Esta mañana, sé que estamos comenzando un año nuevo, pero no estamos comenzando un libro nuevo. Realmente, nos encontramos en el cuarto capítulo de Efesios, y no hay razón para interrumpir ese estudio hoy. De hecho, existe toda razón para establecer un fundamento para este año entero y para todas nuestras vidas al apegarnos al texto mismo que es el siguiente en nuestro estudio de Efesios, y ese es el capítulo 4. Así que abra su Biblia a Efesios capítulo 4, y quiero leer los seis versículos de apertura, y después. darle una especie de panorama de lo que está pasando en esta porción de transición de la Escritura tan, tan importante.
Efesios 4:1: “Yo, pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados, con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor, solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz; un cuerpo y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos”.
Esta es una porción de la Escritura muy cargada, y pasaremos, sin duda, varias mañanas de domingo escarbando en las riquezas de su profundidad y el resto de lo que por delante de nosotros tenemos en los capítulos 4, 5, y 6 de esta gran epístola. Pero para esta mañana, quiero que vea el versículo 1 y la declaración ahí que el apóstol Pablo, preso en el Señor, nos ruega que andemos como es digno de la vocación con que fuisteis llamados. Ahora, esta va a ser una introducción muy, muy importante para el resto de esta epístola porque tanto de lo que está por venir se relaciona con andar de una manera digna.
¿Qué queremos decir con andar o caminar? Bueno, ese es un término usado en las epístolas para referirse a conducta diaria, vida diaria, a vivir su vida cristiana un día a la vez, paso por paso. Pero, ¿qué hay acerca de la palabra digno? Digno es una palabra griega muy interesante. Es ἀξίως (axiós) en griego, y realmente significa “equivalente”. Otra manera de definir básicamente esa palabra sería decir algo que tiene que equilibrar, aquello que equilibra la báscula, ἀξίως (axiós) es algo que está en equilibrio, que ha encontrado equilibrio.
Y ¿cómo se relaciona eso a andar como creyente? Es simplemente esto: aquí está el mandato a vivir una vida que está en equilibrio, en armonía perfecta con su posición en Cristo. Debe estar en equilibrio perfecto con todas las bendiciones espirituales que son nuestras en Cristo, que comenzaron a ser presentadas en el capítulo 1, versículo 3, y realmente, nos llevó a lo largo de los primeros tres capítulos. Se nos ha dado unión con Cristo. Estamos en Cristo. Todos los privilegios que vienen con eso, todos los honores, todas las bendiciones, todas las promesas y todo el poder que viene con eso debe coincidir con cómo vivimos nuestras vidas. Nuestras vidas deben ser un reflejo verdadero de nuestra condición y nuestra unión con Jesucristo. Esta es la realidad esencial de la vida cristiana.
Esta también es la definición de la santificación. ¿Qué significa ser santificado? Significa vivir una vida que es consistente con su unión espiritual con Cristo e incluye todo lo que está en esa unión a manera de privilegio, honor, bendición, promesa y poder. Por eso “pues” está aquí, porque como consecuencia de lo que hemos aprendido en los capítulos 1 al 3, así es como debemos vivir. Vimos la doctrina en los capítulos 1 al 3, todo lo que es nuestro en Cristo, todas las bendiciones espirituales presentadas. Y en base a esa doctrina, tenemos el deber de seguir y vivir de una manera que está en equilibrio con nuestros privilegios. Este es un tema muy común en las epístolas del Nuevo Testamento.
En 1 Tesalonicenses capítulo 4, por ejemplo, usted ve una ilustración de eso en donde el apóstol Pablo dice, versículo 3, la voluntad de Dios es vuestra santificación, que os apartéis de fornicación, que cada uno de vosotros sepa tener su propia esposa en santidad y honor. Esto es consecuencia de lo que está en el versículo 1, os rogamos y exhortamos en el Señor Jesús, que de la manera que aprendisteis de nosotros cómo os conviene conduciros y agradar a Dios. Así es como deben vivir, y tiene la responsabilidad de vivir de esa manera. La doctrina establece los estándares, establece los mandatos, establece las expectativas divinas, y debemos responder a ellas en obediencia.
En 2 Corintios 6, Pablo habla del hecho de que hemos sido hechos hijos de Dios, hemos sido adoptados por Dios, Dios se ha vuelto nuestro Padre, y habiéndonos vuelto hijos de Dios, realmente somos los destinatarios de todo en el tesoro divino; todo es nuestro. Y como una respuesta a eso, al final del capítulo 6, en el versículo 1 del capítulo 6, él dice: “Limpiémonos de toda contaminación de carne… Perfeccionando la santidad en el temor de Dios”.
Entonces, básicamente la realidad de la santificación es la consecuencia que se espera de todo creyente, de haber recibido toda bendición espiritual. Al habérsele concedido a usted toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, así es como usted debe vivir. Ahora, este es un tema constante, y voy a tratar de desempacarlo para usted por lo menos en este mensaje de apertura en esta mañana que el deber siempre está construido sobre la doctrina, que la práctica siempre está construida sobre la posición, que la conducta siempre está construida sobre la verdad, que usted solo vive una vida para la gloria de Dios cuando usted entiende de la gloria de Dios. Es decir, cuando usted entiende la plenitud de la gloria de Dios revelada en la bendición redentora, usted entonces tiene el cimiento para vivir como Dios quiere que usted viva.
