La preocupación es una tentación común para todos nosotros. La fuente de la ansiedad puede variar de una persona a otra, pero nadie es completamente inmune a ella. Para algunos, es incluso un pasatiempo favorito, que ocupa gran parte de sus días preocupándose por sus dudas y temores sobre el futuro.
Obsesionarse con esas dudas y temores muestra una desconfianza flagrante en el poder y el amor de Dios. Esencialmente, es como decir: “Dios, sé que tus palabras son bienintencionadas, pero no estoy seguro de que puedas cumplirlas”. Una cosa es dudar de una decisión o un resultado futuro, y otra muy distinta es dudar del Señor. Pero a pesar de su falta de sutileza, la preocupación es un pecado en el que caemos con facilidad y frecuencia.
Es más, es un pecado que inflige cruelmente un grave daño al pecador. La palabra preocupación proviene del término del inglés antiguo wyrgan, que significa “ahogar” o “estrangular”. Cualquiera que haya lidiado con una ansiedad grave sabe que ese es exactamente el impacto que tiene en su vida. Estrangula su mente.
También hay repercusiones físicas. Ya hemos hablado de los ataques de pánico, pero incluso una ansiedad menos grave puede tener un impacto negativo en su salud. La preocupación excesiva hace que algunas personas coman en exceso, mientras que otras no comen bien o lo suficiente cuando están atrapadas en las garras de la ansiedad. En general, la preocupación tiende a interrumpir la mayoría de los patrones saludables. Las personas preocupadas hacen menos ejercicio, toman menos el sol y tienen menos interacción con otras personas, ya que se encierran en su caparazón de ansiedad.
Lo peor de todo es que la preocupación causa un daño significativo a su utilidad espiritual. Al leer las Escrituras, usted ve una y otra vez que Dios quiere que Sus hijos se preocupen por Él, no por las cosas mundanas y pasajeras de este mundo. Su mandato es claro: “Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra” (Col. 3:2).
Eso incluye incluso las necesidades básicas. En nuestra sociedad, la mayoría de las personas no necesitan preocuparse por su capacidad para encontrar agua o comida a diario. Pero esas eran realidades y preocupaciones presentes en el mundo del Nuevo Testamento, y la enseñanza de Jesús era clara en el sentido de que incluso esas necesidades esenciales no eran una excusa para la ansiedad (Mt. 6:25).
Hoy en día, las preocupaciones y los temores de las personas con respecto a esas necesidades básicas se manifiestan de diferentes maneras, principalmente en el acopio de provisiones. Algunas personas acumulan comida y agua; otras, dinero. Pero independientemente del objeto, el acto de acumular es básicamente un intento de determinar el propio destino apartándose de la fe y la confianza en Dios.
Incluso los cristianos pueden cometer ese error. Hace poco más de una década, muchos creyentes e incluso congregaciones enteras vendían sus propiedades y posesiones, y se trasladaban a refugios en zonas rurales del país para prepararse para el supuesto desastre del efecto 2000. Ese tipo de ansiedad miope y obsesiva por el futuro paraliza su crecimiento espiritual y sofoca su utilidad para el Señor.
Eso no quiere decir que no debamos prepararnos para el futuro. A los creyentes se les ordena ser responsables financieramente y cuidar de sus familias (1 Ti. 5:8). Las Escrituras no implican que tener una cuenta de ahorros, invertir dinero extra o tener un seguro, demuestre una falta de confianza en Dios. Esas provisiones del Señor son medidas de protección razonables para la persona promedio en cualquier sociedad moderna y compleja.
Sin embargo, la preparación acerca del futuro debe equilibrarse con el mandato de Jesús de “buscad primeramente el reino de Dios y su justicia” (Mt. 6:33) y “haceos tesoros en el cielo” (Mt. 6:20). No debemos derrochar en nosotros mismos lo que Dios nos ha dado para el cumplimiento de Sus santos propósitos.
Creo en la planificación sabia, pero si después de hacer todo lo que usted puede hacer, sigue temiendo el futuro, el Señor dice: “Por nada estéis afanosos”. Él prometió proveer para todas sus necesidades, y lo hará: “Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús” (Fil. 4:19). Esa es Su preocupación, no la suya.

(Adaptado de Venza la ansiedad)