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Tome su Biblia ahora, y vayamos juntos al capítulo 18 de Mateo. Mateo, capítulo 18. Nos embarcamos en un nuevo capítulo y una nueva aventura en el maravilloso Evangelio de Mateo, al llegar a este gran capítulo 18.

Y como contexto de nuestro mensaje esta mañana, quiero que sigan en su Biblia mientras leo los primeros cuatro versículos. Comenzando en Mateo 18, en el versículo 1: “En aquel tiempo los discípulos vinieron a Jesús, diciendo: ¿Quién es el mayor en el reino de los cielos? Y llamando Jesús a un niño, lo puso en medio de ellos, y dijo: De cierto os digo que, si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Así que, cualquiera que se humille como este niño, ese es el mayor en el reino de los cielos”.

Ahora, conforme vemos ese pasaje, básicamente, nos llama la atención el hecho de que Jesús levanta un niño pequeño en el versículo 2. Y ese niño se convierte en la lección por objeto. El pueblo de Dios recibe muchos nombres en la Biblia, muchos nombres hermosos, muchos nombres expresivos, muchos que describen varios y diversos elementos de pertenencia a Dios, pero el nombre más común por el que se nos llama, es el de niños. Más que nada, somos hijos de Dios, los hijos del Señor, los hijos de la promesa, los hijos del día, los hijos de la luz, los hijos amados, los hijos queridos. Una y otra vez, cientos de veces en el Antiguo Testamento y en el Nuevo Testamento, el pueblo de Dios es llamado hijo. Y nos regocijamos en esa realidad.

Sin embargo, creo que en la mayoría de los casos tendemos a ver eso como un término que nos vincula con Dios. Y cuando escuchamos que somos hijos, celebramos la idea de que eso significa que pertenecemos a Dios, quien es nuestro Padre, y seguramente, eso es cierto. Y tenemos toda razón para regocijarnos en eso.

Pero la riqueza del concepto de ser hijo de Dios no se limita al hecho de que eso significa que le pertenecemos a Dios, que somos Sus hijos y estamos en Su familia.

Inherente al concepto de niños está en el hecho de que somos niños. Y estamos bien descritos como niños. No solo significa que pertenecemos a Dios, sino que, como niños, somos imperfectos. Como niños, somos débiles. Como niños, somos dependientes. Como niños somos simples, y sumisos, y torpes e ignorantes; y a veces; obstinados y muy vulnerables. De modo que vemos en el concepto de niño no solo lo que implica una relación con Dios, sino lo que nos describe como marcados como niños, con todas las debilidades, y fallas y limitaciones que tienen los niños. Juan nos dice en 1 Juan 2:12 que somos niños. Y entonces dice: “Os escribo a vosotros, hijitos, porque vuestros pecados os son perdonados”.

Entonces, conforme vemos el concepto del creyente, lo vemos como un niño. Ahora, todo el capítulo 18 de Mateo describe la semejanza del creyente a un niño. En algún lugar de su Biblia, en el encabezado de Mateo 18, debe escribir esto: “Este capítulo tiene que ver con la semejanza del creyente a un niño”. No somos los altos y poderosos, no somos los nobles, no somos los elevados, no somos los maduros, los adultos y los profundos. Somos niños, con todo lo que eso transmite. Niños bajos en el mejor de los casos. Y creo que este capítulo se clasifica como uno de los grandes capítulos de discurso de la Escritura.

Hay ciertos capítulos, por ejemplo, incluso en el libro de Mateo, que destacan como grandes capítulos de enseñanza temática. Por ejemplo, el gran discurso de los capítulos 5 al 7, lo conocemos como el Sermón del Monte, en el que Jesús enseña elementos relacionados con Su reino. Y luego, está el capítulo 10 de Mateo, donde está el gran discurso sobre el discipulado. Y luego está el capítulo 13, con la gran enseñanza temática sobre el reino de los cielos. Y luego, está el capítulo 23, el discurso sobre los fariseos. Y luego, está el capítulo 24 y 25, el gran discurso de los olivos, sobre los eventos que rodean el regreso de Jesucristo. Y supongo que, perdido en algún lugar del pensamiento de la mayoría de la gente, está este capítulo 18, que es igualmente un discurso grande y profundo. Y su título es: La semejanza del creyente a un niño. Es un pasaje maravilloso.

Cabe en una sección que comenzó en el capítulo 17, versículo 14, y continúa hasta el final del capítulo 20. Y toda esa sección es una sección en donde Jesús enseña a los doce. Él los está preparando para Su muerte, los está preparando para Su partida, los está preparando para Su ministerio. Y entonces, Él les está enseñando verdades muy importantes. El énfasis de estos meses antes de Su cruz no está en las multitudes, aunque hubo momentos en que Él se encontró con las multitudes. El énfasis está en los Suyos, Sus discípulos. Este es Su momento. Ellos son el objeto de Su enseñanza.

Y así, conforme llegamos al capítulo 18, Él les está enseñando a ellos. Y encontramos que se indica eso en el versículo 1, conforme los discípulos se reúnen en torno a Él, y Él les enseña acerca de la propia semejanza a un niño de ellos.

Ahora, toda la discusión del capítulo 18 se inicia en el versículo 1. Obsérvelo por un momento: “Al mismo tiempo se acercaron los discípulos a Jesús, diciendo: ¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?”. Note que el versículo comienza con una frase simple, breve: “al mismo tiempo”. ¿Al mismo tiempo que qué? Oh, al mismo tiempo que el evento anterior. ¿Cuál fue el evento anterior? Recuerda, en nuestro estudio de Mateo 17:24-27, cómo los recaudadores de impuestos vinieron a Pedro después de haber regresado de muchos meses de estar fuera de Capernaum. Y cuando vieron a Pedro, se acercaron a él y le dijeron: “Tu maestro piensa pagar su impuesto”. Y lo que tenía en mente era el impuesto del templo de medio ciclo, que debía pagar cada varón judío cada año. Y Pedro dijo: “Claro que paga sus impuestos”. Y fue a Jesús y le dijo: “¿Qué hacemos con eso?”.

Y el Señor dijo: “Planeo pagar eso y he provisto tanto para ti como para mí. Todo lo que tienes que hacer es bajar al mar, y tirar un anzuelo y sacar un pez, y el dinero de los impuestos estará en su boca”. Y vimos esa historia, y concluimos a partir de ahí que hay mucha enseñanza de nuestro Señor en relación con la responsabilidad del creyente en el mundo. La responsabilidad del creyente en el mundo.

Pero en esa misma ocasión, en ese mismo tiempo, en ese mismo lugar, el capítulo 18 también se enseña. Y esta no es la relación de creyente en el mundo, sino la relación de creyente en la familia. Y entonces, en el mismo día, obtienen una perspectiva tremenda de cómo deben operar como ciudadanos del mundo y cómo deben operar como hijos de Dios. Es al mismo tiempo que eso sucede. Usted recuerda lo que pasó. El señor le dijo a Pedro: “Ahora baja allí, tira el anzuelo, saca un pez y toma el primer pez que encuentres, abre su boca, encontrarás el dinero de nuestros impuestos allí”. Entonces, Pedro se fue a pescar entre el capítulo 17 y el 18.