Pedro expresa esto en 1 Pedro capítulo 1, versículo 14: “Como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia; sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo. Y si invocáis por Padre a aquel que sin acepción de personas juzga según la obra de cada uno, conducíos en temor todo el tiempo de vuestra peregrinación; sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, la sangre de Cristo. Dado que fueron redimidos por la sangre de Cristo, dado que fueron llamados por el Santo, dado que se les concedió imparcialmente todo lo que las misericordias de Dios podían distribuirles, compórtense de esta manera, Sed santos, porque yo soy santo”.
Ahora, la santificación debe ser la preocupación de usted. Como creyente, la elección está hecha, la justificación está hecha, la glorificación está por venir. Y usted está viviendo en medio entre la justificación y la glorificación, y la preocupación de todo creyente debe ser la santificación. Eso es la separación del pecado, volverse más y más santo. El tipo de evangélicos que vemos que es tan popular hoy día tiene, a mi juicio, una perspectiva muy baja de la santificación. No parece estar particularmente preocupada por la santificación en absoluto. Está perfectamente contenta con aceptar la elección divina, soberana. Está muy feliz por la doctrina de la justificación. Espera la glorificación, pero tiene una actitud muy nominal, mínima, indiferente, hacia la santificación.
Ese es un pecado medular. Digo, ese es un fracaso monumental en el mundo evangélico, y es precisamente la razón por la que el mundo evangélico está tan lleno de decepción, y pecado y deserción—porque hay poco, si es que lo hay, interés en la santificación. La gente está interesada en la satisfacción personal, asuntos sociales. Están contentos por abrazar la soberanía de Dios y saber que son salvos y camino al cielo. Pero muy poco se espera de la gente con respecto a la santificación. Quiero hacer eso, quizás, vívido para usted al llevarlo de regreso conmigo en la historia.
En 1759, nació un hombre llamado William Wilberforce, usted probablemente reconocerá el nombre. Él murió en 1833. Toda persona que sabe algo de la historia inglesa sabe de él porque él tuvo una carrera larga en el Parlamento inglés. Él era un hombre cristiano, pero él es muy famoso por su compromiso con la abolición de la esclavitud. Y esa fue su contribución, políticamente, al mundo. De hecho, él libró esencialmente una batalla de 40 años en el Parlamento inglés para hacer que el Parlamento aprobara una ley para abolir la esclavitud humana. Su primer discurso, él estaba tan preocupado por esto, su primer discurso fue el 12 de mayo de 1789. Y dio una defensa del llamado a abolir la esclavitud. Y su primer discurso duró tres y medio horas, tres y medio horas. Él presentó su caso.
A lo largo de los siguientes años, él propuso leyes en el Parlamento inglés seis veces. En las seis veces, las leyes abolicionistas fueron rechazadas. Y finalmente, aprobaron la abolición tres días antes de su muerte, mucho después de que él había dejado el Parlamento. Pero esa no fue su obsesión. Y creo que históricamente la gente asume que lo fue, porque es una causa noble. Obviamente, la esclavitud humana -abolir eso es una causa noble. Pero eso no es lo que fue su obsesión. Históricamente, la gente piensa en él como alguien obsesionado con la abolición. Él tuvo muchos enemigos que pensaban que eso era lo más importante en su vida, y querían asegurarse de que él nunca consiguiera lo que quería. Pero esa no fue su obsesión verdadera.
Sé cuál fue su obsesión verdadera. ¿Cómo sé eso? Porque recientemente, sus diarios han sido descubiertos. Él escribió diarios de tal manera que hay muchísimos de sus escritos en primera persona que reflejan su obsesión. Y puedo decirle cuál fue su obsesión: él estaba obsesionado por su propia santificación. Esto era lo que le obsesionaba. Esto es lo que lo impulsaba día, tras días, tras día. Era el sentido de que él no era el hombre que Cristo quería que él fuera, él no era digno.
A la edad de 20 años, Wilberforce comenzó a hacer resoluciones y a escribirlas, tantas como en los 1700s, quizás de manera más sobresaliente, lo hizo Jonatán Edwards. Y su primera era algo simple como: “Acostarme a las 11 y despertarme a las 6”. Y a partir de ahí, él escribió todo tipo de resoluciones. Aquí hay una cita: “Espero plenamente escribir cada noche si he sido fiel a mi Señor o si a lo largo de ese día en alguna instancia he transgredido claramente”. ¿Diario? ¿Usted va a escribir si ha sido fiel al Señor o si ha transgredido, y va a hacer eso diario? ¿Va a mantener usted ese tipo de inventario intenso en su vida? Usted es una persona obsesionada. Eso es como TOC, hacer eso cada día de su vida. Pero esa era la obsesión de William Wilberforce.
