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Y estamos estudiando los versículos 14 al 25. Y leeremos esos versículos en tan solo un momento para que tenga el flujo de este texto importante en particular. Un joven, más bien trivial y burlón, le preguntó a un predicador en un tono burlón, “Dice usted que la gente no salva, carga con un gran peso de pecado.” “Francamente”, él dijo, “no siento nada. ¿Qué tan pesado es el pecado? ¿Cinco kilos, veinticinco kilos, cuarenta kilos, cincuenta kilos?” El predicador pensó por un momento y respondió amablemente. “¿Si colocaras un peso de doscientos kilos sobre un cadáver, sentiría la carga?” El joven rápidamente dijo, “Claro que no, está muerto.” A lo cual, el predicador respondió para enseñarle el punto, “El Espíritu que no conoce a Cristo esta igualmente muerto. Y aunque el peso es grande, no siente nada.” Pero quiero decirle que el creyente no es tan indiferente hacia el peso del pecado como lo es el incrédulo. Sino que más bien, por otro lado, el creyente es híper-sensible al pecado. Y habiendo venido a Jesucristo sus sentidos son despertados a la realidad del pecado. Tal despertar comenzó en su salvación misma, y no es disminuida desde que él ha sido redimido, sino que más bien continua volviéndose intensa conforme crece y madura.

Dicha sensibilidad motivó a un Santo tan grande como Crisóstomo decir, “No temo a nada más que el pecado.” Un incrédulo, cuando es confrontado por el mensaje de salvación por la Gracia libre en Cristo, dijo, “Si yo creo en esa doctrina, que la salvación es libre y es una muestra de Gracia y solo es una asunto de fe, si pudiera estar seguro de que puedo convertirme de una manera tan fácil, creería y entonces me llenaría de pecado.” A lo cual el mensajero del Evangelio respondió, “¿Cuánto pecado crees tú que se necesitaría para satisfacer a un verdadero cristiano?” La respuesta a eso es: simplemente un poco, es más de lo que podemos tolerar.

Venir a Jesucristo trae el sentido de pecado al corazón y a la mente, y yo creo que un verdadero cristiano siente ese peso de pecado, de una manera en la que un incrédulo no lo siente en absoluto. Y en caso de que se pregunte si, de hecho, están muertos a ese peso, recuerde Efesios 2, versículo 1: “Y Él os dio vida a vosotros cuando estabais muertos en delitos y pecados.” Pero un verdadero cristiano se siente sensible al pecado, odia la maldad que está en él, no busca llenar su vida de pecado bajo la Gracia sino que más bien busca vaciar su vida de pecado, es tan desagradable para él. Ahora cuando usted ve el nuevo testamento, claro, el creyente se vuelve aún más sensible a eso. Encontramos por ejemplo en Efesios capítulo 4 versículo 30 que cuando pecamos el Espíritu Santo es contristado y no buscamos contristar o entristecer al Espíritu Santo. En primera de Corintios 9:27 encontramos que cuando estamos involucrados en pecado nuestra vida se vuelve impotente. Eso es lo que hizo a Pablo decir que tengo este temor tremendo de que al predicar a otros yo mismo me convierta en alguien inútil. Inclusive el salmista dijo: “la alabanza es apropiada para el recto.” Como consecuencia, cuando estamos en pecado descubrimos que inclusive somos inaceptables en nuestra alabanza a Dios y ninguno de nosotros desea tener una alabanza inaceptable. Jeremías añadió en Jeremías capítulo 5, versículo 25, estas palabras incisivas: “Vuestros pecados han retenido cosas buenas de vosotros.” Y ningún cristiano querría que la bendición de Dios le fuera retirada si realmente tuviera la oportunidad y la concentración de pensar en ello.

Y además el salmista en el Salmo 51 cuando fue confrontado con su propio pecado le pidió a Dios que le restaurara, ¿El qué? El gozo de su salvación. En Hebreos capítulo 12 encontramos que cuando un creyente peca es disciplinado por Dios. En primera de Corintios capítulo 3, encontramos que cuando un creyente peca, él es estorbado en su crecimiento espiritual de tal manera que el Apóstol dice: “No puedo alimentarlos con lo que me gustaría alimentarlos porque son tan carnales.” En segunda de Timoteo 2:21 Pablo dice que debemos tener vidas puras para ser vasos aptos para el uso del amo y entonces cuando el pecado está ahí en nuestras vidas hace que nuestro servicio sea limitado e inútil. En primera de Corintios 10 y 11 encontramos que el pecado en la vida de un creyente contamina la comunión y esa es la razón por la que el Apóstol dice: “Antes de que vengan a la Mesa del Señor asegúrense de que limpien su propio corazón delante de Dios.” También encontramos que en primera de Corintios 11:30 y en primera de Juan 5:16 —y creo que también en Santiago capítulo 1— se hace la indicación de que un creyente en pecado está en peligro de perder su vida, por no decir nada del hecho supremo de todos los hechos de que primera de Corintios 6 dice: “¿Ignoráis que vuestro cuerpo es el Templo de Dios?” En otras palabras, si usted trae su cuerpo en contacto con el pecado, está deshonrando a Dios. ¿Quién de nosotros escoge entristecer al Espíritu Santo? ¿Quién de nosotros en la profundidad de nuestros corazones como creyentes realmente quiere entristecer al Espíritu Santo? ¿Quién quiere tener oraciones no contestadas, o desea tener una vida impotente o quiere ofrecer alabanza inapropiada? ¿Quién    de nosotros, cuando realmente miramos en las profundidades de nosotros mismos como personas redimidas, escoge no disfrutar de la bendición de Dios, que no disfrute del gozo, que se le quite el gozo, que enfrente disciplina en su vida, que el crecimiento sea estorbado, el servicio sea limitado, la Comunión sea contaminada y nuestra vida esté en peligro? ¿Quién de nosotros como creyentes anhela deshonrar a Dios? Por el contrario, como dijo el salmista en el Salmo 42:1: “Como el ciervo o el venado, como el ciervo brama por las corrientes de las aguas así mi alma anhela a Ti, oh Dios.” Y yo creo que cuando un individuo viene a Jesucristo, implantado dentro de ese individuo, hay una nueva creación, una nueva naturaleza, una nueva esencia, un nuevo yo, un nuevo hombre. Y que el gran palpitar del corazón y la pasión y el clamor de esa nueva creación es un anhelo por las cosas de Dios. Y en contra de eso un resentimiento y odio hacia el pecado.

