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Abramos la palabra de Dios al capítulo 18 del Evangelio de Lucas, Lucas capítulo 18 y estamos viendo una parábola amada y conocida que Nuestro Señor enseñó, la parábola del fariseo y el publicano. Quiero leérsela y después volveremos a considerar la importancia maravillosa de esta parábola. Lucas capítulo 18, versículos 9-14, esto es lo que la palabra de Dios dice: A unos que confiaban en sí mismos como justos y menospreciaban a los otros dijo también esta parábola—Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo y el otro publicano. El fariseo puesto en pie oraba consigo mismo de esta manera, “Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres; ladrones, injustos, adúlteros, ni aún como este publicano. Ayuno dos veces a la semana. Doy diezmos de todo lo que gano.” Más el publicano estando lejos no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo, “Dios, se propicio a mí, pecador.” Os digo que este descendió a su casa justificado antes que el otro, porque cualquiera que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido.

Ciertamente, esta fue una idea conmovedora, asombrosa, expresada por el Señor Jesús en esta historia. Cuando él llegó al meollo y dijo que el publicano descendió a su casa justificado y no el fariseo. Él se colocó a 180 grados de distancia de la teología judía de la salvación que prevalecía y realmente, la teología de toda la religión mundial. Jesús estaba diciendo: “No es el hombre que es bueno el que es justificado, sino el hombre que sabe que es impío el que es justificado”. La idea religiosa dominante en el judaísmo en el tiempo de Nuestro Señor, la idea religiosa dominante en el mundo siempre, en ese entonces y ahora, es la idea de que la gente buena se va al cielo, que, si usted es moral y religioso, usted puede alcanzar la salvación, escapar del juicio divino, volverse aceptable a Dios. Es cuestión de qué tan bueno es usted, qué tan moral es usted y que tan espiritual o religioso es usted. Esta, francamente es la gran mentira que domina al mundo, que la gente puede ganarse el cielo al ser lo suficientemente bueno. Es a esas personas a quien esta historia es dirigida.

Recuerde que le dije la última vez que nuestro primer punto fue la audiencia amplia. Observe el versículo 9, “A unos que confiaban en sí mismos como justos y menospreciaban a los otros”, dijo también esta parábola. Esto es para toda persona que cree que usted llega al cielo al ser lo suficientemente bueno, que confían en sí mismos dicen Nuestro Señor o dice Lucas conforme registra este texto, que creen que pueden alcanzar una relación con Dios mediante su moralidad y su espiritualidad y su religiosidad. Ahora sabemos que guiando el desfile de personas justas en sí mismas, gente que cree que puede ser lo suficientemente justa como para entrar al cielo; estaban los fariseos, este grupo de judíos que guardaban la ley de manera minuciosa, porque allá atrás en el capítulo 16, versículo 15, Jesús les dijo a los fariseos: “Vosotros sois los que os justificáis a vosotros mismos delante de los hombres. Ustedes son los que se hacen a sí mismos justos a los ojos de los hombres, pero Dios conoce sus corazones”.

Ellos guiaban el desfile de aquellos que vivían con la ilusión de que usted puede ganarse la salvación, de que usted puede ser lo suficientemente bueno como para que Dios lo acepte a usted. Esta parábola es dicha para el beneficio de cualquier persona que piensa de esa manera. Esa es la razón por la que digo que es una audiencia amplia la que se tiene en mente aquí, porque el mundo entero de gente en toda religión, excepto por la verdadera, piensa de esa manera. Hay solo dos posibilidades en el mundo: o que usted puede ser lo suficientemente bueno para alcanzar una religión correcta con Dios, o no puede; o puede usted ganarse la salvación por la moralidad y la religión, o no puede. Eso es todo lo que hay realmente por discutir.

Sea cual sea la etiqueta religiosa, o es una convicción de que usted puede o no puede. La religión verdadera, la religión de las Escrituras, el camino verdadero de la salvación —dice usted— no puede mediante su propio esfuerzo, mediante su justicia personal, su propia moralidad, su propia religiosidad o espiritualidad, usted no puede agradar a Dios en manera alguna, por lo tanto, ganarse la aceptación con Él. Cualquier otro sistema religioso en el mundo es un sistema de mérito humano a un grado u otro, que asume que usted puede hacer algo para alcanzar una relación correcta con Dios.

En esta historia, usted tiene al fariseo, quien es el modelo de los que alcanzan la moralidad y la religión; él es la persona que guarda la ley de la manera más cuidadosa y minuciosa sobre el planeta. Y él está asociado con la Ley del Antiguo Testamento, y entonces está muy cerca de la revelación de Dios. No es como si estuviera en alguna religión pagana, sino que esto tiene que ver con la verdad divina en sí del Antiguo Testamento. Y entonces, él es lo mejor que alguien puede ser, pero no es lo suficientemente bueno. El pecador que confiesa su pecaminosidad, por otro lado, es lo peor que alguien puede ser, el más menospreciado de los rechazados; sin embargo, él es de quien Jesús dijo: “Él descendió justificado”, o justo, recto, o correcto con Dios, aceptable y aprobado por Dios. Esa idea para la gente religiosa en las religiones del mérito humano, esa idea para un judío en el judaísmo de ese día y particularmente esa idea a un fariseo constituiría un tipo de algo absurdo.

De hecho, podrían considerarlo blasfemo porque ellos tendían a verlo como rebajar el estándar divino, sería un ataque en contra de la santidad de Dios en su perspectiva, decir que el peor de los pecadores es justificado y el mejor de los hombres justos no lo es. Eso no solo sería una teología invertida, volteada, sino que eso constituiría un tipo de blasfemia contra Dios; manchar su santidad para aceptar a una persona tan mala en su reino.

