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¿No son los deseos sexuales de una persona simplemente un asunto privado? ¿Realmente importa lo que la gente hace en la intimidad de sus hogares?
Como vimos la última vez, la desviación sexual es destructiva para el individuo. Pero la Palabra de Dios también enseña que tiene efectos más amplios en la sociedad. El libro de Romanos ilustra su amplio impacto.
En el primer capítulo de su epístola a los romanos, Pablo describe los resultados degradantes de la rebelión pecaminosa del hombre. Lo que vemos es el proceso por el cual el pecado engendra más pecado, y cómo el juicio de Dios incluye desatar sobre el hombre pecador el pleno ejercicio de sus propios apetitos malvados.
El proceso comienza con el rechazo de la autoridad de Dios sobre Su creación.
“Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad; porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó. Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa” (Ro. 1:18–20).
A pesar de las numerosas evidencias de la obra creadora de Dios y de todas las formas en que Él se ha revelado a la humanidad, la primera prioridad del pecador es suprimir la verdad acerca de Dios, rechazar Su autoridad y usurpar Su trono. Como Pablo explica, este rechazo rebelde conduce a la idolatría.
“Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles.
”Por lo cual también Dios los entregó a la inmundicia, en las concupiscencias de sus corazones, de modo que deshonraron entre sí sus propios cuerpos, ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los siglos. Amén” (vv. 21–25).
La idolatría siempre conduce a la inmoralidad. Se puede observar este patrón a lo largo de la historia. Cuando el hombre decide adorar a un dios que él mismo ha creado, la adoración de ese dios se convierte en una excusa para explorar y satisfacer sus deseos pecaminosos. No es de extrañar que el culto pagano del mundo antiguo se centrara en la prostitución en los templos, rituales indescriptibles y orgías desenfrenadas. La idolatría y la inmoralidad dominaban prácticamente todos los aspectos de la vida en la antigüedad.
En nuestros días, no ha cambiado mucho. Si bien el objeto de la idolatría del hombre ha cambiado —de ídolos inertes a un egoísmo y una autosatisfacción más evidentes— su apetito insaciable por la inmoralidad no ha disminuido. Ha desaparecido cualquier sentido de restricción o cordura social. La revolución sexual de los años sesenta y setenta no marcó el comienzo de una nueva era de ilustración. En cambio, popularizó la promiscuidad y desató una ola de perversión en la cultura.
Y tal como lo Pablo describe, la revolución sexual conduce inevitablemente a una revolución homosexual.
“Por esto Dios los entregó a pasiones vergonzosas; pues aun sus mujeres cambiaron el uso natural por el que es contra naturaleza, y de igual modo también los hombres, dejando el uso natural de la mujer, se encendieron en su lascivia unos con otros, cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres, y recibiendo en sí mismos la retribución debida a su extravío” (vv. 26–27).
Al rechazar la autoridad creadora de Dios, los pecadores también rechazan Su orden creador. Abandonan su función natural para perseguir la satisfacción de sus deseos perversos.
Vale la pena señalar que la homosexualidad no es solo un paso más en el descenso rebelde y pecaminoso del hombre, sino que también es un aspecto del juicio de Dios desatado sobre el hombre pecador. Dios entrega al pecador a sus pasiones degradantes, junto con las consecuencias de esos apetitos corruptos. Pablo dice que arden en sus deseos. La última vez vimos cómo los hombres de Sodoma fueron devorados por sus lujurias. Vemos pruebas de que las mismas pasiones consumadoras se manifiestan habitualmente en nuestra cultura actual, la violencia dentro de la comunidad homosexual está bien documentada, aunque rara vez se menciona.
Pablo también señala que estos pecadores reciben “en sí mismos la retribución debida a su extravío” (v. 27). Muchas personas han interpretado esto como una referencia profética al VIH y al SIDA, o a alguna otra enfermedad de transmisión sexual. Y eso podría ser lo que Pablo tenía en mente aquí. Pero no necesitamos ser tan restrictivos a la hora de comprender la autodestrucción del pecado sexual. Consideremos la forma en que distorsiona y consume toda la identidad del pecador, reduciéndolo a nada más que sus apetitos sexuales. Distorsiona la forma en que se ve a sí mismo y cómo encaja en las comunidades y la cultura que lo rodean. Le dice que niegue la enorme culpa con la que vive, asegurándole que, de todos modos, no hay nada que pueda hacer para cambiar, que nació así y que debe aceptar sus deseos retorcidos al máximo. Sin duda, hay consecuencias físicas en una vida dominada por el pecado sexual, pero la medida completa de su degradación se extiende mucho más profundamente.
Pablo concluye describiendo las otras características de una sociedad entregada a la idolatría y la inmoralidad.
“Y como ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente reprobada, para hacer cosas que no convienen; estando atestados de toda injusticia, fornicación, perversidad, avaricia, maldad; llenos de envidia, homicidios, contiendas, engaños y malignidades; murmuradores, detractores, aborrecedores de Dios, injuriosos, soberbios, altivos, inventores de males, desobedientes a los padres, necios, desleales, sin afecto natural, implacables, sin misericordia; quienes habiendo entendido el juicio de Dios, que los que practican tales cosas son dignos de muerte, no solo las hacen, sino que también se complacen con los que las practican” (vv. 28–32).
Hubo un tiempo en el que podría haber dicho que la cultura occidental se encontraba en algún punto de la segunda mitad de esa larga espiral descendente. Hoy en día, estoy convencido de que nos encontramos en pleno versículo 32, especialmente si tenemos en cuenta cómo el mundo está dominado por mentes depravadas que aprueban sin reservas la corrupción y el mal que nos rodean. Esa lista se parece a lo que vemos cada vez que encendemos las noticias o echamos un vistazo a las redes sociales.