Y ese, de hecho, es el Espíritu del Apóstol Pablo conforme escribe nuestro texto, obsérvelo comenzando en el versículo 14: “Porque sabemos que la Ley es espiritual, más yo soy carnal vendido al pecado, porque lo que hago no lo entiendo. Pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago. Y si lo que no quiero esto hago, apruebo que la Ley es buena. De manera que ya no soy quien hace aquello sino el pecado que mora en mí. Y yo sé que en mí, esto es en mi carne no mora el bien porque el querer el bien está en mi pero no el hacerlo, porque no hago el bien que quiero sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí. Así que, queriendo yo hacer el bien hallo esta Ley, que el mal está en mí. Porque según el hombre interior me deleito en la Ley de Dios, pero veo otra ley en mis miembros que se rebela contra la ley de mi mente y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. Miserable de mí. ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios por Jesucristo Señor Nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la Ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado.”

Ahora ahí está un hombre en conflicto en ese texto, un hombre en conflicto serio. Ahí está un hombre en ese texto que aborrece el pecado, que odia el pecado, que desprecia el pecado y que ama la justicia y que anhela la Ley de Dios. Este no puede ser un hombre no redimido, porque según Nuestro Señor en Juan capítulo 3: “Los no redimidos aman las tinieblas y odian la justicia.” Este es un hombre que ama la justicia y odia el pecado. En el Salmo 119 y me voy a estar refiriendo a ese salmo así que, le ayudaría marcarlo en algún lugar en su Biblia, vamos a estar ahí unas cuantas veces. Pero en el Salmo 119:104 encontramos una afirmación muy parecida en un versículo simple y aquí el salmista de manera maravillosa reflexionando en la Palabra de Dios dice: “A través de Tus preceptos obtengo entendimiento, por lo tanto odio todo camino falso.” Ahí está la esencia del hombre redimido, que anhela el entendimiento de la Palabra de Dios. Que anhela el cumplimiento de la Palabra de Dios y que odia todo camino falso.

Tomás Watson, el maravilloso hombre de Dios de la era puritana, en su libro tan importante llamado “El cuerpo de divinidad” dijo esto y cito: “Una señal de santificación es una antipatía hacia el pecado. Un hipócrita puede dejar el pecado sin embargo amarlo, como una serpiente cambia de piel pero mantiene su aguijón. Pero una persona santificada puede decir que no solo deja el pecado, lo odia. Dios ha cambiado tu naturaleza y te ha hecho como una hija de un rey, toda gloriosa por dentro. Él te ha vestido de la coraza de la Santidad, en contra se la cual se puede disparar pero nunca puede ser traspasada.” Fin de la cita. Entonces hay una lucha, y yo creo que la lucha nos es presentada aquí en Romanos capítulo 7, un pasaje clásico describiendo un retrato vívido, incisivo, del dolor del pecado que mora en la vida de un cristiano.

Ahora necesita recordar que en el séptimo capítulo de Romanos, Pablo básicamente está hablando del lugar de la Ley, y él está tratando de demostrar que debido a que el predica salvación por la Gracia a través de la fe, no significa que no ve lugar para la Ley. Esto no es decirle a los judíos que estiman la Ley que él no la estima, el simplemente está dándole su función apropiada. Y su función apropiada no es salvar a la gente o santificar a la gente sino convencerlos de pecado y mostrarles como indica el versículo 13, la pecaminosidad excesiva del pecado. Y él está señalando que inclusive como un creyente, la Ley continua teniendo la función de demostrarle al cristiano la pecaminosidad excesiva del pecado, cuando él ve la Ley de Dios, la cual su corazón anhela cumplir y en comparación ve el pecado en su vida, él ama la Ley y odia el pecado.

Ahora en medio de este conflicto, encontramos como derrama el corazón el Apóstol Pablo en primera persona. Yo, yo, yo. Mí, mí, mí. Este es su testimonio y el nuestro también. Y el testimonio de su propia lucha espiritualmente con el pecado que mora en él, es dado en tres lamentos. Es un pasaje muy triste, es un pasaje lleno de tristeza, es un pasaje muy incisivo. Porque no es con frecuencia que encontramos este tipo de perspectiva de la lucha del Apóstol Pablo, y no es con frecuencia que él lo repite tantas veces, de hecho conforme leí eso, probablemente notó la repetición del texto. Hay tres lamentos, y los tres básicamente dicen lo mismo, él lamenta su situación, él llora por ella, su corazón esta triste por ella, él esta quebrantado por ella. Y cada lamento tiene tres partes, la condición en la cual se encuentra en sí mismo, la prueba de esa condición y la fuente de esa condición.

Observe el primer lamento a manera de repaso, lo vimos la semana pasada versículos 14 al 17. La condición está en el versículo 14, “porque sabemos que la Ley es espiritual más yo soy carnal vendido al pecado.” La Ley es espiritual, esto es, procede del Espíritu Santo. Es activada por la mente y el corazón en la voluntad de Dios. Es santa, justa y buena dice el versículo 12. Pero yo, en contraste, no soy espiritual, la Ley es espiritual y yo no soy espiritual. Ahora dice usted, ¿Puede un cristiano decir eso? Si, en una perspectiva. Esa es una perspectiva que debemos tener apropiadamente de nuestras propias vidas. No somos todo lo que debiéramos ser, ¿Verdad? La Ley de Dios es espiritual pero nosotros somos carnales. No somos espirituales, somos carnales. ¿Y a quien le está viendo la batalla, le está viendo su humanidad? Él no está hablando acerca de todo lo que es renovado en él, él está hablando acerca de lo que no es renovado en él. Su humanidad todavía está ahí, y lo ve cara a cara, y lo ve al rostro. Él se encuentra a si mismo vendido bajo el pecado, lo dice en el versículo 23. Él es llevado en cautividad a la ley del pecado que está operando en sus miembros. Él se encuentra a si mismo todavía siendo victimizado por el pecado aunque él es redimido. Esta es su condición, condición de lucha. De hecho, en Filipenses, capitulo 3 versículo 12, Pablo lo dice de esta manera: “No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto, sino que prosigo por ver si puedo asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús.” Hermanos, yo mismo no considero haberlo alcanzado ya. En otras palabras, no he llegado ahí. Pero esto hago, olvidando lo que queda atrás y extendiéndome a lo que está por delante, prosigo a la meta, al premio del Supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús, Señor Nuestro. Lo que él está diciendo es, yo sé que no he llegado ahí y eso es todo lo que tiene aquí en Romanos 7, es un reconocimiento de lo que él no es, es una perspectiva. No es todo lo que podrá ser dicho acerca de él pero es algo que podría ser dicho acerca a él. No es todo lo que podría ser dicho acerca de mí, es decir, que no soy espiritual pero es verdad acerca de mí el decir que no soy espiritual. No he llegado a ser de manera total lo que seré, ¿Verdad? Es una perspectiva no técnica, es una perspectiva, es la misma perspectiva que hizo a Pablo decir: “Yo soy el primero de los pecadores.” Primera de Timoteo 1:15.

