Antes de que tengamos nuestro tiempo en la mesa del Señor esta noche, quiero continuar en nuestra serie de la anatomía de la iglesia. Hemos estado diciendo recientemente que hay tantas personas nuevas en nuestra iglesia conforme nuestra iglesia continúa creciendo-por ellos estamos tan agradecidos al Señor. Tantas personas nuevas que quizás no entienden porque hacemos lo que hacemos y porque hacemos las cosas como las hacemos.
Y entonces, estamos regresando y viendo la anatomía de la iglesia, viendo cuales son los ingredientes, los elementos esenciales y los componentes y características de la vida en la iglesia, como debería ser la iglesia. Y es un período apropiado en la historia de la iglesia estadounidense y probablemente en la iglesia occidental en general, porque hemos estado diciendo que la iglesia está en una crisis de identidad. Es una especie de lucha tratar de entender cuál debe ser su identidad.
Algunas iglesias están luchando con la sustancia de esa identidad, y otras están luchando con el estilo de esa identidad. Tenemos que regresar a la Palabra de Dios para entender cuáles son los esenciales absolutos. Y eso es lo que no estamos esforzando por hacer, y estamos tomando la imagen maravillosa de la metáfora del cuerpo de Cristo, que nuestro Señor dio mediante el apóstol Pablo en el Nuevo Testamento. Estamos extendiendo un poco para hablar de la anatomía de la iglesia. Y esto es para que sepamos que esperar en la iglesia, esta iglesia, y por esa razón, y la razón es que es la revelación de Dios para cualquier iglesia, por la razón de que esta es la iglesia de Cristo y no la nuestra, y Él ha establecido edificar Su propia iglesia, y ha determinado que debe ser edificada. Estos entonces se vuelven puntos no negociables para la iglesia.
Estamos preocupados por cuáles son esas, y como respondemos a ellas, conforme la Escritura las presenta. Como le dije esta mañana, no debe ser muy difícil entender lo que la iglesia debe ser debido a que tenemos en nuestras manos en la Palabra de Dios, el manual de instrucciones. Jesús dijo: “Edificaré mi iglesia.” Él ha establecido el plan del cómo y Él lo ha revelado a aquellos que están empleados en ese edificio. Ahora, hemos mencionado que hay cuatro áreas de la anatomía de la iglesia que queremos ver, primero el esqueleto, después los sistemas internos, después los músculos, y finalmente la carne.
Ya hemos cubierto el esqueleto y establecimos lo que pensamos que eran las cosas esenciales que le dan a la iglesia su rigidez, le dan su columna vertebral que son cosas firmes de cimientos que proveen la estructura de la vida en la iglesia. Y señalamos que son la adoración de la iglesia, la exaltación de Jesucristo, la búsqueda de la santidad, y la proclamación de la verdad, y sumisión a la autoridad espiritual. Cubrimos eso de manera cuidadosa y Dios realmente nos bendijo conforme lo hicimos. Y después también comenzamos a ver esa segunda categoría de sistemas internos. Un esqueleto no es vida, provee estructura, provee rigidez, provee alguna forma, pero carece de vida. Usted tiene que colgar muchos órganos internos en ese esqueleto antes de que tenga un cuerpo vivo.
Estamos hablando entonces de los sistemas internos. Les hemos dado dos de los sistemas internos importantes que deben operar en la iglesia, el cuerpo de Cristo: el primero es la fe, y después esta mañana hablamos de la obediencia. Esas son las actitudes espirituales. Cuando hablo de sistemas internos en la iglesia estoy hablando de actitudes espirituales, motivos, convicciones, esas cosas que son verdaderas del corazón. Este es un asunto del corazón. No somos legalistas, no creemos que la gente debe ser manipulada externamente, intimidada, forzada mediante el temor o la recompensa externa, para que se adapte a ciertos patrones de conducta. Sino que creemos que los hombres y mujeres deben vivir como una respuesta directa a la transformación en el interior.
Y entonces, nos concentramos en el trabajo del corazón, trabajar en actitudes espirituales. Esa es primordialmente la obra de la Palabra, como dijimos esta mañana. Si usted va a llevar a cabo una cirugía de corazón debe tener una herramienta muy eficiente, según Hebreos 4, lo que es más eficiente al desnudar el corazón, y llevar a cabo la cirugía necesaria es la Palabra de Dios, la cual es más filosa que cualquier otro instrumento.
Entonces, si usted va a incorporar en la gente motivos correctos, y va a inculcar actitudes correctas y convicciones correctas, si usted va a llevar a cabo el trabajo de corazón, si usted va a sacar la enfermedad y llevar a cabo la cirugía de bypass espiritual necesaria, lo hace con la Palabra. Enseñarle a la gente del corazón, como Efesios 6:6 dice, para que hagan la voluntad de Dios.
Ahora, ese trabajo de producir actitudes de corazón correctas involucra inculcar en la gente una fe fuerte y un compromiso con la obediencia, y ya hemos hablado de esas. Vayamos a una tercera en esta noche, aquí hay otra actitud de corazón, aquí hay otra convicción, aquí hay otra motivación que es esencial, si la iglesia va a ser el cuerpo vivo de Cristo debe venir en algún punto cerca de la parte de arriba de la lista. De hecho, en mi mente, en cierta manera pertenece a la tercera posición y esa es la razón por la que está aquí, es la actitud de humildad, humildad.
