Esta mañana conforme meditamos juntos, acerca de la importancia de esta época del año, quiero invitarlo a que abra su Biblia en 1 Pedro capítulo 2. Quiero llevarlo a un versículo, el versículo 21. Y, después quiero hablarle acerca del tema, la muerte de Jesús nos enseña cómo vivir.
En 1 de Pedro capítulo 2 versículo 21 leemos esto: “Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas”.
Hay poca duda en la mente de cualquier persona, de que la vida de Cristo es un ejemplo. Pero, me atrevo a decir que la mayoría de la gente no supondría que la muerte de Cristo es un ejemplo. Sin embargo, esto es exactamente lo que Pedro dice, que Cristo al sufrir y morir, nos ha dejado un ejemplo que debemos seguir. Ahora, entendemos cómo podemos seguir el ejemplo de Cristo en su vida. La vida nos dice que Él fue la persona perfecta, el hombre perfecto, que Él no conoció pecado. Que Él no tenía pecado, que Él no cometió pecado, que Él era santo, que Él fue inocente, que Él fue sin mancha, que Él estaba apartado de los pecadores, y que lo que un hombre podría ser, Él fue. Y entonces, en su vida Él es el ejemplo perfecto. De hecho, la Biblia dice que al ver su vida, debemos ser santos, así como Él es santo. Debemos ser puros, así como Él fue puro. Debemos ser gentiles, así como Él fue gentil. Debemos ser sabios, así como Él fue sabio. Debemos ser humildes, así como Él fue humilde. Debemos ser obedientes a Dios, así como Él fue obediente a Dios. Debemos estar sirviendo, así como Él sirvió. Debemos, estar libres del mundo, así como Él fue libre del mundo.
Entendemos que la vida de Cristo fue una vida ejemplar. Inclusive un ateo francés dijo en una ocasión que Jesús es el modelo de toda la virtud humana. Pocas personas discutirían en contra del hecho de que Jesús vivió una vida ejemplar. Pero, el punto que nos presenta este versículo que Pedro nos da, no es el ejemplo en su vida, si no el ejemplo en su muerte. Y, eso es tan crucial, porque la realidad es que usted aprende más acerca de la virtud de una persona en su muerte, que lo que usted aprende en su vida.
Dice usted: “¿Qué quieres decir con eso?” Lo que quiero decir es esto, que la revelación más pura de usted y yo, viene en el momento de nuestra prueba más profunda. La prueba revela la virtud. La adversidad revela la virtud o la carencia de la misma. Y, entre más grande es el problema y más severa es la adversidad, más pura es la revelación de lo que somos. Yo no estoy convencido de que conozco una persona a quien yo solo conozco en los buenos tiempos. Yo conozco a una persona realmente en los tiempos difíciles, en los tiempos de prueba, bajo estrés, bajo dificultad. Esa es la revelación más pura de qué es usted. Y, debido a que eso es verdad, también es verdad que cuando encontramos entonces la revelación más pura de la virtud de Jesucristo en el momento de su prueba más grande. Y, ese fue el tiempo de su muerte. Y, encontramos o descubrimos que en su muerte, Él es tan perfecto, como lo es en su vida. Y, su muerte solo confirma la virtud perfecta pura manifiesta en su vida.
Pero, en su muerte, Él nos da revelaciones de su virtud, que nos enseñan cómo vivir. Y, creo que en la mayoría de los casos, vemos su muerte y decimos: “Bueno, su muerte nos enseña la importancia del pecado. Nos enseña cómo necesitábamos que un Salvador pagara el precio por nuestra iniquidad. Su muerte fue para nosotros una muerte sustitutiva, mediante la cual Él tomó nuestro lugar, murió nuestra muerte, pagó nuestro pecado”. Pero, Pedro dice que hay algo más. Él no solo murió por nosotros, si no que Él murió como un ejemplo para nosotros. Él murió para enseñarnos cómo vivir. En eso quiero que se concentren esta mañana, el ejemplo de Cristo en su muerte.
Ahora, ¿cómo vamos a saber algo acerca de Él en su muerte? ¿Cómo es su virtud revelada? No puede ser revelada en algo que Él hace, porque Él está clavado a la cruz, y no puede hacer nada. No puede ser revelado a nosotros en algo que Él piensa, porque no podemos leer sus pensamientos. Por lo tanto, lo único que podemos conocer acerca de la virtud de Cristo en su muerte, es en lo que dice. Y, a lo largo de los años, año tras año, quizás desde los primeros años de la iglesia, la gente ha celebrado la temporada de Pascua, al ver las últimas siete declaraciones de Cristo. Y, eso es exactamente lo que quiero que hagamos en esta mañana. Por una razón que quizás nunca usted ha considerado y es que esas declaraciones revelan la virtud más pura de Cristo, y nos enseñan cómo vivir. Lo que Él dijo al morir, se convierte en principios para vivir. Y entonces, avanzaremos a lo largo de las últimas siete declaraciones de Cristo.