¿Y qué es lo que usted dice que da esa perspectiva? Bueno, escuche con mucha atención. Es un entendimiento de la Ley, pura, santa, justa, buena de Dios. Y cuando usted se ve a sí mismo a la luz de esa Ley, usted está muy consciente de cuán pecaminoso es usted. Ahora cuando usted ve a un cristiano, que se llama a si mismo cristiano y parece estar muy contento con su condición espiritual y quieren asegurarse de que usted sepa cuán santo son y cuán piadoso son. Eso no le indica a usted que de hecho son Santos sino que más bien no entienden la Palabra de Dios. Esa es evidencia, no de su santidad sino una evidencia de su ignorancia, de la Palabra, de la Ley Santa de Dios. Porque entre mejor entendemos la perfección infinita de la Ley Santa de Dios, mejor entenderemos nuestra propia imperfección, ¿Verdad? Y entonces quiero decirle que lo que tenemos en Romanos capítulo 7 no solo es el testimonio de un cristiano, sino de uno muy maduro, y uno con mucho entendimiento y uno muy espiritual.

Después de darnos la condición en el versículo 14, nos da la prueba en el versículo 15. Aquí está la prueba de que él todavía no es todo lo que debería ser, que él es carnal, porque lo que hago no lo entiendo, o no lo amo, o no escojo hacerlo, pues no hago lo que quiero sino lo que aborrezco, eso hago. Ahora esa es la prueba, la prueba de que todavía soy carnal, es que estoy frustrado, porque veo la gloria infinita de la Ley de Dios, veo la santidad magnifica de su estándar y no puedo vivir conforme a ese estándar. Y no estoy satisfecho con que tan lejos he llegado, solo estoy insatisfecho por lo lejos que estoy de ese estándar. Esa es una perspectiva muy madura. Es algo muy maduro pensar que usted realmente ha llegado al máximo nivel de espiritualidad. El Apóstol Pablo dice: “No lo he alcanzado, no he llegado a eso, sino que prosigo a la meta. Veo la meta y me estoy moviendo, no estoy ahí.” Esa es la humildad que viene de una percepción espiritual correcta. En lugar de congratularnos a nosotros mismos acerca de cuán santos somos, si realmente entendemos la Ley de Dios, vamos a vernos a nosotros mismos quedando cortos de ella.

Y ahí es donde Él está y esa es la razón por la que de nuevo esto nos lleva de regreso al quebrantamiento y a la humildad que caracteriza al verdadero seguidor del Salvador. Y después Él habla de la fuente porque si usted dice, bueno Pablo, tú eres salvo, tú eres redimido digo, ¿De dónde viene esto? Versículos 16 y 17 nos dan la respuesta. Y si lo que no quiero esto hago, apruebo que la Ley es buena, no hay nada de malo con la Ley, porque no la pueda guardar no quiere decir que está mal. ¿Cuál es tu problema Pablo? De manera que ya no soy yo quien hace aquello sino el pecado que en mí. Ahora mi condición es que estoy en una lucha, la prueba de ello es que no siempre hago lo que quiero hacer y algunas veces lo que realmente no quiero hacer en lo más profundo de mi ser. Y la fuente de todo esto es el pecado que está en mí. Y ahora el yo y el mí en el versículo 17 se vuelven técnicos, él dice, yo en el versículo 14 de manera muy general, “yo soy carnal”, pero ahora él se asegura de que entendamos lo que él quiere decir en el versículo 17. “Ya no soy yo”, y el “ya no”. Se acuerda hablamos de eso de ________. “Ya no”, no más, ¿Desde cuándo? Desde la salvación, desde que he sido salvo. Ya no soy yo el verdadero yo, el yo renovado, el yo recreado. El que hace eso sino, ¿Qué? El pecado que mora en mí. Y entramos en eso a cierto detallo. El yo entonces se vuelve un término técnico Ahora, ¿Cuál es el conflicto? El conflicto en la vida de un creyente es un conflicto entre una nueva creación que es santa, la cual está creada para la eternidad, la cual es la simiente eterna, la cual no puede pecar. Y eso está en ustedes, es el verdadero ustedes, es el usted básico, el usted recreado, el conflicto es entre ese redimido usted y su mortalidad no redimida, su humanidad no redimida, la cual todavía está presente. Y ahí es donde yace su lucha, y ese es su lamento.

Yo creo que todo hijo de Dios que realmente está caminando en obediencia con la mente del Salvador, lamenta la realidad de su pecado. Yo veo al creyente en primera de Juan 1:8 al 10 que no niega su pecado sino que, ¿Qué? Confiesa su pecado. Lo oigo en el Salmo 38:18 diciendo: “Porque yo declararé mi inequidad, lamentaré mi pecado.” Lo oigo en el Salmo 97:10: “Vosotros que amáis a Jehová, aborreced el mal.” Yo creo que la persona verdaderamente regenerada odia el pecado y enfrenta el hecho de que aunque él ha sido recreado, ya hay una nueva naturaleza ahí, esa nueva naturaleza todavía está encerrada, por así decirlo, en humanidad y ahí yace la lucha.

