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Abramos ahora nuestra Biblia en el gran, gran Evangelio de Lucas; el cual se ha vuelto un tesoro tan grande para nosotros. Lucas, capítulo 23. Lucas, capítulo 23. En nuestro último mensaje de Lucas 23 hemos visto los versículos 44 al 46, la muerte del Señor Jesucristo. Y ahora, llegamos al versículo 47. Versículos 47 al 49. Respuestas en el calvario. Respuestas en el calvario.

Lucas nos da un relato muy breve de respuestas a la muerte de Cristo: la respuesta de los soldados romanos, la respuesta de la multitud y la respuesta de los seguidores de Jesús. Y es una manera apropiada de cerrar su registro acerca de la muerte de Cristo, porque cada una de estas respuestas es una respuesta correcta. Los soldados romanos respondieron como deberían haberlo hecho, y la multitud respondió como debería haber respondido, y los seguidores de Cristo respondieron como debieron haber respondido. Cada respuesta, la correcta, es única. Juntas, nos dan el retrato de la respuesta completa que debe ser demandada de todos nosotros. Ciertamente es apropiado en un domingo en el que venimos a la Mesa del Señor para considerar respuestas a la cruz de Cristo.

Pero cuando el Señor presentó esta ordenanza para nosotros, no fue meramente para recordar la historia del acontecimiento, sino para renovar las respuestas correctas. Esta mesa que nos lleva de regreso a la cruz está diseñada para producir en nosotros una confesión renovada del pecado, un compromiso renovado con la obediencia. Está diseñada para producir en nosotros gratitud y gozo. Está diseñada para ser un testimonio. En un sentido, es una expresión completa de adoración, uniendo todos esos componentes. Y conforme pensamos en las respuestas que sucedieron ese día en el calvario, necesitamos ver nuestros propios corazones y preguntar cuál es nuestra respuesta la Cruz.

Permítame leer los versículos 47 al 49: “Cuando el centurión vio lo que había acontecido, dio gloria a Dios, diciendo: ‘Verdaderamente este hombre era justo’. Y toda la multitud de los que estaban presentes en este espectáculo, viendo lo que había acontecido, se volvían golpeándose el pecho. Pero todos sus conocidos y las mujeres que le habían seguido desde Galilea, estaban lejos mirando estas cosas.” Lucas no pierde tiempo. Tan pronto como Jesús exhala Su último respiro, versículo 46, tan pronto como Él muere, hay respuestas inmediatas. Hemos atravesado por el momento más solemne en la historia, la muerte de Cristo. Hemos llegado a comprender que Él recibió la ira de Dios contra el pecado de todos los que creerían a lo largo de la historia. Dios se apareció en el calvario, particularmente desde las 12 del mediodía hasta las 3 de la tarde en la oscuridad y en el temblor y en la resurrección de los santos de sus tumbas, y al rasgar el velo desde arriba hasta abajo en el lugar santísimo. Dios apareció en un adelanto de Su presencia de juicio completo del Día del Señor. Nada más que en esta ocasión, no derramó Su juicio en contra de los pecadores; Él derramó Su juicio en Su Hijo en el lugar de los pecadores.

Y señaló la ratificación del nuevo pacto. Y ésta la razón por la que en el momento mismo en el que el velo fue rasgado en el templo, el camino a Dios fue abierto de manera plena. Fue el fin del templo, fue el fin del sacerdocio, fue el fin de los sacrificios, fue el fin de la dispensación antigua. En el momento en que Jesús murió, todo eso se acabó. Hemos considerado esas cosas y ahora es tiempo de ver esas respuestas y hacernos la pregunta: ¿cuál es mi respuesta a este evento monumental, sin paralelos?

