Tengo en mi corazón y en mi mente la necesidad de hacer énfasis en el tema de amar a Jesucristo.
La iglesia es algo complejo. Y nuestra vida también es algo infinitamente complejo. Y a veces, es tan compleja que perdemos la perspectiva de lo que es fundamental. Y pienso que amar al Señor Jesucristo es en realidad el elemento primordial de la vida cristiana. Tarde o temprano, tendremos que lidiar con esto, tendremos que regresar a esto. Y no es fácil. Vivimos en un mundo que tiene tantas opciones que es asombroso.
De hecho, leía un libro en el cual el autor sostiene la tesis de que tenemos tantas alternativas y tantas opciones que la gente simplemente elige desistir de todo. Y uno de los factores que más influye en que la gente no tenga convicciones acerca de nada y que no sepa cuáles son sus prioridades es porque está literalmente desconcertada por la innumerable cantidad de opciones.
Algo tan simple como quedarse parados durante 15 minutos tratando de decidir a dónde llevar a los niños a comer una hamburguesa. Se puede elegir entre un número infinito de lugares. Es un enfoque simplista. Pero vivimos en una sociedad increíblemente pluralista; y tenemos opciones y más opciones y más opciones. Decidir qué comer, qué vestir, cómo entretenernos, alternativas en la educación, la recreación, opciones, opciones, opciones… y nuestro acercamiento al cristianismo y a la iglesia ha quedado atrapado, de alguna manera, en una vida en donde la gente se la pasa tomando determinaciones sobre qué tipo de automóvil, qué tipo de casa, qué tipo de vestimenta, etc. Las cosas que hacemos para el Reino, para el Señor y para la iglesia, parecen estar en ese listado infinito de opciones… como el resto de las cosas. O sea, o vamos a la iglesia o vamos a jugar golf o a pasear o a almorzar, etc. Podemos ir de picnic o tener una reunión de oración con nuestra familia o ver televisión…
En otras palabras, parece que en esta infinita cantidad de opciones, se ha perdido la categoría que no es opcional de la dimensión espiritual. Se ha mezclado con las otras. Y junto a una cantidad ilimitada de opciones, ponemos a las cosas del Señor entre las cosas que debemos escoger. Por lo que podríamos decir que el tema de amar al Señor Jesús está en la categoría de algo que podemos hacer selectivamente. Queremos amar al Señor y cantamos sobre eso... acerca de cuánto Le amamos. Lo hemos dicho muchas veces; y si nos preguntaran si lo amamos con todo el corazón, diríamos que sí. Y si nos preguntaran si con toda nuestra alma contestaríamos que es lo que deseamos. Y verbalizaríamos nuestro amor por Él. Pero la pregunta es si eso se nota o no en nuestra manera de vivir. O si por un lado decimos que amamos al Señor Jesucristo y por otro lado, aquellas cosas que lo comprobarían, forman parte de una serie de opciones y alternativas junto con las demás cosas del mundo; y nos encontramos amando a un montón de otras cosas tanto como amamos a Jesús.
Es decir, Le amamos si el precio no es muy alto. Si nos hace sentir bien. Si es la mejor opción posible.
Y me preocupa porque creo que hemos creado muchos lugares en nuestra nación, en muchas iglesias y en nuestros corazones en donde existe un problema real. El problema de haber perdido el sentido de lo santo y la obligación a eso que lo es. Forma parte de un abanico de posibilidades de la vida que tiene muchas otras opciones. Me preocupa. Y me gustaría restaurar su enfoque de cómo amar al Señor Jesucristo. Y también le hablo a mi corazón.
¿Cuál era la característica distintiva de un santo del Antiguo Testamento? Veamos Deuteronomio 6:5; la conclusión de la conducta espiritual, del compromiso santo en el Antiguo Testamento. “Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas”. Una devoción a Dios con toda el alma, con todo el corazón, con toda la fuerza. Una única prioridad, no comparable a nada más. Amar a Dios no era una opción. Adorarle, servirle, no eran opciones. Era una prioridad dominante en la vida.