Fuera de la fe y la obediencia como una categoría general, probablemente no hay una virtud espiritual más importante que este asunto de la humildad. En el punto central, en el punto medular en el corazón mismo de la vida en la iglesia viene este asunto de la virtud de la humildad. Y quiero repasarla para usted en esta noche antes de que vengamos a la mesa del Señor porque tiene una importancia absoluta, y vamos a ver cuán importante es al ligarse con beber de la copa y tomar del pan juntos.
Abra su Biblia en Mateo capítulo 5, Mateo capítulo 5. Si hubo algo genuino, si hubo algo que fue verdad del judaísmo del tiempo de Jesús fue que alimentaba la soberbia espiritual. Si hubo algo que era verdad acerca del judaísmo del tiempo de Jesús, era que los hombres desfilaban su religión externa y esperaban el reconocimiento de la multitud. Recuerdo al leer en Mateo 23 como los líderes de Israel siempre buscaban las principales sillas en los lugares altos. Cuando daban sus limosnas tocaban una trompeta, cuando ayunaban lo hacían en público y mediante los lugares públicos aventaban cenizas sobre sus cabezas para que todo mundo viera cuan devotos realmente eran. El legalismo siempre es el compañero de la soberbia espiritual. La verdadera espiritualidad tiene la virtud de la humildad a su lado.
Entonces cuando Jesús comenzó el Sermón del Monte, Él atacó a los religiosos de su día de manera directa. Abriendo su boca, en Mateo 5, Él comenzó a enseñarles, y lo primero que salió de su boca: “Bienaventurados los pobres en espíritu porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados los que lloran porque ellos recibirán consolación. Bienaventurados los mansos porque ellos recibirán la tierra por heredad. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia porque ellos serán saciados.” Las promesas que vienen al final de cada uno de esos versículos tienen que ver con la esfera de salvación. Él está de hablando de personas que son salvas, que están en el reino, que están siendo consolados, que en últimas heredarán la tierra y su alma será satisfecha.
Todas esas son descripciones de características de la salvación, todas esas describen lo que significa pertenecer a Cristo, pertenecer a Dios, saber que usted está en el reino, tener consuelo en todo asunto de la vida, tener la promesa algún día de heredar la tierra en su forma final definitiva, las glorias de los nuevos cielos y la nueva tierra en el cielo eterno, y satisfacción del alma. Esas cosas le pertenecen a los redimidos. Y los redimidos aquí son descritos en estas maneras, son pobres en espíritu y lloran, son mansos y tienen hambre y sed. Todo eso describe las diferentes facetas de la humildad.
En primer lugar, esa frase “bienaventurado son los pobres en espíritu,” captura una palabra griega en la forma verbal. Aquellos que son pobres en espíritu, lo cual significa ser tan pobre que usted tiene que ser un mendigo. La mejor manera de escribirlo es que están en bancarrota y no tiene medio de sustento. No tienen nada y no tienen medio de conseguir nada. Es un término usado para mendigos que no tenían aptitud o eran discapacitados de tal manera que no podían funcionar, no podían operar, no podían trabajar, son los que están privados de manera absoluta. El reino les pertenece a los privados, Jesús está diciendo. El reino le pertenece a personas que saben que no tienen nada, que llegan a entender su bancarrota total.
Y claro, Él no está hablando de cosas materiales aquí, sino de espirituales. No le pertenece a personas que creen que han alcanzado grandes fines espirituales. No le pertenece a personas que creen que han acumulado mérito con Dios. No le pertenece a personas que están contando o dependiendo de su circuncisión, habiendo nacido en la raza de Israel, habiendo nacido como el apóstol Pablo por ejemplo, en la tribu tan noble de Benjamín. No le pertenece a la gente que pueden manejar todo lo externo, las tradiciones, y que externamente se conforman a la ley y como consecuencia han llegado su columna de ganancia con merito religioso personal.
Le pertenece a personas que están golpeándose el pecho diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador. Si usted se ha preguntado cómo la gente en el Antiguo Testamento era salva, era salva de la misma manera como es salva ahora la gente. Simplemente estaban del otro lado de la cruz. Y la manera de salvación era en primer lugar, la convicción de pecado, la cual era producida cuando alguien sabía que no podía guardar la ley de Dios. Dios dio Su ley, la estableció de manera muy clara a Moisés, fue escrita para que todo el mundo la viera y la leyera.
Y la gente se esforzaba por guardarla y fracasaba y no podía guardar la ley, pasaba por la respuesta repetitiva de los sacrificios, jamás teniendo una satisfacción del alma, porque la sangre de los bueyes y cabras no podía quitar el pecado, y entonces había una especie de repetición interminable, hasta que llegaban al punto en el que reconocían su bancarrota, reconocían su capacidad total de guardar la ley de Dios y su incapacidad total de que los sacrificios de animales quitaran su pecado. Y en la bancarrota de todo eso, se arrojaban en la misericordia de Dios y rogaban por perdón.
De hecho, ese publicano en Lucas 18, golpeándose el pecho, es una ilustración de como una persona del Antiguo Testamento, una persona viviendo antes de la cruz era salva; golpeándose el pecho, Dios se propicio a mí, pecador. Ni siquiera podía ver hacia arriba al cielo porque estaba tan avergonzado y mortificado por su iniquidad interminable, que clama por la misericordia de Dios. En ese punto, Dios entra, en las palabras de Jesús, y ese hombre se fue a casa justificado. La justicia de Cristo le fue imputada, así como nos es imputada a nosotros de este lado de la cruz. Quebrantamiento, humildad, es lo que importa.