Él hizo muchas, muchas resoluciones. Y él dice: “Hice muchas resoluciones y las rompí casi tan pronto como las hice”. Una de las palabras conocidas que se aparece en sus resoluciones, las cuales ahora han sido recolectadas y publicadas, y las he estado leyendo por un par de semanas, una de las palabras que aparece es una palabra griega clásica: oy moi. Es onomatopéyica, oy moi. Era una palabra griega clásica usada para describir el lloro de mujeres que son contratadas para llorar en un funeral. Él usa esa palabra una y otra vez. Había este sentido constante de indignidad, había este clamor constante de tristeza ante la falta de santificación en su vida.
Él mantenía listas. Y estas son las cosas que él escribió en sus listas: Escribí las misericordias principales de Dios ese día, las principales operaciones de Su providencia divina. Y después, él enumeró los problemas del día, los fracasos del día, los males del día, el sufrimiento del día, sus defectos principales, tentaciones y pecados. Y después de que había enumerado todo eso, él escribía las conductas de ese día que glorificaron a Dios, que extendieron el evangelio y después, en sus propias palabras, cultivaron un gusto por el cielo.
Imagínese hacer eso diariamente. Usted realmente llegaría a entender su condición espiritual. Y él sabía eso, porque él no estaba obsesionado con la esclavitud, él la veía como un mal, y quería hacer una diferencia. Pero él estaba obsesionado con su santificación.
Aquí hay unas cuantas cosas de sus diarios, que ahora están disponibles, usted puede comprar un libro. Han sido recolectadas por un escritor llamado McMullen y colocadas en un solo volumen. Aquí hay algunas de las cosas que él escribió, esto es típico de miles de frases. Aquí hay una de 1809: “¿Cómo debería estar avergonzado si otros pudieran verme tal como realmente soy? Con frecuencia, pienso en que soy un gran impostor. Mi corazón está cargado. Oh, no hay nada que pueda hablar paz al espíritu herido más que las promesas del evangelio y las promesas seguras. Dios es amor y puede salvar hasta el máximo, y Él no desechará a ninguno que venga a Él. Él es, confío yo, quien ha motivado en mí una disposición a venir. Y, por lo tanto, prosigo, humildemente de hecho, pero confiando en Su misericordia, que ha prometido tantas bendiciones para aquellos que lo buscan. Oh Señor, pero fortaléceme. Y si te agrada, lléname de toda paz y gozo en el Espíritu Santo. Amén”.
Aquí hay otra: “humildemente, espero que haya sentido este día, y todavía siento algo de los poderes del mundo venidero. Siento de hecho el sentido más profundo de mi propia pecaminosidad. Pero bendito sea Dios por Sus promesas de gracia. A Ti, oh Señor, humildemente me entrego. Oh, confírmame hasta el final. Hazme perfecto. Establéceme, fortaléceme, estabilízame. ¿Qué causa tengo para la gratitud? A dondequiera que veo tengo bendiciones amontonadas, misericordias de todo tipo y tamaño. No quiero pasar tiempo en escribir, pero oh, déjame registrar la misericordia del Señor”.
Aquí está otra: “A Ti, oh Dios, vuelo mediante el Salvador. Capacítame para vivir más dignamente de mi llamado santo, para ser más útil y eficiente, que mi tiempo no sea malgastado sin provecho en mí mismo y otros, pero que realmente pueda ser de uso en mi generación y adorne la doctrina de Dios, mi Salvador. Soy una criatura pobre, inútil, Señor. Fortaléceme”.
Aquí hay otra: “A Tí, oh Señor, vuelo. Oh, perdona y recibe a Tu desviado indigno. Oh, ven y mora dentro de mí. Pobre de mí, cuán olvidadizo soy de la presencia de Dios, y, por lo tanto, de mi compañía y plática. Ayer caí en el vicio de hablar mal. Oh Señor, lléname de amor, de bondad fraternal, de humildad agradecida. Cuán agradecido debo estar por mis privilegios, y cuán sincero y tierno en hablar o juzgar o pensar de aquellos que han sido privados de las ventajas que yo he disfrutado”.
Usted podría decir que él era duro consigo mismo. Pero él fue honesto. Él sabía que no era lo que debía ser, como todo creyente honesto lo sabe. Como Pablo dijo: “No que lo haya alcanzado ya, ¿verdad? Si no que prosigo a la meta”.
En su lecho de muerte, conforme el cielo estaba listo para recibirlo, Wilberforce dijo: “Espero que ningún hombre en la tierra tenga un sentido más fuerte de pecaminosidad e indignidad delante de Dios que yo. Él tenía, en ese momento, 73 años de edad y 11 meses. Y él había estado obsesionado por la santificación por más de medio siglo, desde que tenía 20 años. Y lo único en lo que podía pensar al borde del cielo, casi a la edad de 74, era en cuán indigno era él de entrar al cielo. Él murió el lunes, 29 de julio de 1833, apenas un mes antes de su cumpleaños número 74.
¿Cuál es el punto de esto? Esto es para ayudarle a entender a usted cómo se ve una obsesión real con la santificación. Sabe algo, tenemos héroes en nuestra cultura, primordialmente celebridades y políticos. Y si esos son sus héroes, usted está en una condición triste. Necesitamos héroes como este.
