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Es muy probable que alguien, en algún lugar o en algún momento, le haya llamado fariseo. Sin embargo, las probabilidades de que usted haya tildado de fariseo a otra persona son aún mayores.
No es de extrañar que el término “fariseo” conlleve un estigma leproso. Prácticamente, siempre que aparecen en las páginas de las Escrituras son los villanos. Jesús nunca tenía nada bueno que decir de ellos. Y su autoridad prepotente y legalista los volvió en un látigo de autoridad por todo Israel, incluso para otros judíos piadosos.
En la jerga evangélica, “fariseo” es el término genérico utilizado para describir a los guardianes de la religión judía en tiempos de Cristo. Había diferentes rangos y facciones: escribas, abogados, rabinos, saduceos, fariseos y otros, pero todos ellos representaban colectivamente el sistema religioso farisaico.
Sin embargo, en el uso moderno, el término abarca un espectro mucho más amplio. Y es ese uso aleatorio el que nos interesa hoy. El pueblo de Dios necesita romper el hábito de “usar fácilmente el título de fariseo”, particularmente, para desviar la confrontación o evitar una amonestación. El hecho es que hay fariseos modernos al acecho entre la iglesia de hoy. Debemos ser capaces de detectarlos. Pero también debemos tener cuidado con la forma en que utilizamos este potente peyorativo.
Con ese fin, consideremos tres rasgos bíblicos de estos personajes corruptos.
Si Complementas las Escrituras con Reglas Creadas por el Hombre, Podrías Ser un Fariseo
Los fariseos estaban mucho más obsesionados con hacer cumplir su propio código legal farisaico que con administrar la ley de Dios. Lo hacían al añadir una gran cantidad de detalles extra bíblicos a los mandamientos de Dios, e inventaban sus propias doctrinas ajenas a las Escrituras:
“Entonces se acercaron a Jesús ciertos escribas y fariseos de Jerusalén, diciendo: ¿Por qué tus discípulos quebrantan la tradición de los ancianos? Porque no se lavan las manos cuando comen pan. Respondiendo él, les dijo: ¿Por qué también vosotros quebrantáis el mandamiento de Dios por vuestra tradición? Porque Dios mandó diciendo: Honra a tu padre y a tu madre; y: El que maldiga al padre o a la madre, muera irremisiblemente. Pero vosotros decís: Cualquiera que diga a su padre o a su madre: Es mi ofrenda a Dios todo aquello con que pudiera ayudarte, ya no ha de honrar a su padre o a su madre. Así habéis invalidado el mandamiento de Dios por vuestra tradición. Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, cuando dijo: ‘Este pueblo de labios me honra; más su corazón está lejos de mí. Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres’” (Mateo 15:1-9).
Los fariseos habían desarrollado una tradición por la que se animaba a la gente a dedicar sus posesiones materiales a Dios entregándolas a los líderes religiosos judíos. La inviolabilidad de ese voto hizo que sustituyera al quinto mandamiento -honrar a tu madre y a tu padre-, porque cualquier riqueza dedicada estaba prohibida como medio para mantener económicamente a los padres. Como señala John MacArthur, la culpabilidad implícita de los fariseos era inequívoca:
“Los escribas y fariseos sabían muy bien los Diez Mandamientos y podían recitarlos fácilmente de memoria. Ellos eran los más educados de todos los hombres, incluyendo judíos, y se les consideraba las autoridades supremas tanto en las Escrituras como en la tradición”[1]John MacArthur, Comentario MacArthur del Nuevo Testamento: Mateo (Grand Rapids: Portavoz, 2017), 887..
Las reglas y prohibiciones de los antiguos fariseos no carecen de paralelos modernos. Tienen similitudes innegables con las denominaciones fundamentalistas que vemos hoy en día. Si asistes a una iglesia fundamentalista, no tardarás en encontrarte con una lista de normas extra bíblicas que tienen el peso de la doctrina esencial. De hecho, muchas de estas reglas se encuentran en las declaraciones doctrinales de las iglesias fundamentalistas: prohibiciones relativas a beber, fumar, bailar, tatuajes, piercings y géneros musicales inaceptables.
Si eres Liberal, Definitivamente eres Saduceo
Antes de que algún liberal obtenga algún placer engreído señalando con su dedo acusador a los “fundamentalistas” que tanto desprecian, hay que reconsiderarlo. Los liberales sólo evitan la etiqueta de fariseos porque en realidad son algo mucho peor: son saduceos.
Al igual que los teólogos liberales, los saduceos negaban las doctrinas bíblicas fundamentales, especialmente todo lo que implicara lo milagroso. En una ocasión, los saduceos intentaron reivindicar su negación de la resurrección, haciéndole a Jesús una pregunta capciosa al respecto (Mateo 22:24-28). Pero Cristo los condenó por su incredulidad e incompetencia bíblica: “Erráis, ignorando las Escrituras y el poder de Dios” (Mateo 22:29). Y después, Él puso al descubierto su analfabetismo bíblico (Mateo 22:30-32).
Mientras que las iglesias fundamentalistas son terreno de cultivo para fariseos modernos, las iglesias liberales son guaridas de saduceos modernos. Ambas deben evitarse como la peste.
Si Predicas un Evangelio Falso, Podrías Ser un Fariseo
Los fariseos tenían fervor evangelizador. Pero tenían motivos equivocados, métodos equivocados y un mensaje equivocado: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! Porque recorréis mar y tierra para hacer un prosélito, y una vez hecho, le hacéis dos veces más hijo del infierno que vosotros” (Mateo 23:15). John MacArthur comenta:
“Jesús maldijo a los escribas y fariseos porque corrompían al pueblo. No solamente excluían a las personas de la verdadera fe, sino que las corrompían con falsa fe.