Ahora, recuerde, el tema ha sido el reino de Dios, ese es el tema de la enseñanza de Jesús, y la predicación en términos generales a lo largo de su ministerio, inclusive después de su resurrección, durante 40 días Él enseña cosas acerca del reino de Dios; pero, en particular, comenzando en el capítulo 17, versículo 20, Él ha estado hablando acerca de Su reino, Su aspecto espiritual y Su aspecto futuro, material y eterno. Y hemos dicho que hay tres aspectos del reino de Dios, uno es espiritual: “El reino de Dios está dentro de vosotros”; segundo, es milenario o terrenal, cuando Jesús viene a establecer Su reino en la tierra; y un tercero, es eterno, el nuevo cielo y la nueva tierra eternos. La forma final de su reino, el Espíritu de Salvación sobre el cual Dios gobierna a Su pueblo redimido.

Él ha estado hablando del reino, eso presenta la pregunta: Entonces de ¿quién entra al reino y cómo entran? ¿Quién es parte de ese reino espiritual y que, por lo tanto, participará en el reino terrenal y vivirá para siempre en el reino eterno? ¿Quién está calificado? ¿Quién es aceptable para Dios en el reino? Jesús responde esa pregunta aquí y Él la responde de manera contraria a la sabiduría religiosa convencional del tiempo y el lugar en el que Él la dijo, y francamente de todo punto de vista religioso convencional a lo largo de la historia de la religión; todas las religiones, excepto por la verdad, asumen que usted es lo suficientemente bueno, de alguna manera, mediante su moralidad y su religión para ser justo con Dios, para ser recto a los ojos de Dios, ser aceptado en su reino.

La respuesta convencional no es lo que nuestro Señor dice. Si usted toma la palabra “justificado” por un momento, significa ser tenido como justo, recto, significa ser declarado inocente, perdonado, limpio de todo cargo, limpio de toda acusación, y eso es necesario para que alguien entre al reino de Dios. Usted tiene que ser librado, usted tiene que ser perdonado, usted tiene que ser limpiado, usted tiene que ser declarado no culpable; y la religión humana dice que usted puede alcanzarlo por sí mismo; y las Escrituras dicen que usted no puede de manera absoluta. El asunto es, entonces, simple. De nuevo, lo digo, usted puede o no; y si usted piensa que puede, sea cual sea la etiqueta religiosa que usted use, usted está en el lado equivocado de la realidad.

Ahora, el asunto entero comienza con un entendimiento de: ¿Cuál es el requisito de Dios? Y si usted regresa al libro de Levítico, usted lo oye a Él decir: “Sed santo porque yo soy Santo. Sed santo porque yo soy Santo. Sed santo porque yo Jehová, vuestro Dios, soy Santo”, y Él establece un estándar de santidad absoluta. Nadie puede cumplir con ese estándar. Jesús lo reitera en el Nuevo Testamento, Mateo 5:48: “Sed, pues, vosotros perfectos como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto”. El requisito de Dios es perfección. Y aunque los fariseos eran lo mejor que alguien podía ser, lo mejor que alguien podía llegar a ser eran cuasi-bíblicos en su religión, estaban lo más cercano a la verdad que usted se puede acercar; Jesús también les dijo en Mateo 5:20: “Si vuestra justicia no excede a la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos”. Entender eso es entender la médula.

Usted tiene que ser tan bueno como Dios, usted tiene que ser tan santo como Dios, usted tiene que ser tan justo como Dios, o usted puede alcanzar eso o no puede. Y las Escrituras son claras en que usted no puede, que usted no puede. Romanos 3:20 dice: “Por las obras de la ley ninguno será justificado”, usted no lo puede guardar, usted no lo puede hacer al guardar la ley de Dios. Gálatas 3 dice que simplemente esto: “Cualquiera que trata de venir a Dios al guardar la ley será maldito”, debido a que usted no lo puede hacer. Y Santiago 2:10, si usted ofende en un punto, usted es culpable de violarla toda. Entonces, no hay manera de llegar a Dios por la moralidad, por guardar la ley ni por el esfuerzo religioso, y ese es el mensaje de esta historia; es una parábola muy definida, dada por nuestro Señor.

Entonces, como vimos la última vez, el primer punto, la audiencia amplia, significa que la historia es dirigida a cualquier persona que cree que puede ganarse la salvación o hacer algún tipo de contribución personal mediante la moralidad, espiritualidad, guardar la ley o la ceremonia religiosa. Pasamos de la audiencia amplia a la analogía de contraste, versículo 10, eso nos lleva a la historia; y simplemente vamos a reiterar, de manera breve, lo que dijimos la última vez: “Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo y el otro publicano”, había dos veces al día cuando la gente en Jerusalén ascendía por los peldaños en la parte sur del templo, en donde usted todavía puede ir y subir por esos mismos peldaños inclusive en la actualidad, llevan al monte del templo.

Era a las 9:00 de la mañana y era a las 3:00 de la tarde, cuando el sacrificio de la mañana y la tarde se ofrecía. Había sido ordenado por Dios en el capítulo 28 de Números, que habría un sacrificio por la mañana y la tarde, y que en ese acontecimiento habría una ofrenda de holocausto como se define en Levítico 1, como una ofrenda por el pecado y expiación por los pecados del pueblo. También habría un tiempo de bendición sacerdotal, habría una ofrenda de incienso simbolizando oración a Dios, y este ritual también iba acompañado de otros componentes y elementos. Entonces, a las 9:00 de la mañana o a las 3:00 de la tarde, normalmente en la tarde, uno tenía más asistencia que el de la mañana, lo entiendo. En uno de esos sacrificios por la mañana o la tarde, la multitud asciende al templo y en la multitud están estos dos hombres. Uno de ellos es un fariseo, el otro es un publicano.