La Palabra de Dios nos llama a andar digno de nuestro llamado. Lo llamó a él a lo mismo. Él escribe miles de estos inventarios personales porque él entiende que no es lo que debe ser. Con mucha frecuencia, él usa Tito 2:10 y clama porque podamos vivir una vida que adornara la doctrina de Dios, que trajera honor a Dios, que trajera fama a Cristo.
Así es como todo creyente debe vivir. Esto es tanto una expectativa divina como un mandato divino. Esto es lo que un andar digno significa. Usted está en Cristo. En Él, usted tiene toda bendición espiritual. Usted no es digno de eso, pero usted pasa su vida tratando de elevar su vida a alguna aproximación de lo que significa ser digno. No es que algún día usted alcanzará un punto en el que no necesita misericordia y no necesita gracia. Usted nunca tendrá esa experiencia en este mundo. Usted nunca alcanzará eso. Pero esto debería ser la obsesión de su vida.
Veo eso tan ajeno al cristianismo, incluso en la actualidad. Es este tipo de obsesión con la santificación que estaba en el corazón del apóstol Pablo. Esa es la razón por la que él podía decir de sí mismo, yo soy el primero de los pecadores, porque él sabía que no importaba cuánto anhelara él ser conformado a las perfecciones de Cristo, y no importaba cuán digno era él, porque le dijo a los corintios, síganme conforme sigo a Cristo, él había alcanzado alguna madurez, algún nivel de dignidad, nunca fue lo que podía ser o debía ser. Hay una humildad necesaria y correspondiente en el creyente santificado, de que entre más santificado es él o ella, menos santificados se sienten. Pero la pasión de nuestras vidas debe ser adornar la doctrina de Dios, asegurarnos de que nuestras vidas traen honor a Cristo.
Ahora, eso es con lo que Pablo nos va a estar confrontando en el capítulo 4 y los capítulos que siguen. Capítulos 1 al 3, todas las bendiciones espirituales fueron presentadas: privilegios, promesas, bendiciones, poder, todo presentado. Estas son nuestras posesiones. Estas definen nuestra posición en Cristo, nuestra unión, nuestra identidad con Él. Pero después, comenzando en el capítulo 4 vienen los deberes esperados y mandados en respuesta, para que estemos viviendo dignos de nuestro llamado. Por eso usted tiene al principio del capítulo 4 la palabra “Pues”. Esa es una palabra muy, muy importante porque hay una transición aquí de importancia monumental.
Se nos acaba de decir al final del capítulo 3 que se nos han concedido las riquezas de gloria, que se nos ha dado fortaleza mediante el poder del Espíritu, que Cristo ha establecido residencia en nuestros corazones, que vidas que viven con Cristo en el centro están arraigadas y cimentadas en amor al grado que el amor que experimentamos en Cristo excede a todo conocimiento, para que literalmente podamos ser llenos de la plenitud de Dios y poder hacer mucho más abundantemente de todo lo que podemos pedir o entender según el poder que actúa en nosotros. Esta es la descripción culminante de lo que es ser un creyente. Eso es usted, para que mediante usted, conectado a Cristo, Él reciba gloria en la iglesia, por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén. El amén al final del capítulo 3 es la afirmación final de la sección doctrinal.
La transición, entonces, inmediatamente, es al deber. De doctrina a deber. Este no es un movimiento aleatorio, esto es crítico. Esto debe ser entendido en el mismo sentido en el que usted entendería la conexión de una flor a su tallo. Por muy cercanas y vitalmente correspondientes que están y son la rama de un árbol y la hoja de un árbol, o la raíz y el tronco del árbol, todas derivan su vida de lo que está debajo de ellas. Y Pablo está diciendo, necesitan tener un cimiento de doctrina para vivir una vida de conducta digna. Esto es muy común para Pablo y los otros escritores. No tenemos tiempo de cubrirlo todo, pero le voy a dar una ilustración muy dramática.
Regrese a Romanos 12. Es muy común; pero aquí hay una ilustración muy poderosa, Romanos 12. Usted tiene exactamente la misma palabra, capítulo 12, versículo 1: “Así que, os ruego”, lo mismo que dijo en Efesios: “Yo, pues, os ruego, os suplico o les imploro”. Y aquí está la base sobre la que Pablo ruega en Romanos 12, por las misericordias de Dios. En base a las misericordias que Dios ha dispersado a ustedes, “necesitan presentar sus cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que funcionen dentro de la voluntad de Dios”. Entonces, el punto es este: ustedes necesitan presentar sus cuerpos por lo que Dios ha hecho por ustedes al darles Sus misericordias.
¿Cuáles son las misericordias de Dios? ¿De qué está hablando él? Bueno, si este fuera el libro de Efesios, diríamos todo lo que él presentó en el capítulo 1. Pero este es el libro de Romanos. Y Efesios tiene, podría decir usted, tres capítulos de las misericordias de Dios para el creyente, pero Romanos tiene once capítulos de las misericordias de Dios, los once capítulos de apertura presentan todo lo que Dios nos ha dado. Y permítame tan solo recordarle lo que está en esos once capítulos.