“En tiempos del Nuevo Testamento se hacía un gran esfuerzo por convertir gentiles al judaísmo. Los dirigentes judíos trabajaban con agresividad, recorriendo mar y tierra para hacer un prosélito. La palabra prosélito tenía el significado básico de una persona que ha alcanzado su destino, y llego a utilizarse comúnmente para un extranjero que era introducido a la religión…
“Muchos de los prosélitos de justicia se volvían sumamente celosos por su nueva fe, algunos de ellos incluso más celosos que quienes los habían convertido. Pero debido a haber sido llevado a un sistema religioso falso que había reemplazado al judaísmo bíblico, un prosélito se volvía dos veces más hijo del infierno que los escribas y fariseos mismos. A veces superaba a sus mentores en celo fanático, pero ya que dicho celo no era piadoso, simplemente los llevaba sin duda alguna al infierno”[2]John MacArthur, Comentario MacArthur del Nuevo Testamento: Mateo (Grand Rapids: Portavoz, 2017), 1256-7..
Los esfuerzos evangelísticos de los fariseos eran condenables según Cristo, no porque evangelizaran sino porque evangelizaban con su propia religión falsa.
Al igual que los fariseos, los mormones y los testigos de Jehová viajan mucho y reclutan fervientemente a personas para sus falsas religiones. Sin embargo, formas aún más sutiles de esto son frecuentes en las iglesias evangélicas.
El evangelio de la prosperidad sustituye la oferta de vida eterna por las seductoras promesas de salud y riqueza en el aquí y ahora. Del mismo modo, el evangelio social hace hincapié en las buenas obras temporales a expensas de las preocupaciones eternas. Ambos errores, aunque aparentemente antitéticos, caen en la misma categoría farisaica de hacer proselitismo con un evangelio falso.
Si Usted se Autoproclama Autoridad Bíblica, Podría Ser un Fariseo
Los fariseos se consideraban los guardianes de la Palabra de Dios, los expertos en todas las cosas bíblicas. Pero Jesús los reprendió repetidamente por su analfabetismo bíblico. El veredicto de Cristo fue que los fariseos no habían estudiado las Escrituras lo suficiente, como lo demuestra la frase que repitió muchas veces: “¿No habéis leído?”. (Mateo 12:3; 12:5, 19:4; 21:16; 21:42; 22:31; Marcos 2:25; 12:10; 12:26; Lucas 6:3).
Jesús nunca acusó a los fariseos de tomarse las Escrituras demasiado en serio. En cambio, les dijo que no se la tomaban lo suficientemente en serio:
“¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! Porque diezmáis la menta y el eneldo y el comino, y dejáis lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe. Esto era necesario hacer, sin dejar de hacer aquello. ¡Guías ciegos, que coláis el mosquito, y tragáis el camello!” (Mateo 23:23-24).
Los fariseos eran ciertamente pésimos eruditos de la Biblia -se especializaban en doctrinas menores, mientras que omitían por completo la mayoría de las doctrinas mayores. Aunque podían haber sido fervientes estudiantes de las Escrituras, su destreza académica no les había dado ninguna visión espiritual. En última instancia, su confianza en su propia pericia les cegó ante la llegada del Mesías. “Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna, y ellas son las que dan testimonio de mí; y no queréis venir a mí para que tengáis vida” (Juan 5:39-40).
En la acusación condenatoria de Cristo estaba implícita su expectativa de que quienes leyeran la Palabra de Dios fueran capaces de entenderla. La Biblia no es un rompecabezas críptico a la espera de que algún erudito o experto descifre lo que Dios nos está diciendo en realidad. “Pues Dios no es Dios de confusión” (1 Corintios 14:33).
La expectativa de Cristo respecto a la claridad de las Escrituras fue compartida por los autores bíblicos. Pablo escribió sus epístolas a una audiencia predominantemente de creyentes laicos (1 Corintios 1:2; Efesios 1:1) y esperaba que pudieran diferenciar cómodamente entre los evangelios verdaderos y los falsos (Gálatas 1:8-9), así como entre la teología bíblica y la anti bíblica (Hechos 17:11).
Sin embargo, los descendientes modernos de los fariseos -los autoproclamados expertos bíblicos de nuestros días- ofrecen todo tipo de novedades y misterios disfrazados de conocimiento bíblico. Ahora tenemos expertos descifrando códigos numerológicos ocultos en las Escrituras, autores revelando al Jesús que nunca conocimos, pastores encontrando el mensaje perdido de Jesús y académicos de la torre de marfil descubriendo nuevas perspectivas sobre Pablo que los Reformadores y los Puritanos nunca advirtieron.
No son los sabios de nuestros días. Son un grupo diverso de fariseos que merecen nada menos que la amonestación de Jesús a sus antepasados espirituales: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!... Guías ciegos, que coláis el mosquito y os tragáis el camello”.
Los fariseos modernos existen. Pero aplicar esa etiqueta de manera descuidada e imprudente acaba a menudo por dar en el blanco equivocado. Y a veces los verdaderos fariseos acaban siendo los que hipócritamente utilizan el peyorativo contra otros. Las Escrituras nos enseñan lo suficiente para identificar fácilmente a los fariseos y la cultura farisaica en las iglesias modernas. Aun así, dedicarse a poner nombres es una pobre manera de invertir ese discernimiento. Ese conocimiento puede usarse de manera mucho más provechosa para amonestar a los fariseos que conocemos, evitar los lugares donde domina la cultura farisaica y arrepentirnos de las tendencias farisaicas en nuestras propias vidas.