Suben a orar, y orar es simplemente un sinónimo para adoración. Van ahí para expresar su adoración a Dios, ascienden ahí porque saben que va a haber un sacrificio ofrecido y quieren que ese sacrificio se aplique a ellos, quieren los beneficios de esa expiación para ellos. También quieren subir ahí para que puedan acompañar el incienso simbólico, y habiendo experimentado el sacrificio, en incienso viene después. Esto quiere decir que una vez que el pecado es expiado, entonces la oración puede ser ofrecida a Dios. Suben a orar para recibir la bendición de participar en la ceremonia. No podrían ser más diferentes, son opuestos extremos. El fariseo es el hombre más religioso, el más respetado, el más honrado, el más reverenciado. Y el publicano es el hombre más odiado, el más menospreciado, el que sería tratado con el mayor menosprecio. Uno, el fariseo, es un hombre que se dice ser justo; el otro, el publicano, es un hombre injusto que se dice serlo.

Ahora, ya conocimos al primero, el fariseo, en el versículo 11. Regresemos simplemente y veámoslo brevemente. El fariseo, puesto en pie; él estuvo de pie, esa es una postura legítima para orar, inclusive Jesús habló en Marcos 11, cuando usted se pone a orar, ore de esta manera; era legítimo ponerse de pie y orar, y la postura típica para hacer esto era ponerse de pie con sus ojos levantadas al cielo y sus manos levantadas también, es algo así como la oración en la que instruye el Apóstol Pablo a la iglesia a través de Timoteo, que los hombres santos deben orar con manos levantadas, esa es una postura típica; usted tiene el rostro abierto delante de Dios porque usted tiene una relación correcta con Dios; usted llega a su presencia con los brazos levantados, listo para recibir aquello que Dios provee para usted, como también para ofrecerle su alabanza. El fariseo adoptó una postura entonces que era una legítima.

Pero, en particular, adoptaban esta postura probablemente en un lugar muy, muy visible, de manera distante de la gente porque no se atrevían a tocar una persona común. Los Havarim, los santos no tocaban a los Samarits, los impíos y los inmundos. Entonces, habría estado a cierta distancia, pero de manera totalmente visible. Jesús, recordará usted, los condenó en el Sermón del Monte, en Mateo 6:5, porque les encantaba tomar el lugar de la oración de manera visible, pública, y ponerse de pie en donde todo mundo podía verlos; y eso es lo que él hizo, él se puso de pie ahí en un lugar muy visible para que toda la multitud pudiera ver cómo se veía un hombre santo.

Y después él dice que oraba consigo mismo. Hablamos del hecho de que esto simplemente significa que éste es un soliloquio y no una oración. Él no tiene relación con Dios, no tiene conexión con Dios; Dios no tiene que escuchar a nada de lo que él dice ni responderle, esto no es nada más que una especie de soliloquio auto-inducido espiritual, en el cual él se habla a sí mismo; y él se congratula, él se felicita a sí mismo por su mérito moral y religioso. Y cinco veces, en dos versículos, se refiere a sí mismo: “Yo, yo, yo, yo, yo”, y es bastante claro a quién adoraba él.

Él invoca el nombre de Dios porque eso es lo respetable y esperado, aunque él le pide a Dios absolutamente nada porque en su perspectiva realmente no hay nada que él pueda pensar que necesita. Él no tiene necesidad de nada, él es como el joven rico que conoceremos en unos cuantos pasajes allá adelante del que estamos en este momento, quien hizo un pequeño inventario de su vida y no podía pensar en algo que le faltara. Aquí está ese tipo de hombre. Su gratitud realmente no es gratitud a Dios. ¿Por qué él le agradecería a Dios por lo que él mismo había alcanzado? Y entonces, en su soliloquio consigo mismo, él afirma cuán justo es él, en primer lugar, de lado negativo; versículo 11: “Te doy gracias porque no soy como los otros hombres”, una confesión inequívoca de su dignidad y su justicia y su superioridad absoluta en relación al resto de la gente.

Y él inclusive nombra a algunas personas como las que él no es: ladrones, injustos, adúlteros; y es muy probable que, a nivel superficial, él no era un ladrón abierto, deshonesto, corrupto; él no era alguien que fue injusto en la superficie. Probablemente, como el Apóstol Pablo quien dijo en su propia vida pre-salvación, que en base a la ley él era irreprensible; y él probablemente no era un adúltero, aunque él tuvo un corazón corrupto y aunque él tuvo pensamientos impíos e intenciones impías, y aunque él ciertamente habría cometido adulterio en su corazón, él no condujo su vida a nivel exterior en la manera en la que esos injustos, ladrones y adúlteros en esa sociedad lo hicieron. 

Y después, él da un salto fácil de realizar. Él dice: “Ni aún como este publicano”. Eso habría sido un salto fácil de hacer porque los publicanos eran las personas más menospreciadas y odiadas en la cultura, habían comprado franquicias para cobrar impuestos del pueblo romano idólatra que ocupaba la tierra de Israel; ellos, entonces, pagaban a los romanos lo que los romanos querían de ellos cada año, y todo lo que ellos pudieran obtener por encima de eso se lo quedaban, y entonces extorsionaban dinero de la gente en la manera en la que pudieran, con gente que molestaba a la gente y criminales fuertemente armados; estaban rodeados, por lo tanto, por los pecadores y prostitutas de la sociedad y la escoria de la cultura. No podían ir a una sinagoga. Era la gente más odiada y menospreciada en la sociedad, y entonces él dice: “No soy nada como ese fondo de la sociedad”. Y entonces, mediante ilustración negativa, él muestra cómo no es él.

Y después, él cambia de perspectiva, y mediante una ilustración positiva, en el versículo 12, él muestra lo que él es: “Ayuno dos veces por semana”, únicamente un ayuno al año era prescrito, previo al día de la expiación; él ayuna dos veces por semana. Como le dije la última vez, de manera típica era lunes y jueves porque ese era el día del mercado y ese era el día en que usted debía ayunar si quería ser visto, porque había más gente en la ciudad que en cualquier otro día. Y él da diezmos de todo lo que recibe, hasta el punto de las semillas que él recibe, ellos diezmaban la menta y el eneldo y el comino a lo cual se refirió Jesús; eran religiosos de manera detallada, evitando todo tipo de pecados externos y manifestando este tipo de lealtad detallada a la ley del desempeño externo, y entonces, él celebra su justicia.