El que entiende su bancarrota espiritual, y observe en el versículo 4, el que cuando contempla su bancarrota espiritual tiene una actitud de lloro. Hay una actitud de desesperación, hay una profundidad, tristeza, y una agonía por esta condición. En seguida en el versículo 5, por mansedumbre. Casi una timidez, un temor incluso de acercarse al trono de Dios, debido a la indignidad absoluta de uno. Y eso se refleja en el hombre de Lucas 18, sin poder ni siquiera levantar sus ojos al cielo, sino estar ahí en el suelo. Y después finalmente en el versículo 6, aquellos que tienen hambre y sed de justicia saben que no tienen eso.
El apóstol Pablo, recordamos en Filipenses 3, pasó casi los primeros cuarenta años de su vida acumulando justicia personal, y era absolutamente insatisfactorio. En un momento del tiempo, en el camino a Damasco él se encontró con Cristo, y él dice: “Cristo me dio una justicia no mía, sino la justicia de Cristo imputada a mí, por la fe.” Esto tiene que ver con humildad, bancarrota espiritual, llorar por el pecado, viniendo delante de Dios en mansedumbre, casi con miedo de mirar hacia arriba reconociendo que usted está absolutamente carente de lo que usted necesita desesperadamente. Y eso es justicia. Así es como usted entra al reino.
Esto es enfatizado aún más en Mateo capítulo 18, simplemente para que entendamos como comienza todo. En Mateo capítulo 18, Jesús realmente hablando en la misma área general de como uno entra al reino, y enfatizando el asunto de la humildad, dice en el versículo 3: “De cierto os digo, a menos de que os hagáis,” y los discípulos desesperadamente necesitaban ser convertidos. Literalmente eso significa: ‘volverse e ir en otra dirección.’ “A menos de que os convirtáis.” Porque recuerde, si usted conoce el trasfondo de Mateo 18, los discípulos están discutiendo en este punto, y su argumento era acerca de quién iba a ser el más grande en el reino. Cuando se unieron a Jesús sabían que estaban en la presencia de un hombre muy sorprendente, llegaron a entender que era el Mesías. Eso es expresado un par de capítulos antes de manera clara, cuando de la boca de Pedro vino: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Tú eres el Mesías, Dios encarnado.”
Sabían que este era el Mesías, y el Mesías estaba trayendo el reino. Y entre más conocían del reino más comenzaron a discutir acerca de quién de ellos iba a sentarse en los principales lugares. No pasa mucho tiempo después de este incidente, mostrando cuán difícil era para ellos oír con oídos que oían y creían. Incluso cuando Jesús les dijo lo que les había dicho, no había pasado mucho tiempo después de este incidente que Jacobo y Juan enviaron a su mamá para pedirle de manera personal si Jesús les permitía sentarse a su diestra y a su mano izquierda en el reino.
Entonces el argumento se estaba llevando a cabo, incluso estaba pasando en Juan 13 la noche misma cuando Jesús iba a ser traicionado, en lugar de que fueran sensibles acerca de lo que le iba a pasar a Jesús, Él les había dicho que iba a morir. Estaban todos discutiendo acerca de quién de ellos sería el más grande en el reino. A la mitad de este argumento, Jesús sentado en una casa en Capernaum, incluso quizás la casa de Pedro, algunos piensan que fue su casa, toma a un pequeño niño, un pequeño bebé, lo coloca sobre sus piernas y usa este pequeño bebé como una ilustración y dice: “A menos de que se den la vuelta y vayan en la otra dirección y se vuelvan como niños, ni siquiera van a entrar al reino de los cielos. Todo aquel que se humilla así mismo como este niño es el más grande en el reino de los cielos.” El reino le pertenece a los humildes, usted entra humilde.
Ahora, ¿qué quiere decir Él, “humillándose a sí mismo como éste niño”? Muy simple, un niño es absolutamente dependiente. Esto es parte de esto, pero quizás es la parte no tan importante. La parte más importante es que ese niño no ha alcanzado nada. Un niño no ha alcanzado nada. Un niño no ha logrado nada. No hay gran registro de sus méritos. Usted viene en bancarrota, con nada. Como el escritor del himno lo dice de manera tan magnifica, “Nada en mi mano, simplemente a la cruz me aferro.” Así es como un niño viene, sin registro de méritos. Así viene usted. Usted entra como un niño pequeño.
Enfatizando aún más esto quiero llevarlo a uno de los textos evangelísticos más grandes de todo el Nuevo Testamento, Santiago capítulo 4. Santiago 4. Y quiero comenzar en el versículo 4 porque creo que presenta el contexto para nosotros. “!!Oh almas adulteras!, ¿no sabéis que la amistad con el mundo es enemistad contra Dios? Por tanto, todo aquel que quiera ser amigo del mundo se constituye enemigo de Dios.” Eso es en esencia lo que Juan dijo en 1 Juan. “Si alguno ama al mundo el amor del Padre no está en él.”
Versículo 5, “¿O pensáis que la Escritura habla sin propósito: Él desea de manera celosa al Espíritu que él ha hecho morar en nosotros?” Y después, versículo 6, “Pero él da mayor gracia.” Esto hace una transición del lenguaje tan fuerte del versículo 4, el ser un amigo del mundo y de esta manera ser un adultero y un enemigo de Dios. Al versículo 5, versículo muy difícil de entender, el cual significa rechazar la obra del Espíritu Santo, al hecho de que en el versículo 6 Dios todavía da gracia. Usted podrá ser un amigo del mundo, podría estar en enemistad contra Dios, usted podría estar resistiendo al Espíritu, pero, hay gracia disponible. Realmente creo, que él está hablando aquí a los no regenerados. Y le voy a mostrar por qué.