En Deuteronomio 10:12 dice: “Ahora, pues, Israel, ¿qué pide Jehová tu Dios de ti, sino que temas a Jehová tu Dios, que andes en todos Sus caminos, y que lo ames, y sirvas a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma; que guardes los mandamientos de Jehová y Sus estatutos, que Yo te prescribo hoy, para que tengas prosperidad?”
¿Qué es lo importante? Amar a Dios de manera que camines en Sus caminos, servirle con todo el corazón y alma, cumplir Sus mandamientos y Sus estatutos que Él establece para nosotros.
En otras palabras, amar a Dios es un tema de obediencia. Es hacer lo que Él nos ordenó hacer, servirle con todo nuestro corazón y alma. No hay lugar para nada más. Y es por eso que dice que si uno trata de amar a Dios y al mundo, se transforma en adúltero. Se prostituye a una invasión de la íntima, única e incondicional relación que se supone que usted debe tener con el Señor Jesucristo. Esa es la conclusión. Debemos amar a Dios.
En el capitulo 11:1, se le dice al santo del Antiguo Testamento que debe amar a Dios y siempre obedecer Sus estatutos y mandamientos. No tiene salida. Es una única prioridad. No es de asombrar que cuando el abogado le pregunta a Jesús cuál era el gran mandamiento en la ley, Él le contestara “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente.” Y lo mismo es hoy realidad para nuestras vidas. Necesitamos enfocarnos en la misma necesidad para tener un amor por nuestro Señor que nos consuma, que sea paralelo a la orden en el Antiguo Testamento para los santos de esa época. Y noten que en el versículo 10:13 dice que es para que tengas prosperidad. Es un amor recíproco. Un amor que derrama bendiciones abundantes y profusas de Dios.
¿Recuerda la oración de Daniel en el capítulo 9 cuando derrama su corazón por su pueblo? Él dijo: “Y oré a Jehová mi Dios e hice confesión diciendo: Ahora, Señor, Dios grande, digno de ser temido, que guardas el pacto y la misericordia con los que te aman y guardan Tus mandamientos”. Dios mantiene y cumple Sus promesas; y derrama Su misericordia a los que Le aman. Por lo que amar a Dios con todo su corazón, alma, mente y fuerza le coloca a usted en una posición donde recibe el beneficio del pacto y donde puede experimentar la misericordia de Dios. La misma oración ofrecida por Daniel fue ofrecida por Nehemías en el capítulo 1, versículo 5, donde ora: “Te ruego, oh Jehová, Dios de los cielos, fuerte, grande y temible, que guarda el pacto y la misericordia a los que le aman y guardan Sus mandamientos”. Y el hecho de que Daniel y Nehemías oraran la misma oración me lleva a suponer que esa puede haber sido una oración usual entre el pueblo judío. Y es un reconocimiento de que las personas que conocen la misericordia de Dios y los que son bendecidos con Sus promesas del pacto son los que manifiestan una entrega al amor devoto.
Eso es lo que estaba en el corazón del salmista en el Salmo 18:1: “Te amo, oh Jehová, fortaleza mía.” Es un acto por voluntad propia. Una elección de amar al Señor en vez de lo demás. En Proverbios 8:17, Dios dice: “Yo amo a los que me aman”.
¿Es esto cierto en el Nuevo Testamento? ¿Es igual? Pedro nos lo resume en I Pedro 1:8, en donde hablando de Cristo dice: “a quien amáis sin haberle visto”. La marca de un verdadero creyente. Efesios 6:24: “La gracia sea con todos los que aman a nuestro Señor Jesucristo con amor inalterable”. De hecho, en Mateo 10, Jesús dice: “El que ama a padre o madre más que a Mí, no es digno de Mí; el que ama a hijo o hija más que a Mí, no es digno de Mí; y el que no toma su cruz y sigue en pos de Mí, no es digno de Mí.” Y en 1 Corintios 16:22 dice: “El que no amare al Señor Jesucristo, sea anatema”.