Entonces aunque somos redimidos, el pecado se aferra a nuestra carne, nuestra mortalidad, nuestra humanidad no redimida y esto evita que veamos el cumplimiento del anhelo profundo del corazón que anhela la perfección de la Ley de Dios. Algunas veces esto no solo se manifiesta antes de que usted peque, sino que se manifiesta después y se manifiesta en su culpabilidad y en su sentido de tristeza y en su sentido de contrición.

Veamos el segundo lamento, y es simplemente como el primero. Versículo 18. El patrón aquí es idéntico. Aquí viene la condición. Y yo sé que en mi ¿Ahora de que en mi estás hablando? ¿Simplemente el tu general, el tu entero, el tu nuevo, la creación nueva? No, no, en mí. ¿Qué parte de mí? ¿Mi qué? Esto es mi carne y aquí él habla en términos técnicos, él no quiere que perdamos la distinción que acaba de hacer en el versículo 17 de que no es realmente él, es el pecado que mora en mí, y después en el versículo 18 él dice: “El pecado mora en mi carne.” Entonces no es realmente yo, no es el nuevo yo, no es el yo recreado, no es el divino, no es la naturaleza divina, la naturaleza incorruptible implantada en mí. No es la simiente eterna que no puede pecar. No es ese yo, es mi carne. Y yo sé que en mí, esto es en mi carne, no mora el bien. No habrá una cosa buena en mi humanidad no redimida y entonces él dice en mí. Pero él particulariza, ¿Qué parte? Esto es, en mi carne. Y ahí creo yo, lo ubica en términos del lugar del pecado, el pecado se encuentra en la carne. Y como hemos dicho antes, y lo vuelvo a decir, que la carne es nuestra humanidad. No es necesariamente en sí misma y por sí misma no es necesariamente mala, pero ahí es donde el pecado encuentra su base de operación y podría expresarlo de esta manera. Pablo limita el área de corrupción en el creyente a la carne, a la mortalidad no redimida.

Esa es la razón por la cual, amados, cuando ustedes mueren y dejan este cuerpo, ningún cambio necesita ser llevado a cabo para que usted entre a la gloria eterna, porque todo lo que usted necesita para estar listo no es el que se le añada algo a usted, sino que se le quite algo a usted. Y entonces él limita el área de pecado al estado caído de su mortalidad no redimida. Ahora note, si es tan amable, que él dice: “Esto es en mi carne.” Él ya no está en la carne, como descubriremos en capítulo 8 versículo 5 al 8, sino que la carne esta, ¿Qué? En él, todavía está ahí. Y por cierto, la gente no salva solo son carne, carne, carne, carne y nada más.

Ahora la prueba de esta condición es dada en el versículo 18 de nuevo, y esta es una canción triste y esa es la razón por la que él lo lamenta una y otra vez. Observe el versículo 18, aquí está la prueba, a la mitad del versículo. Porque en otras palabras, lo voy a demostrar, el querer el bien está en mí, en otras palabras hay algo en mí que quiere hacer lo que está bien, pero no el hacerlo. Ahora, por favor, no lo malentienda aquí. Él no está diciendo no puedo entender, no sé cómo hacer algo correcto, en ningún momento. Porque eso no es verdad, sino lo que él está diciendo es “no lo puedo hacer al grado que mi corazón lo quiere hacer.” ¿Se da cuenta? ¿Lo entiende? No lo puedo llevar a cabo de la manera en la que lo quiero hacer. Si usted ve su propia vida cristiana y ve el flujo de crecimiento, creo que si usted se sienta y es honesto al respecto, aunque pueda ver crecimiento en su vida cristiana, usted va a tener un mayor odio hacia su pecado ahora de lo que usted tuvo mucho tiempo atrás, cuando usted estaba muy atrás en la línea de crecimiento y realmente no entendía lo serio que era el pecado. Y si usted no hubiera tenido una comprensión tan grande de la Majestad y la Santidad de Dios y la pureza infinita de su Santa Palabra, como puede ver y así también escala su sensibilidad al pecado. Y aunque hemos sido instruidos y afirmamos de nuevo que el crecimiento espiritual involucra la frecuencia decreciente de pecado, junto con la frecuencia decreciente de pecado, hay una sensibilidad que se incrementa al pecado.

Y esa es la experiencia de Pablo. La voluntad está presente en mí, el verdadero yo en la profundidad de mi ser anhela hacer lo que Dios quiere, pero no puedo hacer lo que yo quiero como lo quiero hacer. Y después en el versículo 19 él dice de manera semejante lo que dijo en el versículo 16: “Porque no hago el bien que quiero sino el mal que no quiero, eso hago.” Lo quiero, simplemente no lo puedo hacer. ¿Y sabe una cosa? Si usted mira hacia atrás por ejemplo en el antiguo testamento y usted ve a David. Y usted encontrará a David como un amigo de Dios, ¿Verdad? Un cantante dulce de los salmos de Israel, un hombre maravilloso de Dios, exaltado, Jesucristo es glorificado al ser llamado el Hijo de David, ¿No es cierto? Es maravilloso, maravilloso. Sin embargo si usted lee el Antiguo Testamento, usted no va a encontrar a ningún escritor en el Antiguo Testamento quien está más abrumado, quien muestra más tristeza, quien es más sensible a su pecado que David. Es David quien clama a Dios a lo largo de los salmos, particularmente el Salmo 32 y 51, pero no solo esos salmos.