Y conforme abre el capítulo 18, llegan los otros 11 discípulos. En ese mismo tiempo, cuando Pedro fue enviado a pescar, vinieron los discípulos a Jesús. El resto de ellos han estado caminando en su viaje. Han estado caminando y han estado discutiendo algunas cosas y ahora llegan. Y así, el Señor les enseña este profundo pasaje en relación a su comportamiento como hijos en la familia de Dios. Es en Capernaum, es en la casa de Capernaum, muy probablemente la casa de Pedro, un lugar conocido.

Note que dice: “Entonces vinieron los discípulos a Jesús”. Ahora, solo para darle un poco de información, de trasfondo, acompáñame a Marcos 9 y permítame mostrarle de qué estaban hablando en su viaje a la casa. Marcos es un paralelo del relato con sus percepciones bajo la inspiración del Espíritu Santo. En el versículo 33 de Marcos 9, dice: “Y llegaron a Capernaum y estando en la casa” —ahora que han llegado— “él, les preguntó” —Ese es nuestro Señor— “¿Por qué o de qué discutían entre ustedes en el camino?” ¿De qué discutían en el camino? ¿Sobre qué han estado discutiendo? Como puede ver, no podía esconderle nada a Él, ¿verdad? Aunque Él no estaba allí, sabía exactamente cuál era la discusión, sabía exactamente de lo que habían estado hablando y les da la oportunidad de admitirlo. “¿Sobre qué han estado discutiendo?” Versículo 34: “Pero ellos callaron”.

Alguno pregunta: ¿por qué? Están avergonzados. Estaban apenados. No querían admitir sobre qué estaban discutiendo. “Porque en el camino habían discutido entre ellos quién sería el mayor”. Digo, realmente estaban metidos en eso. Ellos pelearon. Eran soberbios, egoístas y ellos querían estar en los mejores lugares del reino. Digo, querían ser lo mejor.

Entonces, cuando son descubiertos —puede regresar ahora a Mateo 18— cuando Jesús los ha desenmascarado en cuanto a su debate, realmente no pueden ocultarlo más, y Él les pregunta y no dicen nada. Finalmente, ellos lo presentan en forma de pregunta, que no es realmente una admisión de nada, simplemente dicen: “¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?”

Digo, en realidad están diciendo: “Puedes arreglar todo este asunto, Señor, si tan solo nos lo dijeras. ¿Podrías tan solo decirnos quién es?” Están discutiendo. Indica dónde estaban sus corazones. Realmente, buscaban la superioridad. Y dicen: “¿Quién es el más grande?” Meizon, en el griego. “¿Quién es el mayor de todos los grandes del reino?” ¿Quién es mayor que los grandes? ¿Quién destaca? ¿Quién es más grande que los demás?

Y Lucas nos indica que realmente querían saber quién tenía el rango más alto. ¿Quién iba a ser el primordial? Ahora, esto es absolutamente sorprendente. Lo digo en serio, el Señor tiene que lidiar con esto en todos nosotros. Esta incapacidad de ver las cosas, aunque se han dicho una y otra vez, y están enfrascados en el mismo asunto. ¿Cuántas veces les ha dicho el Señor que el reino todavía no va a venir en su plenitud terrenal? Digo, todas las parábolas de Mateo 13 deberían haberles dado algo de entendimiento. El Señor también les ha confesado que Él debe sufrir, que Él debe sufrir a manos de los escribas y fariseos. Que Él va a morir.

Y Él les ha dado todos esos datos, y todavía no pueden entenderlo. Todavía están diciendo, de hecho: “Sabemos que el reino viene y sabemos que lo vas a establecer. ¿Y quién va a ser el mejor ahí?” Y están viendo el reino en su definición terrenal. Estaban buscando gloria personal, prestigio, prominencia. Y Jesús acababa de estar enseñándoles capítulo 16, versículo 24 que: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niegues a sí mismo, tome su cruz y sígame, pero va a perder su vida si quiere encontrarla”. Y ha estado hablando de abnegación y humildad todo el tiempo; y todavía son egoístas, codiciosos, buscando prominencia. Están inclinados en la gloria propia.

Están inclinados a sentarse en los lugares principales. Y, por cierto, este debate continúa. Si usted fuera a ir al capítulo 20 de Mateo, lo que lo llevaría a unos meses antes de este tiempo, encontraría que todavía estaban debatiendo sobre esto en Santiago y Juan, en el capítulo 20, alrededor del versículo 20. Envían su madre a Jesús, y dicen a través de su madre: “Bueno, eh, ¿podrían ser mis hijos los principales en el reino?”

Y en caso de que quiera echarle toda la culpa a Santiago y Juan, es posible que quiera saber que la Biblia también nos dice que todos los demás estaban llenos de envidia y de celos. Todos estaban teniendo el mismo problema. Simplemente, no todos tenían una madre cerca que haría lo mismo que hizo la madre de Santiago y Juan.

Entonces, todos estaban en el mismo asunto. ¿Y quiere saber algo que es realmente triste? La noche antes de la crucifixión de Jesús seguían discutiendo sobre lo mismo todavía. Digo, simplemente, nunca se molestaron en entender el hecho de que Jesús iba a morir, y demostrar un poco de empatía, y un poco de cuidado, y un poco de consuelo hacia el que cargaría con los pecados del mundo. Nunca llegaron a eso. Hasta la noche misma antes de que Él muriera, todavía estaban discutiendo sobre quién iba a ser el más grande en el reino. Digo, realmente estaban atascados en ese tema. La ambición, la soberbia, el egoísmo, la gloria personal estaban detrás de la discordia, la disensión y las luchas internas entre los doce.

Y puedo decirle que ese es siempre el caso. No me importa qué tipo de equipo sea, no me importa si es un equipo de ministerio o un equipo de negocios, un equipo deportivo. Usted tiene un equipo que lucha internamente por uno u otro para ser el más grande y usted va a tener las semillas de la destrucción. No importa lo que sea. Lo he visto suceder en el deporte, lo he visto suceder en los negocios, lo he visto suceder una y otra vez en la iglesia de Jesucristo. Usted tiene un montón de gente que está buscando la preeminencia y usted destruye todo. Y eso es exactamente lo que se potenció aquí. La contienda que surgió entre los doce sobre quién sería el mayor. Y sigue todos estos meses y ni siquiera termina hasta después de la cruz.

Ahora, podría ser que parte de su pregunta se deba a Pedro. Digo, ellos sabían quién era el líder. Pedro era el líder. Sabían quién era el portavoz: Pedro. Sabían quién era el que caminaba en agua: Pedro. Ninguno de ellos jamás hizo eso. Y ellos sabían quién era el más cercano a Jesucristo, el que siempre estaba ahí. Ellos sabían quién era uno de los espectadores de la transfiguración. Ellos sabían quién era el objeto del milagro, del dinero, de los impuestos. Y no fueron ellos.

Y hubiera sido fácil para ellos decir: “Bueno, Pedro es el líder, y Pedro es el vocero, y Pedro es el que camina sobre el agua, y Pedro estuvo en la transfiguración, y él era el que quería construir las tiendas, y Pedro es el que sacó el dinero de sus impuestos de la boca del pez y todos tuvimos que pagar nuestros propios impuestos”.

Digo, ellos fácilmente podrían haber concluido que Pedro era el hombre, pero eso fue algo mitigado. Digo, ninguno de ellos fue llamado Roca, pero fue mitigado por el hecho de que ninguno de ellos había sido jamás reprendido por el Señor en la medida que lo fue Pedro. A ninguno de ellos les había dicho jamás: “Quítate delante de mí” —¿Qué?— “Satanás”.