La primera de sus declaraciones se registra en Lucas 23 versículo 34. Usted no necesita buscarla, usted lo conoce. Lo primero que Él dijo desde la cruz fue esto: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Y, al decir eso, Él reveló su virtud. El principio es este, Él murió perdonando a aquellos que pecaron contra Él. Él murió perdonando a aquellos que pecaron contra Él. Eso, queridos amigos, es un principio para vivir. Jesús al morir reveló un corazón perdonador. Inclusive en contra de aquellos que le quitaron la vida. Piense en eso. Los hombres la habían hecho lo peor que le podían hacer. Aquel por quien el mundo fue hecho, había venido al mundo, pero, el mundo no lo conoció. El Señor de la gloria, había habitado entre los hombres, pero, Él no fue deseado por los hombres. Los ojos a quienes el pecado había cegado, no vieron en Él belleza, ni nada que fuera deseable en Él. En su nacimiento no hubo lugar en la posada, lo cual apuntaba al trato que Él iba a recibir en manos de hombres, a lo largo de su vida y en su muerte. Y, poco después de su nacimiento, Herodes buscó matarlo. Y, ésta hostilidad únicamente fue el principio de una vida de hostilidad que Él enfrentó. Una y otra vez sus enemigos buscaron su destrucción. Y, ahora llegamos al momento de la cruz y su trato vil ha llegado a su clímax. El Hijo de Dios se ha rendido a sí mismo en sus manos, y están en el proceso de ejecutarlo. Han atravesado por una rutina de un juicio falso, lleno de acusaciones falsas. Y, aunque el juez admitió que él no encontró falla alguna en Él, no obstante Él se rindió al clamor insistente de la multitud que lo odiaba, y estuvo de acuerdo con su crucifixión. Ninguna obra ordinaria podía satisfacer a la tierra o el infierno. Y entonces, los enemigos implacables de Jesús se aseguraron de que Él muriera de la manera más intensa, vergonzosa, dolorosa imaginable, aquella de colgar de una cruz.
Y, conforme Él cuelga de una cruz como la víctima – por así decirlo – desde la perspectiva humana del odio, enemistad, amargura, venganza, e impiedad vil de un mundo de hombres, y una multitud de demonios, ¿cuál es su respuesta? ¿Cuál es su respuesta? Habríamos esperado como seres humanos que Él hubiera clamado a Dios por misericordia. Que Él hubiera sacudido su puño frente a Dios, como alguien que no merecía una ejecución así. Podríamos haber asumido que Él habría clamado por una maldición o venganza sobre sus asesinos. Pero, Él no hace nada de eso. Lo primero que Él dice es una oración, la primera oración que Él hace, es una oración de perdón por las personas mismas que habían quitado su vida. Y, detrás de esa oración por perdón, hay un entendimiento de la condición miserable del corazón humano. Y, Él lo expresa en las palabras: “No saben lo que hacen”.
Como usted puede ver, el Señor Jesús entendía la pecaminosidad de los hombres. Él entendía la ceguera del corazón humano. Él entendía la ignorancia de la depravación. Él sabía que ellos ni entendían la identidad de la víctima, ni la magnitud del crimen. Ellos no entendían nada de esto, y Él lo sabía. Ellos no sabían que estaban matando al príncipe de la vida. Ellos no sabían que estaban ejecutando a su creador. Ellos no sabían que estaban matando al Mesías, al Señor Cristo, al Salvador. Y, la obra y la expresión de la declaración de Cristo, “No saben lo que hacen”. Muestra cuánto la mente carnal está en enemistad contra Dios.
Pero, la realidad es que necesitaban perdón. Porque la única manera en la que ellos jamás podrían entrar a la presencia del Dios santo, la única manera en la que jamás conocerían el gozo de caminar con Dios y de estar con Dios, la única manera en la que ellos jamás experimentarían el cielo, la única manera en la que ellos jamás experimentarían el gozo que Dios le da al que estaba en comunión con Él, era si sus pecados eran perdonados. Y entonces, Él ora en línea con su necesidad más profunda, con la necesidad más profunda de ellos. Él ora por estos asesinos impíos, porque sean perdonados. Él está más preocupado por el perdón de ellos, que por la venganza que ellos merecen, por lo que ellos le han hecho a Él. A Él le preocupa más lo que le sucede a ellos, que lo que le ha sucedido a Él. Él está orando por las personas que lo mataron, para que fueran perdonadas por lo que ellos le habían hecho a Él. Este es el corazón magnánimo de Cristo. Esta es la revelación más genuina de un corazón puro, ya que un corazón puro no busca venganza. Pedro dice: “A quien – cuando le maldecían no respondía con maldición. Cuando le insultaban, Él no respondía, no respondía con maldición. Si no que oraba por ellos quienes le quitaron la vida”.
El perdón es la necesidad más grande del hombre. El perdón es la única manera en la que un hombre puede entrar en comunión con Dios. El perdón es la única manera en la que el hombre puede evitar el infierno. El perdón es la única esperanza del hombre, para encontrar bendición. El perdón entonces, es aquello por lo que Jesús oró. Y, la primera lección importante que toda persona necesita aprender, es que somos pecadores, y como pecadores no podemos, no estamos listos, no somos aptos para estar en la presencia de un Dios santo. Y, debido a eso, es vano que los hombres busquen ideales nobles. Es vano que los hombres determinen o establezcan buenas resoluciones. Es vano que los hombres adopten reglas excelente formales, mediante las cuales vivan, hasta que la cuestión del pecado haya sido enfrentada. No sirve de nada desarrollar una virtud hermosa y buscar hacer aquello que satisfacerá, o que satisfará la aprobación de Dios, mientras que no hay relación entre usted y Dios, y mientras que hay pecado entre usted y Dios. Es como tratar de meter un zapato a pies que están paralizados. O, conseguir lentes para ojos que están ciegos. Es irrelevante.