En el versículo 8, ahí a la mitad de este contexto, usted ve, “Vosotros pecadores, limpiad vuestras manos, pecadores.” No hay lugar en todo el Nuevo Testamento en el que se llama así a los creyentes. Eso no quiere decir que no pecamos. Pecamos, pero nunca somos llamados pecadores. De hecho, somos llamados, aunque pecamos, simplemente lo opuesto. ¿Qué? Santos. No somos de doble ánimo, en el sentido de que hay algún interés en cosas espirituales, pero un interés cautivo por el mundo. Eso es exactamente de lo que él estaba hablando en el versículo 4. Usted podría pensar que es el amigo de Dios, pero si usted es de doble ánimo y está apegado, no lo es. Es como esa tierra en Mateo 13 dónde, en dónde las preocupaciones de este mundo, los arbustos, el engaño de las riquezas, ahogaron la verdad.
Entonces, él está hablando creo yo, a los no regenerados, que pueden ser clasificados como adúlteros, que son amigos del mundo, que son hostiles hacia Dios, que son enemigos de Dios, que en el versículo 8 son llamados pecadores. Y en el versículo 6, él dice: “Hay una gracia disponible.” Pero, por favor observe a quien es dada. Versículo 6, “Dios resiste a los soberbios, pero da gracias a los humildes.” Esa afirmación se registra en los Salmos y en Proverbios. La gracia salvadora es para los humildes, esos son los que tienen actitudes de bienaventuranza. Esos son los que están en bancarrota espiritual, y lo saben, y oran por su bancarrota, vienen al Señor en mansedumbre, casi titubean por venir en Su presencia, están tan avergonzados, pero tienen tanta hambre que vienen, porque saben lo que más necesitan y no lo tienen.
Ahora, ¿cómo es ésta humildad demostrada? Siga esto. Dios da gracia a los humildes. Entonces aquí está como manifestar esa humildad. “Someteos pues a Dios, resistid al diablo, y él huirá de vosotros. Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros. Limpiad las manos, pecadores, y purificad vuestros corazones vosotros los de doble ánimo.” Y aquí está, versículo 9, “Sean miserables, laméntense y lloren.” Y aquí está ese lenguaje de bienaventuranza de nuevo, “vuestra risa se convierta en lloro y vuestro gozo en tristeza. Humillaos en la presencia del Señor y él os exaltará.”
Realmente creo que ese es uno de los grandes textos evangelísticos del Nuevo Testamento. No tenemos tiempo de explicar todo eso, pero la intención entera de eso es llamar al pecador, y al que ama al mundo a humillarse a sí mismo. Y esa humildad significa que usted se somete a Dios. Y eso quiere decir que se somete a Dios como se revela en la Escritura. Usted se vuelve, por así decirlo, dándole la espalda al diablo. Se acerca a Dios, confiesa su pecado, clama porque sea limpiado su corazón, con una actitud miserable de lloro, de duelo. Y en esa humildad, el Señor lo va a levantar a usted.
Ahora, así es como todo comienza, como todo comienza. Usted viene humillado y quebrantado con un corazón contrito. Creo que eso es esencialmente lo mismo que usted tiene en el Antiguo Testamento, realmente no hay diferencia. No me gusta cuando la gente hace algún tipo de diferencia grande entre como la gente en el Antiguo Testamento venía al Señor, y la diferencia, digamos, entre aquellos que están en el Nuevo Testamento. Realmente es lo mismo.
Escuche Isaías 55. “Buscad a Jehová mientras que él pueda ser hallado. Clamad a él mientras que él esté cercano. Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro el cual será amplio en perdonar.” Ahí está de nuevo, usted viene reconociendo su impiedad, viene reconociendo la ausencia de justicia, viene quebrantado arrojándose en la misericordia de Dios. Así es como usted entró al reino. Usted vino humilde.
Y quiero sugerirle que todo eso para decir esto, nada cambia. Nada cambia. Usted no es más digno ahora de salvación de lo que usted fue cuando usted vino, ¿verdad? Usted no es más digno ahora de la bondad de Dios en Cristo que cuando usted vino. Usted todavía es un pecador y todavía la gracia de Dios es lo que lo sostiene a usted. No hay lugar para la soberbia en su vida. Jamás. Sea cual sea la bondad, sean cuales sean las características buenas, nobles, piadosas que puedan existir en su vida, son la obra del Señor, y no de usted.
Esa es la razón por la que Pedro en 1 Pedro 5:5 dice: “Revestíos de humildad.” Y cita esos mismos pasajes del Antiguo Testamento. “Dios resiste a los soberbios, pero da gracia a los humildes.” Versículo 6, “humillaos pues bajo la poderosa mano de Dios, para que él los exalte cuando fuere tiempo.” Y él aquí le está hablando a creyentes. El principio es el mismo, creo que en Santiago le está hablando a incrédulos, pecadores y adúlteros, y amigos del mundo, pero aquí él le está hablando a jóvenes. Algunos de ellos incluso pudieron haber estado en el ministerio sirviendo como ancianos, porque ese es el contexto inmediato. Pero ciertamente él le está hablando a creyentes aquí. Y el mandato es humillarse, a humillarse usted mismo.