Y tal vez pensaron que había un poco de esperanza para ellos. Ahora, hasta ahora, tal vez Pedro iba a ser el más grande, pero ahora que había sido derribado de manera tan devastadora, tal vez alguien más podría llegar a la cima y los dos tipos más probables serían Santiago y Juan, ya que estaban en el círculo interno. Y ahora que Pedro fue descalificado por la reprensión, no es de extrañarse que pensaron que eran los más cercanos a la prominencia. Y llamaron a su madre en el capítulo 20, pero ahora al menos la pregunta está abierta.

¿Quién es el más grande? ¿Quién va a ser? La pregunta misma es torpe y muestra dónde estaban sus corazones. ¿No es así? Estaban viendo al reino para ver si podían ser grandes. Eran un poco diferentes —¿Está listo?— que Judas en este punto.

La gente hace la pregunta: “¿Son salvos ahora?” No sé. Digo, creen hasta cierto punto. No sé cómo se puede delinear cada corazón individual.

Es difícil saber si lo eran en el sentido más completo, redimidos. Me inclino a decir que lo eran, pero habían olvidado cómo sucedió eso y habían progresado a un estado de carnalidad paulina, por así decirlo. Pero el punto aquí es, que están discutiendo sobre algo que no se debe discutir: ¿Quién es el más grande?

Recuerdo haber leído acerca de dos iglesias y estaban tratando de construir una iglesia grande y así decidieron que si competían entre sí los estimularía, y tenían este concurso para ver quién podía conseguir la mayor cantidad de personas y el pastor que perdió se enfermó y vomitó, lo leí en el periódico. Y lee algo así, usted se enferma y vomita. El reino no lo construyen personas compitiendo a ese nivel, pero hay gente que busca el protagonismo, que busca la preeminencia, que quiere ser elevada a lo más alto, quiere ser exaltada y eso es lo que les espera. Están buscando la gloria y eso es exactamente lo que estaba pasando aquí.

Entonces, Jesús necesita lidiar con sus delirios de grandeza y lo hace de una manera bastante profunda. Se lanza en todo este capítulo y habla de la semejanza del creyente a un niño. Pero, para empezar, vea el versículo 2: “Llamó a niño pequeño”, y algunas personas piensan que podrían haber sido los hijos de Pedro. Sabemos que estaba casado, porque la madre de su esposa estaba enferma. Si estaba casado, es muy probable que tuviera hijos y también es posible que tuviera un niño pequeño. No sabemos, eso es especulación.

Pero: “Jesús llamó a un niño y lo puso en medio”. Y Lucas dice que “lo trajo a su lado”. Y luego Marcos dice, capítulo 9: “Que lo levantó y lo sostuvo en sus brazos”. El Señor está en la postura… y el Señor está sentado; esa es la posición de enseñanza. Todos los discípulos están reunidos alrededor. Estoy bastante seguro de que Pedro había regresado en ese momento. Simplemente, creo que el Señor no daría una lección profunda como esta sin él ahí. Digo, lo necesitaba.

Y así, el Señor recoge en sus brazos a este pequeño niño, este pequeño infante. La palabra “pequeño niño”, significa precisamente eso, infante. Y usted puede imaginarse a este pequeño niño mirando con ojos asombrados el rostro de aquel mismo que lo había creado, estando totalmente en reposo, totalmente en paz, en los brazos de Dios, el Dios mismo en carne humana, perdido en la maravilla de la majestad y hermosura de esta persona bendita, en tal inocencia, tal debilidad, tal confianza, tal dependencia, siendo una ilustración perfecta.

Y entonces, Jesús se sienta allí, y en sus brazos abraza a este niño pequeño. Y no puedo evitar sorprenderme mientras pienso en esto por las muchas, muchas veces en las que Jesús tuvo niños pequeños en Su presencia. Muchas, muchas veces. Ya lo hemos visto en Mateo 14, y Mateo 15, y ahora Mateo 18. Y regresarán en el 19, 21, 23. A los niños les encantaba estar en Su presencia y Él en la de ellos.

Y así, con este pequeño infante en Sus brazos, Él comienza a enseñar. Y hay cinco lecciones en el capítulo. Vamos a tomar una hoy, y luego las próximas cuatro en las próximas cuatro semanas. Cinco lecciones. Todas lecciones sobre la semejanza del creyente a un niño.

Lección número uno: Es que la gente del reino debe entrar como niño. Lección número dos: La gente del reino debe ser tratada como niño. Lección número tres: La gente del reino debe ser cuidada como niño. Lección número cuatro: La gente del reino debe ser disciplinada como niño. Y finalmente: La gente del reino debe ser perdonada como niño.

Todo el capítulo es acerca de los niños. Cómo entraron en el reino como niños, versículos 3 y 4. Cómo deben ser tratados como niños, versículos 5 al 9. Cómo deben ser cuidados como niños, versículos 10 al 14. Cómo deben ser disciplinados como niños, versículos 15 al 20. Cómo deben ser perdonados como niños, versículos 21 a 35.

Y entonces, comenzaremos hoy con la primera lección. El pueblo del reino entra como niños pequeños, versículos 3 y 4. Ahora escuche con mucha atención porque este es un texto muy definitivo y un mensaje muy definitivo. Jesús dice en el versículo 3: “Si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos”. Ahora, esa es una declaración profunda y de largo alcance. “Si no eres como un niño pequeño, tú nunca entrarás en mi reino”. Ahora es mejor que entendamos qué significa ser como un niño pequeño. ¿Verdad? Digo, esa es una declaración bastante profunda.

Esto está bastante cerrado y es bastante estrecho. Solo hay una condición en este versículo para entrar en el reino, volverse como niño pequeño. ¿Sabe lo que eso significa? Debería saberlo porque esa es la forma de entrar en el reino. Es una declaración profunda.

Avancemos a lo largo de este pasaje breve de dos versículos. En primer lugar, el reino de los cielos. Tenemos que definir lo que es. Mateo usa la frase 32 veces. ¿Qué es? “¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?”, preguntan ellos en el versículo 1. Él dice: “Tienes que convertirte y volverte como niño para entrar en el reino de los cielos”. En el versículo 4, habla del mayor en el reino de los cielos. Tres veces menciona el reino de los cielos.

¿Qué es el reino de los cielos? Bueno, ya lo hemos visto en Mateo, así que no necesitamos cubrir todo el terreno nuevamente. Y va a estar allá aún más en el futuro, así que volveremos a eso. Permítame decir qué significa esto. La esfera del dominio de Dios. Eso es todo. Es un término general. “La esfera del dominio de Dios”. Y es sinónimo con la frase “reino de Dios”. No son diferentes. Algunos han tratado de hacernos creer en el pasado que son dos frases diferentes o que significan dos cosas diferentes. No es así. Significan lo mismo. El reino de Dios y el reino de los cielos son lo mismo. Y si tiene alguna pregunta sobre eso, vea el capítulo 19, versículo 23, y eso debería resolverlo permanentemente.