La cuestión del perdón de pecado, es la cuestión más vital, básica, fundamental de todas. No importa si yo soy muy respetado en el círculo de mis amigos. Sin embargo, todavía estoy en mis pecados. No importa que yo haya alcanzado un nivel de bondad humana, si todavía estoy en mis pecados. Y entonces, la verdad más grande aquí es, que Jesús entendió la necesidad más profunda del hombre, y Él entendió que la única manera en la que el hombre jamás podría escapar del infierno y conocer la bendición, era si sus pecados eran perdonados. Y, a Él no le importaba que el pecado por el que Él rogó, fue el pecado de matarlo. De hecho, fue por el pecado mismo de matarlo, que Él estaba muriendo. Y, qué retrato tan hermoso vemos del principio. Él murió orando por el perdón de aquellos que pecaron contra Él. Y ahí, amigo mío, hay un principio para vivir. Ahí hay una manera en la que usted debe vivir su vida. Estando más preocupado con que Dios le perdone el pecado del que pecó contra usted, que estar preocupado porque usted reciba venganza. Esa es la manera en la que debe vivir su vida.
Esteban aprendió eso. Esteban, ese santo de Dios, quien fue apedreado hasta morir por amar a Cristo y predicar a Cristo. Conforme estaba siendo aplastado bajo las piedras sangrientas en Hechos 7 versículo 60: “Y él le dice a Dios: Señor, no les cuentes este pecado”. Él estaba orando también por su perdón.
¿Cómo debe usted vivir? Debe vivir con un corazón de perdón hacia aquellos que pecan contra usted. Estando más preocupado porque ellos sean perdonados, que porque usted obtenga venganza.
La segunda palabra de Cristo en la cruz, se registra en Lucas 23:43. La segunda declaración que Jesús hizo desde la cruz fue esta: “De cierto os digo que hoy estarás conmigo en el paraíso”. Usted recordará que habían dos ladrones crucificados con Cristo, uno a su derecha y otro a la izquierda. Uno de esos ladrones le dijo a Jesús: “Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino”. A lo cual Jesús respondió: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”. Y, eso nos enseña el segundo gran principio. Jesús murió trayendo la verdad de la vida eterna a un alma condenada. Jesús murió trayendo la verdad de la vida eterna a un alma condenada.
Esa es la manera en la que usted debe vivir su vida. Jesús en su muerte, nos enseña su virtud, y su compromiso de vida. Y, en su vida estaba comprometido con llevar a hombres a Dios. En llevar a personas al paraíso. Y, Él lo estaba haciendo en su muerte, así como Él lo había hecho en su vida.
Es bastante asombroso y bastante dramático cómo este hombre llegó a confiar en Cristo. Después de todo, observe la escena. ¿Qué hay en Cristo que es tan convincente? ¿Qué hay en esta ocasión en particular en la vida de Cristo, que va a convencerlo de que Él es el Cristo de Dios, el Salvador del mundo, el Mesías, el Rey? Ciertamente no las circunstancias. Este no es ningún hombre victorioso, esta es una víctima, desde el punto de vista humano. Después de todo, este es el que está muriendo, porque Él es alguien que ha sido totalmente rechazado. La sociedad a la cual he venido, no tiene interés en Él en absoluto. No hay nadie que esté diciendo: “He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. No hay alguien que esté afirmando que este de hecho es el Hijo de Dios. Eso sucede más adelante. Inclusive sus amigos lo han dejado. La gente a quien Él ha venido, lo odia. Él es débil y está en un estado de desgracia. Él está en una posición de vergüenza. Sus enemigos están triunfando, su crucifixión es considerada como totalmente incoherente con algo que se relaciona con el Mesías. Su condición baja es una roca de tropiezo para los judíos, desde el principio. Y, las circunstancias de su muerte solo pueden intensificar eso. De hecho, el ladrón le habla a Cristo y Cristo le habla a él, antes de que cualquier manifestación de fenómenos sobrenaturales ocurran, que pueda convencerlo de que esta era una obra de Dios. Las rocas no se han partido, la tierra no ha temblado, la oscuridad no ha venido, las tumbas no se han abierto. Las tumbas no han liberado sus víctimas, el centurión no ha dicho: “Este verdaderamente era el Hijo de Dios”. Nada de eso ha sucedido todavía.
En otras palabras, en las circunstancias más desfavorables, más carentes de persuasión, este hombre está convencido de que este es el Salvador. Él le dice al otro ladrón, conforme discuten la situación. El ladrón está insultando a Jesús y el ladrón le dice a Él: “¿Por qué estás haciendo eso? Este hombre no ha hecho nada”. Y, de esta manera él afirmó que Cristo no tenía pecado. Él no había hecho nada mal, el texto de hecho dice. Él estaba convencido de que Cristo no tenía pecado.