Somos llamados a amar al Señor Jesucristo con un amor con toda nuestra alma, corazón, mente y fuerza. Y diríamos que lo hacemos, pero cuando miro a nuestra sociedad, a la iglesia, no veo ese mismo tipo de devoción, de compromiso y abandono a las prioridades que son divinas. Nos veo calmos en una infinita cantidad de opciones, dando igual o mayor peso a las cosas que son pasajeras en vez de las eternas.
Y por eso es que necesitamos preguntarnos si amamos a nuestro Señor. Diríamos que lo amamos porque Él nos amó primero, 1 Juan 4:19. Y reconoceríamos que la Santa Cena es una expresión de Su amor, ¿no es cierto? Porque nos recuerda la cruz. Y la cruz es el gran símbolo del amor de Dios. Y pensamos en el amor, pensamos en cuánto nos amó y cuánto dio por nosotros. Y no sé cómo le afecta a usted, pero me hace detener y pensar si estoy tan deseoso de recibir todo el amor que Dios puede darme y no estoy ciertamente tan dispuesto a retornarle todo lo que yo podría darle. No es igual. De hecho, tiendo a querer todo Su amor, pero le doy poco de mi a cambio. Y esto también es un signo de nuestros tiempos; aun el espíritu de la iglesia.
Me enferma ver la teología indulgente que se está desarrollando en algunas iglesias, donde Jesús “tiene que hacer esto por ti”, donde el cristianismo tiene su mentalidad revertida y en vez de que mi vida sea un acto de amor devoto a Cristo sin importar el precio, mi vida se convierte en una demanda a Su amor para que me otorgue todo lo que pido. Y es una tergiversación de la intención en general.
Leí la autobiografía espiritual de John Bunyan en la que traza su peregrinación espiritual al Salvador. Y es algo increíble de leer porque usted piensa que ha sido transportado por una máquina del tiempo a otra época de pensamiento. He aquí a un pecador que se golpea el pecho al darse cuenta de que lo es, viendo que está condenado al infierno, aterrado de que no ha sido elegido para salvación, temeroso que no haya manera para que la gracia de la salvación del Dios soberano le alcance ya que es tan absolutamente indigno, implorando para ser redimido; y cuando por fin llega a la plena fe en Jesucristo, no puede hacer nada más que recitar una y otra y otra vez la interminable lista de su maldad. Y sólo desea una cosa en el mundo la cual es renunciar por completo a sí mismo en todo sentido de la vida para servir a Jesucristo sin importar las consecuencias. ¿Y sabe que lo que le costó fue ir a la cárcel? Y usted lee algo así y piensa que este hombre sería arrojado fuera de la mayoría de las iglesias. Quiero decir que va en contra de las doctrinas de auto-estima, en contra de las doctrinas de prosperidad, salud y riqueza, en contra de las fáciles doctrinas de gracia barata. Hemos hecho un cristianismo que se amolda a la gran cantidad de alternativas y opciones, para que cualquiera pueda acomodarse en el nivel que quiera y de manera inconsciente. No es nos hayamos detenido y expresado que elegimos no amar al Señor Jesucristo, es sólo que nos hemos desviado sutilmente; y este es el argumento del enemigo y él ha sido muy eficaz. Satanás ha hecho muy bien su trabajo.
Necesitamos volver a las prioridades. Y una de ellas es que debemos amar al Señor Jesús. Y como les he dicho, yo digo: “te amo, Señor”, no tengo problema en decirlo. El problema es vivir a la altura de eso. Y lo reconocemos. Y por eso quiero que usted se pruebe con respecto a otra vida.
Recuerda cuando en 1 Juan 3:18 el apóstol escribió: “no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad”. Ese es el tema. No es lo que usted dice, sino lo que hace.