Jesús dijo a los discípulos: “De cierto os digo” —Mateo 19:23— “Que un rico difícilmente entrará en el reino de los cielos”. Luego, en el versículo 24, dice: “Es más fácil que pase un camello por el ojo de una aguja que entre un rico en el reino de Dios”. Y sabemos que en esta parábola se está refiriendo a lo mismo. Llamándolo el reino de los cielos en el versículo 23, y el reino de Dios en el versículo 24, debe ser la misma cosa. Y lo es.

Dice usted: "¿Por qué los títulos diferentes?" Muy simple. El reino de Dios enfatiza al gobernante. El reino de los cielos enfatiza la naturaleza de su gobierno. Es Dios quien gobierna ese reino, y lo gobierna con principios celestiales, y poder celestial, y majestad celestial y bendición celestial, en oposición a lo que es terrenal.

Entonces, de lo que Jesús está hablando es, el reino de los cielos en la medida en que significa el gobierno y el reino de Dios, el dominio de Dios, la esfera de la influencia de Dios, el poder de Dios, y el gobierno de Dios y la bendición de Dios, viniendo al reino del Señor, viniendo a la esfera de Dios, viniendo a la vida eterna, por así decirlo. Ser salvo, ser redimido, pertenecer a Dios bajo Su dominio. Entonces, el concepto del reino de los cielos simplemente significa la esfera del gobierno de Dios.

Ahora, cuando usted ve el término “reino de los cielos” en el libro de Mateo y lo ve muchas veces, como dije, hay muchas facetas de ese dominio o gobierno de Dios, esa esfera del gobierno de Dios; muchas facetas.

Y cuando usted ve la frase, usted debe ver cuidadosamente el contexto para ayudarle a entender qué faceta de ese reino se tiene en mente ahí. Por ejemplo, si usted viera el capítulo 25 y versículo 1, aquí leería: “Entonces el reino de los cielos será semejante a diez vírgenes” —sí recordará a las vírgenes que tenían las lámparas, cinco las tenían listas y cinco no cuando el Señor regresó. Ahora, ahí tiene usted el reino de los cielos relacionado con el regreso de Cristo para establecer Su reino. Entonces, es el aspecto milenial del reino de los cielos lo que se tiene en mente en el capítulo 25, el reinado futuro de mil años de Cristo en la tierra, que está en mente con ese uso del reino de los cielos.

Si usted fuera a regresar, por ejemplo, al capítulo 11 de Mateo, y el versículo 11, dice: “Entre los nacidos de mujer no hay uno mayor que Juan el Bautista y, sin embargo, cualquiera que está en el reino de los cielos, aun el más pequeño es mayor que él”. Y allí creo que el reino de los cielos realmente se extiende y toca el estado eterno. El reino de los cielos que es nuestro estado eterno y dice que cuando estemos en el cielo con el Señor en la eternidad estaremos todos, seremos todos más grandes que cualquiera que haya vivido en la tierra sin importar cuán grandes hayan sido, porque una existencia eterna celestial es mayor que cualquier existencia terrenal.

Entonces, tiene un uso milenial del reino de los cielos en el 25, tiene uno eterno ciertamente —al menos implícito— en Mateo, capítulo 11. Ahora, si usted ve Mateo 13, encontrará otros elementos allí. En Mateo 13, versículo 24 al 30, tiene el trigo y la cizaña, y allí el reino de los cielos tiene lo verdadero y lo falso. Entonces, allí, el reino de los cielos se amplía más allá de los salvos para abarcar a todos aquellos que exteriormente se identifican con el cristianismo. Están en la iglesia, asisten a la iglesia, dicen que conocen a Dios, pero no son genuinos, son la cizaña entre el trigo.

Entonces, a veces el reino de los cielos se usa solo como el título del cristianismo o la esfera de influencia de la iglesia, ya sea real o falsa. Y usted necesita saber eso. Si usted sigue leyendo en Mateo 13, descubrirá que el reino de los cielos también se usa para hablar de la influencia creciente del cristianismo a medida que se desarrolla la semilla de mostaza o cómo la levadura fermenta toda la masa, la influencia que avanza hasta que viene Jesús.

Y entonces, lo está viendo allí como una influencia en el mundo. Conforme toca toda la vida humana, impacta toda la vida humana regenerada y no regenerada. Y luego, si usted avanza más en el capítulo 13, encuentra que hay dos parábolas en los versículos 44 al 46. Un hombre encuentra un tesoro en un campo y lo compra y lo hace suyo, habiendo vendido todo lo que tenía para hacer eso. Encuentra una perla de gran precio, le quita todo lo que tiene y la hace suya. Esas parábolas hablan de la apropiación personal del reino.

Eso es, abrazar personalmente a Dios como mi Señor y Rey a través de Cristo, entrar personalmente en relación con Dios, tomar el reino y hacerlo mío, vendiendo todo lo que tengo para comprar lo que es más valioso que todo. Entonces, a veces el reino de los cielos puede referirse a la eternidad, a veces puede referirse a la tierra milenial, a veces puede referirse a la influencia de cristianismo en el mundo, a veces puede referirse a la esfera de cristianismo que incluye lo verdadero y lo falso, a veces se refiere a la apropiación personal del reino. Eso es entrar en el reino personalmente y recibir a Cristo, ser redimido, ser salvo en el sentido genuino.

Ahora, es de esa manera, como está en los versículos 44 al 46 del 13, que yo creo que también se hace referencia así en el capítulo 18 y ahora podemos regresar al capítulo 18. Y yo creo que lo que el Señor está diciendo aquí es, de nuevo, en relación a la apropiación personal del reino.

Él no está hablando aquí de entrar en el milenio. Él no está hablando aquí particularmente acerca de entrar en el estado eterno, aunque todo eso es inherente a esto, porque será el fin último de todos aquellos que están en el reino. Él no está hablando de lo verdadero y lo falso que existe dentro de la esfera de influencia cristiana y la influencia del reino. Él no está hablando de su influencia en el mundo externo.

Él aquí está diciendo: “Si realmente quieres entrar genuinamente en el reino de Dios, si quieres convertirte en uno de sus súbditos, uno de sus seguidores, un hijo de Dios, un hijo de Dios redimido y salvado y nacido de nuevo” —es un paralelo, por así decirlo, con el tercer capítulo del evangelio de Juan. Es otra forma de hablar sobre la regeneración y el nuevo nacimiento.

Entonces, el aspecto del reino de los cielos que se tiene en mente aquí es la apropiación personal, entrar en el reino de Dios al creer, al recibir la salvación. Y creo que eso es claro por el contexto, no puede significar nada más.

Entonces, hablemos de eso. Entonces, sabemos qué es el reino de los cielos. Hablemos de entrar en el reino de los cielos, porque él dice en el versículo 3: “Si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis”. ¿Es importante entrar en el reino de los cielos? ¿Qué supone? Si la Biblia nos dice que debemos entrar en el reino de los cielos, ¿qué asume? ¿Qué nacimos dónde? Fuera de eso, ¿verdad? Nacemos fuera de eso. Y que entrar en el reino es un acto que debemos hacer.

Todos los hombres nacen fuera del reino de Dios y son llamados a entrar en ese reino. Y el evangelio es presentado para que los hombres puedan entrar en el reino. “Dios no quiere que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento”. Dios quiere gente en su reino. Jesús vio la ciudad de Jerusalén y dijo: “¿Cuántas veces quise reunirte y no quisiste?”. Él quería llamar a los hombres a Su reino y Él predicó el reino. Y Juan el Bautista predicó el reino, y los apóstoles predicaron el reino, y llamaron a los hombres al reino. Y eso es exactamente lo que nuestro Señor está haciendo aquí. Él está hablando de entrar en el reino.