En primer lugar, los convencidos. Los convencidos, versículo 47. “Cuando el centurión vio lo que había acontecido, dio gloria a Dios, diciendo: ‘Verdaderamente este hombre era justo.’” Mateo habla de Él. Marcos también habla de Él. Su testimonio es muy, muy raro. Usted necesita conocer un poco acerca de un centurión. Un centurión romano era el comandante de 100 hombres; y 100 hombres eran llamados una centuria. De este modo, su comandante era un centurión. Las centurias formaban una legión romana. En todo el ejército romano había unas 25 legiones. Cada legión estaba constituida por alrededor de 6000 hombres divididos en 10 cohortes de 600 hombres cada uno. Cada cohorte tenía tres grupos; y cada grupo de tres estaba dividido en dos centurias. Entonces, básicamente, una centuria era la unidad más pequeña en el sistema romano. Cada centuria era comandada por un centurión. Eran soldados. No eran elite. Estaban en el mismo lugar que las tropas, se habían probado a sí mismos, se habían ganado su derecho de estar en esa posición debido a que eran soldados eficaces. Habían puesto su vida en riesgo de manera exitosa; y eran líderes en los momentos más difíciles y de mayor peligro.

Este oficial en particular estaba cuidando a Jesús y obviamente estaba a cargo de los soldados que eran responsables de este prisionero. Él estaba a cargo de los soldados, es lo más probable, que arrestaron a Jesús el jueves por la noche en el huerto, quienes después se quedaron con Él para asegurarse de que no escapara y que nadie se lo llevara. Éstos habrían sido los soldados que estaban bajo su mando junto con él, quienes estuvieron ahí con Jesús a lo largo de todo el proceso de los juicios y particularmente cuando fue traído ante Pilatos. El pretorio de Pilatos. Este centurión y sus soldados habrían sido los que se burlaron de Jesús. Habrían sido los que le arrojaron una vieja túnica de un soldado como si fuera una túnica real; y le habrían colocado la caña en Su mano como si fuera un cetro y una corona en Su cabeza como si fuera una corona que le pertenecía un rey, cuando era de hecho una corona de espinas. Ellos fueron los que habrían tomado ese cetro de burla y le habrían pegado en el rostro con él y le habrían escupido, se habrían burlado de Él y habrían hecho de Él una broma. Eran los soldados que fueron los testigos oculares de todo ese proceso desde el principio. Ellos oyeron todas las conversaciones. Ellos oyeron todas las acusaciones. Ellos oyeron todo lo que los líderes de Israel dijeron en contra de Él. Y ellos oyeron el veredicto de inocente repetido por lo menos seis veces. Ellos vieron a Jesús actuar como ningún otro prisionero que ellos jamás habían visto. Completamente inocente. Su inocencia fue verificada vez tras vez, vez tras vez; y sin embargo, Él nunca se venga, nunca clama. Nunca reclama un tipo de justicia que no esté recibiendo. Él sufre con gracia y majestad en medio de los juicios injustos y recibe toda su burla y abuso de manera silenciosa, sin protestar en ningún momento. Aunque le escupieron, agraviaron y lo maltrataron, Él nunca los maldice, nunca los amenaza.

Ellos tuvieron que estar absolutamente asombrados ante la manera tan diferente que Él reaccionó a lo que estaba sucediendo; de un modo tan diferente a otros prisioneros que ellos jamás habían experimentado. No había categoría para alguien que se condujera como este hombre, un hombre inocente llevado hasta la cruz; y después, ellos fueron los que lo clavaron a esa cruz -por lo menos cuatro de ellos. Pero hasta ahora, la identidad única de Jesús no parece tener impacto en particular en alguno en ellos. Eran hombres endurecidos. Y Jesús, siendo pasivo, no parecía hacer una diferencia en el modo en el que ellos lo trataron. No trataron Su pasividad con un poco más de compasión en absoluto. No le mostraron misericordia a Él. Clavaron esos clavos en Sus manos como lo habrían hecho en las manos de cualquier otra persona y en Sus pies; y levantaron la cruz y la metieron en el hoyo excavado para que entrara ahí, mientras que rasgaba y abría las heridas. Echaron suertes para quedarse con la ropa de Jesús; y simplemente se sentaron a observarlo morir como habían observado a cientos más morir.

Pero lo largo de este proceso, las cosas que estaban experimentando estaban siendo consideradas en sus mentes. Oyeron a Jesús orar por Sus homicidas: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen.” Ellos vieron la manera noble en la que Él sufrió. Lo oyeron clamar a Su Padre. Lo oyeron prometer el paraíso a un ladrón arrepentido quien lo había estado maldiciendo.