Quien clama a Dios por misericordia, quien clama a Dios por misericordia, quien clama a Dios por compasión en medio de su pecaminosidad. Y fue David, quien estaba tan cercano al corazón de Dios, que cualquier pecado en su vida se volvió causa de que él tuviera un corazón quebrantado. Entonces la lucha aquí, para mí de manera evidente, es la lucha del hombre regenerado. La gente no salva, ni siquiera entiende, este tipo de actitud. Después él viene de nuevo a la fuente en el versículo 20, la condición, la prueba y la fuente. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino que el pecado que mora en mí. Exactamente lo que él dijo en el versículo 17: ““Ya no soy yo. ““ ¿Qué quiere decir “ya no más”? Ahí está ese ““ya no más” de nuevo ¿No más, desde cuándo? ¿Desde qué? La Salvación antes de la Salvación como usted sabe, la gente no salva, no puede estar en este capítulo, porque no haya más para ellos. No halla más, nunca hubo un cambio. Nunca ha habido un momento en el que las cosas han sido diferentes. ¿Qué es lo que el “no más” significa en un incrédulo? No hay un “no más”, siempre ha sido igual. Pero desde que él es redimido, hay un “no más”, y desde esa redención es “no más” que el yo recreado, el verdadero yo está siendo esas cosas, sino el pecado que mora ahí. Y entonces peleamos. Dice Pablo: “Y perdemos, y las perdidas parecen ser más, mucho más, abrumadoras debido a la perfección de la Ley Santa de Dios.” Entonces si tan solo puedo ir hacia atrás y añadir algo a su lista, que quizás han estado acumulando a lo largo de Romanos 5, 6 y 7. Añada esto a su lista de resultados de la justificación por la fe. El primero que vimos en el capítulo 5 fue la seguridad; el segundo que vimos en el capítulo 6 fue santidad, y después en el capítulo 7 vimos libertad, fruto y servicio y un cuarto en este capítulo es sensibilidad al pecado. Ese es un resultado de la justificación. Pablo todavía está hablando de la doctrina de la justificación por Gracia a través de la fe y una de sus resultados es una sensibilidad incrementada al pecado.

Ahora en este punto usted podría pensar Pablo se va a dar por vencido y él ya presentó el punto, ¿Verdad? Él es, en cierta manera, como yo, el profundiza en el punto pero veamos el tercer lamento. Y este es simplemente como el resto. Pero esto es una manera en la que podamos entender el punto, ¿No es cierto? De cuan triste está él y por eso lo repite una y otra y otra vez. Y aquí vienen las mismas tres cosas: primero la condición, versículo 21. Así que queriendo hacer yo el bien hallo esta Ley, que el mal está en mí.

Ahora aquí regresamos a la misma condición. Él dice, “Hallo esta Ley”, y mediante eso él quiere decir un principio, él está usando la palabra ley. De nuevo, es una figura de dicción y entonces se queda con ese término. “Está la Ley de Dios, y de otra ley”, él dice. Otro principio, otro estándar que demanda cosas de mí. Otra ley inflexible que me lleva a la conformidad. De otra ley en mí, otro principio operando. Otra fuente de mandamientos, otro estándar. Queriendo yo hacer el bien, el mal está en mí. Literalmente, el mal ya se cerca, está a la mano, está ahí. Está luchando contra todo pensamiento bueno, contra toda buena intención, contra todo motivo bueno, contra toda palabra buena, contra toda obra buena, contra todo acto bueno. No está lejos, no está a distancia, nunca ha sido erradicada como algunos teólogos nos dicen, que usted llega al punto en el que su naturaleza de pecado es erradicada. Y después dicen, “a partir de ahí usted no peca, simplemente usted comente errores”. Pablo dice: “Está ahí, está a la mano.” No es el verdadero yo, hombre, pero no esta tan lejos. Y la condición es una, de nuevo, de conflicto. Y después la prueba, versículo 22. ¿Cómo puedes probar esto de nuevo? Bueno, según el hombre interior, me deleito en la Ley de Dios. Ese es un lado del conflicto, en su hombre interior él se deleita en la Ley de Dios. Y de nuevo, lo llevo al Salmo 119, el cual creo que es el mejor paralelo del Antiguo Testamento de Romanos 7, no sé si alguien ha dicho esto antes, pero me gustaría sugerir eso. Salmo 119:77. “Vengan a mi Tus misericordias para que viva.” Escuche esto. “Porque Tu Ley es mi delicia”. Y bien podría ser que Pablo tenía eso en mente en ese mismo pasaje. Y cuando él dice, “según el hombre interior me deleito en la Ley de Dios”, él está afirmando el corazón del salmista. En el Salmo 119, versículo 111 y otros, pero simplemente ve el 111. “Por heredad he tomado Tus testimonios para siempre porque son el gozo de mi corazón.” De nuevo, su deleite. En el versículo 20 de ese mismo salmo hay otro. “Quebrantada esta mi alma de desear Tus juicios en todo tiempo.” ¡Oh, que versículo tan tremendo! Mi corazón, de hecho, se quebranta ante el anhelo que tiene, por Tus ordenanzas en todo tiempo. ¿Y cuál es la marca del hombre verdaderamente espiritual, en el Salmo 1:2? En la Ley de Jehová esta, ¿Qué? Su delicia y en su Ley medita de día y de noche. El hombre regenerado se caracteriza por un amor por la Palabra de Dios. Un amor por la Ley de Dios. Un deleite en esa Ley, según el hombre interior.

Ahora, quiero que observe esa frase “según el hombre interior”. Realmente dice, “desde la profundidad de mi corazón”, es ese el significado. Desde la parte más profunda de mí, y la parte más profunda de él. El fondo de su corazón, el hombre interior, el hombre interno, el verdadero hombre interno tiene hambre, y anhela y se deleita y ama la Ley de Dios. El gozo más profundo, la expresión más genuina de su persona es deleitarse en la Ley de Dios. Yo creo que el hombre interior, o el hombre interno, es esa naturaleza renovada, redimida. Y aunque Pablo le dice a los Corintios, aunque el hombre exterior se va desgastando, ¿El hombre interior está siendo qué? Renovado de día en día, segunda de Corintios 4:16. “Y somos fortalecidos con poder por su Espíritu”, Efesios 3:16. Y el Espíritu lleva a cabo su obra en el hombre interior. Ese es el área de la nueva creación. Ese es el verdadero yo, el centro de la personalidad redimida. Pero entonces, la prueba del conflicto nos lleva al versículo 23. Pero veo otra ley, otro principio. ¿Y dónde está ésta?             ¿En dónde está? Esta, ¿En qué? En sus miembros. ¿Y que dijimos que eran los miembros? Son los factores humanos, los factores corporales, la carne, la humanidad, la mortalidad no redimida. Y su uso de los términos es completamente coherente.

