¿Qué tan amplio es el concepto bíblico de la adoración? ¿Y qué tan precisa es su percepción de esta? La adoración es para la vida cristiana lo que el motor es para un automóvil. Es el elemento más esencial.
La adoración no puede aislarse ni relegarse a un solo lugar, momento o segmento de nuestras vidas. No podemos agradecer y alabar a Dios verbalmente mientras vivimos vidas egoístas y carnales. Ese tipo de esfuerzo en la adoración es una perversión. Los actos reales de adoración deben ser el desbordamiento de una vida de adoración perpetua.
En el Salmo 45:1, David dice: “Rebosa mi corazón palabra buena”. La palabra hebrea para “rebosar” significa “hervir”, y en cierto sentido eso es lo que realmente es la alabanza. El corazón está tan caliente por la justicia y el amor que, en sentido figurado, alcanza el punto de ebullición. La alabanza es el desbordamiento de un corazón ardiente. Recuerde lo que experimentaron los discípulos en el camino a Emaús: “¿No ardía nuestro corazón en nosotros...?” (Lc. 24:32). A medida que Dios calienta el corazón con justicia y amor, la vida de alabanza que brota y se desborda es la expresión más verdadera de la adoración.
¿Qué es la adoración?
He aquí una definición sencilla: La adoración es el honor y la veneración dirigidos a Dios. No necesitamos una definición más detallada que esa para empezar. A medida que estudiemos el concepto de adoración a partir de la Palabra de Dios, esa definición se llenará de riqueza.
El Nuevo Testamento utiliza varias palabras para referirse a la adoración. Dos de ellas son particularmente dignas de mención: la primera es proskuneō, un término de uso común que literalmente significa “besar”, “besar la mano” o “inclinarse”. Es la palabra que se utiliza para referirse a la adoración humilde. La segunda palabra es latreuō, que sugiere rendir honor o pagar homenaje.
Ambos términos transmiten la idea de dar, porque la adoración es dar algo a Dios. La palabra “adorar” es una palabra compuesta que proviene del latín, ad (“hacia”, “a”) y orāre (“hablar”, “orar”, “rogar”), lo cual comunica la idea de devoción hacia algo o alguien. La adoración es atribuir a Dios su dignidad, o declarar y afirmar su valor supremo.
Cuando hablamos de adoración, nos referimos a algo que nosotros damos a Dios. Sin embargo, el cristianismo moderno parece comprometido con la idea de que Dios debe darnos a nosotros. Los programas de televisión con contenido religioso a veces parecen estar centrados implacablemente en obtener cosas de Dios. Él nos da abundantemente, pero la esencia de la fe auténtica y la verdadera adoración está envuelta en el honor y la adoración que rendimos a Dios. Ese deseo ardiente y desinteresado de dar a Dios es el elemento definitorio de toda adoración genuina. Comienza con el dar primero de nosotros mismos, luego de nuestras actitudes y luego de nuestras posesiones, hasta que la adoración se convierte en una forma de vida.
La adoración en tres dimensiones
Un adjetivo clave, que se utiliza a menudo en el Nuevo Testamento para describir los actos de adoración adecuados, es la palabra aceptable. Todo adorador busca ofrecer lo que es aceptable y en las Escrituras se especifican al menos tres categorías de adoración aceptable.
La dimensión externa
En primer lugar, la adoración puede reflejarse en cómo nos comportamos con los demás. Romanos 14:18 dice: “El que de esta manera sirve a Cristo, es aceptable a Dios” (NBLA). ¿Cuál es esta ofrenda aceptable que se da a Dios? El contexto revela que es ser sensible con un hermano más débil. El versículo 13 dice: “Así que, ya no nos juzguemos más los unos a los otros, sino más bien decidid no poner tropiezo u ocasión de caer al hermano”. En otras palabras, cuando tratamos a nuestros hermanos cristianos con la sensibilidad adecuada, eso es un acto de adoración aceptable. Honra a Dios, que creó y ama a esa persona, y refleja la compasión y el cuidado de Dios.
Romanos 15:16 implica además que la evangelización es una forma de adoración aceptable. Pablo escribe que se le concedió una gracia especial “para ser ministro de Jesucristo a los gentiles, ministrando el evangelio de Dios, para que los gentiles le sean ofrenda agradable”. Los gentiles que fueron ganados para Jesucristo por su ministerio se convirtieron en una ofrenda de adoración a Dios. Además, los que fueron ganados se convirtieron ellos mismos en adoradores.
En Filipenses 4:18, Pablo agradece a los filipenses por una ofrenda de dinero para ayudarlo en su ministerio: “Pero todo lo he recibido, y tengo abundancia; estoy lleno, habiendo recibido de Epafrodito lo que enviasteis; olor fragante, sacrificio acepto, agradable a Dios”. Aquí, la adoración aceptable se describe como dar a los necesitados. Eso glorifica a Dios al demostrar Su amor.
Así pues, la adoración puede expresarse compartiendo el amor con otros creyentes, predicando el evangelio a los no creyentes y satisfaciendo las necesidades de las personas a un nivel muy físico. Podemos resumirlo en una sola palabra: dar. La adoración aceptable es un amor que comparte.
La dimensión interior
Una segunda categoría de adoración tiene que ver con nuestro comportamiento personal. Efesios 5:8–10 dice: “Andad como hijos de luz (porque el fruto del Espíritu es en toda bondad, justicia y verdad), comprobando lo que es agradable al Señor”. La palabra “agradable” proviene de una palabra griega que significa “aceptable”. En este contexto, se refiere a la bondad, la justicia y la verdad, diciendo claramente que hacer el bien es un acto de adoración aceptable para Dios.
Pablo comienza 1 Timoteo 2 instando a los cristianos a orar por las autoridades, para que los creyentes puedan vivir una vida tranquila “en toda piedad y honestidad” (v. 2). Observe cuidadosamente las tres últimas palabras: “piedad y honestidad”. El versículo 3 continúa diciendo: “Porque esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador”.
Así pues, compartir es un acto de adoración y ese es el efecto de la adoración en los demás. Hacer el bien es también un acto de adoración y eso tiene un efecto en nuestras propias vidas. Hay otra relación que se ve afectada por nuestra adoración: nuestra relación con Dios.
La dimensión ascendente
Esta tercera categoría, que resume maravillosamente la adoración, se describe en Hebreos 13:15–16. El versículo 15 dice: “Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre”. Al considerar la adoración centrada en Dios, descubrimos que su esencia destilada es simplemente la acción de gracias y la alabanza. Con el versículo 16, el pasaje reúne las tres categorías de adoración: “Y de hacer bien y de la ayuda mutua no os olvidéis; porque de tales sacrificios se agrada Dios”.
Alabar a Dios, hacer el bien y compartir con los demás: todos ellos son actos de adoración legítimos y bíblicos. Eso atrae al concepto de adoración todas las actividades y relaciones de la vida humana. La implicación es que, así como las Escrituras están dedicadas al tema de la adoración de principio a fin, el creyente debe dedicarse a la actividad de la adoración, consumido por el deseo de usar cada momento de su vida para dedicarse a hacer el bien a todos, compartir nuestras bendiciones con nuestros prójimos y alabar a Dios, que es la fuente de toda bondad y toda bendición.
En el próximo blog, veremos cómo estas tres dimensiones de la adoración deben reordenar radicalmente nuestras prioridades.

(Adaptado de Adorar: ¡La máxima prioridad!)