Y, por cierto, esta frase se usa tres veces en Mateo: capítulo 7, versículo 21; capítulo 18, versículo 13, y de nuevo en el capítulo 19, versículo 23, como les leí antes sobre el hombre rico. Simplemente, significa ser salvo, ser redimido, ser regenerado, nacer de nuevo, entrar en el reino de Dios, la familia de Dios, la influencia de Dios, el gobierno de Dios, el dominio de Dios, el mundo de Dios.

Es sinónimo, por ejemplo, en el capítulo 18, versículo 8, de entrar en la vida. Porque entrar en el reino de Dios es entrar en la vida. Es sinónimo del capítulo 25:21, entrar en el gozo del Señor. Cuando usted entra en el reino, usted entra en la vida. Cuando usted entra en la vida, en el reino de Dios, usted entra en el gozo del Señor.

Así que los hombres son llamados a entrar por la puerta estrecha. Somos llamados a entrar, lo que supone que estamos afuera y debemos entrar. Y significa venir bajo el gobierno de Jesucristo de Dios en Su reino. Ahora, Mateo, yo creo de todos los evangelios; es el que presenta de manera más sistemática y cuidadosa el mensaje de la entrada al reino. Creo incluso que más que Juan. El mensaje de Juan es probar la deidad de Jesucristo. El mensaje de Mateo es para que usted entre al reino. ¿Cómo hace eso? Al hacer un énfasis.

Y pensé en eso esta semana, me recliné en mi silla y dije: “Ahora, si yo fuera un incrédulo y quisiera saber cómo entrar en el reino, ¿qué haría?”. Bueno, supongamos que tomo el Nuevo Testamento y alguien me dijera que en el Nuevo Testamento me daría la respuesta. El lugar donde comenzar es Mateo, y creo que hay una razón por la que Dios puso a Mateo primero. Creo que Dios tenía el control de eso, porque creo que Mateo llama a los hombres al reino y les dice específicamente cómo entrar allí.

Y así, traté de imaginar que yo era un incrédulo, guardé todos mis libros de teología, todo el atraso de la enseñanza y me puse en cero. Y si solo tomara la Biblia al pie de la letra, comenzando en Mateo, ¿qué descubriría que era necesario para entrar al reino de Dios?

Tome el pequeño viaje que realicé yo. Regresemos al capítulo 3 de Mateo y veamos cómo se desarrolla esto. Por cierto, mientras que lo busca, déjeme decirle que se resiste a una fórmula. Toda la Biblia se resiste a una fórmula, pero especialmente en Mateo se resiste a algún tipo de fórmula en la presentación del evangelio. Cada vez que él habla de ello, tiene una forma diferente de decirlo.

Pero veamos por dónde comienza. Está leyendo el capítulo 1 sobre la genealogía de Jesucristo y Su nacimiento. Entra al capítulo 2, lee sobre el homenaje que se le rindió en Su nacimiento y la visita maravillosa de los hombres sabios. Está completamente metido en eso. Y así descubrió quién es Jesús, Hijo del Altísimo, Dios en carne humana. Jesús salva a las personas de nuestros pecados.

Sabemos quién es Él. Está bien, nos han presentado a Jesucristo. Entramos en el capítulo 3, y ¿qué es lo primero con lo que nos topamos? Juan el Bautista. ¿Y qué está haciendo? Él está predicando. ¿Y qué dice en el versículo 2? “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado”. Ahora, ¿qué es lo primero que debe hacer si va a entrar al reino? ¿Qué es? Arrepentirse. Realmente, no tiene que ser tan erudito para entender eso. Simplemente, lo golpea justo ahí, entre los ojos.

Y luego, usted sigue un poco más, y entra en el capítulo 3. Y de repente, Jesús viene para continuar donde Juan lo dejó en el versículo 1. Y desde ese momento, Jesús comenzó a predicar y a decir: “Arrepentíos porque el reino de los cielos se ha acercado”. Ahora, la primera condición con la que lo confronta usted como un rayo es una palabra, “arrepentíos”. Significa básicamente volverse de su pecado.

Y más adelante, en el capítulo 9, versículo 13, Jesús dice: “Todavía no entienden que he venido a llamar a pecadores” —¿a qué?— “al arrepentimiento”. Entonces, el primer elemento de entrada al reino es el arrepentimiento. ¿Qué significa eso? Reconoce tu pecado y desea apartarte de él. Reconozca su pecado y desee apartarse de él. Ahí es donde comienza. Ahí es donde comienza la salvación, en un reconocimiento del pecado y un deseo de alejarse de él. Tiene que arrepentirse de su pecado y desear apartarse de él. Arrepentirse.

Bueno, usted lee un poco más, llega al capítulo 5. Y comienza de esta manera: “Él abrió su boca y les enseñó”; en el versículo 2. Y el versículo 3, dice: “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”. Y ahora se está diciendo así mismo: “Oh, aquí hay otro elemento de entrada al reino". ¿Qué es esto, pobre en espíritu?

En otras palabras, una sensación de indignidad. Este es un mendigo. El término griego significa mendigar. No se está ganando su propio camino. Está rogando, no tiene recursos. Y entonces, dice: “Quiero volverme de mi pecado, me arrepiento, lo siento por mi pecado, pero no soy digno de entrar en tu reino. Soy un mendigo. No tengo nada en la mano. Tengo que clamar por todo”.

Y usted ve ese mismo mendigo en el versículo 6, y tiene hambre, y tiene sed, y quiere ser llenado, y quiere ser saciado, pero sabe que no tiene ningún recurso. Esta es la segunda cosa que le impacta fuertemente en Mateo acerca de entrar en el reino. Hay una sensación de insuficiencia desencadenada por la convicción de pecado y una bancarrota de la persona. Simplemente, no. Digo, quiere volverse de su pecado y quiere venir al reino, pero sabe que no es apto para eso, y sabe que no tiene recursos.

Y lo tercero que le llama la atención está en el versículo 4. Usted llora. Y luego el versículo 5, mansedumbre. Eso es bajeza y humildad. Es el tipo de mansedumbre, versículo 7, que puede mostrar misericordia a otras personas. El tipo de mansedumbre que busca la pureza de corazón, versículo 8. El tipo de mansedumbre que hace un pacificador. El tipo de mansedumbre que está dispuesto a ser perseguida. Y usted ve humildad aquí.

Y entonces, solo leyendo al pie de la letra, para entrar al reino, debe arrepentirse. Para entrar al reino hay una pobreza de espíritu que debe ser reconocida. Para entrar en el reino debe haber humildad que diga: “No soy nada delante de ti, no soy nada, no soy nadie”. Usted no le está ofreciendo a Dios algo grande cuando usted viene a entrar en Su reino.

Y leí un poco más, y llegué al capítulo 7, y descubrí algo más. En el versículo 21: “No todo el que me dice: ¡Señor, Señor, entrará en el reino!”. Oh, y ahora aprendo que es más que hablar, es más que simplemente decir que quieres estar adentro. “Si no el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos”. Ese es un factor de obediencia -el que hay aquí. Hay una voluntad de someterse a Dios en obediencia.

