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Resulta totalmente cierto que “los cielos, los cielos de los cielos” no pueden contener a Dios. Dios es omnipresente. No hay lugar que su presencia no alcance. El salmista expresó y exaltó así la omnipresencia de Dios: “Si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, allí estarás tú” (Sal. 139:8). 

De manera que decir que Dios habita en el cielo no implica que esté recluido allí, pero sí que es su hogar, su centro de operaciones, su puesto de mando. Es el lugar en el que se encuentra su trono. Y es donde tiene lugar la más perfecta adoración de su nombre. Y en este sentido es en el que decimos que es su morada. 

De hecho, el cielo se llegó a identificar tanto con Dios en la concepción judía que acabó convirtiéndose en un eufemismo para referirse a Dios mismo. Las personas temerosas de usar el nombre del Señor en vano substituyeron el nombre de Dios por la palabra cielo.

Fue en tiempos entre los dos Testamentos (los 400 años transcurridos entre los acontecimientos del Antiguo y del Nuevo Testamento) cuando el pueblo judío desarrolló un temor casi supersticioso al emplear el nombre de Dios. Creían que el pacto de Dios (Yahvéh o Jehová) era demasiado santo para ser pronunciado por labios humanos. Y así fue como empezaron a substituir el nombre de Dios por otras palabras, entre las que se hizo habitual “cielo”. En tiempos del Nuevo Testamento esa práctica estaba tan extendida que los judíos interpretaban la mayor parte de referencia al cielo como referencias a Dios. 

Este empleo de la palabra cielo es habitual en el Nuevo Testamento. Lucas se refiere al “reino de Dios”; sin embargo, Mateo, al dirigirse a una audiencia principalmente judía habla del “reino de los cielos” (cp. Lc. 8:10; Mt. 13:11). Podemos ver otro ejemplo de este uso de “cielo” como eufemismo referido a Dios en Lucas 15:18, donde el hijo pródigo, pensando lo que le diría a su padre, exclama: “Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti”. Por supuesto, quería decir que había pecado contra Dios.

Aunque la palabra cielo se emplee a menudo en lugar de “Dios”, no podemos concluir que las Escrituras pretendan equiparar a Dios con el cielo. No son términos sinónimos. Dios sobrepasa al cielo, ya que en el fondo, el cielo no es más que un lugar, pero es el lugar donde Dios vive, el lugar donde los creyentes morarán, junto a Él, por toda la eternidad, el cielo de cielos, el tercer cielo.


Extraído del libro, La gloria del cielo escrito por el Pastor John MacArthur y publicado por Editorial Portavoz.


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