Dios tiene el control soberano sobre todas las cosas. Ese hecho por sí solo debería disipar gran parte de nuestra ansiedad. Y cuando consideramos el cuidado paternal del Señor por Su pueblo, vemos cuán tonta, innecesaria e impotente es realmente nuestra preocupación.
Hemos estado analizando las enseñanzas de Cristo en Mateo 6 sobre cómo evitar la ansiedad. Continuaremos donde lo dejamos la semana pasada, con dos ejemplos más vívidos del cuidado paternal de Dios por nosotros.
La preocupación no sirve para nada
En Mateo 6, Jesús nos da una observación muy práctica que destaca la insensatez de la preocupación: “¿Y quién de vosotros podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo?” (Mt. 6:27). No solo no alargará su vida preocupándose, sino que probablemente la acortará. Charles Mayo, cofundador de la Clínica Mayo, observó que la preocupación afecta negativamente al sistema circulatorio, al corazón, a las glándulas y a todo el sistema nervioso. En la revista médica American Mercury, Mayo dijo que nunca había conocido a nadie que muriera por exceso de trabajo, pero que conocía a muchos que habían muerto por preocuparse. Puede preocuparse hasta morir, pero nunca conseguirá alargar su vida preocupándose.
Vivimos en una época en la que la gente está desesperada por alargar su vida. Tienen un interés excesivo por las vitaminas, los spas, los medicamentos milagrosos y el ejercicio. Sin embargo, Dios ya ha determinado cuánto tiempo vamos a vivir. Job 14:5 dice del hombre: “Ciertamente sus días están determinados, y el número de sus meses está cerca de ti; le pusiste límites, de los cuales no pasará”.
¿Significa eso que debemos ignorar los consejos sensatos sobre nuestra dieta y el ejercicio? Por supuesto que no. Mejorarán la calidad de nuestra vida, pero no hay garantía alguna sobre la cantidad. Cuando hago ejercicio y como bien, mi cuerpo y mi mente funcionan mejor y me siento mejor en general. Pero no voy a engañarme pensando que por salir a correr todos los días por el barrio y comer de forma sana y equilibrada voy a obligar a Dios a que me deje vivir más tiempo.
Preocuparse por cuánto tiempo va a vivir y cómo añadir años a su vida es desconfiar de Dios. Si le entrega su vida y le obedece, Él le dará la plenitud de sus días. Experimentará la vida al máximo cuando la viva para la gloria de Dios. No importa cuánto tiempo sea, será maravilloso.
Dios viste incluso los prados con esplendor
Jesús continúa en Mateo 6 dándonos otra ilustración de la naturaleza sobre por qué no debemos preocuparnos: “Y por el vestido, ¿por qué os afanáis? Considerad los lirios del campo, cómo crecen: no trabajan ni hilan; pero os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió así como uno de ellos. Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe?” (Mt. 6:28‒30).
Para algunas personas, el lugar más importante de todo su mundo es el armario. En lugar de temer no tener nada que ponerse —una preocupación importante en los tiempos bíblicos—, estas personas hastiadas temen no poder lucir lo mejor posible. Codiciar ropa cara e idolatrar la propia apariencia es un pecado común en nuestra sociedad.
Cada vez que paso por un centro comercial, me abruma la cantidad de cosas que hay colgadas en los estantes. No sé cómo esas tiendas pueden mantener su inventario. Hemos convertido la moda en un dios. Nos entregamos a una frenética actividad consumista para cubrir nuestro cuerpo con cosas que no tienen nada que ver con la belleza del carácter: “Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos, sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios” (1 P. 3:3‒4).
Sin embargo, si quiere hablar de ropa elegante, Jesús nos dice que lo mejor que este mundo pueda ofrecer ni siquiera se puede comparar con “los lirios del campo” (Mt. 6:28). Mire las flores más sencillas que le rodean: tienen una belleza libre y natural. Se puede tomar la vestimenta más gloriosa jamás confeccionada para un gran monarca como Salomón, ponerla bajo un microscopio y parecerá un saco de arpillera. Pero si examina igualmente el pétalo de una flor, podría perderse en la maravilla de lo que vería. Si alguna vez ha observado detenidamente una flor, sabrá que tiene una textura, una forma, un diseño, una sustancia y un color que el hombre, con todo su ingenio, ni siquiera puede acercarse a imitar.
Entonces, ¿cuál es el punto? Que “si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe?” (Mt. 6:30). Las flores silvestres tienen una vida muy corta. La gente las recogía muertas para utilizarlas como combustible barato para sus hornos portátiles. Un Dios que derrama tanta belleza en algo tan efímero como leña para el fuego, sin duda proporcionará la vestimenta necesaria a Sus hijos eternos. Un poema anónimo expresa esta lección de manera sencilla:
Dijo la flor silvestre al gorrión:
“Me gustaría mucho saber
por qué estos seres humanos tan ansiosos
corren y se preocupan tanto”.
Dijo el gorrión a la flor silvestre:
“Amiga, creo que debe ser
porque no tienen un Padre celestial
como el que cuida de ti y de mí”.

(Adaptado de Venza la ansiedad)