Entonces, aquí encontramos en primer lugar arrepentimiento, una tristeza por el pecado y un deseo de cambiar, y luego de eso surge una sensación de indignidad, sabiendo que no tiene ningún recurso para eso, no puedes cambiar. Estás personalmente en bancarrota, no puedes hacer nada para merecerlo. Y luego, te sientes humillado ante un Dios tan maravilloso y un reino maravilloso. Y luego, usted aprende que, tiene que hacer más que solo decir que quiere eso. No es solo decir que pertenece al Señor, no es externo, es algo muy profundo. Y es obediencia a la voluntad de Dios. Y ahí, tiene usted la sumisión al señorío, la sumisión a la Deidad.

Usted va al capítulo 8 y encuentra lo mismo. Viene un hombre, dice: “Quiero seguirte, Señor”. En el versículo 19: “Quiero estar en tu reino”. Quiero seguirte. Y el Señor lo para y dice: “Las zorras tienen madrigueras y las aves del cielo nidos, y el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar la cabeza”. Y el otro aspirante a ser discípulo se acercó y dijo: “Permíteme ir a enterrar a mi padre”. Y Jesús le dijo: “Sígueme, pero deja que los muertos entierren a sus muertos”. Y aquí, ¿sabe usted lo que está hablando? Sumisión. Dejar las cosas del mundo. Venir y seguir en obediencia. Deje ir al mundo.

Entonces, si quiero estar en Su reino, no puedo preocuparme por las cosas que no importan. Tengo que estar dispuesto a seguirlo a cualquier precio. Y después, usted lee un poco más y llega al capítulo 10. Y usted es impactado inmediatamente por el versículo 32: “A cualquiera, pues, que me confiese delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi padre que está en los cielos”. Está ahí ese reino celestial con ese Padre celestial. Y si quiere tener una relación con Él, tiene que confesarlo delante de los hombres. El Señor delante de los hombres. “Y si me niegas”, dice el versículo 33, “yo te negaré”. Entonces, tiene que haber una confesión externa. Tiene que haber un tomar tu lugar público con Jesucristo.

¿Cómo entra alguien en el reino? Arrepentimiento. Dejando su pecado y deseando tener un cambio, dándose cuenta de que son indignos de tal cambio y tal entrada a un reino, quedándose con la mansedumbre y la humildad. Y de ahí, la voluntad de someterse obedientemente al señorío de Cristo, sin importar lo que cueste. Y luego, confesar externamente a Jesús como Señor y estar dispuesto a declarar que Él es tu Señor ante los hombres.

Y luego, es impactado por el versículo 37, donde dice: “Si amas a tu padre y a madre más que a mí, no eres digno de mí. Si amas a tu hijo e hija más que a mí, no eres digno de mí. Y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí. Y el que encuentra su vida la perdería, y el que pierda su vida por mí, la hallará”. Y llegas al punto de la abnegación, del autosacrificio.

Significa que dices no a todo. No a tus comodidades de la vida, no a tu familia, como vimos anteriormente en el capítulo 10. No a tu propia voluntad personal, a tus deseos personales. Te estás abandonando. Te estás abandonando al señorío de Jesucristo. Estás confesándolo exteriormente. Estás sacrificando todo. Estás vendiendo todo para comprar la perla. Estás vendiendo todo para sacar el tesoro del campo.

Y luego, conforme llega al capítulo 15, usted ve otro ingrediente. Versículo 22. Versículo 22. Y esta mujer cananea se acerca a Jesús: “Y ella clama: ¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de mí! Mi hija es gravemente atormentada por un demonio”. Y Él no le responde. Y Él no le presta atención a ella.

Pero ella siguió. Y siguió. Y finalmente, en el versículo 28, Él dice: “Oh mujer, grande es tu fe. Hágase contigo como quieres”. Este es otro elemento. Ella quería una bendición del reino. Ella quería recibir de la mano de Él. Y lo que era necesario era una fe sostenida en la suficiencia de Cristo. Persistente.

Las personas que entran en el reino se abrieron paso en él. Entran por esa puerta angosta y caminan por ese camino angosto y hay un precio. Pero son persistentes en su fe, con confianza de que hay suficiencia en Jesucristo. No pueden distraerse, lo persiguen como el tipo que toca, toca. Y el Señor responde.

Bueno, Mateo nos lo ha explicado muy claramente. Si usted se hubiera sentado y leído eso, vería que para entrar en el reino debe haber arrepentimiento, debe haber una sensación de indignidad, debe haber humildad, debe haber una voluntad de someterse obedientemente al señorío de Cristo, y confesión, y abnegación, y una fe persistente y perseguidora. Pero puedo señalarle que esa es la fórmula de Mateo, o lo más cerca que él va a estar de una para la salvación. Todos los elementos están ahí.

Y permítame también decir que ninguno de ellos se produce en la carne. Todos son la obra del Espíritu de Dios. No obstante, son los elementos, las partes constituyentes que ocurren en el alma que es traída al reino. Y ahora, conforme llega al capítulo 18, de la manera más hermosa, el Señor capta la esencia de todos ellos. Él destila la verdad en esta declaración única, en esta sola declaración: “Si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos”. ¿Y de qué está hablando él? Confianza sencilla, infantil, humilde.

Entonces, vayamos al tercer punto, al requisito para entrar al reino. ¿Qué es? Dos cosas, dice: “A menos que os convirtáis”, a menos que os convirtáis. ¿Qué eran los discípulos en este momento? Soberbios, arrogantes, egoístas, buscando lo suyo. ¿Se arrepintieron de su pecado? No. Digo, estaban alardeándolo entre ellos ¿Tenían un sentimiento de indignidad? No, tenían un sentimiento que valían. ¿Eran humildes? No, eran soberbios. ¿Estaban siendo sumisos al Señor y al Cristo? No, querían tener el control de su destino. ¿Se sacrificaron a sí mismos? Difícilmente. Ellos eran una antítesis de todos los elementos de la salvación. Ellos eran una antítesis de todos los elementos de la salvación.

Y así, Él Señor les dice: “A menos de que se den la vuelta” —y es un aoristo pasivo, que implica que tienes que ser cambiado por alguien que no seas tú mismo. Supongo que podríamos decir: “A menos de que el Señor te haga dar la vuelta en la dirección opuesta”. Nos lleva de regreso a la idea del arrepentimiento. La conversión y el arrepentimiento son realmente dos caras de la misma moneda. El arrepentimiento es estar triste por el pecado y querer cambiar. Esa es la emoción. Y la conversión es la voluntad que lo hace.

Entonces, entrar al reino comienza con un corazón arrepentido y una voluntad que se vuelve a Dios. Y, por cierto, la palabra “convertíos” aquí, cada vez que se usa en el Nuevo Testamento, 17 veces, siempre se traduce como “convertíos”. Esta es la única vez que no se traduce así. “A menos que os volváis, y os volváis como niños pequeños”. Tienes que ser lo contrario a lo que eres. Son personas soberbias, arrogantes, egoístas, jactanciosas. Tienes que dar la vuelta.

