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Hebreos 13:20 nos habla del Señor como “el gran pastor de las ovejas”. En contraste con todos los demás pastores, Él es el gran pastor. El Salmo 77:20 dice: “Condujiste a tu pueblo como ovejas por la mano de Moisés y de Aarón”. Moisés y Aarón fueron pastores pero no “grandes pastores”. A Jesús se le llama pastor tres veces en el Nuevo Testamento: En Juan 10:11 Él es “el gran pastor”. La Biblia habla muchas veces acerca de las personas como ovejas sin pastor (Nm. 27:17; 1 R. 22:17; 2 Cr. 18:16; Ez. 34:5; Zac. 10:2; Mt. 9:36; Mr. 6:34). Los creyentes son ovejas con pastor.

En una de nuestras reuniones de ancianos, estuvimos hablando acerca de cómo desarrollar una manera mejor de pastorear a los creyentes en nuestra iglesia. Algunos de los ancianos dijeron: “Algunos miembros no se involucran, y otros no cumplen del todo con sus responsabilidades. Hemos perdido el contacto con algunos hermanos y hay otros que no vienen desde hace bastante tiempo, y estamos tratando de seguirles la pista”.

Cuando salgo de una reunión como esa, pienso: “Señor, ¿cómo podemos pastorearlos mejor? “Todos podemos consolarnos con el pensamiento de que el gran pastor está pastoreando a sus ovejas. A veces cuando un recién convertido no se incorpora a un programa de seguimiento, actuamos como si hubiera perdido su salvación. Decimos: “Tenemos que ayudar al Espíritu Santo en todo este proceso. No podemos dejarlos al cuidado del Señor. ¡Hay que meterlos en un programa!” Es muy bueno vigilar y ayudar al pueblo de Dios, pero debemos recordar que el Señor es el pastor.

Yo no podría conservar mi salud mental si sintiera que era el responsable en última instancia de las ovejas de Cristo. Pongo todo mi corazón en lo que estoy haciendo por sus ovejas, pero no porque piense que todo depende de mí. Es nuestra iglesia servimos al Señor de todo corazón; pero cuando se nos acaban los recursos y no sabemos cómo atender a las necesidades de las personas, podemos decir: “El Señor es el gran pastor”.

En Hebreos 13:21 leemos que el gran pastor nos hace “aptos en toda obra buena para que hagáis su voluntad”. Él nos capacita para hacer su voluntad. Nos da su Palabra (2 Ti. 3:16-17) y nos da hermanos con dones que nos ayudan en la capacitación (Ef. 4:11-12). Somos, además, perfeccionados en otra manera: Primera Pedro 5:10 dice que después de haber sufrido por un tiempo, el Señor nos perfeccionará. Nos permitirá pasar por pruebas a fin de que la Palabra pueda obrar en nuestras vidas. Juan 15:2-3 dice que la Palabra nos poda.

Nuestro Señor no solo nos capacita sino que también intercede por nosotros. De la misma manera que un pastor protegería a sus ovejas luchando contra un lobo, el Señor Jesucristo lucha contra el adversario que constantemente está acusando a los cristianos ante el trono de Dios. Satanás nos acusa a nosotros como lo hizo con Job (Job 1:7-12; 2:1-5). Sin embargo, jesús viene a ayudarnos. Él es nuestro defensor, intercesor, abogado y consejero. Él es nuestro sumo sacerdote.

El escritor de Hebreos dijo: “Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (He. 4:15). Cristo sabe exactamente por lo que estamos pasando, de modo que es capaz de ayudarnos (He. 2:18). Él es el perfecto sumo sacerdote que vive para interceder siempre por nosotros (He. 7:25). Él experimentó el hambre, la sed y la fatiga. Creció en el seno de una familia. Amó, odió y se maravilló. Estuvo contento, triste, enojado, sarcástico y dolido. Se angustió acerca de sucesos futuros (tales como la crucifixión). Ejercitó la fe, leyó las Escrituras y oró toda la noche. Abrió su corazón al dolor humano y lloró cuando su propio corazón le dolía. El Señor pasó por todo por lo que nosotros pasamos, y aún más. Él simpatiza con nosotros y nos defiende. Cristo es nuestro fiel sumo sacerdote, que intercede siempre por nosotros.

Como nuestro pastor, él nos nutre, nos cuida y nos capacita para hacer su voluntad. También intercede a nuestro favor como nuestro sumo sacerdote, asegurándose de que ningún pecado es cargado a nuestra cuenta. Su sangre nos mantiene limpio de todo pecado (1 Jn. 1:9).


Extraído del libro, El plan del Señor para la iglesia escrito por el Pastor John MacArthur y publicado por Editorial Portavoz.


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