El Señor quiere hacer esto. Y el Señor hará lo que necesite hacer para humillarnos. Veamos 2 Corintios capítulo 12 por un momento. Vamos a llegar a este pasaje uno de estos días, en nuestro estudio de 2 Corintios, pero quiero compartir con usted simplemente algunos de sus principios. 2 Corintios capítulo 12. Conforme comienza el capítulo, el apóstol Pablo está repitiendo una experiencia sorprendente, sorprendente que tuvo. Él está hablando como dice en el versículo 1, de visiones y revelaciones, cosas sobrenaturales.
Y después de una manera algo vaga, pero todos nosotros sabemos a quién se refiere, esto es así mismo, él dice: “Conozco un hombre en Cristo quien hacer catorce años atrás,” hablando de sí mismo, “si en el cuerpo, no lo sé, o fuera del cuerpo, no lo sé.” En otras palabras, él dice: “Catorce años atrás tuve una experiencia, la realidad de la cual no entiendo. No sé si de hecho estaba en el cuerpo o si fui sacado de alguna manera del cuerpo, no lo sé, Dios sabe. Pero, dicho hombre fue arrebatado al tercer cielo.” El primer cielo es el cielo de oxígeno, el aire que nos rodea. El segundo es el celeste y ese es en dónde las estrellas y todos los planetas, ese es el gran espacio que está sobre nosotros. Y el tercer cielo, en términos simples, es el cielo en dónde Dios vive, el trono de Dios, la morada de Dios.
Y éste hombre catorce años atrás, él dice, de alguna manera fue llevado a ese lugar. No sé cómo, no entiendo, no se la forma en la que estaba, pero estuve ahí. Y de nuevo en el versículo 13, él dice: “No sé cómo ese hombre,” de nuevo repite, “si en el cuerpo no lo sé o fuera del cuerpo no lo sé, Dios sabe, fue arrebatado al paraíso. Y oyó palabras inexpresables, inefables, que a un hombre no se les permite hablar.” La gente siempre me pregunta cuales son. Seguro, no se pueden expresar, y no hay capacidad para hablar de ellas.
Ahora Pablo solo tuvo esta experiencia. Sé que hay muchas personas hoy en día que dicen tenerla, pero solo Pablo la tuvo. Y él dice: “En nombre de ese hombre, voy a jactarme; pero a favor de mí no me jactaré, excepto con respecto a mis debilidades.” Lo que él está tratando de hacer aquí es decir que hay ciertamente algo que decir acerca de ese viaje. Y hay una parte de mí que quiere celebrar esa experiencia increíble. Pero cuando realmente me veo a mí mismo, de lo único de lo que realmente puedo hablar es de mi debilidad. Como si dijera: “No fui ahí porque merecí ir ahí, no fui ahí porque me había ganado el viaje. No fue una recompensa para mi espiritualidad. Digo, fue algo maravilloso y algo maravilloso en que exaltarme y regocijarme, pero cuando miro atrás y me veo, en lo único en lo que me puedo regocijar es en mis debilidades.
Y después llegando al versículo 7, “Debido a la supereminente grandeza de las revelaciones.” Y Pablo tuvo varias de ellas. Él tuvo una en primer lugar en el camino a Damasco, en dónde él literalmente quedó ciego por la luz refulgente de Jesucristo. Cristo le apareció ahí, Cristo le apareció ahí por lo menos dos veces más, de manera personal, individual, independiente de alguien más. Cuándo él iba de regreso a Roma en el libro de los Hechos, el Señor, recordará usted, le envió un ángel para darle instrucciones acerca de lo que iba a pasar en medio de la tormenta.
Y después él fue arrebatado al tercer cielo, al paraíso mismo de Dios, él tuvo una revelación sorprendente, nadie había tenido una así. Y debido a todo eso, el versículo 7 dice: “Por esta razón, para evitar que me exaltase.” Como puede ver, esa es la tendencia cuando usted ha tenido esas grandes revelaciones. Digo, nadie las había tenido, nadie. Nadie había ido al cielo y había regresado. Eso no es algo rutinario. De hecho, en los evangelios dice que nadie subió y descendió, excepto por Cristo. Esto no es algún tipo de situación que simplemente pasa todo el tiempo. Estas revelaciones que sobrepasan a todo, incluso Pedro miró atrás, a la transfiguración gloriosa de Jesucristo, y en toda su maravilla celebró una experiencia tan gloriosa debido a su rareza. Simplemente estaban Pedro, Jacobo y Juan. Pero después de la ascensión de Cristo, ninguna revelación como esa se volvió a dar a Pedro, solo a Pablo.
Y esto fácilmente hubiera causado que alguien se exaltara, y que uno se levantara en la mente de uno, porque después de todo, digo, usted cuando ha estado en una plática y usted en cierta manera querría sacar lo mejor de todo el mundo, lo uno que tiene que decir: “Miren, ¿cuántas veces han ido al cielo ustedes?” ¿Cuantas veces el Cristo exaltado, ascendido ha regresado y ha tenido una reunión privada con ustedes?
Entonces, para evitar que se exaltase, versículo 7, dice que le fue dado un aguijón en la carne. Realmente una estaca, no solo un pequeño aguijón, como una espina de una rosa, sino que la palabra significa ‘una estaca’, como un lápiz afilado, nada más que del tamaño de algo grande. Y fue diseñado para que atravesara su carne, que de otra manera sería soberbia, su carne humana, para evitar que se exaltase a sí mismo. Fue un aguijón en la carne de Dios. Sabemos eso porque en el versículo 8 él le rogó al Señor tres veces que lo quitara, y el Señor le dijo: “No.”