Entonces él ve en el versículo 23 otra Ley, y esta Ley no está en su verdadero yo, en su yo más profundo, su hombre interior. Está en su hombre exterior,      ¿Verdad? Está en sus miembros, en su humanidad y se rebela contra la Ley de mi mente. Y la Ley de su mente es lo mismo que aquello que es la Ley de Dios. Aquello que es el hombre interior. Entonces la mente se equipara con el hombre interior, y él ve esa rebelión, esa guerra y algunas veces el confiesa que la Ley en mis miembros gana la Ley de mi mente y de esta manera, me lleva cautivo a la Ley del pecado que está en mis miembros. Él hace una distinción muy clara. Escuchen, amados, si este fuera un incrédulo aquí, la Ley de su mente estaría tan putrefacto como la Ley de sus miembros. Porque la mente carnal esta en enemistad contra Dios. Pero su mente, la cual es su hombre interior, su yo más verdadero, su creación redimida, anhela la Ley de Dios, y está en guerra contra la Ley de sus miembros. Los cuales, claro, como dijimos se refiere a su humanidad. Y observe de nuevo el versículo 23, a veces la batalla va en favor de la Ley de sus miembros y escuche esto, lo lleva a la cautividad. Escuche, eso tendrá que ser una persona redimida, porque la gente no redimida no puede ser llevada cautiva. ¿Por qué? Porque ya está ahí, pero cuando el pecado gana la victoria, en la lucha espiritual, entonces el creyente es llevado en cautividad hacia el pecado, y se vuelve cautivo a ese pecado. Y entonces, él vuelve a demostrar la condición en el versículo 21 y después la prueba. El conflicto entre la Ley de su mente, la cual es su hombre interior, anhelando las cosas de Dios, y la Ley en sus miembros. Y mantenga en mente que de manera coherente a lo largo del capítulo 6, versículos 12, 13, y 19; capítulo 7, versículo 5 y a largo de esta parte de esto, en todos esos lugares, él siempre coloca al pecado en los miembros. Las partes corporales, es a lo que se refiere. Eso no solo significa la carne, eso significa la mente, los pensamientos, las emociones, todo lo que va con nuestra humanidad. Y hay una guerra llevándose a cabo.

Ahora quiero que regrese al Salmo 119, y no sé si alguna vez ha notado esto acerca del Salmo 119. Pero ve al salmista teniendo la misma guerra, y quiero mostrarle eso. Regresemos en donde nos quedamos, Salmo 119:20 y quiero retomar ese gran versículo y después quiero llevarlo a lo largo del Salmo, quizás 10 o 12 versículos y son muy breves, pero siga de cerca. “Quebrantada esta mi alma”, es un lenguaje muy intenso. “Quebrantada esta mi alma de desear Tus juicios en todo tiempo.” Oh, dice usted, ese es una persona espiritual, con ese tipo de anhelo que quebranta su corazón por las cosa de Dios. Después vea al versículo 70, “se engrosó el corazón de ellos como sebo del orgulloso, mas yo en Tú Ley me he regocijado.” Vaya al versículo 81. “Desfallece mi alma por Tu salvación, mas espero en Tu Palabra. Desfallecieron mis ojos por Tu Palabra, diciendo, ¿Cuándo me consolaras? Porque estoy del odre al humo pero no he olvidado Tus estatutos.” Me estoy secando, necesito Tu Ley desesperadamente, me siento tan aislado de ella, y aquí está este corazón, anhelándola, la Ley de Dios.” Versículo 92: “Si Tu Ley no hubiese sido mi delicia, ya mi aflicción hubiera perecido.” Versículo 97 lo resume: “Oh, cuanto amo yo Tu Ley; todo el día es ella mi meditación.” Versículo 113: “Aborrezco a los hombres hipócritas, mas amo Tu Ley.” Tan vivido. Versículo 131: “Mi boca abrí y suspiré”. Dices, ¿Ha está corriendo por mucho tiempo? ¡No! “Porque deseaba Tus mandamientos.” ¿Ha experimentado usted eso? Ese es un hambre profunda por el mandamiento. Usted no duda acerca de la espiritualidad de este hombre. Versículo 143: “Aflicción y angustia se han apoderado de mí, mas Tus mandamientos fueron mi delicia.” Versículo 163: “La mentira aborrezco y abomino; Tu Ley amo.” Versículo 165: “Mucha paz tienen los que aman Tu Ley y no hay para ellos tropiezo.” Versículo 174: “He deseado Tu Salvación, o Jehová, y Tu Ley es mi delicia.” Ahora ya para cuando usted llega al 174, usted se dice a sí mismo. “este hombre es tan espiritual”, es tu sabes, es intimidante. Y usted literalmente se desmaya por el último versículo en el salmo, que dice, “Yo anduve errante como oveja extraviada, busca tu ciervo. Porque no me he olvidado de Tus mandamientos.” Dice usted, “espere un momento, este hombre realmente está en la cima, ¿Qué estás haciendo al terminar así?” ¿Sabe usted lo que él dice? Amo Tu Ley. Y al final él dice, “pero me he desviado”. Como puede ver, él estaba exactamente en donde Pablo estaba, ¿No es cierto? Mismo conflicto. No es diferente.

Ahora regresemos a Romanos 7. ¿Cuál es la fuente? La prueba está en la primera parte del versículo 23, en donde dice, “Pero veo otra Ley en mis miembros, que se rebela contra la Ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros.” ¿Cuál es la fuente? Bueno, está ahí, en ese mismo versículo. “Que me lleva cautivo a la Ley”, ¿De qué? “Del pecado que está en mis miembros.” ¿Por qué peca? Usted, ¿Por qué peca usted? ¿Por qué Dios no hizo un buen trabajo cuando lo salvó a usted? ¿Por qué su nueva naturaleza no está completa? ¿Por qué no está preparado para el cielo todavía, y todavía tiene que ganarse su derecho de entrar? ¡No! ¿Por qué peca, porque? Porque el pecado todavía está en usted, en su humanidad. Y este tiene que ser un creyente porque los incrédulos no son llevados cautivos al pecado, ya están ahí. Y sus miembros, su humanidad, incluyen su mente y su emoción, su sentimiento, su cuerpo y todas esas cosas. En Segunda Corintios, capítulo 10, versículo 3, “Porque aunque andamos en la carne, no peleamos según la carne, porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas.” Me encanta eso. Él dice, “¿Saben una cosa? Aunque tenemos que andar caminando en esta carne, cuando usted habla del verdadero yo, realmente no es carne en absoluto, ¿Verdad?” Las armas con las que peleamos no son carnales, son espirituales.

