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Bueno, hay muchas cosas maravillosas o a manera de la instrucción del Señor que se va a dar a través de aquellos que estarán ministrando a ustedes y considero un gozo comenzar esta mañana. Al pensar en lo que podría hablar, supongo que solo un poco de preámbulo, he sentido durante, creo, toda la duración de mi ministerio que la Iglesia ha sufrido de una comprensión inadecuada de la doctrina que se relaciona con la santificación. Incluso en años recientes, cuando somos bastante perspicaces en la doctrina de la justificación, y lo tenemos bastante claro, como escucharon en el himno hermoso que se cantó antes: “Sus vestiduras por las mías”. Entendemos eso, y hay uniformidad en eso entre aquellos que son fieles a la Palabra de Dios. Entendemos eso. Regresamos a los Reformadores y sostenemos su bandera y mantenemos su impacto al sostener las mismas convicciones que muchos de ellos descubrieron en un tiempo cuando estaba oscurecido.

Así que, creo que, en general, lo hacemos bien con la doctrina de la justificación. Incluso lo hacemos bastante bien con la doctrina de la soberanía de Dios. Esa es una doctrina cómoda para nosotros. Queremos que eso sea verdad. Pero donde la iglesia parece perderse, es en el asunto de la santificación. Y eso no es un asunto pequeño, porque la función de la iglesia es abordar, en las vidas del pueblo de Dios, el asunto de la santificación.

No necesito darles ilustraciones de la condición “los evangélicos” con respecto a la santificación. Tenemos muchas personas no santificadas y aparentemente, tenemos a muchos líderes no santificados. Y mucha discusión sobre la justificación y la soberanía de Dios, pero muy poco interés, al menos en mi opinión, en la realidad fundamental de la santificación.

Quiero ver si puedo reducir eso al enfoque más simple, y es este. Quiero hablarles esta mañana sobre el triunfo de la obediencia. Ahora, ahí hay una palabra extraña. Obediencia. ¿Es eso redundante, el triunfo de la obediencia? ¿Ese es un oxímoron —el triunfo de la obediencia? ¿Puede la obediencia ser triunfante? ¿Es la sumisión una especie de victoria?

No solo hay indiferencia hacia la idea de la obediencia, hay resistencia a la realidad de la obediencia. Un líder de la iglesia contemporánea que rechaza de plano la idea de la obediencia reduce la vida cristiana a esta pregunta absurda, y cito: “¿Qué vas a hacer ahora que no tienes que hacer nada? ¿Qué vas a hacer ahora que no tienes que hacer nada?”. Esa es la última versión del: “Déjalo ir y deja que Dios actúe”.

Otro autor dijo: “No estamos bajo la ley. No estamos bajo la ley”, repitiéndolo. “No puedes vivir bajo el deber. No puedes vivir bajo la esclavitud de la obediencia necesaria. Eres libre en Cristo. Libre de la obediencia necesaria”.

Sé que hay personas que piensan que están protegiendo la justificación por la fe con dicha idea. Y me gustaría poder darles el beneficio de la duda y pensar que principalmente están motivados por el deseo de proteger la justificación. Pero me parece una teología muy conveniente para aquellos que están ocultando una vida de pecado, para calmar su conciencia atormentada. Inventan una noción de que la obediencia es una ofensa a Dios si se lleva a cabo bajo el sentido del deber.

El antinomianismo es una herencia antigua y no desaparecerá. Simplemente, no desaparecerá. Sobrevive en cada generación de la iglesia. Usted puede retroceder a los primeros años en nuestro ministerio aquí al escribir un libro llamado El Evangelio según Jesucristo que abordaba una forma de antinomianismo, donde usted podía ser salvo y no ser transformado, y ni siquiera necesariamente seguir creyendo. No había conexión entre el arrepentimiento y la salvación. Ninguna conexión entre las buenas obras como fruto de la salvación y la salvación.

Algunos de ustedes recuerdan esos asuntos y el libro del Evangelio según Jesucristo y el Evangelio según los apóstoles. Discusiones sobre la gracia barata y el creer fácilmente. Ha habido una especie de comodidad al aislar la justificación de la santificación. Y mientras se tenga la justificación correcta a la santificación, no importa tanto. Y nuevamente, el motivo es proteger, al menos externamente… el motivo es proteger el evangelio del legalismo. Pero nuevamente, cuestiono eso.

Sinclair Ferguson ha escrito un libro llamado El Cristo Completo, y escuche esta declaración: “La eliminación total de la ley parece proporcionar un refugio para el antinominiano. Pero el problema no es la ley, sino el corazón que permanece sin cambios”. Fin de la cita. Este es el engaño. El antinomiano piensa que está libre de la ley, pero no lo está. Todavía está sujeto a la ley. Todavía es un legalista. Él busca, al ir en la dirección opuesta de rechazar la ley, estar libre de la ley. Pero este es su engaño.