Y, después él se vuelve a Jesús y le dice: “Acuérdate de mí”. ¿Qué quiere decir con eso? Él le está rogando por perdón. Entonces, él no solo entiende que Cristo no tiene pecado. Él entiende que Él puede salvarlo. Él sabe que este es el que lo puede llevar al Reino, el Salvador. Y, después él dice: “Acuérdate de mí cuando vengas”. Por lo tanto, él está afirmando su resurrección y segunda venida. Él sabe que la muerte no es el fin. Y, después el ladrón dice: “Cuando vengas en tu reino”. Y, él también afirma su soberanía. Ahí está en la cruz, crucificado al lado de Jesucristo, y en las circunstancias más desfavorables, ve él la pureza, la perfección, la naturaleza de Salvador, la soberanía, y la segunda venida de Cristo.
¿Cómo es posible? ¿Cómo es que él puede ver eso? Y, la respuesta es muy, muy simple, y es la siguiente, no es obra del hombre la salvación, es una obra de Dios. Es una obra de Dios. Y, lo que usted ve ahí, es la obra salvadora soberana de Dios. Dios se movió en su corazón para convencerlo de esas cosas. Y amados, les recuerdo que en lugar de atribuir la salvación de pecadores perdidos a la gracia incomparable de Dios, muchos cristianos profesantes, parecen atribuir la salvación a la inteligencia de las influencias humanas, a la inteligencia de los instrumentos y circunstancias humanas, y no es así. No es así. Algunos piensan que fue el predicador. Algunos piensan que fue la persona, que fue el individuo que compartió el Evangelio. Algunos piensan que la salvación es el resultado directo de la oración. No es así. Es el resultado indirecto de todo eso y el resultado directo de la gracia interventora de Dios. No importó cuáles fueran sus circunstancias, no importó lo negativo de las circunstancias, cuando Dios irrumpió la oscuridad del corazón de ese ladrón, él creyó. No obstante, fue a través de Cristo como instrumento, quien fue considerado para ser usado por Dios, al traer a un alma condenada a la salvación.
Siempre ha sido así con Él. El Hijo del Hombre ha venido para buscar y salvar lo que se había perdido, Lucas 19:10 dice. Pablo escribiéndole a Timoteo en 1 Timoteo 1:15, dice: “Cristo vino a salvar a pecadores”. Y, eso es lo que está haciendo en la cruz. Qué ejemplo. Él murió perdonando a aquellos que pecaron contra Él. Y, murió trayendo la verdad de la vida eterna a un alma condenada. Amados, ¿me permiten decirle que así es como debemos vivir? Así es como debemos vivir. Esa es la revelación más pura de lo que había en su corazón.
La tercera declaración de Cristo en la cruz, se encuentra en Juan 19 versículos 26 y 27: En esa ocasión, en Juan 19:26 y 27, Jesús dijo esto: “Mujer, he aquí tu hijo. Y después Él dijo: He ahí tu madre”. ¿Qué es esto? Bueno, el principio aquí es muy simple. Jesús murió expresando un amor abnegado. ¿Escuchó eso? Jesús murió expresando un amor carente de egoísmo. Como puede ver, ahí a los pies de la cruz estaba de pie un pequeño grupo de cinco personas, diferente de la multitud, de la multitud, de esa multitud enojada. Diferente de los principales sacerdotes y los escribas y los ancianos. Ahí estaba ese pequeño grupo, estaban ahí juntos a los pies de la cruz. ¿Quiénes eran? Bueno, estaba Juan, el único hombre que es nombrado, Juan el Apóstol. Y después, estaban cuatro mujeres. Estaba María, María la madre de nuestro Señor, María quien para ahora se había dado cuenta de la fuerza total de esa palabra profética hablada 30 años antes, por parte de Simeón, que dijo que su corazón sería traspasado por este hijo, por este niño. María quien tenía todo el amor de una madre, que podía tener hacia un hijo absolutamente perfecto y sin pecado. María ahora está lastimada y está dolida, y paralizada. Sin embargo, ligada por un amor a la cruz, María quien está ahí de pie sin fortaleza alguna, sin embargo, sin histeria alguna. María sin llorar y sin desmayarse, sin embargo sufriendo en silencio débil, viendo al hijo amado, ahí está María. Y, después ahí está su hermana, la Biblia dice, posiblemente Salomé, la madre de Jacobo y Juan. Y, después está María, la esposa de Cleofás, quien probablemente era su cuñada. Y, después está María Magdalena, su querida amiga, de quien Jesús había echado fuera los demonios. Y entonces, cuatro mujeres, tres llamadas María. Apropiado, ¿no es cierto? Que la palabra “María” significa amargura. Tres Marías, una hermana y Juan. Jesús fue crucificado cerca del suelo. Y, es razonable asumir que ellas pudieron haberlo tocado, y quizás lo hicieron. Están los suficientemente cerca de Él, porque Él estaba tan cerca del suelo, que pudieron haberlo oído hablar, aunque Él habló en tonos suaves. Y, ¿qué es lo que Él dice? Él dice: “Mujer, he ahí tu hijo”. ¿Cuál es el punto de eso? Mujer es María, su madre. Dice usted: “¿Por qué no la llama su madre?” Porque esa relación ya se acabó ahora, y ella ya no es su madre. Una vez que Él comenzó su ministerio, Él la identificó como mujer en Juan 2, en las bodas de Canaán. Ella ahora es mujer en el sentido de que ella debe verlo no como su hijo, si no como su Salvador. Pero, Él le dice: “Mujer, he ahí tu hijo”. Él no está llamando la atención a sí mismo, porque Él entonces se vuelve a Juan, y dice: “Juan, he ahí tu madre”. ¿Qué está haciendo ahí Él? Él está entregando su madre al cuidado de Juan. Él está diciendo: “María, Juan de ahora en adelante es tu hijo. Juan, María de ahora en adelante tú debes cuidar de ella”. Él encomienda su madre al cuidado de Juan. Y, Él está muriendo con su madre en su corazón. Y, de esa pequeña multitud, su madre era la más necesitada de todas. Es muy que José ya había muerto para ese entonces. Él desaparece al principio de la escena de la historia del Evangelio. Y, sin duda alguna está muerto. De lo contrario, no habría tenido que hacer un compromiso así. Entonces, Jesús no la encomendó a José. Él tampoco la encomendó a sus hermanos. Y, él tenía algunos hermanos y hermanas. Pero, en Juan capítulo 7 versículo 5, dice que ellos no creían en Él. Y, Él no iba a encomendar el cuidado de esta madre creyente, en manos de sus medios hermanos y medias hermanas incrédulas.
