Así dijo Jehová: No se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alabe el valiente, si el rico se alabe en sus riquezas. Mas alábese en esto el que se hubiere de alabar: en entenderme y conocerme, que yo soy Jehová, que hago misericordia, juicio y justicia en la tierra; porque estas cosas quiero, dice Jehová.
-Jeremías 9:23-24
¿Por qué cosas se alaba usted? “Alabarse” por algo significa jactarse de eso. ¿De qué se jacta usted? Vivimos en un mundo lleno de personas que se glorían en su sabiduría. Colocan una larga cadena de títulos detrás de sus nombres. Desean que las personas se impresionen con sus logros académicos y con lo inteligentes que son. El mundo está lleno de personas que se glorían en su fuerza. Hoy los deportistas profesionales están constantemente jactándose de su fortaleza física y de sus habilidades. La gente de negocios se jacta de la fuerza de su liderazgo y su capacidad empresarial. Y el mundo está lleno de personas que se glorían en sus riquezas. Quieren que todos sepan que son ricos. Exhiben su riqueza en sus cuerpos con ropas y joyas caras. Se pasean en sus riquezas en la forma de un automóvil de lujo. Viven en una casa que dice “riqueza” a todo el que pasa. Así somos los seres humanos caídos: nos gloriamos en nuestra sabiduría, en nuestra fortaleza y en nuestra riqueza.
Pero el profeta Jeremías dice, que esto es lo que el Señor declara: “Alábese en esto el que se hubiere de alabar: en entenderme y conocerme”. Es en esto en lo que tenemos que gloriarnos como cristianos. Pablo dice (1 Co.1:26-29) que no hay muchos cristianos que estén entre los nobles o poderosos de este mundo. Dios escogió a lo despreciable y humilde y débil. No podemos decir que somos los más sabios del mundo. No podemos decir que somos los más fuertes del mundo. Pero sí podemos decir que conocemos y entendemos a Dios.
Estaba en el asiento de un avión junto a un hombre que parecía ser del Oriente Medio. Este señor notó que yo estaba leyendo una Biblia.
–¿Pudiera hacerle una pregunta? –me dijo.
–¡Claro que sí! –le respondí.
–soy un recién llegado en los Estados Unidos –me dijo–. Vine de Irán y estoy confundido en cuanto a la religión de este país. Todo el mundo en mi país es musulmán pero aquí hay demasiadas religiones. ¿Puede hablarme acerca de la religión en los Estados Unidos?
–Por supuesto, ¿cuál es su pregunta?
–¿Cuál es la diferencia entre un católico, un protestante y un bautista? –me preguntó él.
Le expliqué que las diferencia de una manera sencilla.
–¿Puedo hacerle una pregunta? –le dije entonces.
–Por supuesto –me respondió.
–¿Es usted un pecador?
–Ah, sí –respondió–: Yo peco.
–En su fe –le pregunté–, ¿qué les pasa a los pecadores?
–Ah, pudieran ir al infierno.
–¿Tiene alguna esperanza de que usted no vaya al infierno? –le pregunté.
–Espero que Dios me perdone –respondió él.
–Sabe, conozco a Dios y Él no lo perdonará.
El hombre se quedó atónito.
–¿Conoce usted a Dios? –me preguntó. Podía imaginarme al hombre pensando: ¿Qué hace en el asiendo del medio de un avión con un pasaje económico si usted conoce a Dios? ¿No tiene acaso influencia para algo más?
No fue fácil decirle que yo conozco a Dios pero tenía que hablarle del Dios que yo conozco. Le hablé del Dios descrito en Jeremías 9:24. Él es un Dios que ejercita la misericordia con todas las personas, incluso con los iraníes. Pero Él también es un Dios que ejercita el juicio y la rectitud en el mundo. Quienes no lo conocen, quienes no han llegado a conocerlo por medio de su hijo, estarán bajo el juicio de Dios y estarán en el infierno. Pero la buena noticia es que las personas de todas las naciones pueden ser perdonadas al confiar en Cristo.
Conozco a dios. Es asombroso pero real que una criatura pequeña y finita como yo pueda conocer al Dios del universo. Dios se me ha dado a conocer en Jesucristo y en su Palabra. ¿Por qué desearía gloriarme en la sabiduría humana, en el poder humano o en las riquezas humanas, cuando puedo gloriarme en la realidad de que conozco al Dios del universo? La relación que tengo con Dios es más preciosa que la inteligencia, la fuerza o la riqueza.
Mi conocimiento de Dios es valioso para mí pero yo soy aún más valioso para Dios. Esa es la maravillosa verdad al final del versículo 24: Dios se complace en quienes lo entienden y lo conocen. Si usted conoce a Dios como se ha revelado en la Biblia, si usted comprende que Él es un Dios que ejerce amor y juicio, Dios se complace en usted.
Extraído del libro, “El corazón de la Biblia” escrito por el Pastor John MacArthur y publicado por Editorial Portavoz.