La verdad es que el antinomiano todavía es un legalista. ¿Por qué? Porque está definiendo su relación con Dios por medio de la ley. El legalista debe cumplir la ley para agradar a Dios. Y el antinomiano no debe cumplir la ley para agradar a Dios. Y así se relaciona con la ley. El antinomianista es tanto legalista como el cumplidor riguroso de la ley. No ha escapado. No está libre de la ley. La salvación verdadera, y esto es lo importante, nunca se define por la relación de alguien con la ley. Es definida por la relación de alguien con Cristo. Confiar, honrar, glorificar al Señor Jesucristo y especialmente amarlo y amar Su palabra, rompe la esclavitud de la ley. El antinomiano que piensa que está libre de la ley, libre del deber de obedecer la ley, generalmente revela que él no tiene ninguna relación con Cristo en absoluto. Si usted está definiendo su relación con Dios por su relación con la ley, es posible que usted esté afuera del reino de Dios.

El antinomianismo pervierte el Evangelio al no hacer nada del trabajo divino de la regeneración. No lo reconoce. Intentar ganar la salvación mediante la indiferencia a la ley no es diferente de intentar ganar la salvación mediante la adherencia a la ley. La única forma de estar seguro de su salvación es saber que usted tiene una relación, no con la ley, sino con Cristo. Los antinominianos convierten el deber y la obediencia en un pecado contra la gracia. ¡Qué trampa! Si usted no obedece los mandamientos, usted peca. Y luego, si usted obedece los mandamientos, usted peca. Un creyente verdadero tendría que negar el nuevo nacimiento para rechazar su deber de obedecer la ley de Dios.

¿Y qué impulsa eso? ¿Por qué es que un creyente verdadero obedece la ley de Dios? Bueno, siga con algunas porciones conocidas de las Escrituras. Vaya a Juan 14, y esto es a modo de recordatorio esta mañana, cosas con las que usted está familiarizado. Juan 14, versículo 15: “Si me amáis, guardad mis mandamientos”. “Si me amáis, guardad mis mandamientos”. En otras palabras: “Si tienes una relación conmigo, serás obediente”.

Abajo en el versículo 21: “El que tiene mis mandamientos y los guarda, ese es el que me ama. Y el que me ama será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él”. Esto es intenso, y esto está diciendo que la obediencia está directamente relacionada con el amor.

Versículo 23, Jesús dijo a uno de Sus discípulos, Judas (no, Iscariote): “Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos morada con él. El que no me ama, no guarda mis palabras”. O dicho al revés: “El que no guarda mis palabras, no me ama”. Digo, esto es fundamental. No podemos evitar esto.

Allá, en el capítulo 15, versículo 10, en ese aposento alto, Jesús nuevamente repitió la misma verdad: “Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor”. O versículo 14: “Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando”. Sé que usted conoce esto, pero quiero que esté fresco en su mente, estas afirmaciones maravillosas.

Escuche 1 Juan 3:24: “El que guarda sus mandamientos permanece en él, y él en él. Por esto sabemos que él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado”. Si usted no tiene deseo de obedecer sus mandamientos, entonces no tiene amor por él. Usted no está permaneciendo en él, usted no lo conoce. Una vez más, en el capítulo 5, versículo 2, de 1 Juan: “En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios. Cuando amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos, porque este es el amor de Dios, que guardemos sus mandamientos, y sus mandamientos no son gravosos”, porque son guardados por amor.

Eso define a un creyente verdadero. Su relación es con el Señor, no con la ley. Pero porque ama al Señor, ama la ley del Señor, la cual, como dice el Salmo 138, 2, Dios ha exaltado su palabra, igual que a su nombre. Él ama porque el amor de Dios ha sido derramado en su corazón por el Espíritu Santo. Él tiene un amor, entonces, definido por la obediencia, por la obediencia.

Eso debería ser obvio a partir de la gran comisión. La gran comisión establece eso de manera inequívoca: “Id, pues, y haced discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles que guarden todo lo que os he mandado”. ¿Qué es el discipulado? Es enseñarles a las personas a ser obedientes. Entiendo eso, comprendo eso. No soy muy místico. Si usted me dice: “Esto es lo que Dios requiere y debes obedecer”, entonces entiendo eso. Ese es el camino de la santificación.

Entonces, en base a lo que acabamos de ver y resumido en Mateo 28, ¿cuál debería ser el objetivo del ministerio? Producir personas que sean —¿qué?— obedientes. Obedientes. No personas que están persiguiendo algún sentimentalismo o alguna experiencia esotérica, sino personas que son obedientes.