Entonces, motivado por compasión, Él encomienda María a Juan, y Juan a cuidar a María. Y, ¿qué nos enseña esto? Esto es amor abnegado. Aquí emanando del corazón de uno que está ocupado con el peso de los pecados del mundo. Aquí emanando del corazón de uno que está experimentando la agonía más intensa imaginable, bajo la ira del Dios Todopoderoso. Experimentando un dolor interno mucho mayor que el dolor externo. En medio de todo este llevar del pecado, su empatía es dirigida hacia alguien más. Verdaderamente, esta es la pureza de su virtud, que sale a la superficie. Así es como debemos vivir. Nunca, escuche esto, nunca tan abrumados con nuestro propio dolor, que perdemos de vista las necesidades de otros. Ese es un gran principio para vivir. Nunca tan preocupado con nuestro propio dolor, que nos olvidamos de las necesidades de los que nos rodean. O, la magnificencia de concentrarnos no en nuestras propias cosas, si no en las cosas de otros. La magnificencia del amor abnegado.
¿Cómo debemos vivir? Perdonando a aquellos que pecan contra nosotros, trayendo la verdad de la vida eterna a almas condenadas, y expresando amor abnegado a otros. Quizás inclusive cuando tenemos menos dolor de lo que tenemos. La cuarta palabra de la cruz, es registrada en Mateo 27:46, y quizás esta tiene el mayor pathos de todas. Jesús dijo: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” ¿Qué nos dice esto? ¿Qué lección aprendemos? ¿Qué principio? Aquí Jesús murió entendiendo la seriedad del pecado. Él murió resintiendo las implicaciones del pecado, es otra manera de decirlo. Él murió resintiendo, rechazando, rehusando las implicaciones del pecado. ¿Qué implicaciones? Que el pecado separa de Dios. “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” Esa palabra desamparado es una de las más trágicas en el idioma en español. Una de las palabras más dolorosas que cualquier persona jamás puede decir. Desamparado, ser dejado solo y desolado. Y, cuando es unida con la declaración de apertura: “Dios mío, Dios mío”. Vemos que es un desamparar de intimidad. “Dios mío, Dios mío”. Con quien he tenido una comunión eterna inquebrantada, no quebrantada. “¿Por qué me has desamparado?” De nuevo, es a la luz del trasfondo de una intimidad eterna, que el desamparar tiene el significado más profundo. Como puede ver, el pecado podía ser – ahora escuche esto – el pecado podía ser lo que nada más en el universo podía ser. Los hombres no podían separar al Padre del Hijo. Los demonios no podían separa al Padre del Hijo. Satanás no podía separar al Padre del Hijo. Pero, el pecado separó al Padre del Hijo. Es la realidad más devastadora en el universo, porque separa de Dios. Y, Él experimentó.
Él que estaba en el Padre y el Padre en Él. Él que era uno con el Padre, y el Padre uno con Él. Él que había disfrutado de una comunión perfecta ininterrumpida, eternamente dentro de la Trinidad, es ahora dejado por Dios. ¿Por qué? Porque Él está llevando el pecado, y el pecado separa. Dios es demasiado santo para ver el pecado. Demasiado puro como para ver la iniquidad, dice el profeta Habacuc: “El pecado aleja de Dios”.
Y amados, eso es lo que marca el clímax de su sufrimiento. Los soldados se habían burlado de manera cruel de Él. Los soldados le había colocado una corona de espinas, lo habían azotado, lo habían golpeado. Los soldados habían llegado al punto de escupirle en el rostro, y jalarle los vellos de su barba. Los soldados habían causado que Él sufriera más allá de la descripción que alguien podía sufrir. Pero, Él sufrió en silencio y sin respuesta. Le habían perforado sus manos, le habían perforado sus pies. Sin embargo, soportó la cruz, menospreciando el oprobio. La multitud vulgar, se había burlado de Él. Los ladrones que habían sido crucificados a su lado, lo habían insultado, cara a cara. Sin embargo, Él nunca abrió su boca. Pero, ahora sucedió algo que iba más allá del dolor de todo eso. Dios lo ha dejado.