Pero a los ojos de Dios, como recordaremos a partir del capítulo 16, versículo 15. Él no se estaba saliendo con nada porque Dios conocía su corazón. Amos confrontó esto, allá atrás en la profecía de Amos. Únicamente se lo leo en el capítulo cuatro. Las palabras de Dios vienen con un sarcasmo fuerte. De hecho, en la promesa de Dios dice en el versículo 2: “Jehová el Señor juró por su santidad: He aquí, vienen sobre vosotras días en que os llevarán con ganchos, y a vuestros descendientes con anzuelos de pescador”. Él está hablando de que Israel se ha llevado a la cautividad. Éste es el juicio horrible final en contra de un Israel impenitente, idólatra, impía y entonces, en respuesta a eso, aquí viene el sarcasmo: “d a Bet-el, y prevaricad; aumentad en Gilgal la rebelión, y traed de mañana vuestros sacrificios, y vuestros diezmos cada tres días. Y ofreced sacrificio de alabanza con pan leudado, y proclamad, publicad ofrendas voluntarias, pues que así lo queréis, hijos de Israel, dice Jehová el Señor,” declara Jehová Dios. Todo sarcasmo.

Simplemente, sigan viniendo con sus sacrificios y sigan viniendo con sus ofrendas y sigan trayendo sus diezmos y sus ofrendas voluntarias. A ustedes les encanta hacer eso. Simplemente síganlo haciendo hasta que sean arrastrados en juicio y cautividad. Este sarcasmo por parte de Dios por este tipo de religión de justicia personal y entonces, el fariseo nos es presentado como un hombre que confiesa por sí mismo ser justo.

Ahora, la historia cambia y llegamos a las realidades serias que Nuestro Señor quiere que entendamos en el versículo 13 en donde conocemos al segundo personaje en la historia: “Mas el publicano estando lejos no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo, ‘Dios, sé propicio a mí, pecador.’”

Aquí hay un enfoque muy diferente, muy diferente. Hemos estudiado a los publicanos muchas veces; capítulo 3, capítulo 5, capítulo 7, capítulo 15 y nos vamos a encontrar con uno en el capítulo 19 llamado Saqueo. Sabemos que eran las personas más odiadas en Israel. Aislados de toda actividad religiosa y relaciones sociales por lo que ellos habían hecho como traidores hacia su religión y su nación. Son los más contaminados. Son a los ojos del pueblo los que están más lejos de Dios y no es sólo la profesión que molesta a la gente, es cómo la cumplen. Eran corruptos. Eran ladrones. Eran injustos. Estaban rodeados por la escoria y los adúlteros y las prostitutas de la sociedad. Y entonces, este es el peor pecador que Jesús puede retratar o presentar en esta historia breve. Él ya ha usado al fariseo para presentar al hombre más justo que Él podía presentar.

Ahora veamos a este publicano. En primer lugar, su lugar, su ubicación, versículo 13: “Estando lejos—” macrothen le dije antes, que macro significa lejos, distante; mientras que el fariseo está lo más cerca que puede estar del lugar santo, él está en el patio interior. Él está lo más cerca que él puede estar al lugar simbólicamente en donde la presencia de Dios reside, porque en su propia mente, él pertenece a ese lugar. Ahí es donde él debe estar. Ahí es en donde él quiere que la gente lo vea y él piensa que él ha alcanzado eso, se lo ha ganado. Por otro lado, este hombre está lejos. Él es macrothen. Él está lejos, al borde, en el borde exterior. ¿Por qué? Porque él sabe que no merece estar en la presencia de Dios o ni siquiera en la presencia de aquellos que son justos. Él es rechazado. Él es un traidor, pero más que eso, él es un pecador. Él es un paria no sólo para la sociedad, sino que él es un paria para Dios. Él es un paria en su propia mente y en su propio corazón. Él no tiene derecho de acercarse a Dios y él lo sabe. Esto es humildad. Éste es un sentido de aislamiento y es revelado en su ubicación, en el lugar en donde se coloca, pero, en segundo lugar, también es revelado en su postura. Por favor observe que él no quería ni aún alzar los ojos al cielo. En contraste al fariseo quien estaba contento con estar de pie con sus manos levantadas, viendo a Dios, mirando hacia el cielo, asumiendo y manifestando que él ciertamente sería aceptable a Dios y podía ver a Dios cara a cara, ojo a ojo. Este hombre no quería ni aún alzar sus ojos al cielo, lo cual significa hacia Dios. Él está abrumado de culpabilidades. Él está abrumado de vergüenza y se manifiesta en su postura. Él sabe que es indigno. Él es un ladrón. Él es injusto, deshonesto, tramposo, corrupto, inmoral y religioso. Él quebranta la ley. Él lo sabe. Él lo siente. Él lo cree y él lo confiesa.

Y ni siquiera hay una pizca de la actitud que podría decir: “Bueno, yo sé que soy un pecador, pero por lo menos estoy aquí en el templo y entonces, soy mejor que la mayoría de los publícanos que yo conozco”. Él siente el peso completo de su aislamiento de Dios. No es sólo que tiene que ver con que está aislado de la sociedad debido a su profesión, sino que tiene que ver con que está aislado de Dios debido a su pecado y su desobediencia y su impiedad. Él tiene ese sentido de aislamiento. Él siente ese peso de pecado y quebrantamiento, esta convicción que lo acompaña y remordimiento. Él experimenta el dolor y temor y terror del castigo y juicio merecidos. Su ubicación lo dice y también su postura.