Tres lamentos, y enfatizan la condición del creyente, es una condición de conflicto. Enfatizan la prueba, de eso la incapacidad de hacer la voluntad de Dios, al grado que sabemos que debemos hacerlo. Y enfatizan la fuente de eso, el pecado que mora en el creyente. El verdadero creyente, el creyente espiritual, el creyente piadoso, clama por ser liberado de esto, y como si tres lamentos no fueran suficientes, él expresa una queja de dolor en el versículo 24. Una queja de dolor que excede a los otros lamentos. Una queja que va más allá de cualquier cosa de lo que él ha dicho. El simplemente clame en la aflicción y la frustración y dice, “¡Miserable de mí!” Y usted se dice a sí mismo, “¿Puede este ser el Apóstol Pablo?, ¿Puede este ser un cristiano?” Y el comentarista maravilloso, bendecido por Dios, de años y años atrás, Haldane dice, “Los hombres se perciben a sí mismos como pecadores en proporción directa a su descubrimiento previo de la Santidad de Dios y su Ley.” Y tiene razón. Este es un creyente. Quien dice, “¡Oh miserable de mí!”. Él quiere ser todo lo que Dios quiere que él sea. El salmista clama en el Salmo 6: “Jehová, no me castigues en Tu ira, ni me reprendas en Tu enojo. ¡Ten misericordia de mí, oh Jehová, porque soy débil! ¡Oh Jehová! Sáname, porque mis huesos están heridos, mi alma esta aterrada.” Quiere decir, “pero Tú, oh Jehová, hasta cuando regreso, o Jehová, libra mi alma, sálvame por causa de Tu misericordia, porque en la muerte no hay memoria de ti, en el _______, ¿Quién te alabará? Estoy cansado con mi gemir, en las noches estoy en mi cama, y lleno de lágrimas mi cama”. Es lo que el salmista está diciendo es esto, “estoy tan cansado de no ser todo lo que debo ser”. En el Salmo 38: “Jehová, no me reprendas en Tú furor, ni me castigues en Tú ira, porque Tus aetas cayeron sobre mí, sobre mi ha descendido Tu mano. Nada sano hay en mi carne a causa de Tu ira, ni hay paz en mis huesos a causa de mi pecado, porque mis inequidades se han agravado sobre mi cabeza como carga pesada, se han agravado sobre mí. Hieden y supuran mis llagas a causa de mi locura, estoy encorvado, estoy humillado en gran manera, no enlutado todo el día, porque mis lomos están llenos de ardor y nada hay sano en mi carne. Estoy debilitado y molido en gran manera, gimo a causa de la conmoción de mi corazón. Señor, delante de Ti están todos mis deseos.” Dice usted, “Si todo tus deseos están delante de Él, ¿Cómo puede estar en ese desastre? Ahí está la batalla, ¿No es cierto? Y David está diciendo lo mismo que Pablo: “Miserable de mí. Mi corazón anhela, mi fortaleza me falla.” Él quería ser más de lo que él era. Él se encontró, se halló a si mismo debilitado por su humanidad.

En el Salmo 130, de lo profundo, Jehová declamó: “Señor, oye mi voz; estén atentos Tus oídos a la voz de mi súplica. ¡Ja! Si mirar a los pecados, ¿Quién, o Señor, podrá mantenerse? Pero en Tí hay perdón, para ser reverenciado. Esperé yo a Jehová, esperó mi alma; en Su Palabra he esperado.” Aquí de nuevo clamando a partir del pecado, alguien quien es piadoso. Así son los redimidos. “Miserable de mi.” Y después él hace una pregunta en el versículo 24: “¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?” Mantenga en mente de nuevo en donde está su problema, ¿Está en su qué? En su cuerpo. ¿Y es un cuerpo de qué? De muerte. La Palabra librará, la Palabra rescate, es usada para señalar el acto de un soldado que corre a su camarada en medio de una batalla, y él lo rescata del enemigo. El cuerpo de muerte es muy interesante, literalmente se refiere al cuerpo que está sujeto al pecado y a la muerte. Es la mortalidad no redimida de nuevo. Y de nuevo, los términos son coherentes, es el cuerpo, los miembros, la carne. Se ha reportado, que cerca de Tarso en donde Saulo nació, había una tribu de personas que aplicaban una pena terrible en contra de un homicida. Cuando una persona asesinaba a alguien, su costumbre consistía en amarrar el cadáver muerto al asesino cara a cara, nariz con nariz, pecho a pecho, muslo con muslo, pie con pie. Ese era el castigo hasta que la putrefacción del cuerpo muerto mataba al asesino. Y estaba amarrado con tanta fuerza que él no podía liberarse a sí mismo. Y solo se necesitaban unos cuantos días para que la corrupción de la muerte pasara al vivo y le quitara la vida. Y Pablo se ve a sí mismo, y ve eso en su propio caso y percibe que esta cara a cara, pecho a pecho, muslo a muslo, a algo que está muerto y corrupto y que lo está matando y clama: “Miserable de mí, ¿Quién me librará?” ¿Hay esperanza? ¡Hay esperanza!

Versículo 25: “Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor Nuestro”. Eso se oye como triunfo, para mí, ¿No es cierto? Eso es certeza. ¿Qué estás diciendo, Pablo? ¿Es esto algún tipo de situación mística? ¿Cómo es que eres liberado del conflicto? Por Jesucristo Señor Nuestro. ¿Qué es lo que él tiene en mente? Yo creo lo que él tiene el mente es expresado en el capítulo 8 de Romanos. Comenzando en el versículo 18, y vamos a entrar en esto más adelante. “Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse.” Y después él habla acerca de la creación, anhelando la manifestación plena. Pasa al versículo 23: “y no sólo ella”, esto no solo es la creación, “gime, anhelando su gloria. Sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu.”