¿Cuál es la meta del ministerio pastoral? Le voy a dar más, porque solo quiero que escuche estos textos conocidos para refrescar su mente. Escuche lo que Pablo dijo en Gálatas 4:19: “Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto hasta que Cristo sea formado en vosotros”. La meta del ministerio es ser como Cristo, ¿verdad? Efesios dice esencialmente lo mismo en el capítulo 4: “Y él mismo constituyó a unos apóstoles, otros profetas, otros evangelistas y otros pastores maestros a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios; a un varón perfecto a la medida de la estatura que pertenece a la plenitud de Cristo”. Nuevamente, todo el ministerio en el que usted esté involucrado es llevar a la gente por el camino hacia la semejanza de Cristo. Usted está allí para enriquecer su relación con él.

En Colosenses, capítulo 1, nuevamente lo mismo. Versículo 27 habla de: “Cristo en vosotros la esperanza de gloria”. Y luego, Pablo dice en el versículo 28: “A quien anunciamos amonestando a todo hombre y enseñando a todo hombre con toda sabiduría, a fin de presentar a todo hombre perfecto en Cristo. Por lo cual también trabajo luchando según su poder que actúa poderosamente en mí”. La semejanza a Cristo es la meta. Nuevamente, todo el camino de la santificación es volverse más como Cristo. Es definido por la relación de uno con Cristo, no por su relación con la ley.

En 2 Corintios capítulo 11 y versículo 3, Pablo básicamente dijo algo muy similar. Y luego veremos el capítulo 10, que es más o menos hacia donde me dirijo. Él dice en el capítulo 11: “Tengo celo por vosotros” —versículo 2— “con celo de Dios, porque os desposé con un solo esposo para presentaros como una virgen pura a Cristo. Pero temo que, como la serpiente engañó a Eva con su astucia, vuestras mentes sean desviadas” —o “extraviadas”— “de la sincera fidelidad de la devoción a Cristo”. Ahí está la santificación. Es la simplicidad y devoción a Cristo. Es amar a Cristo. Y ser como Cristo es ser obediente. Él fue “obediente hasta la muerte y muerte de cruz”. Hebreos 5: “Aprendió la obediencia por las cosas que padeció”. Él solo hacía lo que el Padre le decía que hiciera. Solo hacía lo que el Padre quería que hiciera. Él solo hacía lo que agradaba al Padre.

La meta que tenemos como pastores es la santificación de nuestra congregación, la conformidad a Cristo. Y mientras más conocen ellos a Cristo, más aman a Cristo y van a obedecer con mayor disposición sus mandamientos.

Ahora, para enfocarnos un poco más en un texto, vamos a 2 Corintios, capítulo 10. Capítulo 10. Este pasaje ha estado en mi mente y espero poder hacer esto útil para ustedes viéndolo de varias maneras. Voy a leer comenzando en el versículo 1, 2 Corintios 10: “Yo Pablo os ruego por la mansedumbre y ternura de Cristo” —de nuevo, el estándar para todo lo que Pablo requiere es Cristo— “yo que soy humilde” —“él es humilde, yo soy humilde”. “Yo que, estando presente, ciertamente soy humilde entre vosotros, mas ausente soy osado para con vosotros, ruego, pues, que cuando esté presente no tenga que usar de aquella osadía con que estoy dispuesto a proceder resueltamente contra algunos que nos tienen como si anduviésemos según la carne. Pues, aunque andamos en la carne, no militamos según la carne, porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derivando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo, y estando prontos para castigar toda desobediencia cuando vuestra obediencia sea perfecta”.

¿Ve usted ahí su deber pastoral? Su deber es llevar cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo y castigar a los desobedientes. No sé si alguna vez ha pensado en el ministerio de esa manera, pero eso es lo que Pablo dice que Dios requiere.

Veamos el versículo 5 por un momento. La última parte del versículo: “Estamos llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo”. Esa es la meta. Es acerca de la obediencia. Es acerca de la obediencia a él personalmente.

Y conocemos Su voluntad, porque como dice 1 Corintios 2: “Tenemos la mente de Cristo”. Eso no es algo personal como: “Creo que sé lo que siente Jesús”. Tenemos la mente de Cristo porque tenemos la Biblia. Sabemos lo que Él quiere, lo que le agrada a Él, lo que le honra. Y nuestro llamado es traer a nuestra gente al lugar donde todo pensamiento esté cautivo a Cristo.