En Juan 21 tenemos un encuentro entre Jesús y Pedro. Permítame darle el contexto. En Mateo 28, Jesús, después de Su resurrección, se apareció a los discípulos un par de veces y les dijo que fueran a un monte (versículo 16).
Y así hicieron. Estaban Simón Pedro, Tomás llamado el Dídimo, Natanael el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo, y otros dos de sus discípulos, sin duda Felipe y Andrés. Todos van a la montaña. Con su líder Simón Pedro. Y nos despliega una escena que es muy instructiva con respecto a amar al Señor. Primero, quiero que vean el fracaso de amar.
Recuerden que en Mateo les dijeron que fueran y esperaran en el monte. Pedro había afirmado su amor. En Mateo 26:33 dijo: “Aunque todos se escandalicen de Ti, yo nunca me escandalizaré”. Versículo 35: “Aunque me sea necesario morir contigo, no Te negaré. Y todos los discípulos dijeron lo mismo”. Le habían dicho todas las palabras correctas, habían asumido el compromiso.
Y el Señor les dio una pequeña prueba. Les dijo que fueran al monte. Algo no muy difícil de hacer. Siéntense y espérenme ahí. Y en Juan 21:3 vemos su fracaso en amar. “Simón Pedro les dijo: Voy a pescar.” Considero que dijo que volvía a su antiguo oficio. Le habían dado una orden sencilla. Esperar hasta que Él llegara. La desobedeció. No conozco todos los factores espirituales y psicológicos que tenía en la mente, pero desobedeció. Y como era el líder, los demás le dijeron: ” Vamos nosotros también contigo”. Y todos se fueron del monte. Instantáneamente, descartaron una simple orden de Jesús, quien había resucitado y a quien habían visto en dos ocasiones. Ellos sabían que estaba vivo. Y dice en el texto que fueron a La barca, lo que puede indicar que era el bote que Pedro solía usar para pescar, regresaba a su antiguo oficio.
Aquí está el fracaso en amar. Toda la verbalización del mundo no significaba nada cuando se les da una simple orden, una simple prioridad y no la pueden cumplir. “Haz esto porque te lo ordeno”. Y no podían. Desobediencia a una simple orden.
Quiero sugerirles algo obvio. El amor fracasa cuando desobedece. Y no importa cuánto usted sienta, cuánta emoción sienta por Jesús, cuántas lagrimas derrame, cómo algunas canciones le pueden emocionar o hacer llorar, ni me importa el sentimiento. Ese no es el tema. Su amor fracasa cuando usted desobedece…así de simple. Esa es siempre la prueba. Jesús lo expresa de la siguiente manera en Juan 14:21: “El que tiene Mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama”. El amor falló. Y, por supuesto, pescaron toda la noche y no sacaron nada. El Señor estaba en control de eso. Y uno se puede imaginar a Pedro diciendo que no estaba seguro acerca de evangelizar y predicar, pero había algo que sí sabía hacer; y era pescar. Y que eso es lo que iba a hacer. Y es lo que no pudo hacer. Pescó toda su vida. Probablemente sabría todo acerca de cómo y dónde poder pescar. Pero ahora no podía hacerlo. Porque Dios había colocado Su mano en su vida y ahora estaba en control. Y este es el comienzo de la lección.
Nos alegra ver después la restauración del amor. Esto es bueno porque todos hemos fallado. Todos le hemos dicho al Señor que lo amamos con todo nuestro corazón, alma y fuerza, hemos cantado esos himnos con emoción, nos sentimos sentimentales cuando los cantamos. Pero hemos fallado porque nuestras prioridades están tergiversadas. Cuando lee la biografía de John Bunyan, usted siente que es un cristiano poco profundo. Escucha el nivel de compromiso de un misionero cuya vida está destruida –no en términos de propósito, sino de capacidad física. U oye del martirio de tantos en la revolución china. Y se pregunta que nivel de compromiso posee cuando no puede ni siquiera hacer cosas sencillas. Y aquí es como si el Señor les hubiera dado una prueba pequeña para prepararlos para afrontar pruebas más duras después. Ahora solo les pide que vayan a la montaña. Después, les pediría que fueran crucificados por Él. Pero todos hemos fallado.