Entonces el Señor debió haberlo permitido porque el Señor se rehusó a quitarlo. Y, además, si fue enviado para humillarlo, Satanás está ocupado en humillar a la gente. Pero dice usted, “Espera un minuto, ¿fue un mensajero de Satanás para abofetearlo?” Es correcto. Y Dios va a usar a los demonios si es necesario, para humillar a los suyos. Esa es la razón por la que es tan torpe que la gente esté por todos lados persiguiendo a demonios, incluso si los persiguieran y los ahuyentaran, podrían estar ahuyentando a aquellos que el Señor ha enviado para hacer Su obra.
Y el Señor había permitido que esta persona poseída por demonios, creo que esta es una referencia en particular al líder de la conspiración corintia, que simplemente estaba despedazando esa iglesia. Y al despedazarla simplemente estaba rompiendo el corazón de Pablo, de eso trata esta epístola. Y a Pablo no le gustaba, y él probablemente oró los salmos imprecatorios, y quería que el hombre estuviera muerto. Y dijo: “Dios, mátalo.” Pero la realidad del asunto era que el Señor quería que estuviera ahí para que esa estaca atravesara la carne de Pablo, porque tantos éxitos y tantas revelaciones harían de un hombre normal, incluso un hombre bueno como Pablo, que fuera soberbio, y Dios quería que fuera humilde.
Y Dios va a llegar al extremo que sea necesario para humillar a los suyos, incluso si significa enviar un mensajero de Satanás para plagarlo. Incluso, si significa problemas en la iglesia, y lo hubo en Corinto. Aún si significa un ataque en contra de su persona, su virtud, el asesinato de la virtud que se estaba llevando a cabo en la iglesia corintia estaba dirigido en contra de Pablo, y usted sabe lo que decían de él, “él está metido en esto por el dinero, él está buscando favores sexuales de las mujeres, él está centrado en sí mismo, él miente, él es un engañador,” y seguía, y todo eso viene de 2 Corintios. Y hay ocasiones que Dios incluso va a permitir que una iglesia sea destrozada, y el asesinato de la virtud de un hombre, si lo humilla. Así de importante es la humildad.
¿Por qué es tan importante? Versículo 9, “Él me dijo: “Bástate mi gracia, porque mi poder se perfecciona,”” ¿en qué? “en la debilidad.” Y Dios lo aplastó, porque cuando él estuvo al fin de sí mismo, y él no tenía nada, entonces él era más útil. Pablo aprendió eso. “Entonces de gran manera me gloriaré,” dice en el versículo 9, “prefiero gloriarme en mis debilidades para que el poder de Cristo repose sobre mí.” Como puede ver, él sabía que el poder estaba en relación directa a la humildad, al quebrantamiento. “Por lo tanto estoy satisfecho con debilidades, insultos, aflicciones, persecuciones, dificultades por causa de Cristo, porque cuando soy débil, entonces soy,” ¿qué? “fuerte”.
Él aprendió a abrazar la adversidad. Usted está siendo acusado de manera falsa, está siendo calumniado, usted está siendo representado de manera equivocada. Abráselo. Abráselo. Examine su corazón. Deje que el trabajo de humillación se lleve a cabo. Esté contento, porque es en la debilidad de usted que su fortaleza es perfeccionada. Él quiere que usted sea humilde, y Él va a llegar al extremo que sea necesario. La humildad del apóstol Pablo, creo yo, se manifiesta de una manera tan clara en Filipenses capítulo 3, si usted pasa a ese capítulo.
Ahora, normalmente tengo un bosquejo en mis mensajes, lo tengo en esta noche. Solo es un punto, y no puedo cubrirlo, desafortunadamente. El punto es la humildad, y es el punto tres. Pero solo quiero señalarle esto, si alguien, je, si alguien en la vida espiritual había alcanzado algo fue Pablo. Si alguien había alcanzado lo que ciertamente agradaría a Dios y traerle reconocimiento era Pablo. Y supongo que, desde el punto de vista del mundo, esa es la razón por la que nombraron una ciudad en Minnesota con su nombre. Y esa es la razón por la que nombran catedrales por todos lados con su nombre, e iglesias por todos lados llevan su nombre y niños pequeños llevan su nombre.
Pero quiero que sepa cómo se veía a sí mismo, en el versículo 12. “No que lo haya alcanzado ya,” no he llegado aún, “ni que ya sea perfecto; sino que prosigo,” prosigo, prosigo. Cuando él escribió a Timoteo al final de su vida, él lo dijo de la manera más simple que se podía decir, él le dijo: “Soy el primero de los,” ¿qué? “pecadores,” 1 Timoteo 1:15. “Soy el primero de los pecadores.” Y él dice: “¿Saben por qué Dios me salvó? Él me salvó porque era tan malo, que Él podía demostrar Su misericordia de una manera única conmigo.” “Para que yo,” dice él, “como el primero,” el peor, “permitiera que Jesucristo demostrara su paciencia perfecta, usándome a mí como un ejemplo.” Es como si dijera: “Si él pudo salvarme a mí, puede salvar a cualquier persona.” Y nada cambió en el corazón de Pablo.