Y después, ellos experimentaron lo imposible: medianoche al mediodía, tres horas de oscuridad absoluta. Y un terremoto que partió las piedras. Ya no podían ignorar la realidad. Y la prueba final, la oscuridad, el terremoto y después Jesús, apenas antes de morir clama a gran voz “Padre, en Tus manos encomiendo Mi espíritu.” Eso nunca había sido hecho. La gente que moría de crucifixión enfrentaba privación de oxígeno en sus cerebros; y ya mucho antes de que murieran actuaban de manera incoherente. Ellos no podían tener suficiente aliento como para respirar y mucho menos para gritar con todas sus fuerzas. Este hombre tomó la muerte por Su propia voluntad y la hizo Su siervo.

Marcos escribe: “Y el centurión que estaba frente a Él, viendo que después de clamar había expirado así, dijo: ‘Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios.’” ¿En dónde encontró esa frase? Juan 19:7 dice: “Los judíos le respondieron: ‘Nosotros tenemos una ley, y según nuestra ley debe morir, porque se hizo a sí mismo Hijo de Dios.’” Y el centurión concluyó que lo era. Mateo señala: “El centurión, y los que estaban con él guardando a Jesús, visto el terremoto, y las cosas que habían sido hechas, temieron en gran manera, y dijeron: ‘Verdaderamente Éste era Hijo de Dios.’” Esa expresión breve “temieron en gran manera” son las mismas palabras que son utilizadas en el monte de la transfiguración cuando Pedro, Jacobo y Juan temieron grandemente al Cristo transfigurado cuando lo vieron en Su gloria.

Este es el tipo de temor que es una reacción típica de personas que reconocieron la verdad de quién Jesús es. Entendieron que habrían crucificado al Hijo de Dios. Lucas nos dice que el centurión dijo “verdaderamente este hombre fue justo.” Justo. No sólo es una declaración acerca de la inocencia. Es una declaración acerca de justicia positiva que hizo que él, junto con los otros soldados, comenzara a alabar a Dios. Habían llegado a una conciencia del Dios verdadero, el Hijo de Dios verdadero como el justo. Estos son los primeros convertidos a Cristo momentos después de Su crucifixión. Llegando a la fe precisamente en el momento mismo que Él muere.

Hay muchos otros detalles que me gustaría conocer acerca de lo que estaban pensando, pero tendremos que esperar hasta llegar al cielo para conocer esos detalles. ¿Sabían ellos que el Antiguo Testamento prometió que el Mesías sería llamado ‘el justo’? El Salmo 16, versículo 10 dice que Él sería el justo. Isaías 53:11 dice que Él sería el justo. Jeremías 23:5 dice que Él sería el justo. Esto es más que la séptima afirmación de la inocencia de Jesús. Es la palabra dikaios, la cual es justo. Desde el punto de vista humano, todo esto fue un crimen estupendo en contra de la justicia; y ellos eran culpables de eso. Como si no fuera la voluntad de Dios. Pero desde el punto de vista divino, fue un estupendo acto de justicia y fue la voluntad de Dios. Los sacudió. De hecho, habían matado no sólo a un hombre inocente sino a un hombre justo. Inocente es decir que Él no hizo aquello de lo que fue acusado de hacer. Justo decir que Él sólo hace lo que está bien. De hecho, habían matado al Hijo de Dios.

No sólo fue el centurión, sino aquellos que estaban con Él quienes llegaron a esta fe. Podemos preguntarles los detalles cuando lleguemos al cielo, pero habían absorbido todo el proceso. Habían oído las declaraciones de Jesús, habían oído las acusaciones en contra de Él; y llegaron a la conclusión correcta. Ayudados, claro, y capacitados por el bendito Espíritu Santo, quien llevó al Reino allí no sólo a un ladrón sino a algunos soldados romanos, endurecidos, romanos, idólatras, soldados paganos. La evidencia era convincente y ellos fueron los convencidos.