Ahora, observe al comienzo del versículo, él dice: “Derribando argumentos” —esos son ideologías, filosofías, teorías, puntos de vista, opiniones. “Incluso” —kai, mejor traducido como “incluso”, “incluso toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios”. Esta es la labor. Este es el ministerio directo de Pablo. Destruimos ideologías anti-Dios. Destruimos ideologías anti-Dios.

Él se ve a sí mismo como un soldado. Realmente la terminología es militar. Destrozando ideas impías. Destrozando ideologías impías. Destrozando mentiras. Y son llamadas “fortalezas” ahí en el versículo 4. Esa es una palabra que significa “fortaleza”, significa “prisión”, significa “tumba”. Y las personas están fortificadas en ideologías anti-Dios que se convierten en sus prisiones y terminan siendo sus tumbas. Y el llamado que tenemos es a destruir esas especulaciones, destruir esas ideologías anti-Dios. Y la única forma de hacer eso es con la verdad.

Y luego usted toma, y luego usted lleva “cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo”. Es lenguaje vívido. El verbo griego allí significa “tomar prisioneros con una lanza”, “tomar prisioneros con una lanza”. Es como si estuviera llevando a estas personas, sacándolas de su fortaleza destruida a una nueva cautividad, y están siendo llevados con una lanza. Esto se les exige. “Y todo noema”. Eso significa pensamiento, razonamiento, diseño, propósito. Es traducido “mentes” en 2 Corintios 4:4.

Entonces, el objetivo de Pablo en el ministerio es destruir las mentiras anti-Dios. Y liberar las mentes engañadas de la esclavitud de esas mentiras y llevarlas cautivas a un nuevo amo, Cristo. Él define ese estado de conversión como estar cautivo a la obediencia de Cristo. Simplemente, lenguaje hermoso. En Romanos 6, Pablo dijo que ustedes eran esclavos de la injusticia, pero cuando llegó esa forma de doctrina, eso los transformó a ustedes. Se convirtieron en esclavos de la justicia, de la injusticia a la justicia.

La rebelión ha terminado y la vida del cristiano es una vida de obediencia a Cristo, a quien el cristiano ama, no porque tenga la capacidad en su humanidad de amar así, sino porque él ha sido regenerado para amar así. Juan 3:36: “El que no obedece al Hijo, no verá la vida, sino que la ira de Dios permanece sobre él”.

¿Qué pasó con la obediencia? Digo, incluso retrocediendo al evangelio. Romanos 1:5 habla de “la obediencia de la fe entre los gentiles”. “La obediencia de la fe describe la fe salvadora”. Es un acto de obediencia. En Romanos 2, los incrédulos son aquellos que “no obedecen a la verdad, sino que obedecen a la injusticia”. Nuevamente, al final de Romanos, “la obediencia de los gentiles” se manifiesta en “palabra y acción”.

Pablo incluso cierra Romanos, si usted ve la despedida final en los versículos 25 al 27 del capítulo 16: “Ahora, aquel que es poderoso para confirmar, o según mi evangelio y la predicación de Jesucristo, según la revelación del misterio que ha sido guardado en secreto durante siglos, pero que ahora se ha manifestado y por las escrituras de los profetas, según el mandamiento del Dios eterno, ha sido dado a conocer a todas las naciones para llevarlas a la obediencia de la fe”. La fe salvadora es el primer acto de obediencia que un pecador hace. Y usted puede darle toda la gloria a Dios, como dice el versículo 27.

Hebreos 5:9 lo expresa de esta manera: “Vino a ser autor de salvación eterna para todos los que le obedecen”. Pedro nos ofrece una imagen hermosa de esta obediencia salvadora en 1 Pedro 1, los dos primeros versículos: “Pedro, apóstol de Jesucristo, a los expatriados de la dispersión en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia. Elegidos, según la presciencia de Dios Padre, por la obra santificadora del Espíritu, para obedecer a Jesucristo y ser rociados con su sangre”. El todo de la salvación es un acto de obediencia.

¿Y a qué se refiere el rociado de sangre? Bueno, eso lo lleva de regreso al Antiguo Testamento, donde el pueblo de Israel pensaba más de sí mismo de lo que debían pensar. Y cuando hicieron un pacto para nunca violar la ley de Dios, lo sellaron con sangre. Estaban diciendo: “Obedeceremos”, pero no fueron fieles.

Es la obediencia de Cristo lo que define todo. Así es como usted define su vida cristiana, obedezco yo a Cristo. No es, “¿qué haría Jesús?” Es, “¿qué me mandó Él que yo hiciera?” “Y es tiempo”, dice Pedro en el capítulo 4, “de que el juicio comience por la casa de Dios, y si comienza por nosotros, ¿cuál será el fin de los que no obedecen al evangelio de Dios?” Ahí, de manera indirecta, está diciendo: “Si estás en la casa de Dios, viniste porque te comprometiste con obedecer a Dios. Y tú, en cierto sentido, simbólicamente hiciste lo que el pueblo de Israel hizo cuando hicieron el juramento de sangre, de obedecer siempre”. Ellos fracasaron. La fe salvadora se trata de obediencia. Y no sé por qué tenemos que huir de ese término.