Amados, quiero advertirles, nunca, jamás consideren ninguna vicisitud o lucha, o prueba, o problema en la vida, jamás se acerca de manera remota al problema que su propio pecado traerá, porque lo separará de Dios. Y, ningún problema cuando el creyente está en comunión con Dios es tan severo como el impacto separador del pecado. Jesús experimentó personalmente el dolor profundo que el pecado trae, porque separa de Dios. Así es como debemos vivir. Debemos vivir entendiendo las implicaciones de nuestro pecado, que nos alejan de Dios. Jesús experimentó eso. La separación que el pecado trae, la soledad, el desamparar, la vaciedad, la destrucción, la devastación, y de esta manera nos enseña cómo vivir. Debemos vivir entendiendo las implicaciones serias del pecado.
La siguiente palabra de la cruz, se registra en Juan 19 versículo 28. Lo siguiente que Jesús dijo de la cruz, fue la declaración simple: “Tengo sed. Tengo sed”. Eso me indica que Él estaba experimentando los resultados de la verdadera humanidad. Esa no es una declaración espiritual. Eso no significa que Él tenía sed de Dios. Significa que Él tenía sed de algo que tomar. Como puede ver ahí, en toda su humanidad, ¿qué lección nos enseña eso? Simplemente esto. Nos enseña a vivir expresando las fragilidades de nuestra humanidad. Nos enseña a vivir expresando las fragilidades, lo frágil de nuestra humanidad, y nuestra dependencia. Él necesitaba algo que tomar, y Él no podía obtenerlo por sí mismo. Y, Él necesitaba que alguien se lo consiguiera. Él no era alguien que no conocía la necesidad humana. Esa es la razón por la que Él es un sumo sacerdote tan compasivo y fiel. Él era totalmente hombre, Él tuvo sed. El Nuevo Testamento dice que hubieron ocasiones en las que Él estuvo cansado. Hubieron ocasiones en las que Él tuvo hambre. Hubieron ocasiones en las que Él tenía sueño. Hubieron ocasiones en las que Él estaba contento. Hubieron ocasiones en las que Él tuvo tristeza, estuvo triste. Hubieron ocasiones en las que Él estaba gimiendo. Él sintió toda la emoción de la vida humana. Y, cuando Él tuvo hambre, Él necesitaba alimento. Y, cuando Él tenía sueño, Él necesitaba un lugar donde acostarse. Y, cuando Él tuvo sed, necesitaba algo que tomar, y dependió de alguien más que se lo diera. Algunas veces fue María y Martha. Algunas veces fue su madre y aquí Él simplemente clama: “Tengo sed”. Y entonces, al clamar, Él nos muestra que debemos vivir de la misma manera. Debemos vivir dispuestos a mostrar nuestra debilidad humana, y depender de alguien más, para que supla lo que necesitamos. Debemos aprender a vivir de manera dependiente. Debemos aprender a vivir compartiendo necesidades con otros.
¿Cómo debemos vivir? Debemos vivir como Él murió. Debemos vivir perdonando a aquellos que pecan contra nosotros, aun si eso quita nuestra vida. Debemos estar más preocupados por su perdón y su relación con Dios, que por nuestra venganza. Debemos vivir haciendo lo que podamos, para estar disponibles a Dios, para que Él nos pueda usar para traer la verdad a un alma condenada. Debemos vivir amando de manera abnegada a otros que tienen menos dolor que nosotros, y olvidando nuestro propio dolor en compasión por el suyo. Debemos vivir entendiendo las implicaciones serias del pecado, y de esta manera evitando su poder tremendo de separarnos de Dios, y de esta manera de la bendición. Y, debemos vivir dispuestos a reconocer nuestra debilidad humana, y siendo dependientes de aquellos que pueden satisfacer nuestras necesidades.
La sexta declaración de Cristo y la penúltima que se registra en el evangelio de Juan capítulo 19 versículo 30: “Consumado es”. Conforme se acercó al final de su vida, Él pronunció algo triunfal, Tetelestai, consumado es. ¿Qué principio ve usted aquí? Él murió completando la obra que Dios le dio que hiciera. Él murió terminando la obra que Dios le asignó.
¿Podría darle aquí un principio de lo que estoy diciendo? Una cosa es llegar al final de su vida y otra cosa es terminarla. Una cosa es que su vida se acabe y otra cosa es que usted acabe su tarea. No puedo evitar el pensar en el Maratón de Los Ángeles. Todo mundo comenzó y todo mundo se detuvo, pero, no todo mundo terminó. Para la mayoría de la gente, en el mundo la vida termina y la vida se acaba, pero, la obra o el trabajo no se ha acabado. Cuando Jesús dijo: “Consumado es”. Él terminó la obra redentora. Él había venido al mundo, Él había llevado los pecados del hombre, Él había provisto la muerte sacrificial, Él había llevado a cabo la obra de expiación, Él había acabado. Él vino, dijo, para quitar el pecado mediante el sacrificio de sí mismo, y lo hizo. Él llevó nuestros pecados en su propio cuerpo. Él condenó el pecado en la carne. Él derrotó a Satanás con un golpe mortal en la cabeza. Él terminó de manera perfecta lo que Dios le dio que hiciera. Y, esa es la manera en la que debemos vivir. Debemos estar más preocupados con el trabajo que Dios nos ha llamado a hacer, que con el dolor que el trabajo nos trae. Él soportó el dolor, porque Él podía ver el fin. Ese es siempre el precio por hacer el trabajo o la obra de Dios. Es poder avanzar en medio del dolor y en medio de la dificultad, para hacer el trabajo.
