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¿Qué queremos decir cuando afirmamos que la adoración es la máxima prioridad?
Queremos decir que afecta cada parte de nuestras vidas y que ocupa el primer lugar por encima de todo lo demás.
Una vida de adoración
Pablo hace una poderosa declaración en Romanos 12:1–2 sobre el concepto de una vida de adoración. Sus palabras allí vienen después de lo que podría ser una de las mejores exposiciones de teología en toda la Escritura. Los primeros once capítulos de Romanos son un tratado monumental que nos lleva desde la ira de Dios, pasando por la redención del hombre, hasta el plan de Dios para Israel y la iglesia. Todos los grandes temas de la teología redentora están allí y en respuesta a ellos encontramos las palabras tan familiares de Romanos 12:1–2:
“Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”.
“La misericordia de Dios” se refiere a lo que Pablo ha descrito en los primeros once capítulos. El tema de esos capítulos es la obra misericordiosa de salvación de Dios en nuestro favor. A través de once capítulos de doctrina, Pablo define la vida cristiana y todos sus beneficios. Ahora dice que nuestra única respuesta adecuada a lo que Dios ha hecho por nosotros —y el punto de partida para una adoración espiritual aceptable— es presentarnos como sacrificio vivo.
Primera de Pedro reitera la misma verdad básica. En el capítulo 1, Pedro ofrece una declaración completa y rica de lo que Cristo ha hecho por nosotros:
“Gracia y paz os sean multiplicadas. Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros, que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero” (vv. 2–5).
Fíjense en nuestra respuesta a eso en el capítulo 2, versículo 5: “Vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo”. El argumento de Pedro es idéntico al de Pablo: Debido a lo que Dios ha hecho por nosotros, debemos ocuparnos de ofrecer sacrificios espirituales aceptables de adoración.
Otro pasaje del Nuevo Testamento que es paralelo a Romanos 12:1–2 es Hebreos 12:28–29. El versículo 28 dice: “Así que, recibiendo nosotros un reino inconmovible [una vez más, se refiere a lo que Dios ha hecho por nosotros], tengamos gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia”. Nuestra única respuesta a Dios, nuestra principal prioridad, es una adoración pura y aceptable.
El orden de prioridades
Como hemos visto, la Palabra de Dios confirma repetidamente la prioridad absoluta de la adoración. Hebreos 11 contiene una lista de héroes de la fe del Antiguo Testamento. El primero de la lista es Abel. Su vida se resume en una sola palabra: adoración. El tema dominante en la historia de Abel es que era un verdadero adorador; su adoración estaba en consonancia con la voluntad y el plan de Dios, y su ofrenda fue aceptada por Dios. Eso es realmente todo lo que sabemos sobre su vida.
La segunda persona en Hebreos 11 es Enoc, a quien también se le puede identificar con una sola palabra: caminar. Enoc caminó con Dios; vivió una vida piadosa, fiel y dedicada. ¡Un día caminó de la tierra al cielo!
El tercero en la lista es Noé. Cuando pensamos en Noé, la palabra que nos viene a la mente es trabajo. Pasó 120 años construyendo el arca. Eso es trabajo, el trabajo de la fe.
Hay un orden en Hebreos 11 que va más allá de lo cronológico. Es un orden de prioridades: primero viene la adoración, luego el caminar, luego el trabajo. Es el mismo orden que vimos en la disposición del campamento de Israel alrededor del Tabernáculo. Los sacerdotes, cuya función era guiar al pueblo en la adoración, acampaban inmediatamente alrededor del Tabernáculo. Más allá de ellos estaban los levitas, cuya función era el servicio. Esas posiciones ilustraban que la adoración debía ser la actividad central y el servicio era secundario.
El mismo orden se incorporó a la ley. Moisés estableció requisitos de edad específicos para los diferentes ministerios. Según Números 1:3, un joven israelita podía servir como soldado cuando tenía veinte años. Números 8:24 nos dice que un levita podía comenzar a trabajar en el Tabernáculo cuando tenía veinticinco años. Pero Números 4:3 dice que para ser sacerdote y guiar al pueblo en la adoración, un hombre debía tener treinta años. La razón es simple: dirigir la adoración exige el más alto nivel de madurez, porque, como primera prioridad en el orden divino, la adoración tiene la mayor importancia.