Así que, de regreso al capítulo 10 de 2 Corintios. Así es como la relación con el Señor comienza. Usted está tomando una nueva lealtad a la obediencia a un nuevo amo, y usted no tiene opción. Usted ha sido llevado allí por la lanza, por así decirlo, y su vida ahora está definida por la obediencia a Cristo. Y para enfatizar eso, Pablo les dice a los Corintios: “Y aquellos de ustedes que son desobedientes, los castigaré”. No sé si alguna vez ha pensado en eso en términos de su ministerio, castigar al desobediente.

Obviamente, inicialmente esto es salvación en el versículo 5, pero cuando usted llega al versículo 6, Pablo está diciendo: “Voy a ir a esa iglesia y voy a identificar a esas personas que quizás afirman ser cristianas, pero son desobedientes y habrá castigo para ellos”. Hablamos de disciplina en la iglesia. No sé si alguna vez ha escuchado alguien hablar de castigo. La obediencia motivada por el amor es la naturaleza de la fe cristiana y es la realidad de la santificación.

Ahora, ¿por qué estoy enfatizando esto hoy? Bueno, porque nuevamente, creo que este es el mundo en el que todos vivimos. La obra de justificación y glorificación es la obra de Dios en su totalidad. Tenemos la responsabilidad en medio para perfeccionar a los santos hacia la semejanza de Cristo, y el antinomianismo se presenta en tantas formas y ha causado tanta confusión sobre la santificación, negando el deber del creyente de obedecer la ley moral de Dios. Permítame sugerir algunas que noté.

Primero, hay una especie de enfoque dualista gnóstico al antinomianismo que dice que la salvación del alma es todo lo que importa. El comportamiento corporal es irrelevante porque su cuerpo no está redimido, así que no se preocupe por ello. Eso se ha manifestado en algunas transgresiones graves, defendidas por pastores. Conozco a uno, yo mismo, que sugirió que las parejas que se estaban preparando para casarse tuvieran relaciones sexuales porque sus cuerpos de todos modos no estaban redimidos.

Así que está ese antinomianismo dualista, y luego está, supongo que lo podría llamar antinomianismo centrado en Dios, aunque es malo decirlo de esa manera. Eso es lo que dirían, antinomianismo centrado en Dios, que dice que Él solo requiere amor. Él solo requiere amor. Y así, debido a que Él realmente solo requiere amor, usted tiene que hacer, usted sabe, usted tiene que hacer algo de edición de la Biblia porque gran parte de ella no es amorosa. Pero debido a que Dios solo se preocupa por el amor, usted tiene que retener requisitos en las Escrituras porque eso no sería amoroso.

Y luego, está el antinomianismo impulsado por el Espíritu. Confiar en que el Espíritu Santo se mueva internamente para negar cualquier necesidad de estar sujeto o de ceder a la ley moral de Dios. Usted está libre de la ley, solo deje que el Espíritu Santo lo haga. Y si no sucede muy bien, bueno, probablemente es culpa de Él.

Y luego, está el antinomianismo centrado en Cristo: Dios no ve pecado en ti, de todos modos, porque Cristo pagó por tu pecado y luego, Él guardó la ley por usted. Entonces, dado que Él cumplió la ley por usted, usted no tiene que preocuparse por cumplirla usted mismo, lo cual usted no puede hacer.

Y luego, está el antinomianismo centrado en la cruz: No hay necesidad de obedecer la ley, solo huye a la cruz y predícate la cruz a ti mismo. Y luego está el antinomianismo centrado en la gracia: Todo pecado ha sido pagado, eres libre. Y luego, hay algo que no había encontrado hasta hace poco, antinomianismo de pecados menores: Cometer pecados menores te aleja de pecados mayores al concederle a tu carne cierta satisfacción.

Todos esos buscan eliminar la obediencia a la ley moral de Dios y a Su voluntad santa. Y todo eso es un ataque a Dios mismo. John Murray dijo: “En la negación de la autoridad permanente y la santidad de la ley moral, hay un golpe directo en el centro mismo de nuestra santa fe, ya que es un golpe a la veracidad y autoridad del Señor mismo”.