Y es bueno ver que existe la restauración del amor. Versículo 5: “Cuando ya iba amaneciendo, se presentó Jesús en la playa; mas los discípulos no sabían que era Jesús.” Después de la resurrección, ellos nunca supieron que era Él hasta que Él mismo no lo revelara; hubo una transformación de Su persona, una gloria después de Su resurrección que provocaba que Su identidad estuviera oculta hasta que Él se los revelara. Y es por eso que mirándolo no sabían quién era, a pesar de que estaban a menos de 100 metros de distancia de la orilla. “Y les dijo: Hijitos, ¿tenéis algo de comer? Le respondieron: No”. Me imagino que fue una respuesta a regañadientes. “Él les dijo: Echad la red a la derecha de la barca, y hallaréis. Entonces la echaron, y ya no la podían sacar, por la gran cantidad de peces. Entonces aquel discípulo a quien Jesús amaba dijo a Pedro: ¡Es el Señor!” ¿Cómo sabe eso? ¿Quién controla los peces? ¿Quién más puede decir que tiren la red a la derecha de la barca y de pronto los peces están todos ahí?
Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se vistió con sus ropas de pescador y se arrojó al mar. No pensó en lo que sucedería. Sabía que tenía que regresar al Señor. Estaba apurado por restaurar su amor. Y los otros discípulos se quedaron en la barca tratando de llevar todo a la orilla. Pedro se había ido hacia rato. “Y los otros discípulos vinieron con la barca, arrastrando la red de peces, pues no distaban de tierra sino como doscientos codos. Al descender a tierra, vieron brasas puestas, y un pez encima de ellas, y pan. Jesús les dijo: Traed de los peces que acabáis de pescar. Subió Simón Pedro, y sacó la red a tierra, llena de grandes peces, ciento cincuenta y tres; y aun siendo tantos, la red no se rompió. Les dijo Jesús: Venid, comed. Y ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: ¿Tú, quién eres? sabiendo que era el Señor.”
Esta es la restauración del amor. Un pensamiento feliz. No importa cuánto mi amor falle, hay restauración. Y quiero que noten en este texto que la restauración comienza con el Salvador que ha sido ofendido. ¿Comprenden eso? La inició el Salvador. Y siempre será de ese modo. A veces temo que cristianos que saben que le han fallado al Señor en amarle como deberían, se alejen de Él y sientan vergüenza en regresar. Y deben darse cuenta que Él está esperándolos ansiosamente; y cuando regresen a la orilla, no tendrá un látigo para pegarles, sino el desayuno para ellos. ¿Lo entienden? Ese es el corazón de amor restaurador del Salvador.
Y así vemos el fracaso y la restauración del amor. Y me hace feliz porque he estado en el mar muchas veces cuando debería haber estado en la montaña. Y siempre estoy contento de ver que cuando llego a la orilla, Él no está con un látigo sino con el desayuno. Y eso es lo que sucede con quien Él restaura. Es lo que dice en Jeremías 31:3: “Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué Mi misericordia.” Nada nos separará del amor de Cristo, ni siquiera nuestra desobediencia. Nuestra ocasional falta de amor no puede acabar con el amor infinito de Su parte que nos alcanza y trae de regreso una y otra vez. Y me alegra la ansiedad de Pedro, salta y nada; quería solucionarlo. Sabía. Su conciencia le alarmó en el momento que supo que era Jesucristo. No tenía que estar en el agua cuando debería haber estado en la montaña. Sabía que estaba fuera de lugar. Y el motivo por el cual fue tan útil, es porque tan rápido como podía fallar, más rápidamente era restaurado. Y cuando uno mira a la vida propia, no es que uno falle lo que nos hace útiles para Dios, sino que cuando uno lo hace, se apresura para ser restaurado. Cuando uno se equivoca una y otra vez y se vuelve complaciente acerca del error y no desea la restauración para ser lo que Dios quiere que seamos porque uno esta cómodo con el cristianismo que evita las reales prioridades Dios, ahí debe preocuparse; ya que Dios no puede usarlo mucho. No es que usted no se equivoque, sino que al hacerlo se apresura en regresar al lugar de bendición.