Pablo aprendió de Jesús, y al final de su vida podía decir: “He acabado mi carrera”. No fue fácil. “He peleado una pelea para terminar, pero, terminé”. Así es como usted debe vivir su vida. No solo viva, si no hasta que se acabe. No solo viva hasta que termine, viva para terminar el trabajo que Dios le ha asignado hacer.
Cristo en su muerte nos da un último principio para vivir, las últimas palabras de Jesús se registran en Lucas 23:46. Esta es la última declaración que dijo en la cruz: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. En tus manos encomiendo mi espíritu”. ¿Qué principio hay aquí? Escuche con atención. Jesús murió encomendándose a sí mismo al cuidado prometido de Dios. Y, así es como debe vivir, echando toda su ansiedad sobre aquel que cuida de usted. Usted debe vivir colocando su vida y su muerte, y su destino bajo el cuidado prometido de Dios. Usted debe vivir confiando en Dios. Una vida de fe, una vida de confianza. Dios había prometido resucitarlo de los muertos, allá atrás en el Salmo 16. Dios había confirmado esa promesa a Él, con tanta frecuencia que Jesús dijo que Él sufrió y moriría, y resucitaría otra vez. Y, Él se encomienda a sí mismo al cuidado prometido de Dios en su muerte. Esa es la única manera en la que puede vivir, la única manera en la que debe vivir, es encomendar su vida a Dios, encomendar su camino a Él, dijo el salmista: “Confía también en Él y Él dirigirá tu camino” .
Escuche, debemos vivir una vida que se encomienda de manera total a Dios. Romanos 12 dice que debemos presentarnos a Dios como un sacrificio vivo. Nuestra vida y confiar en Él, en los resultados. Jesús dice – Pedro, en 1 de Pedro 2:23: “Continuó encomendándose a sí mismo al que juzga justamente”. Él simplemente continuó entregándose a Dios, diciendo: “Dios, me entrego a mí mismo. No importa lo grande que sea el dolor, no importa cuánta sea la hostilidad, no importa que tan difícil sea la tarea, Me encomiendo a Ti. Tú vas a hacer lo que está bien, Tú vas a juzgar justamente, Tú lo vas a cumplir. Tú vas a cuidar de Mí, Tú has prometido. Yo voy a la tumba, yo voy a la muerte, Voy a enfrentar los dientes del infierno, Voy a enfrentar al que tiene las llaves ahora – esto es Satanás – y se las voy a quitar de su mano. Voy a enfrentar la muerte”. La Biblia dice que inclusive Él descendió al foso donde los demonios están atados, después de Él murió. “Y Voy a enfrentarlo todo, porque sé que Tú no me vas a fallar. Tú Me vas a sacar de la tumba. Tú Me vas a levantar a la gloria”. Esa es la manera en la que debemos vivir. Con confianza plena en Dios.
Y entonces, el Señor Jesucristo vivió una vida perfecta y murió una muerte perfecta. En su vida, Él nos dio un ejemplo de cómo vivir. Y, en su muerte Él nos da probablemente el ejemplo más grande de cómo vivir. Y, parece como si en las palabras que Él dijo, Él resumió todos los elementos más grandes de la vida. Y, Él dijo: “Así es como deben vivir. Deben vivir perdonando a aquellos que pecan contra ustedes. Debe vivir usted entregándole la verdad a aquellas almas condenadas, quienes sin ella están perdidas. Debe vivir amando abnegadamente y siendo compasivo, con aquellos cuyo dolor puede ser menor que el de usted. Y, asegurándose de que sus necesidades sean satisfechas. Debe vivir entendiendo las implicaciones serias del pecado y su poder separador. Debe vivir sin temer el admitir su debilidad, y permitir que otra satisfagan su necesidad, para que usted pueda edificar la fortaleza de la comunión. Y, debe vivir no hasta que su vida termine, si no debe vivir para terminar el trabajo que Dios le dé. Y, debe vivir y morir confiando su vida, encomendando, o confiando su vida y su muerte, y su alma y su eternidad en las manos de un Dios que ha prometido cuidar de usted”. Así es como debemos vivir.
Ahora, escuche esto con mucho cuidado, conforme lo llevo a un clímax. Jesús vivió una vida perfecta, y Jesús murió una muerte perfecta. Y, como resultado de eso, la Biblia dice que Dios hizo algo. ¿Sabe lo que dice que Dios hizo? Lo dice una y otra, y otra vez en el libro de Hechos, alrededor de una docena de veces. Jesús resucitó a Jesucristo de los muertos, y después Dios lo colocó a su diestra en gloria. Escuche cuidadosamente. Dios resucitó a Jesús de los muertos y le dio gloria eterna, debido a su vida perfecta y su muerte perfecta. Esa fue la afirmación de Dios de la perfección de la persona y obra de su hijo. Escuche cuidadosamente. Es debido a la perfección de Cristo que Él fue resucitado de los muertos. Dios ha prometido que Él resucitará a aquellos que son perfectos. Dice usted: “Bueno, eso no se oye como buenas noticias para mí. Tanto como yo quisiera ser perdonador de aquellos que pecan contra mí, no lo soy. Me gustaría que así fuera. Tanto como me gustaría ser sensible a las almas perdidas a mi alrededor para traerles la verdad, no siempre lo soy. Y, por mucho que me gustaría ser amoroso de manera abnegada y compasiva hacia otros, cuyo dolor puede ser menor que el mío. Por mucho que me encantaría aplicar en mi vida las implicaciones del pecado, no lo hago. Y, por mucho que me gustaría admitir mi necesidad humana y depender de otros, mi orgullo me retiene, me detiene de hacerlo. Y, por mucho que me gustaría terminar la obra de Dios, soy tan flojo la mayor parte del tiempo. Y, por mucho que me gustaría confiar en Dios, no lo hago. Soy imperfecto. Nunca resucitaré, porque el Padre nunca afirmará ese tipo de vida”. Y, tiene razón. Usted tiene razón. Y, es precisamente el no vivir así, que envía a la raza humana entera al infierno. Usted no puede vivir así.