En otras palabras, tenemos al Espíritu Santo que mora en nosotros, tenemos la nueva creación, tenemos la simiente eterna, tenemos la naturaleza divina. Y está ahí en nosotros, pero nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción la redención de nuestro, ¿Qué? De nuestro cuerpo. Como puede ver, estamos esperando la fase final de salvación porque en esperanza fuimos salvos. Todavía estamos esperando ese día, cuando seamos liberados de manera total y redimidos en cuerpo como también en alma. Y yo creo que eso es lo que Pablo espera en el 7:25: “Doy gracias a Dios”, él dice, “que el final del conflicto está por venir a través del Señor Jesucristo y va a venir cuando él aparezca y cuando seamos glorificados, o cuando entramos en su presencia y seamos glorificados.” Ahí es cuando el fin viene, el fin de la batalla. ¿Quieren oír en las palabras de Pablo, en Primer Corintios 15? Aquí esta: “Cuando esto corruptible se vista de incorruptible y cuando esto mortal se vista de inmortalidad.” Eso es cuando él dice en el versículo 57: “Gracias sean dadas a Dios, quien nos da la victoria a través de Nuestro Señor Jesucristo.” Casi en la misma frase, que él usa en Romanos 7:25. Y aquí él dice: “Gracias doy a Dios por Jesucristo Señor Nuestro.” Y es el mismo día que él ve cuando esto mortal se vestirá de inmortalidad, y esto corruptible se vestirá de incorruptible. Entonces él está mirando hacia adelante, al momento de redención, y él dice: “Lo veo y viene, y estoy viviendo en esperanza que de hecho, va a venir.” Es lo mismo que él tenía en mente en Segunda de Corintios 5:4, cuando él dice: “Estamos en este tabernáculo y gemimos.” ¿Por qué? “Porque estamos cargados con nuestra humanidad y no queremos ser desvestidos sino revestidos cuando la mortalidad sea tragada, absorbida por la vida.” Es una gran verdad. Esperamos ese día. Es el mismo día que él tenía en mente al escribir a los Filipenses: “Cuando esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo, quien transformará el cuerpo de la humillación nuestra para que sea semejanza del cuerpo de la gloria Suya.” Ese es una esperanza triunfal, ¿No es cierto? Mientras tanto, versículo 25: “Hasta este entonces, así que yo mismo con la mente sirvo a la Ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado.” ¿Sabe lo que él está diciendo? Hasta ese día, la batalla, ¿Qué? Sigue. Y sigue, mientras que permanezcamos en la carne. Y continuamos clamando con tenazón, “Oh, que un nuevo hombre se levante dentro de mí y someta al hombre que soy.” Entonces la batalla no se va a acabar hasta que Jesús nos de inmortalidad y lo incorruptible, liberación completa, espera hasta la glorificación. Ese es el punto, pero eso no quiere decir que no podemos experimentar victoria aquí y ahora, ¿Verdad? Y ese es el capítulo 8.

Y ese es para 2 semanas a partir de esta noche. Pero, entre ahora y ese entonces, el Espíritu Santo le va a ayudar usted. Inclinémonos en oración. Quiero que tan solo tenga una palabra de oración en silencio conmigo por un momento, y quiero que haga dos cosas: en primer lugar, quiero que le agradezca a Dios por la nueva criatura que usted es. ¿Será tan amable de hacer eso? Que usted ha sido hecho nuevo en Cristo, listo para el cielo. ¿Será tan amable en agradecerle a Él por eso? Y después, ¿Podrá confesarle a Él que aunque usted ama a Su Ley, y usted anhela hacerla, hay algo en usted que se rebela, que lucha en contra de eso? ¿Y podría tan solo confesarle eso a Él, con tristeza en su corazón y pedir que Él le dé a usted victoria, hasta que Jesús venga a liberarlo de este cuerpo de humillación y que le dé un cuerpo en semejanza al de Él? Querido Padre, te damos gracias porque nos has permitido entrar al corazón de este amado Apóstol, y al corazón del salmista, porque ambos han expresado los clamores de nuestros propios corazones.

Queremos hacer lo correcto, de manera desesperada. Queremos ser todo lo que otras personas necesitan, queremos ministrar como debemos. Queremos amar como Tú amas, queremos siempre estar dedicados y estar comprometidos. Queremos siempre hablar la verdad, siempre tener integridad, virtud. Queremos tener la pureza y la gentileza y la mansedumbre, queremos tener la fortaleza de virtud. Queremos siempre decir lo que es apropiado, queremos siempre traer fortaleza a la debilidad. Pero Señor, con tanta frecuencia simplemente no lo hacemos. Somos indiferentes hacia las personas, somos egoístas, pensamos en satisfacer nuestros propios deseos, somos críticos, somos infieles a promesas que hemos hecho. Y simplemente quedamos cortos, y conforme lamentamos ese poder del pecado que mora en nosotros. Ayúdanos a saber, Padre, que aún en una admisión como esta, estamos diciendo más; estamos diciendo que sabemos que Tú eres un Dios Santo, que nos ha dado una Ley justa y santa y buena. Y entonces aún en nuestra sensibilidad al pecado, y aún en el sentido de tristeza que tenemos, hay una esperanza, ya que habla de uno que redimido. Habla de uno, que está avanzando en el crecimiento espiritual, viendo al pecado por lo que realmente es, y la Ley de Dios por lo que realmente es. E inclusive es confortante, Padre, el saber que tenemos hambre de esas cosas que son Santas, Justas y Buenas. Aunque no siempre las cumplimos. Gracias por ese efecto invertido, que en nuestra tristeza encontramos una medida de gozo. Ayúdanos a que nuestros corazones estén llenos de esperanza por la venida de Jesucristo y mientras tanto, que seamos librados de la derrota por el poder del Espíritu en nosotros. Le damos gracias por nuestra comunión en este día, y ahora oramos por aquellos que puedan estar aquí que no conozcan a Jesucristo, en quienes no hay conflicto. Quienes, como el burlador, no sienten el peso del pecado porque están muertos y un hombre muerto no siente nada. Que despierten como Pablo despertó en Romanos, capitulo 7, y vean cara a cara, la Ley de Dios y vean su pecado y vengan al Salvador. Padre Nuestro, trae aquellos que Tú deseas que vengan, toca todo corazón. Bendice a los consejeros, conforme comparten, y te damos la alabanza en nombre de Cristo. Amén.

 

 

 

 

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