Se nos ha concedido la justicia de Dios. Se nos ha dado un entendimiento de que todo lo que la ley puede hacer es condenar y no puede salvar. Se nos ha concedido salvación mediante el poder de la fe. Se nos ha concedido paz con Dios, lugar en la gracia, la promesa de gloria, el regalo del amor, el Espíritu Santo viviendo dentro de nosotros, adopción como hijos de Dios, reconciliación con Dios, unión con Cristo. Ahora somos sacerdotes ofreciendo sacrificios a Dios, aceptables. Se nos ha dado liberación del pecado, libertad del juicio, conversión, transformación, glorificación, seguridad eterna y promesas permanentes. Esas son todas las misericordias de Dios, lo cual es decir que usted no las merece. ¡Qué lista!
Pablo entonces, en el capítulo 12 de Romanos y versículo 1, dice: “Así que… Presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo”. Avance por el camino de la santificación sacrificada, ese es su servicio espiritual de adoración. ¿Qué está pidiendo Dios de usted? Él le dio toda bendición espiritual en los lugares celestiales. Están presentadas en once capítulos en Romanos, están presentadas primordialmente capítulo 1 de Efesios y expandidas en el 2 y 3. Y en base a lo que Dios ha hecho por usted, ¿qué debe esperar Él, sino que usted camine de una manera digna, la cual es presentar su cuerpo como un sacrificio vivo y santo? Usted debe vivir una vida que es aceptable para Dios; y eso, claro, significa una vida santa, una vida santa.
En 1 Tesalonicenses 4, versículo 1, Pablo escribe: “Por lo demás, hermanos, os rogamos y exhortamos en el Señor Jesús, que de la manera que aprendisteis de nosotros cómo os conviene conduciros y agradar a Dios, así abundéis más y más. Porque ya sabéis qué instrucciones os dimos por el Señor Jesús”. Muy bien, les enseñamos, les dimos instrucción, les dimos mandamientos para que pudieran caminar agradando a Dios. Después, versículo 3: “Pues la voluntad de Dios es vuestra santificación”. Esta es la voluntad de Dios, su santificación. ¿Cuál debe ser su preocupación? La santificación.
Escuche de regreso en el capítulo 2 de 1 Tesalonicenses, versículo 12: “Deben andar como es digno de Dios, que os llamó a su reino y gloria”. ¿Qué le ha dado Dios a usted? Todo en Su reino. ¿Qué le ha dado a usted? Gloria, gloria eterna. ¿Qué pide Él de usted? Que usted camine de una manera que es digna. En otras palabras, que su vida corresponda a sus privilegios.
En Colosenses de nuevo, capítulo 1, escuche las palabras de Pablo, muy parecidas, versículos 9 y 10: “Por lo cual también nosotros, desde el día que lo oímos, no cesamos de orar por vosotros, y de pedir que seáis llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual”. Queremos que tengan el conocimiento de la sana doctrina. ¿Por qué? “Para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios”. Usted no puede separar el conocimiento de la santidad. Usted no puede separar la doctrina del deber. Usted no puede separar la práctica de la posición.
Y de nuevo, leemos a Pedro: “Sed santos, porque yo soy santo”. Alinee su vida con sus privilegios. Cuando la gente trata de enseñar conductas sin fundamento doctrinal, no ayuda, porque cuando usted trata de vivir una vida cristiana sin entendimiento doctrinal, es decepcionante, es desalentador, es trabajo, es vano y parece como si usted simplemente está constantemente empujándose a sí mismo para hacer algo con lo que usted realmente no está tan comprometido en hacer.
La gente que trata de vivir la vida cristiana sin doctrina sana está muy decepcionada y muy desilusionada, porque lo que hace de la vida cristiana lo que usted ama es su entendimiento de la doctrina. Es cuando usted entiende las misericordias de Dios, el rango completo de esas misericordias, cuando usted entiende la naturaleza de Dios y todas las bendiciones espirituales en los lugares celestiales en Cristo. Entonces, su vida entera se vuelve un sacrificio espiritual de gratitud.
Entonces, usted ama al Señor por todo lo que Él ha hecho, y el amor motiva a la obediencia en donde usted no tiene suficiente teología para entender todo lo que Dios le ha dado a usted. Entonces, usted está tratando de empujarse a sí mismo en una dirección de ser santo. Y usted no tiene esa motivación profunda que convierte su obediencia de deber en amor. Algunos predicadores tratan de motivar emocionalmente a la gente, eso no dura mucho. Efesios 4:23 dice: “Renovaos en el espíritu de vuestra mente”. Es cómo piensa usted lo que hace que su obediencia sea gozosa, porque se vuelve un acto de gratitud, y agradecimiento, y amor, y alabanza y adoración.
Como leí antes en Colosenses 3 y versículo 10: “Ustedes se han revestido del nuevo hombre, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno”. Este es un versículo poderoso. Se han revestido del nuevo hombre. Usted se ha revestido de Cristo, el nuevo hombre; usted es una nueva criatura que está siendo renovada. Permítame darle una ilustración de lo que es eso.