El siguiente versículo nos presenta a los convencidos de pecado. “Y toda la multitud de los que estaban presentes en este espectáculo, viendo lo que había acontecido, se volvían golpeándose el pecho.” Aquí nuevamente nos encontramos con la multitud tibia. ¡Hombre, que semana! Hablamos de atravesar por todo el espectro de emociones. ¡Guau! Regresamos al lunes, cuando ya Jesús llegó a la ciudad y le arrojaron palmas frente a Él y lo reconocieron como el hijo de David y el Mesías, Hosanna, el hijo de David. Lo reconocieron como su Rey, su Mesías. Ésta era la esperanza de su corazón, esto era gozo, gozo excesivo. Esta era felicidad exuberante. Estaban emocionados. Éste era su momento. En medio de esa multitud, había una expectativa gozosa de que finalmente su Mesías había llegado. Una emoción extrema que hizo que sus corazones palpitaran conforme pensaban acerca de la realidad que después de todos los siglos, el Mesías finalmente había venido. Este era gozo extremo.

Unos cuantos días después, el viernes por la mañana, su emoción era muy diferente. No gozo extremo, sino extremo. Ira extrema, odio, enemistad conforme clamaron que le crucificaran, ‘crucifíquenlo’. No queremos que este hombre reine sobre nosotros. Su sangre sea sobre nosotros y sobre nuestros hijos. La emoción extrema nuevamente arrastrándolos. Y aquí, conforme pasan por ese espectro emocional, es el último estallido extremo. ¿Y qué es? Temor, golpeándose sus pechos, temor. Están aterrados. Dice en el versículo 48 que todas las multitudes se reunieron para esto, la multitud que comenzó a congregarse en la mañana, se ha congregado a lo largo del día y ahora, rodeando la cruz, la multitud vacilante que ha visto la theōria, el espectáculo -la única vez que esta palabra es utilizada en la Biblia-, este es un acontecimiento excepcional, único, una ocurrencia espectacular sin paralelos en el calvario, el espectáculo divino en el calvario. ¿Y cuál es su respuesta? Están aterrados.

¿Por qué? Bueno, comenzó como una comedia, ¿no es cierto? Comenzó con ellos dirigiendo una broma en contra de Jesús, lanzando abuso en contra de Él y sarcasmo, burlándose de Él. Pero después, Dios vino y la presencia de Dios les fue conocida en la oscuridad y en el terremoto; y la comedia se convirtió en tragedia. Y nadie habló durante tres horas, por lo menos no está registrado que ellos hayan dicho algo. Y Jesús no habló durante esas tres horas. Pero Dios derramó Su ira y Su furia; y ellos estaban aterrados por la oscuridad, por el terremoto que partió las rocas. Eso es lo que dice. “Y toda la multitud de los que estaban presentes en este espectáculo, viendo lo que había acontecido…” La oscuridad, el terremoto, Dios llegó, comenzaron a regresar a la ciudad. Ya son las tres de la tarde. Es el tiempo del sacrificio de los corderos de la Pascua entre las tres y las cinco de la tarde. Necesitan ir al templo. Y si ya no lo habían oído, para cuando llegaron al templo, ellos van a encontrar un caos absoluto. Habrían habido decenas de miles de animales listos para ser sacrificados por el grupo entero de sacerdotes que está horrorizado, ya que la cortina ha sido rasgada de arriba hacia abajo, la cortina que separa el lugar santísimo, la presencia de Dios, el cual es tan aterrador que sólo una persona podía entrar una vez al año, el sumo sacerdote en el día de la expiación. Y sólo después de que él había hecho sacrificio por sus propios pecados, podía entrar y salir rápido, apresurado. Y ahora, está totalmente abierto. El caos en el templo habría sido indescriptible. No sabrían qué hacer.

Y conforme estas personas regresan de ese lugar de la ejecución de Jesús y los dos ladrones para regresar a celebrar su Pascua, no van con gozo alguno. La comedia se acabó. La tragedia se ha apoderado de ellos y son descritos haciendo una cosa, golpeándose el pecho. Créame, ese acontecimiento ha perdido su atractivo. Han experimentado una herida mortal en sus almas que no va a sanar. Hay dolor sin alivio de la culpabilidad sin consuelo. Saben que Dios apareció. Palabras de blasfemia frescas que hablaron de una manera tan fácil a través de sus labios ahora son la causa de su propia ansiedad. Y su propia culpabilidad y su propio temor. Y entonces, se golpean el pecho.