Él dice: “No he llegado. Soy tan indigno ahora como siempre lo he sido.” Léalo en Romanos 7, él dice: “Todavía hay una ley en mis miembros, que está en guerra contra la ley de mi mente que me lleva a esa conclusión. Oh, miserable de mí, ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? Soy como un homicida con un cadáver amarrado a mi espalda, que me está consumiendo.” Eso es humildad. Eso es humildad. “No que lo haya alcanzado, ni que ya sea perfecto, sino que prosigo.” Diokō, yo persigo, yo busco. “Y simplemente estoy tratando de aferrarme de aquello para lo cual me aferró, se aferró de mí, Dios.” ¿Y porque se aferró Dios de él? Romanos 8, “predestinado para ser conformado a la imagen de Cristo.” Dios lo salvó para hacerlo como Cristo, y ese va a ser el premio del supremo llamamiento, semejanza a Cristo. Esa es la meta en la eternidad, esa es la meta en el tiempo.
Entonces, él dice: “Simplemente estoy persiguiendo aquello para lo que Dios se aferró de mí, y eso fue hacerme como Su Hijo. Algún día lo va a hacer en la eternidad, pero hasta ese momento lo persigo aquí y ahora, y no he llegado.” Y así es como se miden amados. Si usted quiere saber qué tan lejos, cuanto ha progresado espiritualmente, comparece no con alguien más. Recuerda 2 Corintios, Pablo dice: “No nos comparamos con nosotros mismos, o nos medimos por nosotros mismos a nivel humano.” Si usted quiere saber en dónde está espiritualmente, compárese con Jesucristo. Eso lo va a mantener humilde.
“Y antes de la honra,” Proverbios 15:33, “viene la humildad.” Antes de la honra viene la humildad. Dios quiere que usted sea humilde. Usted entró humilde, no tiene razón para ser soberbio ahora, en absoluto. Usted no es más digno de salvación ahora que cuando usted fue antes de que Dios lo salvó a usted. Usted todavía es miserable, indigno, y en usted mismo simplemente usted ha sido cubierto por la justicia de Cristo, porque Él pagó el castigo por sus pecados. Pero usted, en usted mismo, no es más digno ahora. Y cuando Dios trae esas cosas a su vida, que lo humillan a usted y lo bajan y lo quebrantan y despedazan su confianza en usted mismo, esas cosas que usted no puede arreglar y no puede corregir y no puede deshacer. Cuando la crítica viene es como una flor de diente de león que se disuelve en el viento.
Usted nunca va a recoger los pedazos, y usted se pregunta que le va a hacer usted, simplemente recuerde que probablemente es lo que es hecho a usted si usted lo enfrenta de manera correcta, es para humillarlo, y eso lo va a hacer a usted más útil. El lugar dónde vamos a cerrar nuestra pequeña explicación de la humildad, conforme llegamos a la mesa del Señor, es Filipenses, capítulo 2. Filipenses, capítulo 2, y vamos a comenzar en el versículo 3. “Nada hagáis por contienda o por vanagloria, antes bien con humildad estimaos cada uno a los demás como superiores a sí mismo.”
Sabe una cosa, hay algo, verdad, en una persona humilde, y es esto, ven su propio pecado peor que el resto de la gente. Ven su propio pecado peor que del resto de la gente, y esa es una marca. Si usted critica más a otros cristianos de lo que usted se critica a usted mismo, usted carece de humildad. Es la soberbia que le permite salir de su propio agujero arrastrándose y condenar a otro. Y no estoy hablando de evaluar la verdad, no estoy hablando de discernir, estoy hablando de estar preocupado por criticar los pecados de otro.
Es difícil hacer eso cuando usted está abrumado por los suyos, cuando los pecados que más lo ofenden a usted son los suyos, cuando los pecados que más le entristecen a usted son los suyos, cuando los pecados que usted quiere prevenir son los suyos, y cuando los efectos de esos pecados que impactan a la iglesia son sus pecados y no los de alguien más, usted tiene una medida de humildad. Y usted puede hacer lo que dice aquí, “considerar a otros como superiores a usted’.
También involucra en el versículo 4, no solo “no viendo por lo suyo propio,” sino también por los intereses de otros. Cuando usted está más preocupado por los asuntos de otros, los éxitos de otros, las bendiciones de otros, los beneficios de otros, de lo que usted está preocupado por usted mismo, usted tiene una medida de humildad. Cuando sus intereses personales no son lo que importa, cuando a usted le podría importar menos sus propios éxitos y usted podría importarle menos sus propios méritos, y usted le podría importar menos sus propios privilegios, popularidad, reputación, pero usted está consumido con esas cosas con respecto a otros, usted tiene una medida de humildad. Tiene que ver con cómo se ve usted así mismo, de manera negativa con respecto a su pecado, y de manera positiva con respecto a su éxito. ¿Está más preocupado por sus pecados que por los de alguien más? Y ¿está más preocupado por las bendiciones de otros que por las suyas? Esa era la actitud de Cristo. Él estaba más preocupado por nosotros que por sí mismo.
La actitud que es expresada en el versículo 5, “Haya pues en vosotros este mismo sentir que hubo también en Cristo Jesús”. Él estuvo perfectamente dispuesto a ceder Sus privilegios para llevar nuestros pecados. Él estuvo dispuesto a estar separado de Dios y soportar la agonía, la cual es inexplicable, incomprensible para nosotros, para que nosotros que somos indignos pudiéramos ser salvos. Y es este pasaje maravilloso conocido por nosotros que apunta a esto. “Aunque él existió en la forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse.” Él estuvo dispuesto a cederlo. “Sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho en semejanza de hombres.” Esta es la condescención aquí, la que kenosis como se llama, el vaciarse de sí mismo. “Y estando en la condición de hombre se humilló a sí mismo, haciéndose obediente al punto de muerte, esto es muerte en la cruz.”