Usted está siendo constantemente renovado. Piense en su celular. De vez en cuando, usted recibe algo de la compañía celular que dice, queremos darle una actualización del sistema. Vamos a hacer eso en la noche si usted conecta su teléfono. Y lo que pasa es que el sistema se renueva; es actualizado. Esa es una ilustración clásica, y una simple, de cómo Dios funciona en la vida de un creyente. Hay renovación constante, restauración constante, actualización constante llevándose a cabo en la vida de un creyente que está expuesto a la verdad divina. Usted simplemente es una versión actualizada de lo que usted era—más eficiente, más fructífero, más productivo. Y viene mediante el conocimiento completo de Dios. Por eso, Pedro dice: “Creced en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo”. Esa es mi oración por ustedes.
Entonces, la doctrina es el cimiento para la conducta. Nuestro andar debe ser ἀξίως (axiós), debe ser equivalente a nuestro hombre restaurado, renovado, transformado, convertido en Cristo. Usted tiene todas las bendiciones espirituales, usted tiene todo; necesita vivir de manera consistente con eso. Usted no puede hacer eso si no conoce las misericordias del Señor, si no tiene las verdades doctrinales, porque entonces está haciendo un esfuerzo sin el conocimiento que impulsa su esfuerzo a la gratitud amorosa y la adoración. Entonces, este es un pasaje de transición que realmente es crítico.
Hemos estado estudiando cuál es nuestra posición en el primer, segundo y tercer capítulo. Ahora, estamos estudiando nuestro caminar en el mundo. Y vamos a aprender mucho en estos capítulos. Vamos a descubrir que tenemos un andar en unidad, un andar diferente, un andar de amor, un andar en la luz, un andar sabio, un andar en el Espíritu, un andar de batalla. Pero todo nuestro andar básicamente es motivado por nuestra posición.
Algunas veces, usted oye a gente decir: “Bueno, la doctrina es divisiva. No queremos hablar de doctrina, solo vamos a hablar de Jesús. No hablamos de doctrina, solo vivimos para Jesús”. Eso no solo es necio, eso es diabólico. Usted no puede vivir una vida cristiana sin un cimiento doctrinal y vivirlo con gozo y amor como un acto de adoración. Y cuando usted entiende lo que usted merece y quién es usted y todo lo que el Señor le ha concedido en su salvación, hay motivación amplia en eso para vivir una vida agradecida.
Somos trofeos de gracia divina que estamos siendo actualizados completamente todo el tiempo, renovados, actualizados. Hemos resucitado de los muertos, hemos resucitado en Cristo. Somos hijos de Dios, miembros del cuerpo de Cristo, piedras vivas y templo vivo, la morada del Espíritu Santo mismo. Necesitamos vivir vidas celestiales. Poned la mira en las cosas de arriba, como leímos, no en las cosas de la tierra.
Entonces, Pablo nos está llevando en este cuarto capítulo a la categoría de andar cristiano, vida cristiana, conducta cristiana. ¿Podemos caminar en la manera en la que somos llamados a caminar? Sí podemos, porque se nos ha dado la Palabra y el Espíritu. Y veremos cómo se desarrolla eso.
Pero veamos el versículo 1 por un momento, de regreso en Efesios versículo 1: “Yo, pues, preso en el Señor”. Permítame detenerme ahí por un minuto. Sabe algo, en base a todo a lo que les he estado diciendo, y en base al mandato de Pablo a caminar de una manera digna del llamado, usted podría concluir que: “Bueno, este es el camino a la felicidad, este es el camino a la prosperidad”. Podría estar el hecho de que usted dijera: “Bueno, ve quién soy: soy un hijo de Dios, soy un hijo de Dios, estoy en unión con Cristo. Cristo vive en mí. Todos los recursos del cielo básicamente están depositados en mi cuenta, una herencia me espera en el cielo, vida eterna, todo eso. Soy bastante importante, soy bastante importante”.
Eso debería aparecerse en mi vida, ¿verdad, si todo esto es verdad? Entonces, Pablo nos recuerda que él es el prisionero del Señor, él está en la cárcel. Pero él nunca va a admitir que él es un prisionero de los hombres o de algún gobierno. Él está en la cárcel porque ahí es donde el Señor lo puso. En base a todo lo que Pablo ha dicho acerca de la doctrina y de andar de una manera digna, una vida digna, una vida que es consistente con la doctrina exaltada, usted podría pensar que va a terminar con una vida exaltada. Pero no.
Él ya nos dijo que era un prisionero en el capítulo 3, versículo 1: “Pablo, prisionero de Cristo Jesús”. Pero, ¿por qué lo está diciendo otra vez? Porque lo que quiere que entendamos es esto: Puedes caminar un andar digno y terminar en la cárcel. Eso es lo que él quiere que entendamos.
Él ha sido fiel al depósito que se le ha dado. Él ha cumplido con su llamado. Aunque él no se hacía ilusiones de la perfección espiritual, él dijo: “No lo he alcanzado, pero prosigo hacia la meta”. Él dijo: “Soy el primero de los pecadores. No obstante, él fue lo suficientemente leal a Su Señor como para decir, síganme como yo sigo a Cristo”. ¿Y adivine qué? Soy un preso. Eso es lo que recibo por andar de una manera digna. El punto es este: Camine dignamente, incluso, si lo lleva a usted a la cárcel. Esto es pedir lealtad, cueste lo que cueste. Y sabemos lo que le pasó a Pablo, eventualmente, le cortaron la cabeza.