En tercer lugar, también su conducta. Su conducta francamente es excepcional. Dice que él se golpeaba el pecho. Se golpeaba el pecho. Un estudio de la historia judía, un estudio de la vida social judía, un estudio de la manera en que los judíos se conducían a sí mismos en tiempos antiguos como también inclusive en tiempos modernos en el medio oriente le dirá que una de las maneras en las que la gente oraba era colocar sus manos sobre su pecho y mirar hacia abajo.

Esto históricamente, según Edersheim, el gran erudito de tiempos del Nuevo Testamento, era una postura de humildad cruzar las manos, inclinar los ojos, pero este hombre va más allá de eso. Este hombre hace algo que es fuera de lo normal, un gesto familiar en la cultura del medio oriente, inclusive en la actualidad como lo ha sido durante milenios, pero aún así, excepcional; sus manos sobre su pecho, sus ojos hacia abajo. Él comienza a cerrar sus dedos para que entonces sus puños golpeen su pecho de manera rápida y repetida. Éste es un gesto que es usado para expresar la tristeza más extrema, la angustia más extrema. Lo encontramos en la historia judía. No encontramos una ilustración de esto en el Antiguo Testamento. Encontramos referencias a esto en comentarios judíos, comentarios judíos antiguos, pero no en el Antiguo Testamento. Pero hay sólo otro lugar en el Nuevo Testamento en donde sucede.

Pase al capítulo 23 de Lucas, el capítulo 23 de Lucas es en la cruz de Cristo, apenas después de que Jesús murió y versículo 48: “Todas las multitudes que vinieron para este espectáculo, la crucifixión de Cristo, cuando observaron lo que había pasado, comenzaron a regresar golpeándose el pecho”, golpeando de manera repetida y rápida su pecho. Nunca ha habido un acontecimiento más horrendo como la Cruz, por lo tanto, no podía haber un lugar en donde no hubiera una angustia más profunda como en la Cruz y ahí hombres y mujeres que estuvieron ahí para ver eso reaccionaron de esta manera dramática. De nuevo, es interesante estudiar la historia y descubrir que este gesto común en el pasado y común en el presente rara vez es hecho por los hombres, rara vez es hecho por los hombres. Es un gesto femenino. A las mujeres se les permite mostrar este tipo de angustia profunda, no a los hombres. Creo que no es varonil.

Un escritor dice: “Después de 20 años de observación he encontrado únicamente una ocasión en la que los hombres del medio oriente están acostumbrados a golpearse el pecho. Éste es en el ritual Ashura del Islam Shiita. Este ritual es una actuación del asesinato de Hussein, el hijo de Alí, el hijo de Mahoma. Y cuando actuar la escena del homicidio lo hacen de una manera dramática. Los hombres laceran sus cabezas rapadas con cuchillos y navajas en una demostración de angustia intensa”, él escribe, “conforme recuerdan este acontecimiento”. En este ritual los hombres se golpean el pecho. Este escritor dice, “Las mujeres por costumbre se golpean el pecho de los funerales, pero los hombres no, porque para los hombres es un gesto de tristeza y angustia extrema casi nunca usado”.

No es sorprendente que en toda la literatura bíblica encontramos este gesto en particular mencionado únicamente en el relato de esta parábola y en la Cruz y después, él cierra su párrafo al decir: “Se necesita algo de la magnitud del Gólgota para producir este gesto en los hombres del medio oriente”. Entonces, aquí hay un hombre expresando un gesto que demuestra angustia extrema. ¿Y por qué su pecho? ¿Por qué no golpear algún otro lugar del cuerpo? Un comentario antiguo judío dice y cito: “¿Por qué los justos se golpean el corazón como para decir que todo está ahí? Los justos se golpean el corazón porque el corazón es la fuente de todo anhelo malo”. Esto es un reconocimiento de lo que Nuestro Señor enseñó, que es del corazón que toda la maldad sale. Usted recuerda las palabras de Nuestro Señor Jesús, Marcos 7:21 y Mateo 15:19 pasajes paralelos. Permítame leerle Mateo 15:19-20, “Porque de dentro del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios, calumnias. Éstas son las cosas que contaminan al hombre”. Él entiende. Éste es un hombre que entiende su propia pecaminosidad. Su ubicación lo demuestra. Su postura lo demuestra. Su conducta lo demuestra. Él sabe lo que hay en su corazón. Él sabe que es verdad lo que Jeremías dijo, que el corazón del hombre es engañoso sobre todas las cosas y perverso. Él está lleno de angustia por su culpabilidad. Él está quebrantado por su vergüenza, su indignidad. Él está aplastado y humillado y se manifiesta en todo lo que hay en él, inclusive en sus palabras. Él dice, “Dios” y él verdaderamente le está hablando a Dios.

Esto no es sólo hacer lo que se espera. Él le está hablando a Dios. “Sé propicio a mí, el pecador”. Esas son las palabras de alguien que verdaderamente es penitente. Comienza con “el pecador” no “un pecador”. To hamartolo, artículo definido “el pecador”, como Pablo en 1 Timoteo 1:15, “Porque yo soy el primero de los pecadores”. Esta es una confesión inequívoca de sus pecaminosidad extrema y suprema y no hay comparación con otros. Él es el peor pecador y eso es una respuesta legitima, porque de todos los pecadores en el mundo que él conoce, él sabe que él es el peor porque él no conoce tanto de un pecador como él conoce de sí mismo. Él no conoce de otros pecadores, pero él conoce su propio corazón mejor de lo que él conoce a cualquier otra persona. ¿Quién conoce el espíritu del hombre sino el espíritu del hombre que está en él? Dicen Las Escrituras. Él es el peor pecador en el mundo hasta donde su conocimiento personal le permite ver.