Vemos el fracaso en amar, la restauración del amor y luego el requisito para amar. Están desayunando. Jesús llega en el versículo 13, toma el pan y el pescado y se los da. No solo les prepara la comida sino que también se las sirve. No se sentó, dijo que era el Rey y que ellos le habían desobedecido, que se inclinaran ante Él. Hay una belleza en todo esto. Hace el desayuno, todos le rodean y en vez de demandarles que Le sirvan a Él, les sirve a estos desamorados y desobedientes discípulos. Alegra mi corazón porque tantas veces como Le he fallado en amarle, tantas veces Él no dejó de amarme; cuando regreso, me sirve. Y esta es la tercera vez que Jesús se muestra a los discípulos después de resucitar de entre los muertos –dice en el versículo 14.
Llegamos al desarrollo del requisito en este conocido pasaje en el versículo 15. “Cuando hubieron comido, Jesús dijo a Simón Pedro: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos?” utiliza la palabra agapao, el tipo de amor más supremo, el mayor tipo de devoción. “¿Me amas más que a estos?”
Pedro había dicho que “Aunque todos se escandalicen de Ti, yo nunca me escandalizaré”. Y puede ser que el Señor le esté diciendo: “¿en realidad me amas más de lo que el resto de ellos me ama?” o se puede referir al bote, las redes, pescados y demás cosas con las que Pedro se crió y que eran cosas accesorias en su vida. No malas, simplemente no lo que Dios le llamó a hacer. “¿Me amas más de lo que amas tu propia vida, satisfacciones, deseos y recreaciones?” Es fácil regresar a pescar, pero es difícil predicar el Reino, te costará la vida. ¿Realmente me amas más que todo esto?
Y Pedro Le dice en el versículo 15: “Sí, Señor; tú sabes que te amo.” El Señor utiliza agapao, Pedro, phileo. De ninguna manera Pedro le hubiera dicho que le amaba de manera absoluta. El Señor le habría contestado que era un hipócrita, que cómo le podía decir eso si le acababa de desobedecer. Pedro sabe que no puede decir eso ni al Señor ni ante los otros. Entonces, Le dice que lo quiere. Y el Señor le dice: “Apacienta mis corderos”. Si me quieres, no pesques; eres un pastor, no un pescador. Y no estás pescando peces, sino alimentando corderos espirituales. En otras palabras, si dices que me amas, demuéstralo con las prioridades de tu vida. ¿En qué gastas tu tiempo ¿ ¿En qué gastas tu dinero?¿Tu energía? ¿Qué planificas? ¿Cuáles son tus prioridades? Si realmente me quieres, alimenta a mis corderos.
Se lo dice por segunda vez. “Volvió a decirle la segunda vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo. Le dijo: Pastorea mis ovejas.” La primera y tercera hablan de alimentar, la segunda de pastorear. Cuida a Mi rebaño. No te preocupes por el pescado, sino por mis ovejas. Quédate en el Reino. Mantén tus prioridades en orden. Y lo que en realidad le dice aquí es que si en realidad Le ama, que se lo demuestre con todo su corazón, mente y alma; y que ponga toda su energía en lo que es mas importante para Su propósito.