No hay salvación sin ese tipo de cosas, sin arrepentimiento, sin cambiar, sin volverse. Eso está en todas las Escrituras. Pablo elogia a la iglesia de los tesalonicenses porque se volvieron de los ídolos a Dios, 1 Tesalonicenses 1:9. Se volvieron. Y vea el libro de los Hechos y siga la predicación del libro de los Hechos conmigo por un breve momento. Déjeme mostrarle algo. Hechos 3: 19: “Por tanto, arrepentíos” —aquí viene el mismo mensaje— “así que, arrepentíos y convertíos”.

Muy a menudo de la forma compuesta de estrefo se usa epístrofe. Completamente vuélvanse. Vuélvanse para que vuestros pecados sean borrados. En el versículo 26: “A vosotros, en primer lugar, Dios, habiendo resucitado a su Hijo Jesús, lo envió para bendeciros, apartando a cada uno de vosotros, volviendo a cada uno de vosotros de sus iniquidades”. Siempre es el giro. No va simplemente por el mismo camino, yendo por el mismo camino, y añade a Jesús a su actividad. Hay un abandono de todo eso y un giro.

Y usted va al capítulo 11 de Hechos y el mensaje no cambia. Es el mismo mensaje. Hechos 11:21: “Y la mano del Señor estaba con ellos, y un gran número creyó y se convirtió al Señor”. Y usted va al capítulo 15 de Hechos y es el mismo mensaje, nuevamente, en el versículo 19: “Por tanto, mi juicio es que no molestemos a los que de entre los gentiles se vuelven a Dios”. Y usted va hasta el capítulo 26 de Hechos, el versículo 18, y Pablo dice: “Mi ministerio es abrirles los ojos y convertirlos de las tinieblas a la luz”. Y en el versículo 20, él predica que se arrepientan y se vuelvan a Dios. Es un giro, es un volverse siempre.

Ahora, déjeme resumir todo esto que hemos visto en Mateo, y voy a darle una definición teológica. Este es un curso muy rápido de soteriología, la doctrina de salvación. Sígalo. Ahora, este es un milagro instantáneo. La salvación lo es, pero estas son partes constituyentes. Lo primero que sucede es la elección. Cuando Pablo escribió a los tesalonicenses, él dijo: “Sé que son salvos porque conozco su elección de parte de Dios”. Ahí es donde comenzó. Elección.

La salvación es el resultado de estos elementos. Elección. Elegido en Él antes de la fundación del mundo. Escogido antes de la fundación de la tierra. Elección. Después, viene la instrucción. Es la ley de Jehová que es perfecta que convierte el alma. Salmo 19, versículo 7: “La fe viene por el oír hablar de Jesucristo”. Romanos 10 dice.

Entonces, primero es la elección, luego viene la instrucción, la entrada de la Palabra. Luego, viene la convicción. Conforme la Palabra viene convence de pecado. Salmo 119:59: “Reflexioné sobre mis caminos y volví mi corazón a tus testimonios”. Cuando un hombre comienza a ver su propia vida a la luz de la palabra de Dios se acercará a Dios.

Lamentaciones 3:40: “Escudriñemos y probemos nuestros caminos y volvamos al Señor”. Salmo 78:34 —me encanta esto— “Cuando los mataba, entonces lo buscaba”. Cuando quedaron devastados por la instrucción, entonces vino la convicción. Elección, instrucción, convicción. La convicción lleva al arrepentimiento. Cuando una persona es convencida de su pecado, tiene la tristeza, según Dios, de la que se habla en 2 Corintios 7:10, que hace que quiera volverse de su pecado a Dios. El arrepentimiento conduce a la conversión.

Elección, instrucción, convicción, arrepentimiento, conversión. La conversión es el volverse a Dios, impulsado por el corazón arrepentido. Y eso es a lo que nuestro Señor está llamando aquí. Y luego, lo que sigue a eso es la obediencia. La voluntad de someterse obedientemente.

Ahora escuche, los discípulos son todo lo contrario de todo esto. Buscando lo suyo propio, obstinados, soberbios, egoístas, queriendo estar a cargo de su propia vida, tomar sus propias decisiones, ser los amos de su propio destino. Y Él dice: “Si no se vuelven, ni siquiera van a entrar al reino”.

El punto es este, amigos, ¿cómo puedo responder la pregunta, “quién es el más grande en el reino”, cuando ni siquiera saben cómo entrar para empezar? Tenemos que tomar una pregunta previa. ¿Y qué es lo que dice la segunda frase en el versículo 3? ¿Cómo te conviertes? Te vuelves al volverte como un niño pequeño. ¿Cómo es un niño pequeño? Un niño pequeño es humilde, simple, no es afectado, sin hipocresía, sin ambiciones. Ese es un niño pequeño, manso. Los niños no tienen grandes pensamientos de grandeza personal, grandeza y gloria para ellos mismos. Ni siquiera están conscientes de lo que visten… les podría importar. De hecho, se irritan cuando tratas de vestirlos. No buscan lo suyo propio en ese sentido. Son un infante sencillo, pequeño y tierno que está en los brazos de Jesús. Tan abierto, tan sin hipocresía, tan contento de ser sostenido, dirigido y alimentado. Tan contento de ser dependiente, tan dispuesto a someterse y sin pretensiones. Todo está ligado a una sola palabra, versículo 4: “Cualquiera, pues, que se humille”. Esa es la palabra que él busca. Esa es humildad.

Es la humildad del arrepentimiento que dice: “Estoy equivocado, tengo que cambiar de mi pecado”. Es la humildad de la indignidad que dice: “No tengo nada”. Es la humildad de la mansedumbre que se ve a sí misma como humilde. Es la humildad de la sumisión que dice: “Seguiré al señorío de Cristo”. Es la humildad de la confesión que dice: “No me importa lo que diga el mundo, confieso que Jesús es mi Señor”. Es la humildad del autosacrificio que dice: “No quiero nada de mi vida, excepto lo que Dios quiere”. Es la humildad de la fe persistente a la que no le importa cómo se ve, simplemente sigue persiguiendo.

Es esa humildad semejante a la de un niño: dependiente, mansa, que confía. Un niño no quiere empujarse hacia adelante, un pequeño infante. Solo quiere que se satisfagan sus necesidades y se contenta con eso. No tiene grandes ambiciones, no busca grandeza, no quiere un guardarropa elegante, una habitación elegante, solo que sus necesidades sean satisfechas. Solo dale amor y cuidado. Ese es un niño y son tan abiertos.

Recuerdo hace algunos años cuando estaba en Misisipi, y estuve viajando durante varias semanas, predicando en escuelas negras en todo Misisipi, escuelas públicas y principalmente en escuelas secundarias y preparatorias pero varias veces tuve la oportunidad de ir a una escuela primaria. Fui a esta pequeña escuela primaria en el campo y estaba llena de estos hermosos pequeños y rostros brillantes. Usted sabe. Y los trajeron a todos a este auditorio grande, como una sala, sala de auditorio. Yo era el orador del día ahí.

Y observé a 200, o 300, o 400, no recuerdo cuántos niños, encantadores desde preescolar hasta el sexto grado de primaria. Y les iba a presentar el evangelio de Jesucristo a todos. Y conté la historia de Jesús, ya sabe, y la pasé de maravilla. Les conté lo maravilloso que era Jesús, y cómo nació y cómo vino al mundo; y hablé de cosas especiales de Su vida, algunos de Sus milagros. Usted sabe.