Vemos el mismo orden de prioridad en las actividades de los ángeles. En Isaías 6, el profeta describe su visión:
“En el año que murió el rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo. Por encima de él había serafines; cada uno tenía seis alas; con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies, y con dos volaban. Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria” (vv. 1–3).
Los serafines son una clase de seres angelicales asociados con la presencia de Dios. Es particularmente interesante notar que de sus seis alas, cuatro están relacionadas con la adoración y solo dos están relacionadas con el servicio. Cubren sus pies para proteger la santidad de Dios. Cubren sus rostros porque no pueden mirar Su gloria. Con las dos alas restantes pueden volar y ocuparse de cualquier actividad que requiera su servicio.
El ministerio debe mantenerse en perspectiva. A. P. Gibbs observó acertadamente que el ministerio es lo que desciende del Padre por medio del Hijo en el poder del Espíritu a través del instrumento humano. La adoración comienza en el instrumento humano y asciende por el poder del Espíritu Santo a través del Hijo hasta el Padre[1]A. P. Gibbs, Worship (Kansas City: Walterick, n.d.), 13..
En el Antiguo Testamento, el profeta, que era un ministro de la Palabra de Dios, hablaba de parte de Dios al pueblo. El sacerdote, que dirigía la adoración, hablaba de parte del pueblo a Dios. La adoración es el equilibrio perfecto del ministerio, pero el orden de prioridad comienza con la adoración, no con el ministerio.
Lucas 10:38–42 cuenta la conocida historia de la visita de Jesús a María y Marta:
“Aconteció que yendo de camino, entró en una aldea; y una mujer llamada Marta le recibió en su casa. Esta tenía una hermana que se llamaba María, la cual, sentándose a los pies de Jesús, oía su palabra. Pero Marta se preocupaba con muchos quehaceres, y acercándose, dijo: Señor, ¿no te da cuidado que mi hermana me deje servir sola? Dile, pues, que me ayude. Respondiendo Jesús, le dijo: Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas. Pero solo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada”.
La adoración es lo esencial (en palabras de Jesús, lo único), y el servicio es un corolario maravilloso y necesario de ella. La adoración es fundamental en la voluntad de Dios —la gran sine qua non de toda experiencia cristiana.
Jesús enseñó una lección similar, nuevamente en la casa de María y Marta. Lázaro, su hermano, a quien Jesús había resucitado de entre los muertos, estaba allí:
"Y le hicieron allí una cena; Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban sentados a la mesa con él. Entonces María tomó una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, y ungió los pies de Jesús, y los enjugó con sus cabellos; y la casa se llenó del olor del perfume. Y dijo uno de sus discípulos, Judas Iscariote hijo de Simón, el que le había de entregar: ¿Por qué no fue este perfume vendido por trescientos denarios, y dado a los pobres? Pero dijo esto, no porque se cuidara de los pobres, sino porque era ladrón, y teniendo la bolsa, sustraía de lo que se echaba en ella. Entonces Jesús dijo: Déjala; para el día de mi sepultura ha guardado esto. Porque a los pobres siempre los tendréis con vosotros, mas a mí no siempre me tendréis" (Jn. 12:2–8).
Lo que hizo María fue algo muy humillante. El cabello de una mujer es su gloria, y los pies de un hombre, sucios por el polvo o el barro de los caminos, no son la gloria de nadie. Usar un ungüento tan costoso (que valía el salario de un año) parecía un desperdicio increíble para los pragmáticos. Observe que ellos estaban representados por Judas. Jesús los reprendió por su actitud. El acto de María fue una adoración sincera y Jesús la elogió por comprender la prioridad.
Nuestro deseo como cristianos debe ser dar prioridad a la adoración, tal como lo hizo María. Solo entonces seremos “un sacrificio vivo, santo, agradable a Dios” (Ro. 12:1).
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(Adaptado de Adorar: ¡La máxima prioridad!)