La esclavitud a Jesús es dulce. Cumplir con su deber con la Palabra de Dios y el Dios de la Palabra es gozoso, porque usted es un prisionero de amor. E incluso, si usted termina en una cárcel, usted todavía es el destinatario de todas las misericordias del cielo. En base a toda la doctrina anterior, en base a toda su vida vivida de una manera digna, él termina como prisionero y todavía dice, de regreso al versículo 1: “Os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados” –y estoy diciéndolo desde el punto de vista de la prisión, una prisión apestosa, miserable, podrida, vil.
Él no está diciendo: “Saben, si andan dignamente, van a terminar en un palacio. Si andan dignamente, todos sus deseos van a ser satisfechos”. No, si andan dignamente, podrían terminar en una prisión. Pero todavía, todavía con gozo y amor por el Señor, él puede decir: “Os ruego que andéis como es digo”. Les ruego, les exhorto, les suplico, παρακαλέω (parakeléo), palabra fuerte, fuerte.
Esta fue siempre su meta. En Colosenses 1:28 él dice: “A quien anunciamos” –esto es, a Cristo– “amonestando a todo hombre, y enseñando a todo hombre en toda sabiduría, a fin de presentar perfecto en Cristo Jesús a todo hombre; para lo cual también trabajo, luchando según la potencia de él” –en mí– “la cual actúa poderosamente en mí”. En otras palabras: “Mi meta en el ministerio es enseñar y amonestar con toda revelación divina, presentar a todo mundo completo en Cristo. Esto es para lo que trabajo, esto es para lo que lucho, y esto es para lo que el poder del Espíritu Santo trabaja en mí”. Eso es lo que él dijo en Gálatas 4:19, que él sufría dolores de parto hasta que Cristo fuera plenamente formado en la gente.
Esta es la meta del ministerio pastoral: ver a las personas que Dios coloca en su cuidado santificadas, siempre aumentando en ser como Cristo. Pablo dijo: “Para eso vivo. Para esto ministro. Esto es lo que busco en mi propia vida”. Él clamó a fin de conocerle y el poder de Su resurrección y la participación de Sus padecimientos. Un siervo de Dios entrega su vida, y su aliento, y toda su fuerza y toda su energía por ver la santificación de su congregación mediante la Palabra y el Espíritu.
Entonces, Pablo ruega y dice: “Miren, estoy rogándoles, anden de una manera digna de la vocación con que fuisteis llamados”. ¿Cuál es esa vocación? Ese es un llamado divino a la salvación; esa no es una invitación. Cuando usted ve “llamado” en las epístolas del Nuevo Testamento, está hablando del llamado eficaz para salvación, en el cual Dios despierta a la persona muerta, supera la muerte de ellos, y les da vida y los trae la justificación mediante el camino del arrepentimiento. Entonces, él dice: “Necesitan caminar de una manera que es digna de este llamado increíble, llamado soberano de la gracia y misericordia del Dios con el que ustedes han sido llamados”. Ustedes necesitan caminar consistentemente a la luz de ese llamado.
Su llamado para usted, lo despertó a usted de los muertos, le dio vida. Pablo le dice a los corintios: “Consideren su llamado”, 1 Corintios 1:26, al llamarlos a la santidad. Filipenses 3:14, es llamado un alto llamado, porque es el llamado más alto que cualquier persona jamás podría tener. Es llamado en 2 Timoteo 1:9, un llamado santo. Es llamado en Hebreos 3:1, un llamado celestial. Y Romanos 8 lo resume, al que Él llama, Él justifica, y al que Él justifica, Él glorifica. Entonces, este es un llamado que lleva a la justificación, lo cual lleva a la glorificación. Y somos llamados, 1 Corintios 1:2, a ser santos, santos.
Entonces, Pablo está diciendo: “Miren, no puedo decirles que habrá un resultado feliz en esta vida, porque soy un preso, porque he sido fiel. Pero ustedes también necesitan ser fieles y caminar de una manera digna, sea cual sea el precio. Y van a pagar el precio con gusto a partir del gozo y el amor de la obediencia que viene de uno que entiende las profundidades de las misericordias de Dios que han sido depositadas en su vida”.
Entonces, para cerrar, de regreso a William Wilberforce. Un amigo llamado José Juan Gurney, visitó a Wilberforce en sus días finales, y esto es lo que su amigo escribió: “Vine y lo vi, un hombre cristiano, reclinándose en un sofá con sus pies envueltos en franela y su cara, mostrando la edad avanzada desde la última vez que lo vi” –Y esto es días antes de su muerte– “Él me recibió con las marcas más cálidas de afecto. Le hablé libremente de las cosas buenas y gloriosas que, como yo creía, ciertamente le esperaban en el reino de reposo y paz. Mientras tanto, la expresión iluminada de su rostro surcado, con manos cerradas y levantadas, eran indicadoras de devoción profunda y gozo santo.
“Él me dijo que, el texto que en ese entonces él era más propenso en meditar y pensar, y del cual estaba derivando un consuelo peculiar, era un pasaje en Filipenses: ‘Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús’”.