Esto nos recuerda al publicano, ¿no es cierto? En Lucas 18:13, quien en temor y culpabilidad no levantaba sus ojos para mirar al cielo sino que con la cabeza baja e inclinada, se golpeaba el pecho diciendo ‘Dios, sé propicio a mí, pecador.” Un modo en el cual los judíos expresaban la culpabilidad y el temor de haber violado a Dios. Realmente era lo milagroso que los asustó y los llevó a este estado de terror. Y eso también, amados, es una respuesta correcta. El temor de Dios es una respuesta correcta. Es una respuesta que se manda. El terror por la culpabilidad de uno y el rechazo de Jesucristo es una respuesta correcta. El temor de juicio divino por la manera en la que usted trata a Cristo es exactamente la manera en la que un pecador debe sentirse. Y esto tuvo cierto beneficio. Estoy convencido de que esta culpabilidad, mientras que no parece ser resuelta aquí en el texto, es una preparación para algo que vino después.

Conforme ellos descendieron de ese monte sintiendo esa culpabilidad, esa culpabilidad incrementaría día, tras día, tras día, conforme ellos no podían borrar de su mente la memoria de ese acontecimiento. Y cuando Pedro se levantó en el día de Pentecostés y predicó un sermón, el sermón finalizó de esta manera: “Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo.” Esto incrementa de manera exponencial la culpabilidad que ya sienten, el temor de juicio divino por lo que han hecho. Y versículo 37: “Al oír esto, se compungieron de corazón…” El corazón ya ha sido enternecido por la experiencia en la cruz. Yo creo que para esas personas, esa culpabilidad y temor que sintieron conforme descendían del calvario fue la preparación para el sermón de Pedro en el día de Pentecostés. “…y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: ‘Varones hermanos, ¿qué haremos?’” ¿Cómo puede ser posible que seamos salvados de la ira de Dios por nuestros crímenes en contra de Cristo? Eso es lo que están preguntando. “Pedro les dijo: ‘Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo.’”

Sean salvos. “Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas.” La preparación inicial para ese arrepentimiento en Pentecostés fue el golpear el pecho en horror y terror y temor de lo que le habían hecho a Jesús. Si usted lee el capítulo 3 del libro de los Hechos, descubrirá que el mensaje del Evangelio de Jesucristo, el mensaje que Jesucristo, a quien ellos crucificaron, es de hecho tanto Señor y Cristo, continuó resonando de los labios de los apóstoles a lo largo y ancho de Jerusalén. Los apóstoles fueron detenidos por los líderes de Israel. Fueron arrestados por los líderes de Israel. Pero, eso de hecho no detuvo nada porque la obra ya había comenzado en los corazones de muchas, muchas de las personas que estuvieron ahí. Y, a pesar de que los apóstoles fueron callados por los líderes, dice Hechos 4:4: “Pero muchos de los que habían oído la palabra, creyeron; y el número de los varones era como cinco mil.” Tres mil hombres, podemos asumir más las mujeres, cinco mil hombres más mujeres. Miles de personas están viniendo a Cristo en las semanas después de la muerte de Cristo, en preparación para ese principio, ese día en el monte, cuando ellos fueron llenos del temor de Dios.

Ésa es una respuesta correcta. Ésa es una respuesta correcta. Debe llevar al arrepentimiento, temor, culpabilidad, ansiedad, terror. Debe llevar al arrepentimiento y fe en Cristo. Y cuando eso sucede, viene la salvación. Fue una respuesta correcta por parte de los romanos convencidos el reconocer a Jesús como el Hijo de Dios. Fue una respuesta correcta por parte de la gente el sentir temor. Y para muchos miles de ellos, después se arrepintieron y reconocieron a Cristo como Señor más adelante.