Todos entendemos que la ley tiene tres usos. Uso número uno es condenar al pecador. Uso número dos es proporcionar ley y orden, con una gracia común en la sociedad. Y tres, para revelar los mandamientos que todos los cristianos deben obedecer. Pero las personas que son antinominianas quieren deshacerse del segundo y tercer uso de la ley.

Escuche esta cita: “La ley de Dios es santa, justa y buena. Pero se convierte en un mal muy grande cuando es pervertida y usada para algo que no sea su propósito divino. Un propósito singular. Expresa la culpa del hombre ante Dios, cerrándolo a la fe en Cristo únicamente para la salvación”. Usar la ley de Dios para cualquier otro propósito es pervertir y abusar de la ley. Cuando usted piensa en la ley de Dios y la obediencia a esa ley como un acto de abuso, usted tiene una perspectiva distorsionada.

Dice usted: “Bueno, la ley es del antiguo pacto”. Bueno, la ley es del antiguo pacto. Tal vez debería tomar unos minutos y mostrarle algo. Regresemos a Deuteronomio 6. Quiero que vea que la ley es del antiguo pacto, porque la ley refleja la voluntad de Dios.

Escuche Deuteronomio 6: “Estos, pues son los mandamientos, estatutos y decretos que Jehová vuestro Dios mandó que os enseñase para que los pongáis por obra en la tierra a la cual pasáis vosotros para tomarla” —un texto muy conocido— “para que temas a Jehová tu Dios, guardando todos sus estatutos y sus mandamientos que yo te mando tú, tu hijo y el hijo de tu hijo todos los días de tu vida, para que tus días sean prolongados”. Esa es la voluntad de Dios: Guarda todos Sus mandamientos toda tu vida. Sé obediente. Sé obediente.

Ese es el cimiento. Para ayudarte con eso, necesitas: “Amar a Jehová, tu Dios de todo tu corazón y de toda tu alma y con todas tus fuerzas”. Versículos 5 y después versículos 6: “Estas palabras que yo te mando hoy estarán sobre tu corazón”. Esta es la clave. “Las repetirás a tus hijos y hablarás de ellas estando en tu casa y andando por el camino y al acostarte, cuando te levantes, las atarás como una señal en tu mano y estarán como frontales entre tus ojos”, simbólicas. Tener que pensar en la ley de Dios cuando trabajas y estás pensando, y “las escribirás en los postes de tu casa”. Usted conoce eso. El mandato entonces es obedecer la ley de Dios.

Allí, en Deuteronomio 30, de manera muy similar. Deuteronomio 30, y solo veremos el versículo 1 y en adelante. “Y será que cuando te hayan venido todas estas cosas” —después de que se pronunció la bendición y la maldición—, “después de esto”, versículo 2, “regreses a Jehová, tu Dios, y lo obedezcas de todo corazón y alma conforme a todo lo que yo te mando hoy tú y tus hijos”. Otra vez, mismo énfasis en la obediencia.

Versículo 8: “Y tú de nuevo obedecerás la voz de Jehová y pondrás por obra todos sus mandamientos que yo te ordeno hoy”. Versículo 10: “Si obedecieres a la voz de Jehová, tu Dios, para guardar sus mandamientos y sus estatutos escritos en este libro de la ley. Si te convirtieres a Jehová, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma”. Dios quiere obediencia desde el corazón. Obediencia desde el corazón.

El Salmo 37:31, del justo Dios dijo esto: “La ley de su Dios está en su corazón”. Esa es una obra divina. Salmo 40, versículo 8. David dice: “Me agrada hacer tu voluntad, Dios mío. Tu ley está en medio de mi corazón”. La ley no era solo externa en el antiguo pacto. Estaba en el corazón.

Vaya al Salmo 119. No sé si alguna vez pensó en este Salmo de la forma en que voy a abordarlo. Pero el Salmo 119. Solo escuche algunos de estos versículos maravillosos. Versículo 57 —podría escoger cualquiera de ellos, realmente— 57. Esa porción Cheth: “Jehová es mi porción. He prometido guardar tus palabras. Busqué tu favor con todo mi corazón. Ten piedad de mí conforme a tu palabra. Consideré mis caminos y volví mis pies a tus testimonios. Me apresuré y no tardé en guardar tus mandamientos. Las cuerdas de los impíos me han rodeado, pero no he olvidado tu ley. A medianoche me levantaré para darte gracias por tus justos decretos. Compañero soy de todos los que te temen y guardan tus mandamientos. La tierra está llena de tu bondad. Oh Señor, enséñame tus estatutos”.