Llegué a la cruz, y Su muerte y Su resurrección, y ellos simplemente estaban encantados con esta historia maravillosa de Jesús. Y terminé con eso, y estaba muy callado, y les dije: “¿Cuántos de ustedes quisieran tener a Jesús viviendo en su corazón y que perdonara todos sus pecados, y que fuera su Señor y Salvador y los llevara al cielo? Si quisieran, díganme al levantar la mano”. Hombre, como 500 pequeños cohetes, esas manitas se levantaron.

“Yo, yo, señor, yo, yo, por favor”. Toda mano en el lugar. Y teníamos un fotógrafo con nosotros que tomó una foto. Nunca olvidaré esa foto mientras viva. Aquí hay una habitación llena de pequeñas manos en el aire, cada uno de ellos. Nadie estaba allí diciendo: “Yo soy escéptico sobre todo este asunto. Digo, ¿podrías darme alguna prueba?” No había nada de eso en absoluto. Digo, ni uno, solo una confianza simple, infantil, hermosa. Sin buscar lo suyo propio.

Y yo, cuando vi esas manos, me quedé sin aliento y pensé, debí haber dicho eso mal. Esto no puede ser. Dije: “Pero ¿cuántos de ustedes están dispuestos a dejar que Jesús controle su vida y van a obedecer todo lo que Él diga?”. Cada mano se levantó de nuevo. Antes de que terminar ese día, aconsejamos a esos niños en grupos pequeños. Grupos pequeños de ellos en toda la escuela y les dimos pequeños evangelios.

Y pensé, solo Dios sabe lo que realmente pasó en los corazones de todos esos niños, pero como puede ver, eso es lo que el Señor busca aquí. Esa dependencia, sin pretensiones, sin hipocresía, simple, infantil, que dice: “Le doy mi vida a Jesús, Él es tan maravilloso. No pido otra cosa, sino que Él me lleve”. Es de lo que el Señor está hablando aquí.

Hay un último punto. Hemos hablado sobre el reino de los cielos, la entrada al reino de los cielos, el requisito para entrar al reino de los cielos. Y ahora, entre aquellos que han entrado al reino por los requisitos correctos, ¿quiénes son los más grandes en el reino? Y ahora, él llega a su pregunta en el versículo 4, muy simple, y luego dijo: “Cualquiera pues”, en otras palabras, en base a lo que acabo de decirles, ahora que sabemos cómo entras en el reino, “cualquiera, pues, que se haga como este niño pequeño, ese es el mayor en el reino de los cielos”. Y escuche, ahora con atención, y esto es lo que él está diciendo: “Si viniste con humildad, entonces la humildad es la norma y el más humilde” —¿Es el qué?— “Es el más grande”, eso es todo. El más humilde es el más grande.

Como puede ver, la gente está mal porque están discutiendo sobre quién es el mejor, por lo tanto, están todos descalificados. Y eso es lo que Jesús quiso decir cuando dijo: “El que quiera ser el último será” —¿qué?— “el primero”. El que quiera ser el mayor será vuestro siervo.

Como puede ver, en Su reino, la humildad es lo que importa. Usted entró en humildad y usted se eleva a la grandeza descendiendo en humildad. Es por eso que odio con todo mi ser y aborrezco el tipo de movimientos de hoy que se promueven a sí mismos. Son completamente antitéticos a todo lo que presenta la Escritura y a la misma enseñanza de Jesucristo mismo. No hay lugar para que yo esté buscando la elevación de mí mismo. Eso es descalificación. Ni siquiera puedo entrar al reino, mucho menos levantarme entre los grandes para ser el mayor o el más grande. Es solo un principio simple.

La palabra “humilde” ahí, por cierto, en el versículo 4, es una forma verbal. Significa: “Rebajarse a sí mismo”. Tapeinao, el que sigue bajándose a sí mismo, es el que sigue subiendo. ¿Lo ve? ¿Sabe quiénes son los humildes? Los humildes normalmente son las personas que ni siquiera están conscientes del asunto. Ni siquiera piensan en ello. Humildad, sin reclamos, sin demandas, sin derechos, sin honores, se inclina abajo, humilde, no busca nada, no está diciendo siempre: “No merezco eso, soy mejor que eso, no necesito enfrentar esto, no saben lo bueno que soy, no saben lo que tienen”.

El que en el Espíritu del Señor Jesucristo no consideró algo a que aferrarse al ser igual a Dios, sino que lo dejó todo y tomó sobre sí la forma de siervo y hecho en semejanza de hombre, incluso murió en la cruz, se humilló a sí mismo.

Y él dice, Pablo, en Filipenses 2: “Eso es lo que deben hacer, no mirando lo suyo propio, sino lo de los otros, estimando a los demás” —¿qué?— “como superiores a uno mismo”.

El niño en los brazos de Jesús miró hacia arriba y dependió totalmente de Jesús. Digo, él no podía hacer nada por sí mismo. Es esa dependencia semejante a la de un niño humilde la que el Señor honra aquí. Usted se eleva dentro del reino de Él a medida que desciende.

Me encanta lo que dijo el gran comentarista luterano Lensky: “Aquel que piensa y no hace reclamos tendrá todo lo que otros reclaman y al reclamar no pueden obtener”. Fin de la cita.

Es el mismo mensaje que el Señor dio en las Bienaventuranzas. El punto es este: ¿Quién es el más grande en el reino? Bueno, todos son grandes. Todos en el reino son grandes, pero el más pequeño en el reino, según Mateo 11:11, el mayor  es mayor que Juan el Bautista. Todos en el reino son grandes, pero los más grandes en el reino son los más humildes.

Escuche esto, y cierro con esto. Alguien escribió esto —tal vez esto podría expresar nuestros sentimientos— “Hazme, oh, Señor, un niño otra vez, tan tierno, frágil y pequeño, en mí mismo, sin poseer nada, en ti, poseyéndolo todo. Oh, Salvador, hazme pequeño una vez más, que hacia abajo pueda crecer y en este corazón mío restaura la fe de antaño. Contigo, que yo sea crucificado, no más, yo que vivo. Oh, Salvador, aplasta mi soberbia pecaminosa por la gracia, que da el perdón. Hazme, oh Señor, un niño otra vez, obediente a Tu llamado, en sí mismo, no poseyendo nada, en Ti, poseyéndolo todo”.

Conforme nos humillamos, Él nos exalta. Dios da gracia a los humildes. Gran promesa. Inclinémonos en oración.

Padre, te agradecemos por Tu palabra nuevamente esta mañana. Hemos tocado el trono mismo del cielo, porque hemos oído la voz de Dios. No es diferente de haber estado en el monte con Moisés. No es diferente de haber estado en el monte con Pedro, Santiago y Juan. No es diferente de haber estado en las aguas del bautismo de nuestro Señor. Hemos oído Tu voz, porque Tú hablas mediante Tu Palabra. Y Tú nos has recordado esta verdad profunda de la humildad. Aquellos que vienen a Ti, vienen en Tus términos, términos de arrepentimiento, indignidad, mansedumbre, sumisión al señorío de Cristo, confesión de Cristo, abnegación, fe persistente en la suficiencia del Señor Jesucristo. Todas expresiones de humildad. De una falta de recursos. Y estos son los términos para la entrada y así, se vuelven los términos para la grandeza. Que seamos grandes en Tu reino, no porque buscamos grandeza o gloria, sino porque buscamos Tu gloria y solo la Tuya.

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