Ahora, en este punto únicamente quiero incluir aquí un entendimiento muy crítico. El fariseo y el publicano tenían mucho en común. El fariseo y el publicano estaban de acuerdo en muchas cosas. Ambos entendieron que el Antiguo Testamento era la revelación de Dios. Estaban comprometidos con el judaísmo. Creían en el Dios del Antiguo Testamento, el Dios creador del Antiguo Testamento, el Dios que ahogo el mundo en los días de Noé. Ellos creían en el Dios que reveló Su Ley en el monte Sinaí a Moisés. Ellos creían en el Dios de Abraham, Isaac y Jacob y después el Dios de Moisés y ellos creyeron en el Dios de David y ellos creyeron en el Dios de los profetas. Ellos creyeron en el Dios de los salmistas. Ellos creyeron en el Dios del Antiguo Testamento. Ellos creyeron en el Dios que se había revelado a Sí mismo a Moisés como lleno de gracia, misericordioso, compasivo, tierno de corazón. Ellos creyeron en el Dios que era misericordioso. El Dios que era justo y santo. Ellos creyeron en las Escrituras. Ellos creyeron en el sistema religioso que había sido revelado en el Antiguo Testamento, el sistema de sacrificios, del sacerdocio.

Entonces, podríamos decir que ellos creían. Esencialmente creyeron lo mismo, el mismo Dios, las mismas escrituras con autoridad y le voy a decir algo más, el fariseo tenía fe en Dios; él creía en Dios. Él creía en el Dios vivo y verdadero, el Dios de Abraham, Isaac y Jacob. Él creía en el Dios quien era el Dios salvador. Él creía en el sistema sacrificial. Él creía en la expiación por el pecado. Él creía en el perdón de Dios. Dice usted, “¿Quieres decir que realmente él creía en el perdón de Dios?” ¡Seguro! Un fariseo no creía que él nunca jamás había cometido un pecado en su vida entera. Él simplemente creía que él se había ganado el derecho a ser perdonado.

Cuando yo estaba reuniéndome con algunos de los líderes de la iglesia mormona, estábamos platicando una de las afirmaciones sorprendentes que hicieron y quisieron afirmar una y otra vez es: Creemos que la salvación es toda de gracia, toda de gracia. Yo le dije, “Muy bien. Entonces, si quiero estar seguro de que voy al cielo, ¿qué necesito hacer?” Y ellos dijeron, “Bueno, en primer lugar, necesitas ser bautizado en este ritual mormón y después necesitas unirte a la iglesia mormona y después tendrías que adherirte a…Y siguieron dándome esta lista.

Yo le dije, “Espera un minuto. Eso no se oye como gracia. Eso se oye como obras.”. Y conforme detalle el asunto se redujo a esto: ¿Acaso Dios no muestra Su gracia al permitirnos ganarnos nuestra salvación? Así es como ellos lo veían. Dios no tuvo que hacer eso. Todo es de gracia.

Ahora, el fariseo simplemente pensó que él se había ganado el perdón. Él pensó con toda seguridad que sus pecados habían sido cubiertos por los sacrificios expiatorios. Con toda certeza él iba a recibir el perdón completo de Dios. Él era parte del reino de Dios, entonces él creía en el Dios verdadero. Él creía en las escrituras. Él creía en el sacrificio, la expiación, que Dios mostraba gracia a él y Dios era amable con él y Dios lo perdonaría porque él se lo había ganado. Así es como la gente religiosa piensa. No es que el mundo está lleno de gente que no cree que no han hecho nada malo, nada más creen que no han hecho tanto mal como han hecho bien. Y entonces, la balanza está a su favor y Dios va a perdonar las cosas que han hecho porque se lo han ganado.

Entonces, ¿cuál es la diferencia entre estos dos? La diferencia es tan simple como esto: arrepentimiento. La fe se da por sentado. La fe se da por sentado. Y damas y caballeros, quiero decirles que este es el corazón y el alma del ministerio del Evangelio. Usted encuentra muchas personas que cree cosas que son bíblicas. Creen en el Jesús del Nuevo Testamento. Creen en el Nuevo Testamento a un grado u otro. Creen en la Cruz. Creen en la resurrección. El elemento de la fe con tanta frecuencia en la Biblia, con tanta frecuencia en los Evangelios—el Evangelio de la fe en cierta manera se da por sentado que creen en Dios y en el Dios que es revelado en las Escrituras, etcétera, etcétera.

El asunto medular se encuentra en que si van a arrepentirse o no del pecado en un acto de penitencia verdadero y genuino. La distinción definitiva aquí es que el primer hombre no tiene nada de que, ¿qué?, arrepentirse. Él es como el joven rico que dijo: “He guardado todo desde mi juventud. No puedo encontrar algo que necesito confesar o arrepentirme”. Ese es el meollo.

No hay posibilidad de salvación fuera de este tipo de arrepentimiento, porque este es el elemento clave. Ahora, observe lo que él dice: “Se propicio a mí”. El griego es una frase muy importante: Gilasteti moi, gilasteti moi, gilasteti. Es no mostrar misericordia. Esa es una palabra diferente. Si usted va al versículo 38, Jesús se encuentra con un hombre ciego en el versículo 38 de este capítulo y el hombre ciego clama y dice, “Jesús, hijo de David, ten misericordia de mí”. Esa es una traducción verdadera de eleson mi, una palabra diferente del verbo eleo, lo cual significa mostrar misericordia. Esto es exactamente lo que eso significa; mostrar misericordia. Gilasteti moi viene del verbo griego gilas comai, el cual significa propiciar, apaciguar, hacer propiciación, hacer satisfacción y toda palabra ligada con la raíz de de ese verbo gilas, sea elasmos, gilasterios, gilao, todas tienen que ver con la misma idea. Esto es lo que él dijo: Dios se propicio a mí. Dios sé apaciguado hacia mí. ¿Qué está diciendo? Él está diciendo esto: “Dios, por favor aplica la expiación a mí”. Él entendió la teología de la expiación. Él entendió que la paga del pecado es muerte. El alma que pecara, esa morirá. Él entendió remontándose hasta la historia maravillosa de Abraham e Isaac que Dios prevería un sacrificio que sería una satisfacción para Él mismo y también sería una satisfacción para Su justicia, un sustituto. Él entendió que los millones de animales que habían sido ofrecidos a lo largo de toda la historia judía eran simbólicos del hecho de que Dios sería apaciguado mediante un sacrificio, aunque ninguno de esos sacrificios apaciguó de manera final a Dios. De otra manera habrían cesado. Él está hablando lenguaje de expiación aquí.