Y Gurney dijo: “Mientras que su naturaleza frágil estaba temblando y su tabernáculo mortal parecía listo para ser disuelto, esta paz de Dios fue su porción bendita y abundante”. Y después él habló, escribe su amigo: “Cuán admirable, dijo Wilberforce, son la armonía y variedad de las epístolas más pequeñas de San Pablo: Gálatas, una exhibición noble de doctrina; Colosenses, una unión de doctrina y precepto, mostrando su conexión mutua y dependencia; y Efesios es seráfica; y Filipenses es todo amor”. Y después él dijo: “Con respecto a mí mismo, no tengo nada que rogar más que el ruego del publicano pobre: Dios, sé propicio a mí, pecador”. Ahí está él, colgando de la orilla de la muerte y sabiendo que necesita misericordia porque él no alcanzó la perfección; él todavía era un pecador en necesidad de misericordia. Gurney escribió: “Qué lección podemos derivar de un ejemplo así”. Bien podría recordarnos terriblemente de la pregunta del apóstol: “Si el justo con dificultad se salva, ¿en dónde aparecerá el impío y el pecador?”.
Unos cuantos días después, Wilberforce habló las siguientes palabras a su hijo: “Todos ustedes deben acompañarme en orar porque el resto corto de mi vida pueda ser pasado en ganar la espiritualidad de mente que me preparará para el cielo. Y ahí espero reunirme con todos ustedes”. Sorprendente. Habiendo caminado con el Señor por medio siglo, él pidió oración porque en el resto corto de horas que le quedaban, él ganara mayor espiritualidad de mente. Esta es la insatisfacción de un corazón que anhela la santificación.
En su testamento, él pidió ser sepultado humildemente sin honores especiales. Él dijo: “El honor sería absurdo e impropio”. Pero él no pudo evitar que el Parlamento inglés lo sepultara en la Abadía de Westminster y colocara una estatua magnífica de él cerca de su tumba. Esto es lo que está colocado en esa estatua hasta este día como homenaje: “A la memoria de William Wilberforce, eminente como fue en todo departamento de labor pública, y un líder en toda obra de caridad… Su nombre siempre será identificado especialmente con esos esfuerzos, los cuales, por la bendición de Dios, quitaron de Inglaterra la culpabilidad de la trata de esclavos africanos, y preparó el camino para la abolición de la esclavitud en toda colonia del imperio: en el enjuiciamiento de estos objetos él se apoyó, no en vano, en Dios, pero en el progreso, él fue llamado a soportar gran oposición.
“No obstante, él sobrevivió todo odio, él no murió inadvertido ni olvidado por su país. Los compañeros y comunes de Inglaterra, con el Señor canciller encabezándolos en procesión solemne de sus cámaras respectivas, lo llevaron a su lugar apropiado entre los muertos grandes… Para reposar aquí: hasta que, mediante los méritos de Jesucristo, su único Redentor y Salvador, a quien, en esta vida y en sus escritos, él había deseado glorificar, él se levantará en la resurrección de los justos”. ¡Qué elogio!
Incluso el Parlamento reconoció que, en esta vida, lo único que él quiso hacer fue glorificar a su Señor. La santificación debe ser nuestra preocupación; y vamos a aprender los elementos de eso en esta porción maravillosa de la Escritura conforme continuamos. Oremos.
Padre, conforme pensamos en el apóstol Pablo, te agradecemos por su fidelidad. Conforme pensamos en William Wilberforce, te agradecemos por la de él, y muchos otros valientes. Para Pablo, significó una prisión. Para Wilberforce, vivir de esta manera significó que fue odiado por muchos, y significó que tuvo que vivir su vida entera con un sentido abrumador de descontento, porque la pasión de su corazón, la obsesión de su alma fue tan fuertemente ser santificado que el fracaso para que eso fuera cumplido en esta vida lo dejó con un tipo de decepción profunda.
Y, sin embargo, nunca, incluso en la decepción de sí mismo, indicó decepción alguna de su Redentor. Su única decepción fue que él entraría en el cielo menos de lo que el cielo merecía. Y entonces, él pidió oraciones porque él fuera más espiritual en los pocos días antes de que él entrara al cielo. Ese es el clamor de un corazón obsesionado con la santificación.
Señor, esa debe ser nuestra pasión, la que nos impulsa en este mundo. Hay tantas cosas que pueden obstruir eso, tantas cosas que pueden tomar el lugar de eso, tantas cosas con estar preocupados, tantas cosas temporales. Uno difícilmente podría imaginar una causa terrenal más grande que la abolición de la esclavitud, quizás la abolición del aborto o cualquier otro tipo de conducta criminal masiva. Pero al final, la obsesión que debe impulsarnos a todos nosotros, sin importar cuáles puedan ser nuestros objetivos temporales, la obsesión que debe impulsarnos a todos es volvernos más como Tú, nuestro Salvador. Santifícanos, porque sabemos que esa es Tu voluntad. Danos mediante la Palabra y el Espíritu el poder para superar el pecado y vivir justamente y piadosamente en este siglo, para Tu gloria. Amén.
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