Y luego le dice por tercera vez -y creo que lo hizo porque Pedro le negó tres veces- “Simón, hijo de Jonás, ¿me amas?” y utiliza la palabra phileo. Pedro no podía decir que le amaba de manera suprema, pero pensó que podía contestarle diciendo que Le quería mucho. Y Pedro se entristeció porque la tercera vez se lo preguntó a nivel del amor con el que él pensó que podía esquivar la pregunta. Él le cuestionó inclusive ese nivel de amor. “Y le respondió: Señor, Tú lo sabes todo; Tú sabes que te amo. Jesús le dijo: Apacienta mis ovejas.”
La prueba del amor que usted tenga no es la emoción, ni su sentimentalismo, ni su piel erizada al cantar ciertas canciones. No es tener buenos sentimientos por Jesús. La prueba de su amor por Cristo es si las prioridades de su vida son espirituales o físicas, del cielo o de la tierra, si está atrapando peces porque le gusta y lo sabe hacer o le gusta alimentar ovejas, lo cual es una dimensión espiritual. El requisito del amor es la obediencia.
Quiero terminar con un enfoque interesante que espero les ayude tal como me ha ayudado cuando estaba desarrollando mi propia vida espiritual. Solía pensar que había personas que amaban a Cristo o a Dios de un modo místico fantástico. De hecho, ustedes pueden creer que yo o algunos líderes espirituales o pastores o misioneros estamos en un nivel diferente. En una dimensión que usted no comprende. Y solía pensar que en la vida, algo sucedía que nos hacía pasar a ese nivel. Un gran salto, y uno llegaba a otro nivel. Y la gente dice que puede suceder, cuando uno entiende la segunda bendición o cuando comprende el bautismo del Espíritu, o cuando habla en lenguas, etc. Ahí da el gran salto.
Quiero que sepan que eso me frustraba. Yo no podía saltar. Y veía a personas tratando de saltar; y al verlas después, estaban donde solían estar. Y me preguntaba qué había sucedido. Pero esta es la idea, que existe un área mística etérea donde viven los súper cristianos que tiene habilidades para amar que no son de esta tierra. ¿Saben algo? Eso no tiene sentido. Son tonterías. Es un tema de crecimiento gradual a la imagen de Cristo que llega a través de la obediencia diaria. No hay saltos. Puede haber momentos críticos en su vida, momentos en los que comprende una verdad bíblica, cuando renuncia a un pecado al que se ha aferrado por mucho tiempo, donde decide ser fiel y elige algo voluntariamente. Pero eso no lo lleva a una nueva dimensión. Es solo un paso en el proceso…quizás un paso más grande que otros, pero pasos en el proceso de crecimiento. Y no me di cuenta hasta que estuve creciendo más y más y más en el amor a Cristo. Ese es el tema. Es la clave. Y llega con la obediencia. Es el requisito para amar. No algo místico.
Luego dice, en los versículos 18 y 19, que el costo del amor es que morirán. Les podrá costar la vida. El costo del amor es todo. Tenemos el fracaso en amar, la restauración del amor, el requisito para amar, el costo del amor y después de que Él ha dado todo eso, le dice a Pedro al final del versículo 19: “Sígueme”. La conclusión es la obediencia. El tipo de obediencia que agrada al Señor. Quiere que Su pueblo le ame. Como esa niñita que amaba a su muñeca y de pronto va a darle un fuerte abrazo a su madre. Y ella le pregunta si estaba todo bien. A lo que la pequeña le responde que sí, que simplemente pasó mucho tiempo queriendo a su muñeca; pero la muñeca no le devolvía ese amor, pero que venía a ella porque ella sí la amaba también.
Y pienso que, en un sentido, tenemos que comprender que Dios, quien derrama sobre nosotros un amor tan infinito, espera que nosotros también Le amemos. Y tristemente, en cierto modo, en la iglesia hemos perdido ese amor, ese amor de todo corazón, devoto; y estamos equivocándonos en nuestras prioridades. Confesemos nuestro error al amar, comprometiéndonos al requerimiento de la obediencia a cualquier costo.
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