Vaya al versículo 97: “Oh, cuánto amo yo tu ley. Es mi meditación. Todo el día es mi meditación. Tus mandamientos me hacen más sabio que mis enemigos, porque siempre están conmigo. Más discernimiento tengo que todos mis maestros, porque tus testimonios son mi meditación. Más que los ancianos he entendido por qué he guardado tus preceptos. De todo mal camino he apartado mis pies para guardar tu palabra”. Me encanta el versículo 103: “Cuán dulces son a mi paladar tus palabras. Sí, más dulces que la miel a mi boca”. ¿Cree usted que esto fue escrito por un legalista? Eso no fue escrito por un legalista. Yo creo que… regrese al Salmo 51.

Al igual que el Salmo 19 o el Salmo 1, el Salmo 51, esta es la confesión de David. Y yo creo que esta es una oración de salvación. Todos probablemente hemos predicado sobre ella. Esto viene del corazón de David. Creo que esta es una oración de salvación. Suena como una oración de salvación. Incluso si la pone en el Nuevo Testamento.

“Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu gran misericordia” —él pide gracia— “Conforme a la grandeza de tu compasión, borra mis transgresiones”. Esta es la oración verdadera del pecador. “Lávame por completo de mi iniquidad. Límpiame de mi pecado, porque yo reconozco mis transgresiones y mi pecado está siempre delante de mí. Contra ti, contra ti, solo he pecado y he hecho lo malo ante tus ojos para que seas justificado cuando hables y puro cuando juzgues”. Él entiende la profundidad de su pecado.

“He aquí, en maldad he sido formado y en pecado me concibió mi madre”. Desde su concepción misma, él llevaba la caída de la raza de Adán. Y sé lo que tú quieres, Dios: Tú deseas la verdad en lo íntimo. Esa no es la oración de un legalista. “Y en lo secreto, me harás conocer sabiduría. Así que, Señor, purifícame con hisopo y seré limpio. Lávame y seré más blanco que la nieve. Hazme oír gozo y alegría, que se regocijen los huesos que has quebrantado. Aparta tu rostro de mis pecados. Borra todas mis iniquidades”.

¿Quiere usted una oración de pecador? Allí está. Esa es una oración de salvación. Y vea el versículo 10: “Crea en mí que un corazón limpio”. David sabía que necesitaba un corazón nuevo. Y necesitaba un espíritu nuevo. Y ese es el lenguaje de Jeremías 31, ¿verdad?

“No me alejes de tu presencia. No quites de mí tu Santo Espíritu. Devuélveme el gozo de tu salvación. Sostenme con un espíritu dispuesto” —“Necesito un nuevo espíritu. Necesito un nuevo corazón”. Y “entonces podré enseñar a los transgresores tus caminos y los pecadores se convertirán a ti”. Seré útil para ti. Esa es la oración del pecador en la experiencia de David que lo llevó a la realidad del Salmo 119. Isaías 51:7 dice que Dios desea Su ley en el corazón. En el corazón. Y eso es exactamente lo que usted tiene con David.

Así que, como Abraham es un prototipo de fe en el Antiguo Testamento porque fue justificado por la fe —“Creyó a Dios y le fue contado por justicia”— David es un prototipo de un creyente santificado al que se le dio un corazón nuevo y un espíritu nuevo. Y lo que usted tiene en —por ejemplo, Jeremías 31— es la promesa de que eso va a sucederle a toda la nación de Israel.

Pero no fue como si nunca hubiera sucedido. Usted no piensa por un momento, ¿verdad?, que la gente en el Antiguo Testamento se convertía de alguna otra manera. David sabía lo que necesitaba: Un corazón nuevo, un espíritu nuevo, necesitaba una nueva creación. Y cuando esa nueva creación tuvo lugar en su vida, el Salmo 119 se convirtió en el testimonio de su amor por su Dios, que se manifestaba en su deseo de obediencia. Dios quiere la ley en el corazón, siempre lo ha querido, siempre lo ha querido. Y David guardaba esa ley porque prefería hacer eso que cualquier otra cosa. Así que, si usted está huyendo de la ley de Dios bajo algún concepto erróneo de su condición espiritual, si usted está huyendo de eso, necesita lo que David necesitaba: un nuevo corazón, un nuevo espíritu, una nueva creación.

Entonces, el ministerio de Pablo era destruir fortalezas y luego, llevar prisioneros a aquellos que habían sido liberados y hacerlos obedientes a Cristo. De hecho, es tan básico, es el punto de manera tan clara que Jesús dijo: “¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que digo?” Es completamente inconsistente.

Así que echemos un vistazo, solo para concluir, a 2 Corintios Capítulo 10 nuevamente. ¿Cómo abordó Pablo este ministerio? Solo tocaremos ligeramente sobre esto. En primer lugar, fue compasivo. Si usted va a estar confrontando a la gente con su obediencia o su desobediencia, aquí encuentra usted un modelo de cómo hacer esto eficazmente.