Hoy en día no basta con permitir que los hombres y mujeres pecadores persigan su injusticia, sino que exigen nuestra aprobación. La sociedad propaga agresivamente la homosexualidad, lo transgénero y otras perversiones en una campaña sin límites para normalizar la inmoralidad.
La verdad es que, con la promoción enérgica de la inmoralidad sexual y el esfuerzo por adoctrinar a los jóvenes con nociones de fluidez de género y pansexualidad, la propia noción de homosexualidad podría pronto quedar completamente obsoleta —si es que no lo está ya—. Y a la velocidad de la luz con la que las normas sociales siguen sumiéndose en las profundidades de la depravación del hombre, me estremezco al pensar qué nueva perversión se desatará sobre nosotros mañana.
Los efectos de la lujuria desenfrenada no se limitan al individuo, sino que contagian a toda la cultura, trastocando la moralidad y distorsionando el diseño de Dios. Una cultura dominada por el pecado sexual ya está viviendo bajo el juicio de Dios y provocando aún más juicio a través de su corrupción generalizada.
Afortunadamente, eso no es todo lo que la Biblia dice sobre la homosexualidad.
Los homosexuales tienen esperanza de redención
Debemos volver a las palabras de Pablo en 1 Corintios 6 y concluir nuestro estudio con una nota esperanzadora. Ya hemos considerado la condena que pronuncia en los versículos 9 y 10: “¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios”.
Ahora, las buenas noticias: “Y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios” (v. 11).
La buena noticia para los homosexuales —y para los pecadores de todo tipo— es que Dios puede perdonarlos, redimirlos y transformarlos. Su deseo es que sean salvos, que sean justificados, santificados y lavados de su pecado y culpa, para que su homosexualidad sea solo parte de su pasado y se pueda decir de ellos que “esto erais algunos”. La gran noticia para todos los pecadores es que, mientras haya aliento en sus pulmones, todavía hay tiempo para arrepentirse y creer en Cristo.
Ese es el mensaje que debemos llevar a las personas que aún están atrapadas en las garras de cualquier tipo de pecado: que deben clamar a Dios, porque solo Él puede perdonarlas, justificarlas y santificarlas. Debemos decirles que la gracia de Dios es su único medio de escape.
Terminaré con una historia que ilustra poderosamente este punto. Todos los domingos, leo un salmo u otro pasaje de las Escrituras durante el servicio de adoración. Un domingo por la mañana, hace muchos años, leí el Salmo 107. Es un pasaje potente que exalta el poder de Dios para liberar a Su pueblo.
Algunos moraban en tinieblas y sombra de muerte,
Aprisionados en aflicción y en hierros,
Por cuanto fueron rebeldes a las palabras de Jehová,
Y aborrecieron el consejo del Altísimo.
Por eso quebrantó con el trabajo sus corazones;
Cayeron, y no hubo quien los ayudase.
Luego que clamaron a Jehová en su angustia,
Los libró de sus aflicciones;
Los sacó de las tinieblas y de la sombra de muerte,
Y rompió sus prisiones.Alaben la misericordia de Jehová,
Y sus maravillas para con los hijos de los hombres.
Porque quebrantó las puertas de bronce,
Y desmenuzó los cerrojos de hierro (vv. 10–16).
Esa mañana, un joven llamado Robert visitó nuestra iglesia. Robert era un miembro destacado de la comunidad homosexual en aquella época y uno de los líderes del desfile del orgullo gay de Los Ángeles. Y se estaba muriendo de sida.
Le dijo a un amigo: “Tengo miedo de morir; no estoy preparado para morir. ¿Dónde puedo acudir para recibir ayuda?”. El amigo, también homosexual, le dijo: “Hay una iglesia en el valle de San Fernando llamada Grace Community Church. Ve allí”. Así que vino a nuestra iglesia, se sentó entre la congregación y escuchó esa mañana mientras yo leía el Salmo 107. En particular, los versículos 6 y 7 llamaron su atención: “Entonces clamaron a Jehová en su angustia, y los libró de sus aflicciones. Los dirigió por camino derecho, para que viniesen a ciudad habitable”.
Ahora bien, si usted está inmerso en el mundo homosexual, la palabra heterosexual tiene un significado importante. Y mientras Robert estaba sentado allí, su mente se llenó de preguntas como: “¿Cómo puedo liberarme? ¿A dónde voy? ¿Qué hago?”. Tiempo después me dijo:
“Te levantaste y predicaste un sermón muy largo, y cuanto más hablabas, más irritado me sentía, porque yo quería liberarme y tú seguías hablando y hablando”.
Después de que terminó el servicio, Robert vino a la sala de oración y se postró ante Dios. Ese día se arrepintió, abrazó a Jesucristo como Señor y encontró liberación y salvación en la gracia de Dios. Y en el tiempo que le quedaba, se convirtió en un poderoso testigo del evangelio en la comunidad homosexual. Robert vivía junto a la ruta del desfile del orgullo gay, así que cuando llegó el momento, todos los líderes se detuvieron para desearle lo mejor mientras agonizaba. Robert se aseguró de que cada uno de ellos escuchara la verdad sobre su pecado y la única esperanza que tenían en el Salvador. Poco después, fue al cielo. Espero verlo allí algún día, junto con innumerables personas que el Señor ha rescatado y redimido de las garras del pecado sexual.
La iglesia no puede permitirse hacer concesiones. El pueblo de Dios debe hablar con valentía la verdad sobre el pecado, para que podamos hablar la verdad sobre el Salvador que perdona.