En otras palabras, Él vino hasta el fondo por nosotros, hasta el fondo por nosotros. ¿Qué es esta humildad que Dios busca para nosotros? Es un sentido de la bancarrota espiritual de uno, indignidad total, como se manifiesta en las bienaventuranzas y en el sermón que Jesús predicó en Mateo 18, y en el libro de Santiago. Es una actitud que continúa después de nuestra salvación, cuando reconocemos que no somos más dignos ahora de lo que fuimos en el pasado. Es una actitud que reconoce que el sufrimiento y el dolor que viene a nuestras vidas, que entra en tanta profundidad y nos golpea – y esa es una palabra en 2 Corintios 12, nos abofetea, y significa golpe, un golpe en la cara.
La misma palabra usada en los soldados que golpearon a Jesús en la cara. Y cuando somos golpeados en la vida, y acusados falsamente abrazamos eso, porque entendemos que mediante eso Dios nos humilla, y entre más humildes somos más poderoso Él es mediante nosotros. Es el tipo de humildad que está más preocupada por nuestros pecados que los pecados de alguien más o cualquier otra persona. Es el tipo de humildad que en particular busca los intereses de otros demostrada en la condescención de Jesucristo. Eso es humildad. Y esa, amados, es una actitud del corazón que está en el centro mismo de la virtud espiritual.
Entonces, cuando el ministerio de la iglesia está haciendo lo que Dios quiere que haga, está llevando a cabo un trabajo de corazón. Y en el corazón se está esforzando por la Palabra de Dios por inculcar fe, por inculcar obediencia y traer humildad. Ese es trabajo de corazón. Ese es el trabajo de la iglesia. No es superficial, simplemente lo opuesto a eso. La meta de la iglesia no es simplemente que usted venga aquí y darle una experiencia agradable, la meta del ministerio de la iglesia es producir humildad. Ese el tipo de actitud espiritual que hace la parte interna de la iglesia lo que Dios quiere que sea. Y después la iglesia puede vivir de adentro hacia afuera.
Inclinémonos juntos en oración. Padre, conforme pensamos en esto, todos estamos sintiendo culpabilidad en nuestros corazones, y yo sé que la estoy sintiendo, me has dado muchas bendiciones, y desde el punto de vista del ministerio en la iglesia has abierto muchas oportunidades y muchas experiencias, y muchos privilegios. Y Señor, tal privilegio necesita una humillación, y yo entiendo eso, y te agradezco por esas cosas que vienen a mi vida, que me traen rápidamente al fin de mí mismo y me arrojan sobre ti.
Te agradezco por los insultos, las aflicciones, las malas representaciones, las acusaciones falsas. Te agradezco por las pruebas y las tribulaciones, la aflicción que viene a la iglesia, las dificultades e incluso esfuerzos satánicos, esfuerzos demoniacos. Te agradezco por todo eso, que no son el resultado de la iniquidad, sino el desarrollo de los propósitos que Tú tienes para humillar a Tu siervo. Y te agradezco por lo mismo en las vidas de estas personas amadas. Gracias por hacer lo que necesitas hacer para humillarnos, para que puedan saber cómo depender de Ti, para que sean acercados a la intimidad contigo, porque no tienen a ningún otro lugar adonde acudir, para que puedan ser poderosos.
Si Jesús se humilló a Sí mismo a la cruz, ¡Oh Dios, danos esta misma actitud! Que seamos como Él y nos humillemos a nosotros mismos. Conforme venimos ahora Señor a esta mesa y vemos la humildad misma de Cristo en Su demostración más vívida, lo vemos humillado, el Creador, Aquel que creó todo y salpicó las estrellas por los cielos. El que creó el universo en seis días y reposó. El que es infinitamente y perfecto, no tocado por el pecado. El que interactúa en este mundo impío como un rayo de luz en un basurero, sin ser afectado por la contaminación. Puro y brillante.
Pero Señor, sabemos que con tanta frecuencia olvidamos Tu gracia y misericordia y la extensión de Tu humillación. Esa es la razón por la que necesitamos esta mesa, esa es la razón por la que necesitamos venir aquí y recordar de nuevo que te humillaste por nosotros, viniste y fuiste hecho pecado por nosotros cuando no conocías pecado, para que fuéramos hechos la justicia de Dios a través de Ti. Te volviste pecado, solo en el sentido, de que fuiste tratado como si hubieras cometido nuestros pecados, cuando de hecho nunca cometiste ninguno. Para que fuéramos tratados como si hubiéramos cometido ninguno, y como si solo hubiéramos hecho Tus actos justos. Esto es gracia maravillosa y condescención.
Y conforme vemos la cruz en esta noche, hay tantas perspectivas. Pero para esta noche queremos ver ahí Tu humildad, Tu condescención, como un modelo para la nuestra. Que nos humillemos a nosotros mismos, reconociendo lo pecadores que somos, absolutamente indignos y que por lo tanto nos humillemos a nosotros mismos delante de Ti, y delante del uno y el otro, expresando que ninguno puede tener mayor amor que este, que ponga su vida el hombre por sus amigos. Humíllanos Señor, mediante el medio que sea necesario, para que podamos manifestar la virtud misma de Cristo, de quien somos, y cuya imagen anhelamos reflejar.
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