Dice usted: “Bueno, entonces, ¿qué esperanza tengo?” Le voy a dar gran esperanza en las palabras del Espíritu Santo, en Hebreos 10:14, y dice esto: “Porque por una sola ofrenda – esta es la ofrenda de sí mismo en la cruz – Jesucristo perfeccionó, ha perfeccionado para siempre a aquellos que son apartados”. ¿Oyó eso? Escuche cuidadosamente. Usted nunca podría alcanzar a la resurrección, ni tampoco yo. Usted nunca podría vivir una vida que Dios honrara así como honró la vida de Cristo. Usted nunca podría morir una muerte que Dios honraría como Él honró la muerte de Cristo. Usted nunca podría ser perfecto. Y, esa es la razón por la que usted está condenado. Y, esa es la razón por la que yo estoy condenado. Entonces, ¿sabe lo que Dios hace a través de Cristo? Él nos da la perfección misma de Cristo. Él nos ha perfeccionado. Dios nos da la perfección de Cristo. Él nos cubre con la perfección de Cristo. Él nos coloca en Cristo, para que la perfección de Cristo nos esconda y así podamos decir que somos perfectos en Cristo. Esa es la razón por la que los cristianos todo el tiempo están diciendo: “Estoy en Cristo. Estoy en Cristo”. Porque si no estuviera en Cristo, no sería perfecto. Y, si no fuera perfecto, Dios no me resucitaría a la gloria. Pero, soy perfecto en Cristo, porque Cristo es perfecto, y estoy escondido en Él. Ese es el evangelio. Su perfección se vuelve nuestra cuando lo recibimos como Salvador. Cuando usted le entrega su vida a Jesucristo, su justicia lo viste, su perfección lo esconde. Y, de esta manera Dios lo levantará a la gloria también. De hecho, la Biblia dice Él lo resucitará a la gloria, y Él lo sentará a usted en el trono mismo con Cristo, porque usted es tan perfecto como Cristo, en Cristo. Ese es el evangelio.
Dice usted: “Bueno, eso significa que una vez que usted se vuelve cristiano, ¿ya de hecho es perfecto?” No, todavía lucharemos en esta vida. Algún día seremos perfectos cuando lleguemos al cielo. Pero, mientras tanto somos cubiertos por la perfección de Cristo. Y, de esta manera nuestro pecado está escondido de un Dios santo, que de otra manera sería intolerante. Ese es el evangelio. Porque Él vive, nosotros podemos vivir.
Él nos enseñó cómo vivir. Él nos hizo enfrentar el hecho de que no vivimos de esa manera. Y, después Él dijo: “Para sus imperfecciones yo los voy a cubrir con mis perfecciones”. Y, Dios ahora nos ve como si fuéramos perfectos. Dice usted: “Pero, ¿qué hay acerca de vivir de esa manera?” Bueno, eso se convierte en la búsqueda de todo cristiano. Debido a que Cristo me ha cubierto con su perfección, quiero hacer todo lo que puedo hacer, para vivir de una manera tan perfecta como sea posible. Quiero ser el tipo de persona que Él fue. Quiero caminar como Él caminó. Quiero ser perdonador. Quiero estar evangelizando a las personas perdidas. Quiero ser alguien que ama de manera abnegada. Quiero estar libre del pecado. Quiero ser abierto en compartir mis necesidades. Quiero terminar la obra que Dios me ha dado y quiero confiar de manera total en Dios. Pero, me veo motivado a hacer eso, no para ganar la perfección, si no para vivir al nivel de la perfección que Cristo me dio cuando lo recibí como Salvador. Ese es el evangelio.
Padre, te damos gracias por las grandes verdades que Jesús nos enseña en su muerte. Oramos porque cada uno de nosotros se vuelva estudiante de estas verdades, y las vea volverse realidad en nuestras propias vidas. Padre, sé que en esta congregación esta mañana hay algunos que han quedado cortos de tu perfección, que han vivido a la luz de este estándar. Pero, que no tienen la perfección de Cristo, porque nunca lo han recibido como su Señor y Salvador. Oh Dios, que este sea el día cuando abran su corazón, cuando entreguen su vida al Cristo vivo, y reciban su perfección por la imperfección de ellos, y con ello la esperanza del cielo eterno.
Para aquellos de nosotros como cristianos que hemos recibido la perfección de Cristo, que con un nuevo celo nos comprometamos a vivir de acuerdo con su vida y muerte, y seguir el patrón que Él ha establecido. Y, que la revelación más pura de su virtud como la vemos en la cruz, se vuelva la meta de nuestra propia vida, para que Él sea glorificado y nosotros seamos bendecidos. Amén.
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