Este no es un ruego general por misericordia y esto necesita ser expresado de manera clara porque algunas veces cuando presentamos el Evangelio lo único que queremos decir es “Dios te ama y tiene este propósito maravilloso para tu vida y Dios quiere que tengas gozo y felicidad y todo esto y si tan solo le pides, Él va a ser misericordioso contigo”. Eso no es lo que él está diciendo. Él está diciendo: “Soy un pecador miserable. Soy indigno de estar cerca de Ti. Soy indigno de mirar hacia Ti. Estoy en una agonía y angustia profundas por mi condición miserable. Necesito que una expiación por mis pecados me sea aplicada. Eso es lo que él está diciendo.

Esto es acerca del pecado y la expiación. Este verbo únicamente es usado dos veces en el Nuevo Testamento; una vez aquí y el segundo uso en Hebreos 2:17 en donde dice acerca de Jesucristo que Él es un sumo sacerdote fiel en las cosas que pertenecen a Dios para hacer propiciación por los pecados de su pueblo para hacer satisfacción, para satisfacer la era de Dios, para satisfacer la justicia y santidad y venganza de Dios y eso es lo que este hombre está aclamando. “Oh, Dios, por favor aplícame la expiación. Haz expiación por mí.” Ese mismo dio un sacrificio había sido hecho en el altar. Él ruega que se le aplique a él. Él entendió la teología de la sustitución, imputación y expiación. Ellos sabían que un día vendría un hijo de David, una raíz de Isaías, Isaías 53, “y él llevaría nuestras iniquidades”, que él moriría en nuestro lugar.

Eso es lo que Isaías 53 dice. Él fue herido por nuestras transgresiones, molido por nuestros pecados y por su sacrificio tenemos paz con Dios. Por favor, oh Dios, por favor haz que la expiación se aplique a mí, que Tu enojo hacia mí se acabe. Ese es el ruego de un pecador penitente. “Oh Dios, cesa de estar enojado de manera justificada y justa en contra de mí. Que Tu justicia sea satisfecha mediante expiación”. Un historiador dice esto: “Uno casi puede oler el incienso penetrante, oír el ruido fuerte de los símbolos ceremoniales, ver la gran nube de nubo denso que se levanta del holocausto”. Y él publicano está ahí a distancia, ansioso por no ser visto, percibiendo su indignidad por ponerse de pie con los que participaban. En quebrantamiento él anhela ser parte de todo. Él anhela porque él pueda estar de pie con los justos. En remordimiento profundo el golpea su pecho y clama con arrepentimiento y esperanza: “Oh, Dios, deja que sea para mí. Haz expiación por mí, un pecador”. Ahí en el templo este hombre humilde, consciente de su propio pecado, indignidad, sin mérito propio para recomendarse a sí mismo anhela que el gran sacrificio dramático de expiación pueda serle aplicado a él.

Ahora, usted podría pensar que estas dos personas teológicamente no estaban muy distantes. Ambos creían en el mismo Dios, el mismo documento de autoridad, el Antiguo Testamento, la misma religión judaica. Ambos entendieron el sistema sacrificial. Ambos creyeron en la expiación. Solo hay una diferencia fina y es lo que divide a toda persona en el planeta. Es que uno de ellos pensó que podía agradar a Dios por sí mismo. Él otro sabía que no podía. Eso es lo que separa a todo mundo, absolutamente a todo mundo. La actitud de los fariseos habría sido: tomen a ese hombre y expúlsenlo por la puerta oriental con el resto de la escoria y los inmundos que no pertenecen al monte del templo.

Pero los fariseos no conocieron el corazón de Dios en absoluto, porque Jesús dijo esto en el versículo 14 y pasamos de la audiencia amplia y la analogía de contraste a la respuesta confusa, sorprendente: “Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro”. Dai caeomenos, justificado, participio perfecto pasivo, habiendo sido justificado, realizado con resultados permanentes, permanentemente recto con Dios, sorprendente, absolutamente despedazó sus sensibilidades teológicas. ¿Estás bromeando? Esa es la razón por la que Jesús dijo, “Os digo”, ¿por qué dice eso? ¿Por qué comenzar así? Porque Él sabía que Él no podía obtener esto de ningún lugar en el judaísmo. Él no puede citar un rabino. Él habla con autoridad absoluta. “Os digo”, aquí hay sotereología sana del Dios encarnado. “Os digo este hombre descendió a su casa”. Esto no es lo que los rabinos les dicen. Esto no es lo que los escribas les dicen. Esto no es lo que han oído. “Os digo que este hombre descendió a su casa habiendo sido hecho justo”. Habiendo sido hecho recto. Habiendo sido hecho aceptable. Y habla de una condición completada, la forma del verbo, un estado de habiendo sido declarado justo y eso es permanente. Esto habrá causado suspiros por parte de los legalistas.

Piense en esto. Piénselo. Jesús, Dios en carne humana, El Santo, El Perfecto sin pecado dice que en un momento un pecador extremo puede ser pronunciado de manera instantánea como justo sin obra alguna, sin mérito alguno, sin dignidad alguna, sin que guarde ninguna ley, sin alcanzar ningún mérito moral o mérito religioso o mérito espiritual ni ritual. No hubo un lapso de tiempo. No hubo penitencia, ni obras ni ceremonia ni sacramento ni actividad de mérito en absoluto. Nada que hacer; una declaración instantánea de justificación ahí en el momento permanente. ¡Wow! ¿Cómo puede ser eso? Porque la única justicia que Dios aceptará es justicia perfecta y debido a que usted no se la puede ganar, Él la da a los penitentes que confían en Él. Ese es el Evangelio.