Eso sólo nos deja con otro grupo. Versículo 49: “Pero todos Sus conocidos, y las mujeres que le habían seguido desde Galilea, estaban lejos mirando estas cosas.” Todos Sus conocidos y las mujeres, este pequeño grupo que constituía a los seguidores de Jesús. Mujeres de Galilea. Susana, recuerda usted a partir del capítulo 8. Estaba María Magdalena. Estaba María, la madre de nuestro Señor. Había otros entre las mujeres que seguían al Señor. Juan da sus nombres en Juan capítulo 19, versículo 25 al 27. Él identifica quiénes son. Permítame leerle eso. Dice: “Estaban junto a la cruz de Jesús Su madre, y la hermana de Su madre, María mujer de Cleofas, y María Magdalena.” Y había otras, como mencioné, tal como se indica en el capítulo 8 de Lucas, que eran seguidores de Cristo.

También estaba el discípulo a quien Jesús amaba, Juan. Y Juan nos dice en ese pasaje que le acabo de leer que estaban de pie cerca de la cruz. Y estaban al principio de la crucifixión y en ese mismo principio, usted recordará: “Cuando vio Jesús a Su madre, y al discípulo a quien Él amaba, que estaba presente, dijo a Su madre: ‘Mujer, he ahí tu hijo’. Después dijo al discípulo: ‘He ahí tu madre’.” Y Él encomendó Su madre al cuidado de Juan. Pero ahora, ya no están de pie cerca de la cruz. El versículo 49 dice que estaban lejos. Conforme se desarrolló la comedia, conforme la burla y el abuso se desarrollaron, es muy razonable suponer que no pudieron tolerar lo que estaba pasando en contra de Aquel que ellos amaban de una manera tan profunda y lo enfrentaron hasta donde pudieron. Y después, a través de toda la oscuridad y el horror del juicio que cayó, pudieron quizás haber pensado que cuando la presencia de Dios descendió, Él pudo haber matado a los romanos y pudo haber matado a los judíos. Pero en lugar de esto, Cristo siente Su ira. Y entonces, están a distancia.

Y podría parecer como si realmente no sabemos lo que están pensando porque todo lo que dice es: “mirando estas cosas. Mirando estas cosas.” Bueno, creo que eso lo dice todo. Observando, mirando. Sin comentarios. ¿Por qué? Porque no sabían qué decir. Estaban en shock, sorprendidos. ¿Cómo puede ser? Ellos no lo pueden comprender. Éste es el Mesías, ellos lo saben. Éste es el hijo de Dios, ellos saben eso. Ellos están devastado por lo que le ha sucedido a Él. Ellos no lo pueden procesar. Ellos no lo pueden comprender. No tiene sentido. Ésta es la misma actitud que se aparece en el camino a Emaús y los discípulos no pueden comprender lo que ha pasado. Hasta donde ellos saben, simplemente no lo entienden. Es como si esto ya se hubiera terminado por completo. Están sorprendidos. En silencio, en shock. Y esa también es la respuesta correcta, si la cruz es el fin. Si la cruz es lo único que hay, entonces quedamos en shock. Ellos no hablaron porque no sabían qué decir. El silencio de sorpresa es lo único que podían traer.

Hasta el capítulo 24. El domingo por la mañana, cuando las mujeres y los seguidores de Jesús descubren que Él está vivo. Y es una respuesta apropiada el quedar sorprendidos por la cruz, es una respuesta apropiada a estar en shock por la cruz, pero la resurrección transforma todo eso en gran gozo. Ni siquiera podría comprender su tristeza en ese día. Sería imposible siquiera describir la tristeza que ellos debieron haber sentido conforme miraban lo que habían visto.

Pero su tristeza se convirtió en gozo cuando Él salió de la tumba. Estas tres miradas dadas a nosotros por parte de Lucas nos recuerdan que la razón por la que Jesús murió fue para llevar a los pecadores a la confianza de que Él es el hijo de Dios, para llevar a pecadores a arrepentirse de sus pecados y para llevar a pecadores a reconocer Su muerte y Su resurrección. Ahí está la salvación.

¿Cuál es su respuesta? ¿Está convencido? ¿Está convencido de pecado? ¿Y acaso su confusión y el hecho de que está confundido se ha disipado y ha desaparecido en la gloria de la resurrección? Espero que así sea.

 

 

 

 

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