la verdad o la solidez del principio en sí[1]William Cunningham, The Reformers and the Theology of the Reformation (Edinburgh: Banner of Truth, 1989 reprint), 32.
Cunningham reconoció que el principio regulativo se emplea a menudo para argumentar en contra de cosas que pueden parecer relativamente poco importantes, como “ritos y ceremonias, vestimentas y órganos, cruces, genuflexiones, reverencias” y otros adornos de la adoración formal. Por eso, dijo Cunningham: “Algunos hombres parecen pensar que forma parte de la insignificancia intrínseca de las cosas”[2]William Cunningham, The Reformers and the Theolgoy of the Reformation (Edinburgh: Banner of Truth, 1989 reprint), 35. Por lo tanto, muchos concluyen que quienes defienden el principio regulativo lo hacen porque en realidad disfrutan discutiendo sobre asuntos insignificantes.
Ciertamente, nadie debería deleitarse en disputas sobre asuntos menores. Y es indudablemente cierto que el principio regulativo se ha utilizado indebidamente de esa manera en ocasiones. La obsesión por aplicar cualquier principio hasta el más mínimo detalle puede convertirse fácilmente en una forma destructiva de legalismo.
Sin embargo, el principio de sola Scriptura, tal y como se aplica al culto, merece ser defendido con firmeza. El principio en sí mismo no es en absoluto trivial. Al fin y al cabo, el incumplimiento de las prescripciones bíblicas para el servicio de adoración es precisamente lo que sumió a la iglesia en la oscuridad y la idolatría de la Edad Media. No me interesa iniciar un debate sobre los instrumentos musicales frente al canto a capela, los himnos frente a la salmodia exclusiva, los coros y solistas frente al canto congregacional u otras cuestiones relacionadas con el estilo musical. Si hay quienes quieren utilizar el principio regulativo como trampolín para debates interminables sobre estas cuestiones (o incluso sobre asuntos más secundarios), por favor, no me incluyan. Las cuestiones que me preocupan sobre el culto contemporáneo son mucho más importantes que eso. Llegan al corazón mismo de lo que significa adorar en espíritu y en verdad.
Mi preocupación es la siguiente: el abandono por parte de la iglesia contemporánea de la sola Scriptura como principio regulativo ha abierto la iglesia a algunos de los abusos más grotescos que se puedan imaginar, incluyendo prácticamente un ambiente de feria ambulante. Incluso la aplicación más amplia y liberal del principio regulativo tendría un efecto correctivo sobre tales abusos.
Consideremos por un momento qué pasaría con los servicios de adoración colectiva si la iglesia contemporánea se tomara en serio la sola Scriptura. Inmediatamente me vienen a la mente cuatro pautas bíblicas para la adoración. Estas han caído en un estado de abandono trágico. Recuperarlas seguramente traería consigo una nueva reforma en la adoración de la iglesia moderna.
Predicar la Palabra
En la adoración colectiva, la predicación de la Palabra debe ocupar el primer lugar. Todas las instrucciones del Nuevo Testamento a los pastores se centran en estas palabras de Pablo a Timoteo: “Que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina” (2 Ti. 4:2). En otra parte, Pablo resumió su consejo al joven pastor: “Entre tanto que voy, ocúpate en la lectura, la exhortación y la enseñanza” (1 Ti. 4:13). Es evidente que el ministerio de la Palabra era el núcleo de las responsabilidades pastorales de Timoteo.
En la iglesia del Nuevo Testamento, las actividades de la comunidad de creyentes se dedicaban por completo a “la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones” (Hch. 2:42). La predicación de la Palabra era el elemento central de cada servicio de adoración. Pablo predicó una vez a una congregación hasta la medianoche (Hch. 20:7–8). El ministerio de la Palabra era una parte tan crucial de la vida de la iglesia que, antes de que cualquier hombre pudiera calificar para servir como anciano, tenía que demostrar que era hábil en la enseñanza de la Palabra (cf. 1 Ti. 3:2; 2 Ti. 2:24; Tit. 1:9).
El apóstol Pablo caracterizó su propio llamado de esta manera: “De la cual fui hecho ministro, según la administración de Dios que me fue dada para con vosotros, para que anuncie cumplidamente la palabra de Dios” (Col. 1:25). Puede estar seguro de que la predicación era la característica predominante en cada servicio de adoración en el que participaba.
Muchas personas ven la predicación y la adoración como dos aspectos distintos del servicio de la iglesia, como si la predicación no tuviera nada que ver con la adoración y viceversa. Pero ese es un concepto erróneo. El ministerio de la Palabra es la plataforma sobre la que se construye toda adoración genuina. En Between Two Worlds, John Stott lo expresa muy bien:
La Palabra y la adoración tienen una pertenencia mutua indisoluble. Toda adoración es una respuesta inteligente y amorosa a la revelación de Dios, puesto que es adoración a su Nombre. Por ende, la adoración apropiada es imposible sin la predicación, puesto que predicar es dar a conocer el nombre del Señor, y adorar es alabar su Nombre, el que ha sido dado a conocer. Lejos de ser una intrusión extraña en la alabanza, la lectura y la predicación de la Palabra son de hecho indispensables para ella. No es posible divorciarlas[3]John R.W. Stott, La predicación: Puente entre dos mundos (Grand Rapids: Libros Desafío, 2000), 78.
La predicación es un aspecto insustituible de toda adoración colectiva. De hecho, todo el servicio de la iglesia debe girar en torno al ministerio de la Palabra. Todo lo demás es preparatorio o una respuesta al mensaje de la Escritura.
Cuando se permite que el teatro, la música, la comedia u otras actividades usurpen la predicación de la Palabra, la verdadera adoración se ve inevitablemente afectada. Y cuando la predicación se subyuga a la ampulosidad y la circunstancia, eso también obstaculiza la verdadera adoración. Un servicio de “adoración” sin el ministerio de la Palabra tiene un valor cuestionable. Además, una “iglesia” en la que no se predica la Palabra de Dios de forma regular y fiel no es una verdadera iglesia.
Solo cuando la Palabra de Dios reciba la reverencia adecuada, nuestra adoración será aceptable para Dios.
La próxima vez, veremos otras tres pautas bíblicas para la adoración
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(Adaptado de Adorar: ¡La máxima prioridad!)