Lo único que el pecador hace es recibir el regalo viniendo en confianza penitente, rogando, porque la expiación se haga para satisfacer la ira de Dios en contra de su pecado. Aquí está el pecador con el corazón quebrantado que ha confesado ser pecador humilde, indigno, confiando únicamente en la expiación de Dios, rogando porque Dios se la aplique a él, quien de manera instantánea es hecho perfecto delante de Dios, tan perfecto como Dios es, porque la justicia de Dios le es acreditada a él.

Él es el que entra en el reino espiritual y entrará en el reino terrenal y vivirá para siempre en el reino eterno, antes que el otro. El orgullo de justicia personal del fariseo y todos los que son como él únicamente intensifica el aislamiento. Su soliloquio allá arriba únicamente solidificó su confianza personal y el descendió siendo aún más miserable de que cuando él ascendió. La expiación no sirve de nada para el que cree que es justo por sí mismo. Entonces, la multitud que está escuchando, que oyó a Jesús decir esto y cualquier persona que lee esto se ve forzado a reevaluar cómo es que una persona entra al reino de Dios. No es mediante moralidad o bondad o religión humanas, sino mediante arrepentimiento y convicción de pecado y un ruego por un sacrificio expiatorio.

¿Acaso no le parece interesante a usted que no hay Cristología aquí? No hay Cristología aquí. No hay Cruz aquí. No hay resurrección aquí. El sacrificio que expió no está aquí, pero esta es una conversión del Antiguo Testamento. ¿Entiende usted que esto es pre-Cruz? Pero, el único sacrificio que agrada a Dios es el sacrificio de Cristo, ¿verdad? Por lo tanto, no fue el sacrificio del animal que le sería aplicado a la cuenta de este hombre. Sería el sacrificio de Cristo retratado en el sacrificio del animal. No hay justicia fuera del sacrificio de Jesucristo. Dios es satisfecho únicamente con el sacrificio de Jesucristo, porque fue Dios quien al que no hizo pecado lo hizo pecado por nosotros. “Fue Cristo—Gálatas 3—quien llevó la maldición por nosotros”. Cristo no está en esta historia porque esta es una historia de salvación del Antiguo Testamento. Éste es el clásico de todos los relatos de conversión del Antiguo Testamento. La obra de nuestro señor no es mencionada porque todavía no ha ocurrido, pero lo que es claro es esto, que la justicia y la justificación es un regalo de Dios independiente de las obras que únicamente es hecho posible a través de la aplicación de un sacrificio expiatorio.

Lo dejamos a Pablo después de la Cruz para que enseñe el significado rico de la expiación de Jesucristo siendo ese sacrificio único que satisface a Dios. ¿Pero no es interesante que el punto inicial para Pablo—el punto inicial para el entendimiento del Nuevo Testamento de la justicia mediante la expiación se rastrea a esta historia que Jesús contó?

Cuando escribí el libro del Evangelio según Jesucristo y volví a escribir una edición que fue publicada más tarde, una edición más nueva, quise incluir ahí la doctrina de la justificación. Este es el único lugar en la enseñanza de Jesús en donde usted tiene esta instrucción explícita. Es aquí que el cimiento para la enseñanza de Pablo se encuentra. Cristo se convierte en ese sacrificio y es su muerte la que es aplicada a todos en el pasado y a todos los pecados. No obstante, usted debe saber esto, que no hay salvación de este lado de la Cruz fuera de reconocer a Cristo y su obra en la Cruz, porque no hay salvación en ningún otro nombre.

El Señor termina esta historia sorprendente con lo que yo llamo el axioma central, la audiencia, la analogía, la respuesta, el axioma central en el versículo 14, este es un truismo, un proverbio, “Porque cualquiera que se enaltece, será humillado y el que se humilla, será enaltecido”. Enaltecido aquí es un sinónimo para salvación, un sinónimo para justicia. Es usado en un sentido del Antiguo Testamento. En el Antiguo Testamento sólo Dios es verdaderamente exaltado y sólo Dios puede exaltar a los hombres. Los hombres no se pueden exaltar a sí mismos de manera exitosa a Su nivel, al nivel de Él.

Entonces, esto se refiere a la salvación espiritual, reconciliación, justicia, justificación estar en el reino. Todo esfuerzo por hacer eso por usted mismo lo va a dejar a usted humillado. Todo aquel que se enaltece a sí mismo, esto es, que trata de salvarse a sí mismo o hacerse a sí mismo justo será humillado en el sentido más severo de la palabra, aplastado en pérdida y castigos eternos. El camino a la auto-exaltación termina en juicio eterno. Dios resiste a los soberbios y da gracia a los humildes. Por otro lado todos los que se humillan a sí mismos confesando que no pueden hacer nada por salvarse a sí mismos serán enaltecidos, serán levantados alto, hasta la gloria eterna.

Los condenados piensan que son buenos. Los salvos saben que son impíos. Los condenados creen que el reino de Dios es para aquellos que son dignos de Él. Los salvos creen que el reino de Dios es para aquellos que saben que son indignos de Él. Los condenados creen que la vida eterna es ganada. Los salvos saben que es un regalo. Los condenados buscan el reconocimiento de Dios. Los salvos buscan Su perdón.

Padre, te damos gracias por el poder que hay en esta parábola, por su claridad tan definida. Aplícala a nuestros corazones para que podamos conocer esta verdad gloriosa que lamemos, nos deleitemos en ella y la proclamemos para Tu gloria. Por causa de Jesús oramos. Amén.    

Disponible sobre el Internet en: www.gracia.org 
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