Número uno: él fue compasivo. Él dijo: “Os ruego” —está hablándoles a los corintios con todos sus asuntos— “yo que soy humilde, cuando estoy cara a cara con vosotros, pero audaz hacia vosotros cuando estoy ausente”— siendo sarcástico y diciendo eso, porque esa era la crítica hacia él. Pero comienza usted, si va a llamar a la gente a la obediencia y esa va a ser la dirección de su ministerio, debe haber compasión, humildad y gentileza, la humildad y la gentileza mismas de Cristo. Algunos en Corinto veían la humildad y gentileza de Pablo como debilidad. Él respondió un poco con sarcasmo, pero él tuvo que ser compasivo porque el Señor era compasivo.

Pero también fue valiente, versículo 2: “Ruego que cuando esté presente no tenga que ser audaz con la confianza con la que propongo ser valiente contra algunos que nos consideran como si anduviéramos según la carne”. Él no es débil.

Él será audaz, él será valiente, él va a confrontar a aquellos que están socavando su autoridad y su ministerio, a aquellos que lo están acusando de andar según la carne. Así que de alguna manera, lo tenía de ambas maneras, si no hacía nada, decían que era débil; si hacía algo, decían que era carnal. Pero el equilibrio está ahí y a veces, es difícil de lograr. Por un lado, el apóstol dijo: “Puedo ser valiente”, por otro lado, “puedo ser compasivo”. Y encontrar el equilibrio puede ser un desafío.

Quizás más significativamente, él fue competente, competente. En el versículo 4: “Porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios”. Si usted se metía en una discusión con el apóstol Pablo, si se enfrentaba al apóstol Pablo, luchar con Pablo era luchar con un hombre que tenía un arsenal enorme de verdad divina a su disposición. Usted no querría enfrentarse a él sin darse cuenta de que sus argumentos humanos no podían resistir el poder de las armas divinas de Pablo. Así que él dice: “En el ministerio he sido compasivo, he sido cuando he necesitado hacerlo, valiente; soy competente en usar la verdad con tanta eficacia que ha destruido las fortalezas”.

Solo dos pensamientos más aquí. Él estaba comprometido. Versículo 6: “Estamos listos para castigar toda desobediencia”. Nuevamente, esta es una declaración tan interesante como si el pastor fuera el encargado de aplicar castigo, pero por el bien de la pureza de la iglesia, Pablo haría eso y lo hizo.

Así que él fue compasivo, él fue valiente, él fue competente, él estaba comprometido, él estaba listo para castigar toda desobediencia. Y una nota final, él era cauteloso. Él dice en el versículo 6, al final, que el castigo ocurriría cuando vuestra obediencia sea completa. ¿Qué estás esperando? Estoy esperando lo obvio. Lo que significa que todos los obedientes son conocidos. Entonces, lo que está diciendo es que las personas que son obedientes no necesitan ser castigadas. Las personas que no son obedientes son las que necesitan ser enfrentadas. Él los probaría. Si tuviéramos tiempo, podríamos repasar los capítulos 10 al 13, donde habla aún más sobre eso.

Así que su ministerio pastoral se trataba de este asunto: “Seré compasivo con ustedes hasta que no pueda hacerlo y tendré que ser valiente. Y cuando llegue el conflicto, tendrán que enfrentar las armas de la verdad divina por sus acciones malas, su rebelión. Y estoy comprometido con hacer lo que sea necesario por la pureza de la iglesia. Pero no hasta que esté claro quiénes son los obedientes y quiénes son los desobedientes”. Él va a ser cauteloso y cuidadoso.

Así que conforme pensamos en el triunfo de la obediencia, creo que tenemos que volver a meter esto en el vocabulario de la iglesia; ha estado ausente.

Padre, Te agradecemos por el tiempo de esta mañana para considerar algo tan básico, tan fundamental. Y Señor, ¿cómo es posible que podamos cumplir con nuestro llamado? ¿Cómo es posible que podamos conformar una congregación a Cristo? ¿Cómo podemos edificarlos hasta llevarlos a la plenitud de la estatura de Cristo, a menos de que como Él, se vuelvan obedientes a Ti? No es complicado. No necesitamos encontrar algún camino místico, alguna meditación o contemplación. Necesitamos hacer lo que Pablo dijo: “Golpeo mi cuerpo y lo pongo en servidumbre”.

Señor, danos la fuerza en Tu Espíritu para someter la carne y obedecer a partir de un corazón de amor, tan lleno de amor, que la obediencia sea nuestro gozo más elevado. Esa es nuestra oración. En el nombre de Cristo. Amén.

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