Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos. Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguno osara morir por el bueno. Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.
-- Romanos 5:6-8
Pablo concentra nuestra atención en una verdad convincente: Cristo no murió por nosotros porque fuéramos piadosos. Él no murió por los religiosos ni por los morales ni por los buenos. Murió por nosotros, los impíos, aunque todavía éramos pecadores.
Es ya muy raro que las personas mueran por otras personas. A veces leemos acerca de alguien que da la vida en una guerra o en un desastre para salvar a otra persona. Pablo reconoce que en raras oportunidades pudiera alguien morir por una persona justa, alguien que merecía ser salvo. Sería una persona muy notable que dio su vida por salvar a una buena persona. ¿Pero ha oído alguna vez de alguien dispuesto a morir por un malvado? ¿Moriría alguien por un hombre miserable, malvado y ruin? Solo Jesucristo lo haría.
Ese es el verdadero amor, el amor del que la Biblia nos habla. Es la clase de amor que hizo que Cristo muriera por los peores, no por los mejores. Esa es la maravilla del amor de Dios. Su asombroso amor hacia nosotros se muestra en que Cristo murió por nosotros aunque todavía éramos pecadores. El amor de Dios no tuvo nada que ver con nuestro atractivo o dignidad. Solo tuvo que ver con el carácter de Dios, el hecho de que Dios es amor.
Cristo no murió por nosotros porque fuéramos dignos o encantadores o piadosos. Pablo dice que estábamos sin fuerzas, indefensos e incapaces de salvarnos a nosotros mismos. No había nada que admirar en nosotros pero Dios nos amó. Cristo murió por nosotros porque éramos indignos e indefensos. No se puede expresar el evangelio de una forma más directa que esa: Cristo murió por los impíos, no por los justos. Lo hizo porque nos ama, no por ninguna otra razón. Un amor que no merecíamos produjo un sacrificio que no merecíamos. Pero eso es lo que hace la gracia.
Ese amor, ese sacrificio, produce gratitud en nuestra vida. Espero que usted sienta gran gratitud todos los días, sin olvidar jamás cuán indigno es del amor de Dios en Jesucristo. No hemos hecho nada para merecer su misericordia. No tenemos ningún atributo deseable para atraer su amor. Aunque estábamos indefensos y éramos impíos, aunque estábamos en rebelión contra Él, Dios mostró su amor por nosotros al enviar a Cristo a que muriera en nuestro lugar.
Extraído del libro, “El corazón de la Biblia” escrito por el Pastor John MacArthur y publicado por Editorial Portavoz.